jueves, 31 de mayo de 2012

De preguntas y humillaciones familiares. (Parte II)

Una se cree que cuando se echa novio el problema de las humillantes preguntas familiares ya está resuelto y va a la boda de Maripili como una reina, cogida del brazo del que cree que le evitará un nuevo bochorno en la mesa familiar, imaginando que este año le tocará a otra –que rule, que rule-. Pero no. La tía Enriqueta pasa a la siguiente casilla y cuando menos lo esperas te escupe: “Y vosotros ¿qué? ¿Que no vais a casaros o qué?”. Si la relación es de poco tiempo es una manera estupenda de espantar al chaval, que bastante tiene con haber accedido a acudir al bodorrio de Maripili y soportar las miradas de la familia, y si es una relación seria y larga es una forma maravillosa de agobiar al muchacho y de sacar a colación el delicado asunto de la boda y la mantilla de chantilly.

Pero ahí no acaba la cosa. Al final el muchacho compra un anillo y te pide en matrimonio –total, no le queda otra- y tú te compras tu mantilla y a la vicaría de cabeza, y mientras dices el ‘sí, quiero’ piensas en la tía Enriqueta y en cómo vas a callarle la boca con tu traje de Rosa Clará y tu mantilla de dos metros. Pero no. La tía Enriqueta se las sabe todas y en mitad de la celebración decide protagonizar un brindis y espeta eso de: “Ahora a por los niños, no lo dejéis mucho que ya tenéis una edad y sobre todo tú, que ya no eres una niña”. Y tú allí, con tu vestido blanco, tu copa de champagne y tu nueva humillación a la espalda que te han llamado vieja y presunta yerma en tu propia boda. La tía Enriqueta no encuentra límites.

Y te preñas hasta la boca y vas con tu barrigón por delante esperando encontrarte con la tía Enriqueta para darle un barrigazo repentino y callarle la boca, pero mira tú por donde, no hay reunión familiar a la vista donde puedas lucir tus deformidades corporales propias de la gestación. Pero bueno, la verás cuando des a luz.

Y así es, la tía Enriqueta que es porculera, pero muy cumplida –que ella va a misa todos los domingos y además es de las que se sabe todos los ruegos y oraciones y los recita en alto para que sepan que ella es una católica de pro y muy cultivada- viene a ver a la criatura y a ti, de paso, que estás postrada en una cama, agotadita del parto y de las primera horas de madre, pero pintada como una puerta, eso sí, que llevas esperando a la tía Enriqueta desde la primera contracción.

Y allí, más muerta que viva, cuando le señalas al bebé para que lo vea y diga lo guapo que es y te felicite por el parto y asuma que no le quedan más preguntas en la guantera con las que torturarte, va y dice aquello de “Bueno ¿y el segundo qué? No lo iréis a dejar solo, ¿no?”. Y tú con tus puntos frescos y tu malestar generalizado de recién parida, matarías por tener la placenta a mano para tirársela a la cara y callarla para siempre de un placentazo mortal, pero no la tienes y te dejas vapulear una vez más y en secreto planeas cuándo tener al segundo –sobre todo por guardar la placenta- y piensas ¿qué demonios podrá preguntarme entonces? 


NOTA
Como comprobarán, este post se centra en exclusiva en las ‘humillantes preguntas’ que, de un modo cronológico te escupen a la cara las tías Enriquetas durante aproximadamente una década o dos, bajo la excusa de ayudarte a centrarte en el buen camino y a seguir lo que ellas suponen que han de ser los pasos indispensables en una vida de bien
No obstante, dado el creciente interés de nuestros lectores por el asunto y sus sabias aportaciones a las ‘humillantes preguntas’ a las que se somete a los padres de hoy en día a lo largo de toda su vida y ya sea por parte de la familia o de uno que pasaba por allí, nos vemos obligados a trabajar en un nuevo post que se llamará algo así como ‘Preguntas y comentarios impertinentes con los que mortificar a una madre’ y que tendrá, me temo, muchas más de dos partes… ¡¡Gracias!!

miércoles, 30 de mayo de 2012

De preguntas y humillaciones familiares. (Parte I)

A la gente le gusta preguntar. Preguntar sobre cualquier cosa, venga o no a cuento y sea o no interesante u oportuno, que eso es lo de menos, la cuestión es preguntar y si se trata de preguntas incómodas y de las que agobian, mejor, porque según he venido investigando –en una de esas prestigiosas investigaciones que realizo entre leer revistas de moda y domar a la fiera pelirroja- se pregunta más por dar por saco que por necesidad de información porque ya se sabe que si es por pillar información, el cotilleo con terceras personas es siempre más provechoso y divertido y quien diga lo contrario miente.

Generalmente, las preguntonas suelen ser del modelo de ‘señoras abusonas’ de nuestra propia familia o vecinas o amigas de los padres o preancianas que pasaban por allí, ya que no es por darle la razón al género masculino pero es cierto que esto es una cosa más de señoras, qué le vamos a hacer. Al César lo que es del César.

La primera de las humillaciones suele llegar en torno a los 20 años –aunque suele prolongarse unos años más, cuantos más, peor- cuando vas a cenar con la familia o a la comunión del primo Sebastián y allí entre el primer y el segundo plato y como quien no quiere la cosa, siempre hay alguien que en mitad del silencio más absoluto y justo en el peor momento suelta aquello de “Y tú ¿qué? ¿cuándo te vas a echar novio?”.

Probablemente este es uno de los momentos más bochornosos de las reuniones familiares, sobre todo, cuando la señora en cuestión, llamémosle la tía Enriqueta –que para eso es pérfida y mala- trata después de animarte en plan ‘eres una perdedora pero te quiero’ –lo que sin duda es mucho más terrible- diciendo cosas del tipo “Digo, con lo guapa que es y sin novio ¿y eso cómo?”, “Si es que los hombres de hoy en día no valen para nada ¿verdad, guapa?” y cosas así, amén de obligar a los solteros de la mesa, conocidos o no, a alabar tus presuntos encantos. Un horror. 

Una se cree que cuando se echa novio el problema ya está resuelto y va a la boda de Maripili como una reina, cogida del brazo del que cree que le evitará una nueva humillación en la mesa, imaginando que este año le tocará a otra –que rule, que rule-. Pero no. La tía Enriqueta pasa a la siguiente casilla y cuando menos lo esperas te escupe: “Y vosotros ¿qué? ¿Que no vais a casaros o qué?”. Si la relación es de poco tiempo es una manera estupenda de espantar al chaval, que bastante tiene con haber accedido a acudir al bodorrio de Maripili y soportar las miradas de la familia, y si es una relación seria y larga es una forma maravillosa de agobiar al muchacho y de sacar a colación el delicado asunto de la boda y la mantilla de chantilly. En cualquier caso, un marrón.

(Continuará)

martes, 29 de mayo de 2012

Simba, un polizón en la mochila

Hace unos días al abrir la mochila del cole de la pelirroja descubrí –junto a una masa de gusanitos sobre los pañales y un zumo aplastado a medio reventar- un pequeño elefante de peluche –digo yo que era un elefante-, feísimo, de un color indescriptible y con pinta de haber pasado recientemente la sarna. Al principio, pensé que la nena se lo había mangado de la guardería -que mi niña no puede resistirse a las cosas bonitas ni, al parecer, a los elefantes ‘made in china’ desteñidos- pero al sacarlo descubrí un pseudolibro hecho en cartulina llamado ‘el libro del viajero’ donde se explicaba el asunto.

Al parecer el elefante –vamos a mantener, por el momento, la hipótesis del elefante- se le entrega cada semana a un alumno para que conviva con él y ambos compartan experiencia -y sarna-, y todo lo vivido lo han de escribir los padres, posteriormente, en el libro del viajero, no tengo muy claro con qué fin.

Imagino que en la guardería creen que los padres estamos muy aburridos y que escribir un diario de un elefante de juguete es una idea fantástica y gratificante, sobre todo cuando la niña pasa olímpicamente del muñeco desde el minuto uno y no quiere tocarlo ni con un palo.

Yo que siempre he sido una empollona y hay costumbres que nunca cambian, me tomé el asunto muy en serio, pero claro la niña que detestaba al muñeco no me daba material para escribir en el dichoso diario y al final no me quedó otra que guardarle sus nenucos –y cuando digo guardar, digo esconder- y obligarla a jugar con el elefante, que se llamaba Simba aunque ella lo llamaba Samba (de Janeiro) y por tanto quedó bautizado como tal –con musiquilla incluida-.

Así, pasó del desprecio más absoluto a acabar cogiéndole cariño y al final Samba (de Janeiro) –no puedo dejar de decir esto- empezó a participar en nuestras aventuras y desventuras diarias, lo que, por otro lado, también empezó a desasosegarme porque la nena no es de cuidar muchos sus cosas –que Caillou lleva vestido y tiene la cara pintada de bolígrafo azul y las Nenucos están todas desnudas, con pegotes de plastilina en el ombligo y nudos en el pelo que ríete tú de Amy Winehouse- y claro una cosa es que rompa sus cosas y otra que rompa las del cole cuando, además, yo trato de fingir que soy una madre fabulosa y que la pelirroja es una niña modelo.

Y todo fue un sinvivir. Un sinvivir cuando se lo llevó a los columpios y lo arrastró por la arena raspando el poco pelo que le quedaba al elefante; cuando le metió la cabeza en el potito y todo él fue ‘jamón, ternera y verduras’ y, sobre todo, cuando lo sumergió en la bañera y se infló como un globo XL -que se pasó un día entero echando agua-, acabando con tres tallas más de caderas  y con el culo de una mulata con sobrepeso. Sobra decir que en el libro sólo conté mentiras e hice hincapié en lo bien que había comido en casa, no fuera a ser que alguien notara lo mucho que había engordado el bicho.

lunes, 28 de mayo de 2012

Madre sí hay más que una. 7.- La madre del artista

La madre del artista nació para ser manager de una gran estrella pero dado que no tiene artista al que representar, toma como rehén a su hijo, al que obliga sin piedad a apuntarse a todo tipo de actividades extraescolares –cuanto más surrealistas mejor, que eso da caché- en busca del talento oculto que lo convierta en el mejor de algo, para poder ir luego a muchos campeonatos a aplaudir como una loca, aunque sea a un campeonato de esgrima, que digo yo que en el siglo XVIII sería lo más, pero que ahora es una cosa muy triste, como un campeonato de ajedrez pero con terroríficas caretas.

