martes, 31 de julio de 2012

Fondo físico

A ver, estas cosas -como otras muchas- nadie te las dice, pero para ser madre hay que tener un buen fondo físico. Y cuando digo un buen fondo físico no me refiero a una buena genética epidérmica para combatir las arrugas que te saldrán tras la segunda noche en vela ni a un metabolismo envidiable que te haga perder los dos mil kilos que pillarás en el embarazo antes de terminar la cuarentena, que a ver, si tienes esa suerte, pues eso que te llevas y que, además, te ahorras en disgustos, dietas infructuosas y cremas carísimas, pero a lo que yo me refiero es al fondo físico de toda la vida, al fondo físico deportivamente hablando.

Me refiero a tener fuerza en los brazos para poder vivir levantando el equivalente a una garrafa de agua (luego a dos y más tarde a tres garrafas) durante 24 horas al día haciendo tu rutina normal –todo lo normal que puede ser una rutina maternal- sin dejarte el cuello lisiado de por vida. Levantarte a las tres de la mañana y agarrar la garrafa –si no has dormido con ella encima- sin que te cruja hasta el codo cual traca de feria y sin que las cervicales te pongan la cabeza del revés a lo niña del exorcista.

Me refiero a poder hacer una media de tres millones de flexiones diarias para recoger otras tantas piezas de construcción, juegos de té y porquerías variadas que pueblan todo el suelo de la casa y hacerlo sin gemidos de anciano acabado. A tener la agilidad para sortear rápidamente y sin previo aviso un pipí clandestino tras el sofá sin acabar pisando una mini cama de Minnie y clavándotela en el pie para llevarla cual trozo de metralla para toda la vida. A levantarte de un salto a las cuatro de la mañana para colocar un chupete en la oscuridad con la destreza de un marine. A correr una maratón detrás de la prole cada día para evitar que se pierda en mitad de la calle, que destroce una tienda a nivel Kale Borroka on o que coquetee con el suicidio frente a cualquier carretera.

Me refiero a tener fondo para subir las escaleras con 17 kilazos –juraría que ya son 18- encajados en la cadera sin partirte las rodillas, a colocarte a la nena a hombros para ver una procesión sin matarte ni matarla ni dejarla jorobada, a tener energía para aguantar el trajín de playa, piscina, paseíto, columpios, parque de atracciones y saltos en la cama…

Yo que siempre he sido una vaga de las de carné, esto me ha pillado desprevenida, a traspiés, y ahora tengo que ir poniéndome al día para poder llegar viva hasta la meta –esto es la boda o el ‘arrejuntamiento’ de la nena en plan ‘ahora tú la llevas’, endiñándosela a su pareja sine die- y a ser posible con todos los huesos y músculos en su sitio…

Así que me he visto obligada a apuntarme al gimnasio, sí, otra vez. Con la firme promesa, otra vez, de aguantar como una jabata hasta tener el culo de Blake Lively. Y me he apuntado a Spinning que viene a ser como el infierno en la tierra, pero al menos  ponen música actual –o eso me dicen mis compis- y escapo un rato del yugo maternal, que también está muy bien, pero la verdad es que eso de ir en ropa de deportiva, sin pintar –asustando a la gente-, con una terrible coleta y encima sudar, no es lo mío… que yo tengo un glamour, hombre ya. Y mis amigos –por llamarlos de alguna manera- que lo saben, tienen una porra abierta sobre cuánto aguantaré. De momento llevo tres meses y la verdad es que no veo resultados… ni mucho menos el momento de escapar. No hasta que haya superado todas las apuestas... y después Dios dirá… que seguro que la Lilevy lleva prótesis.

lunes, 30 de julio de 2012

Madre sí hay más que una. 16.- La madre pamplinosa

La madre pamplinosa ha leído demasiados libros de autoayuda a lo largo de su vida y se cree a pies juntillas todos los consejos que ha recabado en las revistas de padres y en los siempre peligrosos foros de Internet y no duda en ponerlo todo en práctica, aunque implique dormir al bebé a las tres de la madrugada con música hindú –que es a esa hora cuando los chakras se recolocan en sintonía con el universo- u orientar la cuna hacia poniente, que ya se sabe de toda la vida de Dios que el feng shui es mano de santo contra los cólicos infantiles.