A diferencia de la madre fan muy fan, la madre del artista no cree que su hijo sea mejor en nada –cómo va a creerlo si el chaval no suele dar una-, ni siquiera que tenga talento para ninguna disciplina en concreto, pero eso no le supone impedimento alguno para convertirlo en un virtuoso de lo que sea -de los cantos gregorianos mismo, que como no es una cosa muy extendida es más fácil destacar-. Y es que la madre del artista guarda con cariño y resquemor todas sus pequeñas y grandes frustraciones, con la intención de volcarlas subliminalmente en sus niños, con toda la premeditación y alevosía que le sea posible acumular.

Así si la madre quería tocar un instrumento, aunque el chiquillo tenga el oído de una lombriz de tierra, lo apunta a clases de solfeo intensivas y lo obliga, trombón en mano, a pasearse por todas las bandas de música de la ciudad -habitualmente sin dar pie con bolo en una sola partitura- y dejándose los pulmones y las suelas de los zapatos cada Semana Santa. Si la madre del artista quería ser bailarina, la nena va de cabeza a clases de ballet –prácticamente desde que empieza a andar, mucho antes de que pueda tener conciencia para negarse a hacerse el moño con esa red tan feísima- aunque tenga la coordinación de una hiena borracha y ni siquiera le quepa el tutú, que para eso la tita cose y le puede apañar uno en menos que canta un gallo. Si la madre quería ser actriz, apunta al nene a clases de teatro de métodos experimentales –que en esto se aprende mucho, que ella lo vio en un reportaje de Al Pacino y Al Pacino sabe mucho de estas cosas-, donde el chiquillo tiene que memorizar adaptaciones humorísticas de obras de Shakespeare aunque todavía no haya aprendido a restar llevándose. Que el arte es el arte y es lo que mueve al mundo.

La madre de la artista acude a todas las funciones de la escuela con el entusiasmo de quien acude de invitada a los Oscar, y se sabe el texto, la canción o la coreografía mejor que la propia señorita que se lo ha inventado y lleva preparada a su nena mejor que ninguna otra madre, que para eso su nena es un artista aunque aún no haya dado el salto a la fama, que vete tú a saber donde hay un cazatalentos oculto y no es plan de ir por ahí perdiendo oportunidades, que la cosa está muy mala y el mercado es muy duro. 
 
Así si la seño pide que las nenas lleven el pelo recogido, la suya lleva moño italiano con flores incrustadas y purpurina en crema y si los trajes podían ser de papel pinocho, la suya lo lleva en seda salvaje, rematado con pespuntes del mismo tono de la purpurina, de la que lleva otro bote en el bolso por si hay que ir retocándole el maquillaje.

Y es que sólo la madre de la artista sabe lo importante que es que elijan a tu hija para encarnar a la Virgen María del belén viviente del colegio y es capaz de pasarse dos noches sin dormir, con los ojitos como un pez Telescopio, cosiéndole puntillas y pedrería al disfraz como si fuera el manto de la Esperanza, que esto es una vez en la vida y hay que disfrutarlo con intensidad.

Y a la hora de la verdad, la madre de la artista es capaz de colarse mil veces hasta el escenario para colocarle a la nena el pañuelo –que se le ha torcido y más que una pastora parece un vikingo- o para repintarle el lunar a su flamenca -que una flamenca sin lunar ni es flamenca ni es ná-, aunque la maestra la quiera fulminar con la mirada y la nena esté hasta los ovarios de la maestra, de la madre y de su obligada faceta artística.

(Nivel de identificación personal con la madre del artista: 5  sobre 10)

 
Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 25 de mayo de 2012

¿De verdad le vas a poner ese nombre? Parte II

Mi madre, que es de todo menos prudente, me dijo que el nombre que había elegido para la niña era el nombre más feo del mundo, que mejor le pusiera el mío que es como el suyo y que es muy bonito… ¿Perdón? En realidad me llamo María Florencia (que todo hay que contarlo, leñe) y se me ocurren pocos castigos peores que ése, que aún recuerdo cuando pasaban lista para el viaje de fin de curso de BUP  –porque matriculada estaba como Flor a secas- y me negué a levantar la mano, agachándome tanto que casi me caigo de la silla, que una tenía una reputación que salvaguardar, oiga.

Mi padre decía que era terrible y que iba a traumatizar a la nena antes de nacer, que mejor le pusiera Carmen, que para eso en mi familia somos muy carmelitas y además es un nombre muy español y castizo y que como la niña iba a ser tan morena como yo –jajajaja- le iba a venir que ni pintado…

Mi hermana –que a pesar de ser la mayor se libró del nombre familiar aún no sé por qué razón y luce un Carolina la mar de mono que no la avergonzó en sus años mozos- no decía que le pareciera feo pero tampoco le fascinaba como nombre para su primera sobrina, de hecho, creo que en secreto le espantaba un poco.

Mi suegra, que es muy discreta, no decía esta boca es mía pero tampoco había rasgo de emoción alguna cuando se hablaba del asunto, imagino que porque tampoco le acababa de gustar, pero, al menos, la pobre no torturaba con el asunto.

Mis amigos me decían que era nombre de niña muerta, de ésas que se aparecen por los pasillos de tu casa en camisón y con los pelos en la cara y que dan mucho miedo y que si al final decidía ponérselo que, al menos, le pusiera pijamas si no quería llevarme disgustos.

Las señoras de la calle, esas abusonas de las que ya hablamos alguna vez, se echaban las manos a la cabeza como si les hubiese dicho que iba a llamarla Coneja o Caraculo o algo peor y me daban opciones castizas ‘de las de toda la vida, niña, que ésos son los nombres bonitos’.

Y las compañeras de fatigas y salas de espera de ginecólogos, embarazadas como yo, me proponían aleatoriamente nombres normales tirando a pijos si ellas llevaban mechas finitas e iban vestidas de marrón o beige o nombres de ésos nuevos de una sola sílaba que escritos tienen más letras que pronunciados y que suelen ser de niños cuyas madres llevan gigantouñas de gel con piedrecitas brillantes, mechas de cuatro dedos de ancho y pantalones bombachos de tela de chándal. Y, al parecer, todas sus opciones eran mejor que la mía.

Y cada vez que me preguntaban, yo caía en la trampa y contestaba emocionada con mi gigantobarriga y mi malestar general esperando hallar, a pesar de la experiencia previa acumulada, algún aliado en esta batalla de nomenclaturas, pero no, no al menos habitualmente.

Así, normalmente, la respuesta a mi anuncio solía ser, en el mejor de los casos, el silencio y una mirada soslayada hacia el suelo y si había pronunciamento verbal, éste podía variar entre las siguientes opciones: ‘Hombre, si a ti te gusta’, ‘A ver, la niña es tuya’, ‘Pues ponle como tú, que tu nombre es muy bonito’,  ‘¿Y al padre le gusta eso?’, ‘¿Y no te gusta más fulanita o menganita?’, ‘¿Y si le pones como tu abuela?’, ‘¿Y un nombre de toda la vida que eso no pasa de moda?’, ‘¿Y un nombre moderno de esos tan bonitos que hay ahora?’ y así hasta el infinito de la fustigación.

Sin embargo, lo más curioso es que desde que la niña nació y el nombre ya tiene cara y unos tirabuzones pelirrojos que lo acompañan, ahora todo el mundo –conocidos y desconocidos- me dice que es un nombre muy bonito e incluso los que lo detestaban ahora me dicen que no está mal, no sé si porque han cambiado de opinión, o se han acostumbrado como quien se acostumbra a una presencia diabólica o tratan de no traumatizar a la nena… A saber. La cuestión es que ya no dan la lata y es de agradecer, pero vamos, digo yo, ¿tan feo es el nombre de Violeta?

jueves, 24 de mayo de 2012

¿De verdad le vas a poner ese nombre? Parte I

Cuando te quedas embarazada y tu cuerpo comienza a torturarte con nauseas, vómitos y otras maravillosas experiencias que posteriormente darán paso a las estrías, los ardores y los calambres, se produce un extraño fenómeno a tu alrededor como por arte de magia, que consiste en que absolutamente todo el mundo, familia, amigos, conocidos e incluso desconocidos que pasaban por allí para ir a comprar el periódico se creen con derecho a tener voz y voto sobre cualquier detalle que concierna al futuro bebé, como si en lugar de a tu hijo estuvieras engendrando al hijo de todo el vecindario y al primo hermano de toda la provincia.

Lo habitual es que se entrometan en todos y cada uno de los aspectos sobre los que tengan conocimiento –que no entendimiento- y que sean opinables –y en los que no, también, que un señor aburrido con pinta de agricultor me dijo una vez que no era bueno pintarme las uñas en mi estado-,  ya sea el peso aproximado del bebé, la postura, tu alimentación, la opción de parto y prácticamente sobre cualquier cosa con la que puedan fustigarte un poco o aprovechar para contar su experiencia, como cuando te vas a casar y todos se empeñan en contarte su boda y hasta enseñarte su álbum de fotos de quince toneladas en plan remember.

Pero si hay algo en lo que le guste meterse a la gente más que nada en este mundo es en el nombre elegido para el bebé… y te lo preguntan una y otra vez y te proponen trescientas opciones y hacen debates entre ellos con las alternativas que ellos mismos han presentado y tratan de volverte loca a ti y al pater de la criatura con nombres imposibles, ignorando o poniendo cara de espanto cuando les hablas de tus opciones preseleccionadas.

Yo tenía claro el nombre de la pelirroja desde antes de embarazarme porque me gustaba desde siempre y especialmente desde que conocí a la adorable niña de mi amiga Rafi, que se llamaba así y que además era preciosa y eso, quiera que no, ayuda a que un nombre te guste todavía más. Tampoco era lo suficientemente común como para que hubiera tres en su misma clase ni lo suficientemente raro como para que sonara extraño, pero parece ser que sólo me gustaba a mí –al pater tampoco le gustaba mucho pero como había trato previo, pues a aguantar- porque para el resto del mundo pareció que elegir ese nombre era, como poco, una ofensa a toda persona de bien. Y es que a excepción de unos pocos amigos a los que les gustaba mi elección o que eran lo suficientemente prudentes para fingir que no estaba mal del todo, a la mayoría de nuestro entorno le parecía, como poco, un sacrilegio al buen gusto y a la cordura.

(Continuará)

miércoles, 23 de mayo de 2012

Ambición cumpleañera

Imagino que el asunto debió de empezar el mismo día en el que la abuela le enseñó a cantar el Cumpleaños Feliz, poco antes de que aprendiera el Happy Birthday en la guardería y de que acudiera de entregadísima invitada a los cumpleaños de los primos y amiguitos con su mejor sonrisa y un regalo entre las manos.

No sé si fue el resplandor de las velas, los muñequitos de la tarta, el botín de regalos, las pegadizas canciones o la fiesta en sí, la cuestión es que de un tiempo a esta parte la pelirroja se ha hecho adicta a los cumpleaños, algo que en teoría podría estar bien, dado que somos una familia numerosa -y ruidosa- y que, además, tenemos muchos amigos con niños –y por ende con ojeras-, si no fuera porque según su criterio talibán, nadie excepto ella puede ser el homenajeado.

Así que cada vez que escucha hablar de un cumpleaños, aunque sea en la tele o vamos a una fiesta, ya sea infantil o adulta, para ella siempre es su cumpleaños. Debe ser ella quien reciba las felicitaciones, quien apague las velas –y espurree de saliva toda la tarta- y, por supuesto, quien reciba los regalos, haciendo un especial hincapié sobre este punto.

De esa manera, cada vez que tenemos previsto algún evento de este tipo me paso un par de días explicándole la situación –con mucho tiento como los médicos de las películas que anuncian fatalidades en los pasillos- para que llegado el momento no dé el espectáculo ni trate de suplantar al cumpleañero a base de empujones y caras de rottwailler poseído pero, claro, una cosa es la teoría y otra la práctica y aunque a priori ella asuma que es el cumpleaños de  fulanito e incluso me ayude a elegir el regalo en alguna de sus tiendas favoritas, cuando llega la hora de la verdad y pasamos a la casa o al local decorado para la ocasión, ya entra en estado de locura transitoria -se lo veo en los ojos apocholados- y me llama para que me agache hasta estar a su altura y me dice ‘Ez mi cumpleaños, a que zí, mamá?’ y se lo vuelvo a explicar, pero claro, a estas alturas ya todo está perdido.

Sobre todo cuando sacan la tarta y ve la cara de Dora o la cabeza de Kitty presidiéndola y entonces se muere por apagar las velas y recibir los aplausos a pesar de que el momento de la cantinela le da especial terror… pero el verdadero problema empieza cuando los invitados comienzan a repartir los regalos y ella se queda de pie al lado del cumpleañero y me sonríe pícaramente como si creyera que en el fondo al menos uno de esos regalos es para ella y me da hasta pena, viéndola ahí quitecita, fingiendo ser buena y tranquilita con tal de llevarse una caja con papel de Mickey…

Y cuando ve que para ella no hay más que un cono de chuches, se disgusta y viene a mí llorando, con el corazón encogido, sintiéndose ultrajada, sin entender por qué a ella no le han dado nada. Así que me tocan nuevas explicaciones y cuando parece que lo entiende y se va a disfrutar de la fiesta y de la piscina de bolas infernal, la descubro viniendo a mí, con cara de emoción, arrastrando cualquier caja de Imaginarium que se ha mangado de la mesa de los regalos diciendo que ese juguete es suyo ‘porque ezte ez del cumpleaños mío’ y trata de metérmelo bajo la silla donde estoy sentada o bajo su carrito, tratando de que me convierta en su cómplice a lo Bonnie & Clyde y nos lo llevemos a casa en un descuido del homenajeado… Y me temo que ni Winona Ryder tenía tanta técnica con dos años y medio…

martes, 22 de mayo de 2012

Mi niña no me come

Mi niña no me come. No me come nada. Nada que no sea Potitos Nutribén –que digo yo que esta gente podría regalarme unas cuantas acciones, que dada la inversión que realizamos, moralmente ya son nuestras-, leche –un par de bibis al día, tampoco para inundarse en calcio, mire usted-, chucherías –de esto viviría si la dejara y yo también, para qué engañarnos-, yogur de coco –antes era fan de las natillas pero ya no las puede ni ver-, manzanas Fuji y fresas –muchas, muchas fresas- y hasta aquí puedo leer.

Lo curioso es que hubo un momento en el que pareció que la nena iba a comer bien e incluso le gustaba el vegetal casero y hasta el tristérrimo emblanco de enfermo, pero claro, un día que me pilló en la calle, cedí a la tentación y le di de probar del elixir prohibido, la droga infantil más poderosa, la ambrosía de los dioses que al parecer contienen los Potitos Nutribén -que a mí me saben a pintalabios- y cómo no podía ser de otra manera ya no hubo marcha atrás, ya no tenía ojos más que para el Potito y sin él su alimentación carecía de sentido . O Potitos o nada. Y elegimos los Potitos, no con demasiado entusiasmo, frente a la inanición.

He probado todos los trucos que me han recomendado las madres expertas –que también saben de adicciones potiteras- como meter el vegetal casero en el bote para que crea que es todo lo artificial que a ella le gusta, mezclar medio Potito con medio vegetal o, incluso, echarle un poco más de sustancia como un huevo duro o un poco de pavo para dotarlo de cierta enjundia y de paso darle a probar nuevos sabores.

Pero mi niña es muy lista, mal comedora, pero lista y se cosca al instante de que hay gato encerrado y se endemonia –que mi pelirroja es mucho de endemoniarse- y ya ni potito ni potita, ayuno radical. A veces pasa por un yogur de coco y otras veces se niega a probar bocado no vayamos a mancillar su pequeño estómago con cualquier sustancia no vendida en farmacia.

Lo peor del asunto es que la niña es grande –de ahí, mis vértebras destrozadas a base de cargar los 17 kilazos de prole día y noche en un ciclo sin fin como el del Rey León-  y claro, la pediatra no me cree cuando le cuento que no me come. Cómo me va a creer. Si la niña –que es de noviembre- le saca una cabeza a sus compañeros de la guarde y ya casi puede darle collejas a su maestra –que es colombiana y chiquita- y además luce unos rosetones que ríete tú de los de Heidi, que le dan un aspecto de niña ultrasana criada en la montaña –en una montaña escocesa, eso sí-.

Así que no quiere mandarme nada para abrirle el apetito ni contarme secretos de pediatría avanzada para que acepte probar cosas nuevas porque en realidad piensa que soy una madre entregadísima que lo que quiere es cebar a la nena y llevarla rodando por la calle

Y la nena que es medio anoxérica se niega, entretanto, a probar bocado y es más, cuando le pongo un trozo de jamón cocido o quesito en la mano, llora como si le hubiera puesto una cucaracha y sacude la mano como una loca bailando sevillanas hasta que logra lanzarlo contra la pared… y suspira aliviada.

Apúntala en el comedor de la guardería y ya verás como mejora, me dijo la pediatra hostil, y la apunté como si yo misma me apuntara al gimnasio –o a la academia infernal prepara oposiciones- en plan pago y no voy, pues esto igual, paga y no come, pero por lo menos el marrón se lo comen allí, que no es poco.
Al principio fingían y me decían que probaba cositas y que seguro que al final de curso salía hecha una campeona, pero ya han tirado la toalla y cada día me apuntan “Nada del primero, algo de segundo y manzana” y lo del algo del segundo imagino que es para que les siga pagando porque la pelirroja no se come un nugget ni harta de whisky y además ella misma me lo confiesa cada día ante la pregunta de qué has comido hoy: manzana o yogur, yogur o manzana, me contesta y como mucho, un zumo, pero de nuggets ni hablamos.

También hemos probado con medidas drásticas, -fruto de conversaciones con madres entregadas del tipo institutriz del siglo XIX- ofreciéndole exclusivamente comida real y nada de Potitos, en plan o esto o nada… y siempre ha sido nada. Así, que lo único que hemos conseguido es que no coma durante dos días, en plan purga neohippie, y ella tan pancha, que se ve que la nena es como un camello del desierto, que con medio yogur tiene para tirar un mes la mar de bien, para acumular energía para dejarme exhausta y desquiciada y para salirse, en cada revisión, de todos los perceptiles oficiales. Cómo me va a creer nadie…

lunes, 21 de mayo de 2012

Madre sí hay más que una. 6.- La madre bipolar

La madre bipolar es una madre estresada a niveles estratosféricos que ya ha perdido la noción de la realidad y ya no tiene clara su posición acerca de la mayoría de las cosas, ya que sus decisiones se basan casi exclusivamente en la energía que le haya sobrado de una noche perruna de colecho para aguantar o no una pataleta infantil.

La madre bipolar es una madre agotada y el cansancio –junto a la locura- se le refleja en los ojos habitualmente desquiciados y rodeados de ojeras y el pelo peinado por delante y estropajoso por detrás, que certifican su derecho irrenunciable a tener un trastorno psicológico transitorio fruto del estrés maternal.