La madre pamplinosa disfruta de cada momento del embarazo, hablando de milagros de la vida y de conexión con el universo –mientras las compañeras de las clases preparto maldicen sus hemorroides y quieren vomitarle el ácido fólico en la cara- y todo lo parece estupendo, incluidas las estrías y las náuseas, porque sin sufrimiento no hay amor y por eso especifica en su plan de parto que no quiere epidural, ni material quirúrgico, ni oxitocina ni nada… ni enema –qué humillación, mejor humillar al médico cuando defeque en su cara- pero velas sí, muchas y con olor a lavanda, que eso relaja la pituitaria y hace que se dilate todo lo dilatable.

La madre pamplinosa es carne de cañón de asociaciones majaras y se apunta a su hijo nonato a sesiones de inteligencia emocional, consistentes en masajes a través de la barriga con aceites de coco del Mercadona y declaraciones de amor y principios introspectivos de los que invaden el Facebook los fines de semana sobre la foto del atardecer clásico de las toallas chonis.

La madre pamplinosa cree que su hijo ha de ser libre para desarrollar su personalidad en todo su esplendor por lo que es contraria a cohibirlo con prohibiciones absurdas como no poder pintar las paredes de la casa –con lo de creatividad que sale de las Plastidecor-, no pegarle a su hermano –porque él ha de descubrir por sí mismo lo que está bien y lo que no- o no orinar en el pasillo –basta ya de represión social- porque los pequeños han de crecer rodeados de confianza, amor y un ambiente liberado de tensiones, al menos hasta que ahorre y se compre una catana en el rastro.

La madre pamplinosa no cree en los modelos educativos tradicionales por aquello de que condicionan la libertad de los pequeños –que se ve que imponerle normas es como muy del siglo XIX -, por lo que ha erradicado la palabra NO de su vocabulario, hablando sólo en positivo y tratando de redireccionar su conducta en situaciones negativas con alternativas de sólido peso racional –jajajjaja- mientras prepara el traje que lucirá en la temporada 18 de Hermano Mayor.

(Nivel de identificación personal con la 'madre pamplinosa’ 0 sobre 10)   

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 27 de julio de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica interesante


Pues sí. Yo era una chica interesante o, por lo menos, me lo hacía. Tenía conversación para todo porque solía estar actualizada y conocer todos los detalles sobre cualquier tema de rabiosa actualidad, principalmente, porque formaba parte de mi trabajo y, además, porque tenía tiempo para dedicar a leer la prensa y las opiniones de genios y majaras a partes iguales.

Solía estar al día de todo lo que se consideraba chic y cool y otras muchas palabras que ya han pasado de moda. Veía todas las películas que se estrenaban y conocía todos los detalles del rodaje y los paralelismos con otras cintas de la época dorada de Hollywood para poder hacerme la interesante cual cinéfila trasnochada.

Tenía ingenio y sabía sacarle punta a casi cualquier cosa y hacía chascarrillos con cierta gracia natural que, al parecer, divertía a la gente y era capaz de pasar magistralmente de una conversación sobre Carmen de Mairena y el Arlequín a analizar el debate sobre el Estado de la Nación aportando datos que había leído en las páginas salmón de El País, ésas que ahora me dan una dentera que me obligan a inyectarme tres antihistamínicos seguidos.

Era de las primeras en saber cuándo se abría un nuevo local de moda en la ciudad y sabía desde el tipo de música que se pinchaba hasta el cóctel estrella que preparaban y siempre tenía un par de opciones para sorprender a los amigos cuando me pedían que les llevara a algún sitio diferente y como acaba conociendo al personal pues hasta nos invitaban a lo que quisiéramos, que hasta tenía vasos con mi nombre, por Dios.

Y ahora… ahora no sólo no me conocen en los bares sino que ni me dan flayer en la puerta, espero que porque saben que en realidad no quiero entrar –autoestima alta en piloto automático-, y cuando entro no conozco a ningún camarero aunque quizá sí a sus padres ya retirados, imagino… que en las pasadas Navidades descubrí al mulato de los sueños de toda la pandilla -que antaño regentaba un famoso local nocturno malagueño y hacía cócteles sobre la barra a lo Tom Cruise-, haciendo de Rey Mago para el Corte Inglés… Así no. Eso no se hace con los mitos de una…

Y bueno, ahora tampoco logro hilvanar dos pensamientos unidos sin echar humo por las orejas. Leo el periódico a saltos y por Internet -con el pelirrojismo a cuestas luchando en plan Pressing Catch por el dominio del teclado- y lo poco que voy leyendo lo voy olvidando antes de terminar cada frase y lo peor es que ni me importa… porque la verdad es que tampoco lo entiendo porque me falta información previa –debido al periodo de desinformación extrema cuyo inicio coincidió con la rajada de mi útero- como si me hubiera saltado seis episodios seguidos de una telenovela venezolana y ahora pretendiera que Topacio siguiera siendo ciega. Así no se puede.

jueves, 26 de julio de 2012

Querida Dora ¿dónde quieres que te monte el piso?

Que sí, que sí, que es insoportable y que merece el eterno exilio a un Gulag siberiano. Ella y su estática melena faraónica, el mono celeste y borderline con sus ridículas gigantobotas y su reprimida orientación sexual, la extraña vaca azul con pañuelo y toda ese suerte de bichejos que la acompañan, sobre todo el zorro cleptómano y estúpido con la voz  de Llongueras, la mochila parlanchina y bulímica y el coñazo del mapa, a los que hace unos meses hubiera prendido fuego sin dudarlo… y hubiera disfrutado viéndolos arder.

Pero ahora… ahora todo es diferente...

El pater, que últimamente no reconoce mi autoridad –imagino que porque cada día demuestro estar más desequilibrada y no soy muy de fiar, que el otro día metí unos calcetines en la nevera y negué haberlo hecho a pesar de que sabía que había sido yo- descargó a escondidas de mi persona toda una temporada de Dora La Exploradora –¡un sacrilegio imperdonable!- y se los puso a la nena aprovechando mis tortuosas escapadas al gimnasio –este es otro tema en el que tendremos que profundizar-.

Y al parecer, la pelirroja quedó cautivada desde el minuto uno, tanto así que el pater, en un arrebato de entusiasmo y valentía, se atrevió a confesarme tal fechoría para que tras unos instantes de locura transitoria, pudiera entregarme a las bondades de Dora y su equipo mágico y disfrutar del tiempo libre que, según él, me regalaría la paticorta mexicana.

Hicimos la prueba y no defraudó. Madre mía, madre mía, madre mía, madre mía. Qué descubrimiento, qué maravillosa paz, qué embobamiento, qué entrega pelirrojil… Una maravilla, oiga. Que si por la nena fuera, se empadronaría frente al televisor para toda la vida, tarareando alegremente las cargantes canciones habituales y respondiendo a las preguntas y a las adivinanzas como si no hubiera un mañana.

Y yo, bueno, sigo sin tolerarla, para qué vamos a engañarnos, que Dora es mucha Dora, pero con tal de tener a la bestia ahí, sentadita en su sillita playera de Cenicienta, como una muñequita que nunca hubiera roto un plato, canturreando inocente y alegremente en spanglish, sin lavarse los pies en el cubo de la fregona –a veces con los zapatos puestos-, sin pretender lamer las pelusas de la escoba –manda narices que se coma las pelusas y no quiera probar el queso-, sin envolverse en papel higiénico –cual momia escocesa-, sin pintarme la pared con mi nueva barra de labios nude, sin vaciarme los cajones de la ropa interior y repartir su contenido por la casa, -que viene alguien en visita sorpresa y se cree que rodamos una versión casera de '9 semanas y media’- y, en definitiva, sin destrozarme la casa ni los nervios… que se me hace liviano pagar el precio del ‘Swiper no robes’, aunque sea a todas horas, además ahora tenemos cascos…

Lo dicho, le pongo una casita. Y con piscina.

miércoles, 25 de julio de 2012

Aquelarre maternal

A una le ocultan muchas cosas cuando está embarazada sobre cómo va a ser esto de la crianza, imagino, como ya he comentado otras veces, que por no arruinar los últimos meses de tranquilidad personal con terribles historias de insomnio, cólicos y regurgitaciones -¿habrá una palabra más fea que ésta?- o, también pudiera ser,  por la malignidad oculta de disfrutar viendo a las preñadas hacer planes sobre su vida tras el parto -¿he dicho vida? Jajaj-, mientras las que ya sabemos cómo va esto nos partimos de risa tras la cortina...