La madre bipolar es, en realidad, una madre multipolar y sus decisiones, al igual que su humor, pueden cambiar en cuestión de minutos. Si se ha despertado con más de cuatro horas seguidas de sueño y ha logrado vestirse en la intimidad e incluso, en un ataque de lucidez, con prendas conjuntadas sin que la fiera le manche la falda con las manos ennegrecidas de sabe Dios qué o le arranque un pendiente o le meta el zapato en el cubo de la fregona e incluso si puede pintarse sin parecer Kimera, entonces ese día será una madre feliz y amorosa. Y llevará a sus niños al parque y los montará en los columpios y les comprará chuches y se dejará torturar con la Nenuco peinados y si la cosa se tuerce, habrá diálogo civilizado como manda el periodista empollón del Ser Padres.

Sin embargo, si ha sobrevivido a una noche perruna en cualquiera de sus variantes –tos infernal, insomnio, colecho, exceso de siesta, pesadillas, patadas a lo Bruce Lee…- y la mañana comienza con pataletas y llantinas, la madre bipolar se pasa al lado oscuro y se convierte en la señorita Rottenmeier en versión locura extrem. Pero el cambio de madre amantísima o comprensiva a madre versión Hulk también puede pasar en una misma mañana, en la que la cosa empezara bien y un exceso de porculeo infantil o agotamiento le activara, como quien no quiere la cosa, el mecanismo prohibido.

La madre bipolar pasa, en una misma mañana, de comprarle al nene medio kiosco, a no dejarle que se coma una piruleta porque da caries; de partirse con Bob Esponja y pensar que es genial divertirse viendo la tele con los peques, a quejarse de los dibujos y  de no poder ver un informativo; de llevar a los nenes al parque, a no dejar que se suban en nada porque hoy les parecen muy peligrosos… Igualmente, también ocurre al revés, ya que habitualmente no permite que el nene se levante de la silla del restaurante ni un segundo y en ocasiones, lo deja que recorra asalvajado por todo el local; siempre guerrea para que la nena vaya en el carrito y otras veces, sin que la niña diga ni mú, la baja para que ande y se divierta… y así hasta el infinito, con el consecuente lío mental de los pobres chiquillos que no saben a qué atenerse ni a qué madre se encontrarán mañana.

En realidad, la madre bipolar no es que sea bipolar es que está agotada y en ocasiones permite determinados comportamientos porque está demasiado cansada para luchar contra las fieras o, también puede ser, porque ha apagado el piloto automático y mira al frente, fingiendo estar despierta cuando en realidad está en coma. Así en un parque, el nene puede subirse siete veces al gigantotobogán ante la presuntamente atenta mirada de la madre –que en realidad es mirada ausente como de embrujada con vudú-, pero a la que hace la octava, la madre bipolar se despierta gracias a una compleja y casual conexión neuronal –el Pharmaton hace milagros, créanme- y descubre al nene en lo alto de la escalinata y sale corriendo como una loca para bajarlo mientras las otras madres y el propio niño, mitad atemorizado mitad humillado, no entienden nada... Sobre todo cuando al día siguiente le deja montarse otra vez.
 
 (Nivel de identificación personal con la madre bipolar: 7 sobre 10)
 
Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 18 de mayo de 2012

Manipulaciones y otras argucias


Aunque toda madre de bien se niegue a admitirlo en público -por aquello de que una madre ha de ser toda bondad y comprensión- el arte de la manipulación es, sin duda, una de las herramientas más importantes que se necesitan a la hora de educar a un niño, aprovechándote de que aún no tiene todas las neuronas desarrolladas y partes con una ventaja intelectual similar a la que hoy tiene Punset sobre nosotros o mi yo premadre con sus descansos diarios, frente a mi yo actual, maltratado por las circunstancias maternales.

Imagino que muchas madres entregadas se rasgarán las vestiduras al leer esto por aquello del diálogo materno filial y la negociación educada, que no digo yo que no funcione con niños de comportamiento habitualmente civilizado, pero prueben, queridas amigas, a intentarlo con una pelirroja en estado de histeria, escondida en los bajos de una estantería de Zara, lamiendo las mangas de las camisas de seda.

Así que no me ha quedado otra que buscar la manera de conseguir lo que quiero –lo que quiero no, lo que necesito, lo que quiero es un viaje a Bali- sin tener que amenazar o levantar la voz, que ya me voy haciendo conocida por esta faceta ‘amorancada’ y ya mismo me niegan la entrada a las tiendas de bien.

Que quieres que la niña se tome el biberón, pues le dices ‘Claro, es que tú eres muy chiquitilla y no sabes, si estuviera aquí tu prima Maribel se lo bebía rapidísimo’ y te lo arranca de las manos, herida en su orgullo; que quieres que la niña se salga del probador donde se ha encerrado, pues le dices ‘Mata todos los bichos que hay ahí, que me dan susto’ y sale que se las pela, o si o si se tira al suelo con una rabieta ‘claro, tú te puedes tirar porque no eres princesa, porque a las princesas, que son muy finas, les da asco tirarse al suelo’ y se levanta de un salto al grito de ¡yo sí zoy princezaaaa!. Y así siempre.

Lo curioso es que yo me creía muy lista y muy ganadora con estas técnicas que he venido depurando desde los primeros meses de vida de la pelirroja, pero últimamente he empezado a sospechar que ella tiene sus propios métodos para manipularme a mí…

Que si vamos al súper –en plan excursión al infierno- y le niego una tableta de chocolate blanco: en el siguiente pasillo finge que se ha dado un cosqui y llora hasta que me ablanda el corazón y le entrego la mercancía. Y digo que finge porque lo curioso es que nunca veo el golpe, ni hay moratón, ni chichón, ni la piel enrojecida y siempre pasa en el mismo pasillo… O justo cuando es la hora de dormir y no quiere hacerlo, me da besos como una loca, me dice cuánto me quiere y si querría ver con ella a Epi y Blas, todo en su idioma de media lengua y con los ojos entornados…

Y parece ser que no es la única manipuladora infantil, que hace poco me comentó una lectora de este blog, que cada vez que entraba en Zara, su niño decía que se hacía pipí, mucho pipí o caca, que es peor, y la pobre tenía que salir corriendo como alma que lleva el diablo a cualquier baño público a sentar al nene que, por supuesto, no hacía nada y se le quitaban repentinamente las ganas hasta que nuevamente entraba en la tienda… Quién sabe a lo mejor trabaja para la competencia, le dije yo, pero enseguida empecé a atar cabos y a darme cuenta de que mi supremacía intelectual frente a la pelirroja no era tal y que la manipulación, en esta relación, era una herramienta bilateral.

Ya sabía yo que los Little Einstein no podían traer nada bueno.

jueves, 17 de mayo de 2012

Dejad a los niños vivir

Quizá soy una madre blanda o una madre antigua, a saber, pero soy de las que piensan que a ciertas edades entre las principales tareas de los niños está el divertirse, el hacer amigos, el pasarlo bien y el disfrutar de la inocencia de estos primeros años y de la maravillosa libertad de no tener responsabilidades a las que atender, que ya están los padres para comerse los marrones y ganar canas y arrugas por estrés.

No digo yo que no tengan que aprender a ser civilizados, eso es primordial, que sea educadito y buen niño y todas esas cosas, pero de ahí a tener que aprender con dos años el abecedario, los números hasta el 20 y los colores y las formas geométricas en español y en inglés, me parece que hay un trecho. Y no me refiero a lo que le enseñan en la guarde, que a fin de cuentas se trata de un centro educativo –más o menos, porque la mía sólo aprende extrañas canciones coreografiadas-, sino de los padres que, empeñados en que sus hijos se conviertan en futuros notarios de postín, los torturan con horas extra de aprendizaje en casa para que hasta lean antes de lo que les corresponde.

Sinceramente, me parece una tontería a la par que un juego peligroso, ya que se priva al niño de aprender con sus compañeros y con la técnica adecuada y se promueve que acaben aburridos en clase y también aburridos por las tardes, haciendo fichas extras, mientras sus amigachos juegan con plastilina, que a estas edades es como irse de copas.

Sin embargo, parece que esta nueva corriente de bombardear a los pequeños con todo tipo de conocimientos está bastante extendida y ya incluso los dibujos animados que hasta ahora eran para divertirse y asimilar algunos valores humanos como el compañerismo o la amistad o la valentía, vienen cargados de lecciones subliminales con las que aburrir a los niños y torturar a los padres.

Así, tenemos a los Little Einstein, a los que detesto sobre todas las cosas –pero después de Dora, claro, ella siempre es la primera- que son una pandilla de niños resabiados y empollones, que viven aburridísimas aventuras con música clásica en allegro, moderatto y andante y persiguiendo con un violonchelo a cuestas y en una nave a la que le hablan en segunda persona, cuadros famosos perdidos... como el autorretrato de Van Gogh que a la pelirroja le daba pavor y le dio pesadillas durante más de tres días.

Luego están otros como Dora la insufrible o Manny Manitas que en mitad de una frase y como quien no quiere la cosa, te cuelan un par de vocablos en inglés, no tengo muy claro de con qué fin, desde luego, no con el de aprender inglés, porque el follón que se arman los chiquillos no es moco de pavo, así que como mucho se puede aspirar al famoso spanglish centroamericano que, oiga, para los padres ávidos de conocimientos para sus hijos, tampoco está mal.

Así que ahora torturamos a los pequeños con ráfagas de culturilla general encubierta en dibujitos presuntamente divertidos -como los discos satánicos que se escuchaban del revés o las propagandas militares subliminales-, pero eso sí, librándoles de todo acercamiento con la realidad, que mi niño puede aprenderse la tabla del tres en alemán a la hora de la merienda, pero no enfrentarse a un cuento clásico. Así que cambiamos los finales de los cuentos con tal de que el leñador no mate al lobo sino que acaben comiendo pasteles en un salón de té inglés del poblado más cercano de casa de la abuela, que la bruja de Hansel y Gretel acabe siendo en realidad una anciana con trastornos alimenticios que en realidad no quería comerse a los niños sino que padecía de la vista y creyó que eran pollos, o que la niña de las zapatillas rojas, en realidad pudo descalzárselas con la ayuda de una ópera de Mozart entonada por los Little Einstein en arameo.