Buena parte de esta maldad que se apodera de nosotras las madres viene dada por la envidia cochina que sentimos hacia las no madres que aún pueden ir con el pelo sin restos de chicle y peinado como una persona cuerda, mientras nosotras nos hemos de conformar con no oler a gusanitos con queso o a leche con galletas que es un olor muy de la posguerra y muy triste. Vamos, que sufrimos viendo a nuestras amigas en tacones, con sus trajes impolutos, sus maquillajes perfectos y sus bolsos de persona en los que no hay cabida para los restos de huevo Kinder, ni las pajitas de zumo, ni las gominolas a medio chupar, ni mucho menos para las piruletas pegadas en el ticket del aparcamiento.

Vale que parte de esta maldad es intrínseca al malvivir maternal, pero lo cierto es que hay no madres que se empeñan en favorecerla atreviéndose a dar consejos del tipo ‘Es que tienes que guardar tiempo para ti y darte un masaje o irte a un spa una vez al mes’ – claro, cómo no se me había ocurrido antes, lo haré entre el vómito del desayuno y el maratón de Caillou, justo antes del ataque de estrés de las nueve de la noche- o el ‘Tienes que hacerte algo con ese pelo’ -¿peinarlo por ejemplo? Quizá si tuviese la décima parte del tiempo que tú empleas en pintarte las uñas, igual hasta parecería una persona normal’- y así siempre. A veces las pobres amigas no madres ni siquiera pronuncian estas palabras pero nosotros pensamos que las piensan y eso es suficiente para volvernos muy locas. Más locas quiero decir.

Así que cuando una amiga no madre de ésas perfectas –que a ver, a lo mejor antes de que tú fueras madre, eras mil veces más perfecta que ella, pero claro, ahora a tu lado Espinete es la it girl del momento- se embaraza y pare, nos asalta un regocijo maravilloso, más que por la llegada de un nuevo bebé a la familia, por el deterioro que inevitablemente va sufriendo la madre en sus carnes y en sus neuronas, esa misma que decía que te echaras un poco de Sérum en el entrecejo… y que es como diría mi madre un guantazo sin mano.

Yo, como desde que soy madre y estoy entregada a la inagotable tarea de la crianza, me he convertido en una réplica malvada de mí misma, disfruto muy mucho viendo cómo las mujeres perfectas se van convirtiendo una tras otra en una versión de los chinos de sí mismas tras pasar por el paritorio, sobre todo, las que eran malignas y me recordaban que llevaba el pelo como la loca de los gatos de Los Simpsons, que a ver, era verdad, pero aquí nadie ha pedido nunca la verdad… Y disfruto, disfruto mucho viendo que ya no tienen el pelo tan brillante, ni los ojos tan vivos, ni la cintura tan estrecha… y bueno, cuando le descubro un pegote de galleta en la camisa, entonces ya llego al orgasmo de la maldad…

Si es que eso que dicen de que la maternidad te hace mejor persona es un bulo.

martes, 24 de julio de 2012

Descubrimientos

Decía un cutre refrán de ésos que te escribían en las carpetas los compañeros de 8 de EGB en las fiestas de fin de curso –la mayoría sacados de la SuperPop-, que ‘uno no puede echar de menos lo que nunca conoció’ y alejándonos un poco de la ridícula solemnidad con la que nos lo habían escrito después del Bollycao de media mañana-con bolígrafo rosa con olor a moras-, imagino que la reflexión debe de ser cierta porque si no, no me explico cómo los antiguos podían vivir, por ejemplo, sin luz eléctrica y no morirse del agobio de tener que vivir pegados a un candil sin dejarse la cabeza en uno de los quicios de los pasillos en una mala noche o no acabar calcinados tras una cabezadita en el sofá o no terminar vislumbrando apariciones marianas entre las sombras de aquel artefacto sobre las paredes empapeladas…

Yo, que el único contacto que tuve sin electricidad fue en un campamento del instituto y aún guardo algunas pesadillas al respecto –algunas fruto del Chivas que había colado en la maleta mi amiga Sandra tras mangárselo a su padre- creía ser una mujer moderna, pragmática y sobre todo, conocedora de todo aquello que pudiera hacerme la vida maternal un poco menos horrible y que lo usaba, sin miramiento alguno, en mi favor y en el de mi salud mental, en plan nunca son demasiadas chucherías como nunca son demasiados episodios de Caillou…

Pero hete que aquí que el pater, que siempre ha sido más listo que yo –por el hecho de que no tuvo que perder un tercio de sus neuronas en un embarazo infernal y que, además, le queda paciencia e interés para el Muy Interesante, el Muy Historia y todos los muys empollones…y yo soy más de entregarme a la Cuore y a sus reportajes de investigación sobre ‘quién tiene el culo más caído’-, apareció un día en casa como quien hubiera alcanzado el Nirvana, tras un chivatazo de un padre amigo y sufridor, portando un regalito para la pelirroja y anunciándome una buena nueva que ya quisiera el Arcángel Gabriel.

Después de dos años guerreando por el mando o simultaneando ordenadores y televisor, -que no veas tú el follón de diálogos mezclados… que en mi televisor hablaba la Khalessi de Juego de Tronos y en el portátil le contestaba el mono Botas a grito pelado- que no había manera de enterarse de nada, va el pater y nos trae el aparato más simple y sencillo del mundo: unos cascos, unos gigantocascos para ser exactos, que ríete tú de los de David Guetta, para colocárselos a la niña cual sufridora del 1,2,3, almohadillados y todo para que no sufran sus miniorejas y no acabe hartándose a los dos minutos y así pueda ver cualquiera de sus bucles televisivos sin tener que torturarnos al resto de la maltratada familia.

Y mano de santo. Tres días llevamos con los gigantocascos en nuestras vidas y somos otros, otros más cuerdos y menos estresados y no veas lo de adelantadas que tengo las series pendientes.... Y la niña como loca, cual DJ trasnochada, ensimismada en su bucle Pocahontas-Bella Durmiente-Cenicienta sin darnos un ruido… Eso sí, de vez en cuando estamos tan concentrados en nuestra serie o película o anuncios de compresas que la niña lanza un grito –generalmente cuando aparece en pantalla John Smith, que mi niña es muy groupie para eso- que me deja en estado de shock unos pocos segundos, pero al momento, reiniciamos y cada una a lo suyo. Y todo es felicidad. Felicidad y silencio que cuando una es madre es casi lo mismo. ¿O no?

lunes, 23 de julio de 2012

Madre sí hay más que una. 15.- La madre no madre

La ‘madre no madre’ adora a su prole pero detesta el estereotipo de madre y trata de no hundir su antiguo yo en el laberinto de pañales, biberones, llantos y malvivir maternal que soporta a diario, creyendo firmemente que este infierno sólo es una etapa pasajera de la que resurgirá cual Ave Fénix, un Ave Fénix con bebé incorporado, pero un Ave Fénix al fin y al cabo.

La ‘madre no madre’ se niega a ser sólo una madre y hace un esfuerzo sobrehumano por parecerse lo más posible a su yo anterior aunque implique embutirse en un vestido que hace tres años que no le va, robarle tiempo al sueño para pintarse las uñas del color de moda y empezar todas las dietas que se le ponen por delante aunque la voluntad sólo le dé para tres días y medio y acabe lanzándose a las Oreo bañadas con nocturnidad y alevosía, que ya se sabe que a los carbohidratos los carga el diablo y hay que pillarlos desprevenidos.

La ‘madre no madre’ apenas pasa de puntillas por las secciones de niños en las tiendas de moda y se gasta la mayoría del presupuesto textil familiar en la nueva colección de Inditex para su cuerpo serrano, que para eso ella sabe de moda y a la niña lo mismo le daría ir vestida con el disfraz de Cenicienta toda una vida, incluso por el lado pobre, que la nena aún no entiende la importancia de un buen fondo de armario.