Y lo peor de todo es que esas madres que torturan a sus retoños con las fichas de Max el erizo y piensan que el niño se traumatiza con el final complicado de un cuento son las mismas que se pasaban las tardes viendo como la madre de Marco se quitaba de en medio y dejaba al chiquillo viajando solo por medio mundo y las mismas que se sentaban cada tarde a llorar a moco tendido con un nuevo episodio del culebrón de Candy Candy, a la que, si no me equivoco, se le murieron dos novios. Ea.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Nos vamos de Comunión

Ir de Primera Comunión siempre es una alegría, principalmente para el homenajeado y su terrible traje de almirante almidonado y, cómo no,  para sus padres que por fin ven consumados los meses de arduos preparativos, compras, pruebas, negociaciones, caterings, ensayos y canciones eclesiásticas.

A mí, personalmente siempre me gustaron este tipo de celebraciones, a ver no son como las bodas donde hay baile y barra libre –discúlpenme pero una ya está mayor y va a una boda como quien iba un after en su juventud, dispuesta a darlo todo-, pero tienen su aquél con su misa cantarina, sus niños repeinados y nerviosos, sus mamás orgullosas, sus familiares parloteando en los bancos de la iglesia y los amigos que esperan en la puerta con la excusa de sacar a los peques para que no enturbien la armonía del sacramento o echarse el cigarrito más largo del mundo.

Todo eso se cumplió, como no podía ser de otra manera, en la Primera Comunión del primo de la pelirroja a la que asistimos el pasado domingo –que también nació pelirrojo como la nena pero que con los años desertó y decantó por el rubio ceniza- menos lo del traje de almirante porque mi cuñada es muy sensata para estas cosas y optó por ponerle un pantalón y una americana de toda la vida –que uno no puede ir a recibir el cuerpo de Cristo como quien va a una batalla naval o a un concierto de Loco Mía, que eso está feísimo- y también hubo barra libre que para eso mi cuñada es catadora de whisky en sus ratos libres y siempre ha sido de llevarse el trabajo a casa.

Pero para trabajo el que le (nos) dio la Comunión, con las negociaciones con fincas –al final eligieron una bonita casa rural/finca a tomar viento a la derecha, que tenías que tomarte siete cajas de Biodramina para no echar la bilis-, las reuniones y presupuestos de caterings variados, el menú –calórico y delicioso-, la decoración –cuidada y al aire libre-, los toldos –instalados de una manera digamos que artesanal, pero eficiente, a excepción de una pequeña rendija por donde entraban los rayos de sol más cancerígenos del mundo que, por supuesto, se dirigían a mi sitio, sólo a mi sitio-, las chucherías,  piruletas y galletitas –que me tocó a hacer en casa agazapada como un niño chino cosebalones a escondidas de la pelirroja- las tartas –exquisitas de la tía Vero y con la ayuda de la suegra-, el traje de la cuñadísima –que no le llegó hasta tres minutos antes del gran día-, mi traje –que me lo pedí por Internet y me llegó de una talla más-, los recordatorios –que perdí en la piscina- y un sinfín más de cuestiones que la (nos) trajeron loca hasta el mismo día del evento.

La pelirroja iba emocionada a pesar de estar mala –oh, qué sorpresa- e iba monísima vestida de rojo de los pies a la cabeza y por una vez y sin que sirva de precedente, iba bien peinada. Yo iba con mi traje una talla mayor que ya no me encajaba como yo quería, con las medias incrustadas en la piel y el pater vestido de romano –léase de traje- sudando como un pollo y con la pelirroja adosada a la cadera desde el minuto uno y hasta el final de la velada –probablemente ésta fue la parte más positiva del evento-.

La iglesia fue un infierno de familiares y amigos de los dos mil niños que hacían la Comunión, todos espachurrados y atemorizados ante las amenazas del cura fustigador. El sonido era regular, así que poníamos cara de estar enternecidos cuando los niños leían o cantaban aunque en realidad no se entendía ni papa y lo que pasaba era que estábamos a punto de desfallecer de calor, pero cumplimos, cumplimos como jabatos.

La comida estuvo genial -aunque para llegar a la finca tuviéramos que recorrer media provincia y luego volverla a recorrer porque nos perdimos y eso que yo había estado el día anterior- y se prolongó hasta altas horas de la tarde, cuando la barra libre se fundió con la barbacoa vespertina-nocturna, porque en mi familia política mola mucho la celebración agitanada en plan uno sabe cuándo entra pero nunca cuándo sale y así entre canapé, comida, copa y resaca y otra vez canapé y comida y copa pasamos un día divertido y fabuloso, eso sí en plena ola de calor, que los niños acabaron en la piscina –incluida la pelirroja y sus placas en la garganta- y los jovenzuelos divididos en mesas de hombres y mujeres como en un campamento religioso de los 60’s, pero que fue una idea genial para conocer gente y para pasarlo en grande.

Sin duda y a pesar de que volvimos como quien vuelve de un secuestro de las FARC, lo pasamos la mar de bien, tanto que la pelirroja, insociable por naturaleza, me dice esta mañana “Mamá luego vamos a la Comunión de Carlitos, ¿a qué sí?” Y digo yo, ¿por qué no celebramos también la segunda Comunión? Eso sí, previa ingesta de tres cajas de Pharmaton, gracias.

martes, 15 de mayo de 2012

El mundo paralelo

De un tiempo a esta parte, tras una temporada de investigaciones previas, vengo sospechando de la existencia de un mundo infantil paralelo -como ésos que salen en el canal SyFy en los que vive una réplica de la gente pero que se sabe que es paralelo porque tiene una nebulosa por los filos de la pantalla- en el que los niños de todo el mundo se introducen una o dos horitas cada día, bien durante las horas de sueño, bien durante el rato en el que entran en estado de coma frente a Bob Esponja o bien en algunos momentos en los que, sin darnos cuenta, nos ‘flashean’ y nos dejan en estado catatónico para mientras tanto, poder reunirse entre ellos o con algún superior -que ya vaya por lo menos a sexto de Primaria- e intercambiarse datos e informaciones secretísimas que hasta ahora les eran desconocidas.

Como verán, aún no tengo muy bien atado el tema y me quedan algunas pesquisas por recabar, porque éste es un tema muy complejo, con mucha enjundia y misterio y no puede tomarse a la ligera. Pero lo que sí es cierto es que la existencia de este mundo paralelo debe ser un hecho confirmado ya que no se me ocurre ninguna otra manera de  explicar cómo nuestros retoños a los que creemos tener intelectualmente cercados en nuestro entorno nos aparecen un día con ideas o comentarios sorprendentes o terroríficos, según se mire.

Si el niño va al cole, el misterio está resuelto, que ya se sabe que allí hay mucho flujo de información –generalmente desaconsejable- que se nos escapa, pero ¿y si la nena se pasa el día pegada a tus faldas y un día te suelta una palabrota que no se dice en casa o una expresión sesuda o una poesía de Gloria Fuertes o una canción que nadie le ha enseñado?

Se ve que la pelirroja era una habitual de este mundo paralelo -puede que fuese hasta una superiora por aquello de ir mucho y ser una veterana- y mucho antes de entrar en la guardería ya me venía con algunas sorprendentes declaraciones del tipo ‘mamá presumo que no vamos a ir de paseo’ que fueron las que empezaron a hacerme sospechar. Y eso que yo no soy mucho de sospechar y menos con este agotamiento extremo que arrastro desde que entré el mundo de la crianza.

Pero aún así, todo podía ser fruto de la casualidad, de oír una película o un informativo, pero con el ‘asunto Dora’ se nos hizo la luz y la existencia del mundo paralelo quedó demostrada.

A ver, yo no tolero a Dora la Exploradora. No la tolero desde el primer momento en el que tuve conocimiento de su existencia y la vi haciendo el majara con ese mono despreciable –que seguro que te contagia el cólera a la mínima de cambio-, esa extraña vaca con pañuelo al cuello, ese ladrón tan lacio y malaje y esa mochila parlanchina y coñazo que se llena y se vacía al ritmo de una ridícula –y pegadiza- canción de una sola palabra. La detesto sobre todas las cosas y su sola sintonía me pone de los nervios, así que decidí que le ocultaría a la pelirroja su existencia. Todo fue fácil. No ponía el Clan y si lo ponía, lo cambiaba a tiempo antes de que Dora la insufrible apareciera en pantalla y así hice –o eso creí- que no supiera ni quién era y logré que se enganchara a Caillou –que también es un poco lacio pero no canta tanto- y a otros amigachos televisivos.

La sorpresa vino cuando mi cuñada le compró un pijama de la susodicha y antes de desplegarlo completamente, nada más ver la melena apelucada de la mexicana empezó a saltar de alegría, llamándola por su nombre a grito pelado y cantando la maldita canción como si lo hubiera hecho toda su vida. Y no sólo sabía quién era ella sino también Botas y Swiper y la mochila y hasta se sabía la estúpida canción del mapa… 
 
¿Me lo explican, por favor?

lunes, 14 de mayo de 2012

Madre sí hay más que una. 5.- La madre gafapasta

Para la madre gafapasta los cuentos de princesas son el nuevo Necronomicón, una perversión, un modelo más de opresión hacia el género femenino y por tanto, es capaz de cortarse un dedo –o mejor una oreja que está mejor visto en el mundo cultural- antes que comprarle a su niña un disfraz de Cenicienta, que se pasó media vida rodeada de ratones y fregando suelos de rodillas y sólo salió de la ruina gracias a un hombre, que encima y para más inri, era príncipe. Qué vergüenza.

Por tanto, los cuentos de hadas están terminantemente prohibidos y los retoños han de conformarse con terroríficas versiones adaptadas de las obras de Kafka, ilustradas con dibujitos aún más terroríficos o, en un alarde de bondad materna, las siempre tediosas fábulas de Esopo que para divertirse, no mucho, pero para dormir, funcionan la mar de bien.