La ‘madre no madre’ está frita por escaquearse de las tareas maternales cada vez que le es posible –que no son muchas, pobre- para soltar estrés y adrenalina, que a su entender una mujer feliz es una madre feliz, y una madre feliz cría a un bebé feliz o eso leyó alguna vez en la Cosmopolitan. Y echa tanto de menos las juergas que acude a las bodas como quien va a una fiesta rave -¿o ya no se llaman así?- dispuesta a darlo todo hasta el amanecer, incluso bailando Paquito el Chocolatero.

La ‘madre no madre’ no concibe el ir a la playa sin broncearse y se tira en la hamaca a hacerse la muerta mientras su prole se las ventila sola en la arena con las hijas de otras madres no madres y bajo la supervisión del pater o de la típca coleguimadre que siempre hay en toda pandilla y de la que siempre se abusa… pero con cariño, ¿eh? siempre con cariño.

La ‘madre no madre’ pide vino cuando come fuera y siempre está dispuesta a hacer planes divertidos aunque haya que ir con los niños a cuestas, que la crianza es muy dura y compartida con amigos padres es más llevadera. Así, siempre aboga por una fiesta antes que por una cena y por un almuerzo en un local de moda que en un restaurante añejo y por un chiringuito chill out que por uno de espetos de sardinas aunque se coma peor y sus hijos sean los únicos que den por saco, saltando sobre las impolutas –no por mucho tiempo- camas balinesas.

La madre no madre adora a su prole, pero también adoraría a una nanny filipina si la tuviera y fantasea con la idea de viajar a países exóticos con toda la familia –por aquello del ni contigo ni sin ti- pero sin privarse de un mojito helado ni de una siesta bajo una palmera tropical, que la madre no madre podrá ser Antoñita la Fantástica pero tonta lo que se dice tonta, no.

(Nivel de identificación personal con la 'madre no madre’ 9 sobre 10)   

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 20 de julio de 2012

Un día de playa para olvidar. Parte II

Gracias a Dios, los niños querían sentarse junto a la orilla para poder dar rienda suelta a su salvajismo y nos hicieron desistir de coger unas hamacas en el paraíso terrenal, y digo gracias a Dios porque nos hubieran acabado echando a patadas del chiringuito –primero, por callunas y segundo, por tener que aguantar a los niños echando arena sobre sus mojitos-, así que acabamos estableciéndonos en la arena junto al mar, como elefantes en una cacharrería, pasando entre las toallas a zancadas, haciendo comer arena a todo el que se cruzaba con nosotros y golpeando con los gigantobolsos y demás merchandising playero a todo el que se nos ponía a tiro.

Como el plan inicial era darle al hamaqueo pues no habíamos previsto traer una sombrilla decente y tuvimos que conformarnos con una que tenía mi hermana abandonada en el coche –aún no tengo claro con qué fin- que tenía un par de pinchos salidos –todo glamour- y que a la base por donde se hinca en la arena le faltaba la punta en pico, por lo que clavarla bien fue una tarea imposible y se quedó a medio hincar, balanceándose al viento cual melena surfera, hasta que dejó de balancearse y salió disparada como alma que lleva el diablo dispuesta a apuñalar con su punta roma y oxidada a media playa, que se levantaba aterrorizada y haciendo aspavientos ante la terrible amenaza ‘sombrillil’.

Y como la sombrilla estaba hecha un asco y nosotras queríamos fingir ser chicas glamourosas pues no queríamos ir a buscarla, tratando de que la gente no se diera cuenta de que era nuestra, pero claro era eso o que acabáramos en Comisaría, así que al final tuvimos que ir al rescate de lo que quedaba de sombrilla, que era poco.

Así que nos quedamos sin sombrilla. La parte positiva es que hacía viento y poco calor y curiosamente no había muchas olas, por lo que podríamos bañar a las bestias hasta dejarlas agotadas y sin ganas de matarse vivos y quién sabe, a lo mejor hasta podríamos comer sin atragantarnos… Así que tras embadurnarlos con esa escayola que llaman crema Isdin factor infinito y ponerles los manguitos y hacer coletas y buscar balones y poner gafas de buceo, nos acercamos por fin a la orilla para descubrir con espanto cómo dos millones de medusas nos saludaban amenazantes.