La madre gafapasta se niega a seguir ‘las normas que impone el mercado a la sociedad’, así que no es muy amiga de comprar los juguetes de moda, es decir, los que le piden sus hijos y es más de juguetes educativos cuanto más feos y deprimentes, mejor y puzzles de paisajes de muchas piezas, que el nene tiene que ir trabajando el cerebro, que para eso se gasta una pasta en la guardería bilingüe donde le suspenden en ambos idiomas.

La madre gafapasta es una activista anti sexista de las de carné, así que obliga a su niña –pobre lampona por el disfraz de Cenicienta- a jugar con balones y futbolines y hasta le compra unas deportivas con tacos –en lugar de los tacones de Blancanieves- que la chiquilla mira estupefacta el día de Reyes y al nene le compra muñecas y carritos de bebé para que sea un hombre de provecho, aunque ambos estén fritos por cambiarse los regalos en un descuido de la vigilancia materna.

La madre gafapasta no es amiga de mentir a los niños ni aunque sea por compasión, así que se deshace en todo tipo de explicaciones sesudas y científicas ante las dudas infantiles y básicas de los pequeños, que desde niños ya lo saben todo acerca de la vida, la muerte y la sexualidad, que los tapujos son muy malos, aunque luego de mayores se gasten la herencia en psicoanalistas varios.

La madre gafapasta tiene el instinto maternal de una croqueta y suele ver a sus niños mayores de lo que son por eso no duda en tratarlos como a pequeños adultos, obligándoles a comportarse como tales, a no usar chupete, a dormir en su propio cuarto desde el día en que nacen, a comer palitos de zanahoria en lugar de chucherías a demonizar el chocolate y a hacer de la licuadora su segunda madre.

La madre gafapasta piensa que Mickey, Bob Esponja y los Pokemon son malas influencias para sus hijos y que aportan poco a su proceso evolutivo, así que los tortura prácticamente desde que nace con los Baby Einstein a los que releva con los infernales Little Einstein, Teo, algo de Manny Manitas –por aquello de que habla a ratos en inglés- y con documentales de animales con sus matanzas incluidas, que para eso es el ciclo de la vida y lo explican mejor que en el Rey León.

La madre gafapasta prefiere cultivar el intelecto al cuerpo y por eso pasa de parques y de columpios que lo suyo es ir de museos e ir enseñando a los peques el gusto por el arte, aunque se trate de una performance de majaras amigos suyos de la Facultad y, de vez en cuando, a un espantoso recital de poesía infantil, a un tenebroso espectáculo de títeres chinos o a algún cuentacuentos de la FNAC donde se hable de Victoria Kent o de Juana de Arco, pero de princesas ni mijita, que para una madre gafapasta mola más acabar quemada en la hoguera que comiendo perdices con el príncipe azul en una carroza de cristal. Dónde va a parar.

(Nivel de identificación personal con la madre gafapasta: 1 sobre 10)
 
Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

sábado, 12 de mayo de 2012

Los novios

Era de esperar. Tanto maratón de Princesas Disney tenía que tener sus consecuencias. Primero quiso los vestidos de brillo y tul, luego, la diadema de plástico y brillantes de los chinos, más tarde, el merchandising monárquico y ahora… ahora quiere al príncipe azul –adelantadilla que me ha salido la nena, oiga- o, al menos, eso parece porque desde hace unos días se pasa el día hablándome de noviazgos y preguntándome quién es el novio de quién y por qué ella no tiene novio con la expresión lastimera de la pava de la clase –que llevaba brackets y unas gafas gigantes de carey- a la que nadie invitaba al baile de primavera.

Indudablemente, la culpa de este repentino interés por los novios la tienen las Princesas Disney que van por ahí todo el día enamorándose y besuqueándose con príncipes repeinados que las llevan a bailes reales con vestidos vaporosos…y, claro, mi niña, que no es de piedra, también quiere esos trajes e ir a bailar el vals y, claro, también quiere un novio de ésos, de los que van montados sobre briosos corceles y rescatan de torres encantadas y brujas malignas a golpe de espada y gallardía. A ver, que la nena no es tonta.

Así que ahora nos pasamos el día analizando quién puede y quién no puede ser su novio no porque yo vaya a decirle con quién puede salir y con quién no, faltaría más, que yo soy muy progre -y en eso no voy a entrar hasta los 14- sino que se ha empeñado en ilusionarse con amores imposibles en plan melodrama de Antena 3, como con el pater, su candidato ideal para novio. Y cuando le explico que su papá no puede ser su novio se enfada, pone morritos de novia despechada y se va al cuarto indignadísima, mascando el rechazo, y luego vuelve y me dice ‘Pues entonces el abuelo, el abuelo sí que es mi novio’ y claro, le tengo que volver a arruinar sus ilusiones románticas y decirle que el abuelo tampoco puede ser su novio y vuelve a enfadarse y vuelve a irse y a regresar y me dice: ‘Bueno, pues entonces el abuelo es mi hijo’ y ya ahí no entro, mira que tampoco es cuestión de destrozarle la vida a la chiquilla y a mi padre le viene muy bien eso de volver a sentirse joven.

A todo esto, yo pretendo que se haga novia de Roberto que es un nene de su guardería que es muy mono y muy finito y tiene una madre muy normal que para consuegra me vale, pero la niña dice que ése no, que es tonto, que mejor Oswaldo. ‘¿Oswaldo? ¿con el que te matas viva cada día? Mira que eso no va a acabar bien’, le digo, pero se ve que a la pelirroja le van las emociones fuertes y se ha decidido a iniciar un romance con el matón de la clase… Aunque a veces me dice que su primo Ale y su primo Nachete también son sus novios y Coquito, ‘aunque sea malo’, también. Así que de momento ya tiene cuatro novios y digo de momento porque acabamos de empezar en el mundo de las relaciones amorosas así que puede que a final de mes en la lista también esté Roberto y los otros doce niños de la clase, que me da a mí que la nena me ha salido ligerita… Ahora a ver cómo se lo cuento al pater.

jueves, 10 de mayo de 2012

Las Princesas Disney, ese tesoro

Si los esclavos tuvieron a Espartaco, los caballeros de la tabla redonda al Rey Arturo y los aliados de la Segunda Guerra Mundial a Eisenhower, yo tengo a las Princesas Disney, así en mayúsculas y en conjunto y preferiría raparme las cejas o que me apaleara un escuadrón soviético antes que vivir sin ellas.

Lo cierto es que entraron en mi vida casi por casualidad cuando todo era Caillou y La magia de Cloe –estúpida Cloe, no te puedo ni ver- y desde entonces todo es felicidad y bailes de salón. Ya sea Cenicienta, La Bella Durmiente, La Bella y la Bestia –con ésta mantiene un pequeño conflicto, mitad me gusta, mitad muero de espanto- y la siempre maravillosa Pocahontas que para nada está entre mis preferidas –¿qué clase de cuento de hadas es éste que no tiene final feliz ni trajes de noche? ¿estamos locos? - pero que encandila a la pelirroja hasta límites insospechados- Y mientras, yo puedo hacer como que vivo… y escribo, leo, cotilleo por Internet y a veces, hasta me pinto las uñas. Un invento éste de las princesas, oiga.

Es cierto que también tiene su parte negativa, que pasa porque la pelirroja se pase la tarde vestida de princesa, alternando de manera compulsiva los dos vestidos que tiene –una vez tuve que ponerle uno encima de otro en un arranque de ansiedad  princesil extreme- y  con la diadema que le compré en los chinos que no puede ser más fea y que, además, creo que le va estrecha porque a veces le salta –pobrecita, ha heredado la gigantocabeza paterna- pero mi niña, como su madre, antes muerta que sencilla, y no se quita la corona ni aunque se le corte la circulación en las sienes, que si tiene que quedarse tonta, se queda, pero una princesa sin diadema ni es princesa ni es na. Como Pocahontas que es una lacia y una plebeya, india, pero plebeya.

Por si esto no fuera poco, nos vemos obligados a bailar de manera continua y sin cesar -como dos figuritas de joyero antiguo- el ‘eres tú mi príncipe azul’, que ponemos en el youtube una y otra vez en un bucle sin fin, dando giros y haciendo reverencias hasta que me da el lumbago o me entran ganas de vomitar –a veces me pasan las dos cosas a la vez- y entonces apago el ordenador y empieza la violencia pelirrojil. Pero le doy al play y pongo la Cenicienta y todo vuelve a ser un remanso de paz.

Lo curioso es que hace mucho tiempo que acumula cosas de las Princesas Disney en casa, como una silla, la mochila del cole, un teléfono parlanchín, un par de cuentos y muchos más trastos, pero parece que ahora los descubre de repente como si fueran nuevos y todos los días tenemos una fiesta cuando vacía los cestos de los juguetes y sale todo el merchandising monárquico y casi se le corta la respiración de la emoción. O quién sabe, a lo mejor es por la falta de riego sanguíneo a causa de la diadema… A saber.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Cinco consejos que leerás en las revistas y que pretenden hacerte la vida más perruna


1.- Si tu hijo dice alguna palabrota, tú no te alteres ni le regañes, ignóralo y ya verás como deja de decirlas en un par de días. (Ahora mismo estoy haciendo la peseta enérgicamente, bueno con toda la energía que tiene una madre agotada y de bien, claro). Durante semanas he fingido que no era consciente del amor de la pelirroja por el vocablo ‘coño’ y no sólo no ha dejado de pronunciarlo sino que ahora lo dice prácticamente en cada frase, venga o no a cuento y he notado que la gente me mira mal al ver que me hago la loca frente a estos desvaríos lingüísticos propios de una prechoni.

2.- Con los niños dialogar funciona mejor que regañar. Con los niños civilizados puede ser, pero tratar de hablar en plan Mandela con una pelirroja tumbada en el suelo de la calle, pegando alaridos demoníacos y haciendo la croqueta al mismo tiempo se me antoja, cuanto menos, complicado.

3.- El baño es mejor dárselo antes de dormir porque le tranquiliza mucho. ¿A quién? ¿Qué tipo de baño? Un baño turco imagino que sí, pero de los normales, no sé yo… La pelirroja alcanza su mayor grado de histeria cuando entra en contacto con el agua -cual gremlin descocado- y con los miles de muñecos de plástico que la esperan en la bañera. A eso también hay que sumarle que sabe activar el jacuzzi y que a esas horas ya estoy en grado locura severa activado, así que el resultado de este cóctel no es bueno para nadie.

4.- Los niños cuanto más duermen, más quieren. Apuesto la cabeza a que éste es el consejo de una madre insomne, maligna y rencorosa que quiere que todas compartamos su infierno de noches en blanco. Según mis propios estudios de credibilidad reducida, puedo concluir que una siesta pelirrojil ha de durar un máximo de dos horas, todo lo que pase de ahí, serán papeletas para una fiesta rave hasta el amanecer.

5.-  Es imprescindible que los niños jueguen y experimenten con la comida para aprender a comer. Y éste, imagino, es el consejo de Skip, que patrocina la sección en secreto. Yo he sentado a la pelirroja a la mesa dos millones de veces, con su propio plato de Pocoyó y su minirración de lo que toque y sólo ha servido para que nos lo lance al entrecejo y/o lo refriegue por el mantel o la pared. Lo más cerca que ha estado de probar algo fue el día en que se metió un fideo por la nariz.

martes, 8 de mayo de 2012

El torneo de fútbol del primísimo

El Día del Trabajo, como no teníamos otra cosa mejor que hacer y, dado que estar parada condiciona moralmente la celebración de esta onomástica curiosona, decidimos ir al Torneo de Fútbol Infantil del primo de la pelirroja, así a las bravas, sin que nadie nos los hubiera pedido, en un alarde de locura transitoria e inconsciencia in extremis.

Lo cierto es que el primísimo lleva ya un tiempo jugando al fútbol – un poco mal, según tengo entendido- y hasta entonces nunca antes habíamos ido a verlo para disgusto del chaval, así que, como ese día jugaba en Rincón de la Victoria y, además, se trataba de un premio importante –todo lo importante que puede ser un torneo infantil llamado Carrasco Cup – pues nos animamos a hacer de cheerleaders por un día.

Así que organizamos una excursión a la amanecía –porque el torneo entre otras torturas incluía madrugar- el abuelo, la abuela, mi tía, mi tío, mi primo Diego, mi hermana, mi cuñado, mi sobrino, la pelirroja y yo misma, que para eso somos una familia muy intensa y nos gusta enfrentarnos a estas terribles aventuras en conjunto. El pater que es más listo que todos nosotros y ya aventuraba que aquello iba a ser un martirio chino, fingió que tenía mucho trabajo y que tenía que quedarse en casa adelantándolo. Picarón.

Y el resto –sólo los que he nombrado, no fuimos todos los Menas, cuando eso ocurre tenemos que fletar un autobús- nos encaminamos a una jornada difícil que, a diferencia de otros eventos familiares que empiezan oliendo bien y a la hora de la verdad acaban apestando, ya apestaba a priori.

Calculado así a bote pronto, en el campo podría haber tres o cuatro millones de personas, pero abultaban más, probablemente porque la mayoría eran niños. Niños de todas las edades vestidos con sus mini equipaciones y con la ilusión de llevarse la medalla de hojalata reflejada en los ojos… y gritando, gritando todo el tiempo, gritando mucho. Gritando mucho pero no tanto como los padres enfervorizados que años atrás habrían estado dándolo todo en una discoteca y que ahora –oh, pobres ex jóvenes metidos a esto de la paternidad- disfrutaban del nulo talento de sus hijos con una tensión que ríete tú de un Barça-Madrid.

Hacía un sol de justicia y, como no podía ser de otra manera, fuimos a parar a la zona del campo donde más sol daba, por lo que tuve que pasarme media mañana echándole crema protectora a la pelirroja -antes de que se volviera fluorescente como suele ocurrir en estos casos- y la otra mitad cambiando pañales y leotardos porque estábamos iniciando la terrible operación diarrea infernal y el esfínter de la nena, inasequible al desaliento, no pensaba darnos tregua.

Todo esto sin poder ver nada de los partidos, -a ver, que no es que yo tuviera mucha ilusión, pero, en fin, ya que se va…- porque los padres y madres entusiasmados estaban levantados junto a la barandilla entonando curiosos cánticos de la peña de sus hijos y gritándole a los pobres chiquillos que apenas están aprendiendo a leer, mientras la comitiva familiar que componíamos nos dedicábamos a beber coca colas y a picar algo del cutrebar del campo con la secreta ilusión de que el equipo del niño perdiera y al fin pudiéramos escapar antes de que nos diera una insolación y las medias se me acabaran fundiendo con la piel, cosa que finalmente ocurrió.

Probablemente lo peor de la jornada no fue el golpe de calor que sufrimos, ni los exaltados padres que nos rodeaban y que daban mucho miedo, ni que la niña acabara con todas sus mudas llenas de caca en mi bolso de Bimba y Lola, ni que a la salida mis padres se olvidaran de recogernos y nos tuvieran esperando cual penélopes a las puertas del estadio durante más de media hora, ni que me llevaran a comer al restaurante que más detesto y que mi madre –nuevamente- pidiera por mí, ni que el primísimo tuviera un ataque de pánico y se saliera del campo llorando, ni que la pelirroja se quemara la frente… Lo peor, sin duda, fue cuando mi madre bajó al banquillo para enfrentarse al entrenador de quince años y amenazarle Dios sabe con qué, para que sacara al niño a jugar de inmediato, ante la estupefacta y avergonzada mirada de mi hermana, el desconcierto de mi padre y mi colapso nervioso. Y lo sacó, digo si lo sacó. Nadie se resiste a la extorsión de mi madre.  ¿Cómo no voy a estar trastornada?

lunes, 7 de mayo de 2012

Madre sí hay más que una. 4.- La madre fan muy fan

La madre fan muy fan es la presidenta del club de admiradoras de su hijo en el que, por supuesto, es el único miembro, un dato que al parecer nadie le ha comunicado por lo que no duda en torturar -en plan bucle infinito y mortal- a sus conciudadanos con las intrépidas historias de su niño, al que inevitablemente -pobre criatura que bastante tiene con lo suyo- acabas por detestar tanto o más que al salvado de avena.

Para la madre fan muy fan su hijo es el más guapo, el más listo y el más gracioso del mundo mundial y si por ella fuera se gastaría los ahorros familiares en diseñar un amplio arsenal de merchandising con el careto del nene y con el que solucionar, de paso, los regalos de los próximos diez años. De hecho, es habitual verla con camisetas, bolsos y llaveros con la foto estampada de su hijo como si fuera un niño desaparecido o un santero centroamericano en miniatura.

La madre fan muy fan tiene un móvil de última generación y un Ipad y está en todas las redes sociales y tiene todos tus emails y tus whatssap, todo ello para no dejarte escapatoria y enviarte una a una y sin piedad todas las fotos de su retoño -en color, en blanco y negro y en sepia, en sepia que no falte- con presuntamente ingeniosos comentarios suyos que te colapsan el correo y te arrancan las ganas de vivir.

La madre fan muy fan opina que siempre es un buen momento para grabar a su hijo haciendo el majara, con la perversa idea de acumular un buen número de vídeos-martirio con los que fustigar a sus conocidos cuando los invita, como quien no quiere la cosa, a una merienda trampa en su casa.

La madre fan muy fan no duda en amenazar a los otros niños del parque para que dejen jugar a su hijo a la pelota y que, además, lo pongan de delantero, y lo aplaude sin descanso como a un Cristiano Ronaldo, aunque en realidad sea un paquete y no se mueva ni a empujones. Igualmente, tampoco tiene reparos en dar unos cuantos culazos a otros pequeños aterrorizados en la cola del tobogán para colocar a su nene el primero o en insistir a otros para que se bajen de los columpios ‘que ya llevan mucho rato y el nene también quiere’, aunque no quiera, que eso es lo de menos.

La madre fan muy fan suele ir a todas las reuniones escolares a protestar -principalmente a porculear- porque a su niño le tiraron de la oreja el lunes en el patio o porque sólo le pusieron un ‘evoluciona’ en el circulo azul, cuando ella sabe de muy buena tinta que su niño se sabe todos los colores, se los sabe hasta en inglés, que lo que pasa es que le tienen manía y no hay más que hablar.

A la madre fan muy fan le encanta presumir de las habilidades de su retoño y si no las tiene se las inventa. Que tu niño sabe contar hasta diez, el suyo se sabe la tabla periódica; que si el tuyo canta por Epi y Blas, el suyo por la Callas; que si el tuyo come verduras, el suyo sushi y así hasta el infinito, un infinito que incluye raíces cuadradas y divisiones con decimales.

La madre fan muy fan también tiene un puntito tenebroso y guarda en un álbum hecho a mano un mechón de pelo y los restos putrefactos del cordón umbilical, que muestra cual tesoro a sus aterrorizados invitados, quienes también han de fingir impresionarse –pero en plan bien- con el sinnúmero de garabatos de Plastidecor -colgados en marcos de Ikea de doble fondo- que hay por toda la casa, así como con las escalofriantes esculturas deformes de arcilla que presuntamente decoran la casa y que, según ella y su sesgado criterio –y aquí estoy siendo generosa-, avalan el futuro artístico del nene, que aún no ha cumplido los cuatro años y es incapaz de colorear sin salirse. "Pero mira tú Picasso, que también iba a lo suyo y ahora es lo más". Pues eso.

(Nivel de identificación personal con la madre fan muy fan: 1 sobre 10)

 
Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 4 de mayo de 2012

¡Felicidades mamás! (adelantadas, eso sí)

A las que les cambió la vida el mismo día en el que le salieron dos rayas al predictor. A las que se pasaron medio embarazo vomitando y el otro medio con ardores. A las que engordaron 20 kilos y no encontraban postura en la que vivir. A las que disfrutaron de las bondades de la epidural y a las que sufrieron una a una las contracciones de la muerte. 