Así que tampoco hubo baño. Ni glamour, ni hamacas, ni sombrilla, ni baño, ni ganas de vivir.

Así que no nos quedó otra que entretenerlos a la vieja usanza, enterrándolos en la arena, cavando hoyos, haciendo castillos y todas esas cosas que habitualmente suelen hacer el pater y mi cuñado mientras mi hermana y yo nos tostamos al grito de ‘melanoma ven a mí’ y criticamos todo lo criticable.

A mí se me ocurrió en un arrebato de estupidez, llevarlos a la ducha a refrescarse y les gustó tanto la idea que me pasé media jornada playera yendo y viniendo con la pelirroja y sus agotadores 17 kilos a la cadera, con lo poco que me gusta a mí el lucimiento playero, agachándome a recoger las chanclas, los cubitos y todo lo que portaba y que iba tirando a su paso y que ella no podía recoger ‘porque la arena me quema loz piez’ y corriendo tras el primísimo, que cual potro desbocado corría de un lado a otro recogiendo 'piedras preciosas' para su madre y dando cabezazos a las top models con las que nos cruzábamos y a las que a más de una acabó reventándole una prótesis.

Y para acabar con el infierno y en un ejercicio de afianzar nuestra autoestima decidimos comer en el chiringuito guay y allí nos fuimos, con nuestras mejores galas playeras llenas de lamparones variados de polos de nieve extrafucsias, restos de zumo pestoso y pegotes de esa extraña masa que forman las cremas protectoras mezcladas con la arena y el polvo playero y de la que no hay manera de librarse…

Y allí comimos sentadas en una mesita alta la mar de bien, con nuestras copas de vino y nuestra conversación coherente, mientras los primísimos se mataban vivos en una cama balinesa, lanzándose patatas deluxe y restos de rúcula… y nosotras hacíamos como que no los conocíamos en una versión depurada de la madre panderona ‘juro que éste no es mi hijo’.

La suerte es que el local estaba vacío y sólo molestábamos a los camareros que no nos podían ni ver, sobre todo uno con la boca de rape, al que tuve que pedirle seis veces la inscripción para hacernos el carné de socias… “pero este feo qué se ha creído, -me susurró mi hermana indignadísima- ¡si estamos buenísimas y superglamourosas!”, justo cuando sacaba el monedero para pagar y salió rodando la última ‘piedra preciosa’ que el nene le había regalado y que allí, bajo la luz artificial, y frente al camarero maligno, resultó ser un trozo de salchichón reseco... Qué vida perra.

jueves, 19 de julio de 2012

Un día de playa para olvidar. Parte I

Mi hermana, que hace poco que se ha sacado el carné de conducir y ahora se cree Fitipaldi, me dijo el otro día de ir a la playa los cuatro, léase ella, el primísimo, la pelirroja y yo, ya que los padres de las criaturas estaban trabajando y le apetecía que nos hiciéramos las madres modernas e independientes que pueden ir a la playa solas con su prole sin morir... o matar en el intento.

En un alarde de optimismo y confianza fraternal, decidí que podía ser un buen plan y nos lanzamos a la aventura, a darlo todo en una playa jovenzuela, nada de espetos de sardinas ni de hamacas con señoras barrigonas, sino a alguno de los chiringuitos chill out de moda donde los clientes tienen el cuello a punto de reventar de tanto músculo y para las chicas es obligatorio tener prótesis mamarias, extensiones en el pelo y postura a lo Ana Obregón.

Sobra decir que nosotras no cumplimos ninguno de esos requisitos y que encima llevábamos a la prole a cuestas, en plan Paco Martínez Soria, con sus cubitos con palas, rastrillos y moldes de tortugas que nadie utiliza jamás; sus pelotas de playa hinchadas hasta la extenuación; los manguitos de Bob Esponja, las dos mil toallas y la regadera de Imaginarium, protagonista de la disputa por la que estuvieron partiéndose la cara toda la mañana… pero a veces en los momentos de necesidad, una altera la visión de la realidad y acaba creyéndose parte de un grupo aunque el grupo la repudie.