A las que le entregaron un bebé al que no tenían muy claro cómo mantener con vida. A las que se emocionaron junto al pater cuando la habitación del hospital por fin se quedó vacía. A las que llenaron la casa de cachivaches que en realidad no servían para nada. A las que tenían miedo de no hacerlo bien. A las que cambiaron las noches de juerga por las noches de insomnio. 

A las que aprendieron a cambiar pañales a la velocidad del rayo. A las que dejó de importarles llevar la camisa con manchas de leche y otras sustancias innombrables. A las que llenaron el armario de peleles. A las que se metieron por primera vez en una cocina para hacer un vegetal. A las que aprendieron a hacer malabarismos para sobrellevar los cambios. A las que lloraron de desesperación y estrés. 

A las que se emocionaron en el espectáculo de Navidad del cole y rieron como locas viendo a sus polluelos bailar. A las que mandan vídeos de sus niños por whatssap. A las que cambiaron el TCM por Canal Disney. A las que perdieron la vergüenza y el ridículo para arrancar una sonrisa. A las que cantan a voz en grito por la calle. A las que cuentan mil cuentos cada noche. A las que llevan el bolso hasta arriba de envoltorios de chicles y restos de gusanitos. 

A las que han hecho de Caillou y Dora nuevos miembros de la familia. A las que se inventan historias de princesas valientes a la entrada del médico. A las que cada noche sortean juguetes por el suelo y se hincan el mobiliario de la Casa de Minnie en la planta de los pies. A las que no disfrutan de un baño en solitario desde el 96 y se resignan a una ducha rodeada de muñecos de goma. 

A las que gritan como locas en plena calle para que los nenes no se acerquen a la carretera. A las que se despiertan en la noche para comprobar que siguen respirando. A las que tienen plaza fija en el pediatra. A las que se levantan veinte veces de la mesa para atender a la prole. A las que se emocionan cuando les abrazan unos bracitos rechonchos y les acarician unas manos pegajosas. A las que echan de menos la libertad y apenas pasan una noche fuera, gastan la batería del móvil.

A las que fueron escrupulosas y ahora no hay mejor manera de despertarlas que con un beso baboso. A las que se quejan de la mala vida maternal y planean cuándo buscar otro. A las que tienen la espalda destrozada y siguen jugando a los caballitos. A  las que organizan fiestas sorpresa de cumpleaños. A las que juegan al escondite pasados los 30. A las que se derriten con una mirada somnolienta y una sonrisa de dientes de leche. Y en definitiva a todas aquellas, que acumulan ojeras, estrés, mala vida y un montón de momentos maravillosos que son los que hacen que, efectivamente, todo este trajín merezca la pena.

¡Felicidades mamás!

jueves, 3 de mayo de 2012

La gran diarrea

Dentro de esta serie interminable de catastróficas desdichas de salud de poca gravedad pero de mucho porculeo en la que nos vemos envueltos de un tiempo a esta parte, hemos venido a parar esta semana en la terrorífica casilla de la diarrea infernal.

La pelirroja es habitual de resfriados, mocos a gogó, toses infinitas y bronquitis, pero en temas gastrointestinales éramos vírgenes, así que cuando la niña empezó a defecar como un mirlo con colitis a cualquier hora del día o de la noche manchando leotardos, vestidos, pijamas y mobiliario a su paso, nos quedamos tan estupefactos como preocupados y tan preocupados como asqueados ante ese festival de caca sin fin.

El pediatra nos dijo que era de la garganta porque nuestro pediatra suplente –la auténtica imagino que se ha dado de baja por depresión desde que nos tiene como pacientes- es muy original y le encanta sorprender a su público. Y nos mandó antibióticos, agua y paciencia y Dalsy, mucho Dalsy.

Así que compramos una cantidad de pañales digna de un avituallamiento pre guerra nuclear, dimos gracias a Dios por haber retrasado la operación pañal fuera –sólo nos hubiera faltado tener que enfrentarnos a esto sin el parapeto de la celulosa, para acabar en el psicólogo- y nos sentamos a esperar a que saliera todo lo que tuviera que salir y a que llegara un día en que volviera a salir el sol y la diarrea infinita hubiera terminado.

Pero aquí estamos casi una semana después y la cosa no mejora. Al parecer, es un virus, o eso me dice ahora el pediatra suplente en la segunda visita, que ahora me ha dado un jarabe que tampoco parece que sirva para mucho pero al menos vamos concretando porque el prospecto ya no habla de anginas sino de cortar diarreas y eso ilusiona. Un poco al menos.

El problema es que como no la podemos llevar a la guardería pues la tenemos adosada a la cadera día y noche –defecando, siempre defecando- y claro tenemos que hacer con ella cualquier recado. Así el otro día sin ir más lejos, tuvimos que ir al notario que no es que yo vaya mucho al notario, pero me tocaba ir a firmar unas historias y claro, me tuve que llevar al mirlo conmigo.

Yo no sé si fue cosa del virus o el hecho de que el notario decidiera llegar con más de hora y media de retraso a la cita –todo un clásico-, la cuestión es que la pelirroja decidió dar rienda suelta a su esfínter llenando todo el despacho de su líquido inmundo. Personalmente, creo que quiso dejar clara su postura ante tal abuso –¿no se conforma con sacarnos los ojos que encima ha de hacernos esperar media vida?- y dejó aflorar su lado antisistema más rebelde sobre aquel despacho de terrible decoración castellana.

No os quiero ni contar el espectáculo que dimos en la notaría -mitad finjo que no ha pasado nada, mitad gasto dos paquetes de toallitas en limpiar el suelo-, aunque lo cierto es que dada mi creciente mala uva por la tardanza, la humillación fue menor, aunque no mucho menor, la verdad.

Y, bueno, también hemos tenido diarrea en el Mercadona, en restaurantes, en plena calle y en el tortuoso Torneo de Fútbol del primo -que sin duda merece un capítulo aparte- y por supuesto en la cama, que ya no gana una para amoníaco ni para fundas. Qué malvivir y qué asco más malo.

Lo peor del asunto es que el sábado vinieron a cenar a casa unos amigos con sus respectivos churumbeles y dado el dudoso carácter generoso de la pelirroja que se niega a prestar su Moto Feber pero sí a compartir virus, acabamos con un ¡diarrea para todos! Y así vamos, con medio mundo maldiciéndonos por el contagio masivo y el otro medio sufriendo los estragos de la diarrea sin fin que todo lo abarca y todo lo espurrea.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Cinco grandes mentiras sobre los recién nacidos. Parte II

A los bebés hay que bañarles como mucho cuidado. El cuidado lo tendremos nosotras, madres primerizas y asustadas. Quien haya visto a una auxiliar de enfermería bañar a su hijo en el hospital y bajo un grifo de fregadero como si fuera un atún, aún estará sorprendida de que su hijo siga con vida y se sentirá ridícula con su termómetro acuático de última generación.

No lo cojas mucho o luego se acostumbrará y no parará de llorar. A ver, seamos serios, no parará de llorar si lo coges mucho o si no lo coges o si lo coges a pata coja o si le bailas la Lambada. Llorará mucho y casi siempre. Hagas lo que hagas. Si quieres echarte la culpa y flagelarte, allá tú con tu depresión posparto.

A los bebés les relaja la música clásica. ¿A qué bebés? A los resabiados futuros admiradores de Little Einsteins, imagino -que, por cierto, menudo torpedo de serie-. La mía se revolvía como una culebra con sólo escuchar nombrar a Mozart y se emocionaba con la ‘Morena de mi Copla’ y el ‘Que no daría yo’ de Rocío Jurado, que la pelirroja parece guiri pero castiza es un rato. Para gustos…

El niño trae un pan bajo el brazo. La mía, desde luego, no. O si lo trajo alguien se lo comió por mí. La mía sólo trajo felicidad, no digo yo que no, pero también una vida perra para sus padres -y sus vecinos, que también la escuchan-.

Raparle el pelo habitualmente hace que le crezca más fuerte. A ver, ¿qué necesidad hay de humillar al chiquillo de esa manera? Independientemente de que sea un mito y Kiko Matamoros lo demuestra ¿acaso hay que ‘caillouzar’ al niño para que luzca coleta en un futuro? De aquí a los cuarenta, Dios dirá, como diría mi abuela y si no, que se compre un bisoñé como el Dioni, pero dejadle vivir con dignidad en sus primeros meses de vida, pobretico.

Cinco grandes mentiras sobre los recién nacidos

Los bebés huelen a gloria. ¿En serio? ¿Qué bebés? ¿Cuándo? Al salir del baño, puede ser, pero poco más. Huelen a caca o a leche o a leche regurgitada que es aún peor.  Eso sí, todo camuflado por litros de Nenuco, lo que es aún más duro de llevar.

La caca de los bebés no da asco. ¿A quién? A un mandril imagino que no. Pero a cualquier persona de bien que deba enfrentarse a las plastas liquiduchas y de ínfame olor de un recién nacido, sí. Y mucho.

Todos los recién nacidos son guapos. ¿Cuáles? ¿Los de las películas que en realidad tiene cuatro meses? Lo raro no es un recién nacido feo, lo raro es uno guapo. Sobre todo con esas camisetas de papel que le ponen en los hospitales, esas uñas a lo Aramis Fuster, ese pelillo envolviéndole el cuerpo… Los quieres por instinto, no por su belleza.

Los bebés sólo comen y duermen. ¿Qué bebés? Los de juguete ¿no? La mía también lloraba como una verraca, vomitaba como un habitual de la ruta del bakalao y defecaba como un mirlo. Eso sin contar con las patadas a lo Bruce Lee a la hora del baño, las mecidas para dormirla y los cambios y cambios de pañal a horas intempestivas.

Los mocos de los bebés son gloria bendita. Prueba a tener que aspirarlos con ese asqueroso invento sacamocos y a verlos todos acumulados en la boquilla y me cuentas qué es para ti la gloria bendita. A ver, que a lo mejor te han engañado…