El trayecto en sí ya fue un tormento, ya que para un camino que tarda en recorrerse unos 20 minutos, nosotras empleamos una hora y media, ya que mi hermana y su nulo sentido de la orientación decidieron hacer una interpretación libre de los carteles indicativos y acabamos en la otra punta de la ciudad, junto al Cementerio para ser exactos, del que sólo logramos salir incorporándonos a una autopista desconocida y terrorífica donde al parecer sólo conducían versiones de los personajes de los autos locos en versión ‘hasta el culo de éxtasis’.

Fueron tantas las vueltas que dimos –que a punto estuvimos de abandonar el coche y establecer nuestro nuevo domicilio fiscal en un andén de por vida- que la pelirroja empezó a hacer gestos rarunos y muecas extrañas que me parecieron incluso divertidas hasta que derivaron, como no podía ser de otra manera, en un maratón de vómitos de color rosa sobre la tapicería y sobre mi propia persona, mientras el primísimo, escrupuloso como él sólo, daba arcadas al unísono.

Así, entretenidos con la vomitona infernal -que nos obligó a abandonar nuestro periplo en un par de ocasiones-, acabamos llegando a nuestro destino con el estómago en el cogote, con ganas de dejarnos morir en la orilla y con pinta de recién salidos de un campamento de refugiados después de una semana con fiebres amarillas y claro, la gente nos miraba... ¡no nos iba a mirar! y eso que aún no sabían lo que se les venía encima...

(Continuará)

miércoles, 18 de julio de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica lista...

Pues sí. Yo era una chica lista, de ésas que estudiaban el último día y lo sacaban todo sobresaliente cuando no Matrícula de Honor con el esfuerzo de rascarme una oreja. Así desde Parvulitos –qué me gusta esta palabra- hasta COU y luego en la carrera más de lo mismo. Entre el tiempo que empleaba en la cafetería –invertido en gusanitos y coca cola Light- y el que dedicaba a trabajar en el periódico, me quedaban exactamente diez minutos para pedir apuntes por las esquinas –con técnicas cada vez más depuradas, que los empollones son muy suyos y no te dan un soplo en un ojo- y estudiar un poco en el tren de cercanías junto a millones de guiris con sus maletones y sus conversaciones gritonas… y oigan, ni un examen suspenso.

Me leía un libro por semana e igual me tragaba el Diario de Bridget Jones que la Montaña Mágica de Thomas Mann o la Insoportable Levedad del Ser de Kundera, de hecho, en un alarde de gafapastismo me leí de un salto la Odisea y la Iliada aunque sólo fuera por el placer de poder decir que lo había hecho.

Veía todas las películas independientes que salían en cartelera o que ponían en la cinemateca y que no conocían ni sus propios directores –y que eran tan lentas que en dos horas y media el protagonista ni se había levantado de la cama- y además, lograba seguir todas las películas de espías sin tener que pararla siete veces y apuntarme una lista de personajes como las de las primeras páginas de las novelas de Agatha Christie.

Pero fue entregarme a la maternidad y volverme una boderline de libro. No tengo tiempo de leer ni una mísera revista, aunque me las compro a pares para qué engañarnos, pero cuando lo tengo –o lo robo del sueño- me descubro pensando en cosas absurdas que en realidad no me importan en mitad de un párrafo –tipo ¿cómo se llamaba la señora Basura de los Fraguel?- así que cada vez que termino una página, he de volverla a leer porque no me entero de nada, tanto así que ahora sólo leo relatos cortos para abreviar el calvario.

Tampoco puedo ver una película o serie sin mezclar los personajes con los de otras películas o series y liarme unos terribles follones con el argumento… que el pater ya me deja por imposible y me sigue la corriente para que no me dé cuenta de que podrían darle una paguita por mí. Así que evito películas sesudas o con mensaje político intenso porque no suelo pillarlo ni aunque me lo expliquen.

Y ya lo he comentado alguna vez, pero como veo los informativos a saltos en un ir y venir de estrés maternal pues pillo la mitad de una noticia con el inicio de la siguiente y acabo como mi abuela Carmen que aterrorizaba a toda la familia con noticias catastrofistas inventadas a base de retazos reales, que más de una vez estuvimos en busca de un búnker donde meternos a verlas venir… Un desastre todo.

martes, 17 de julio de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una niña mona...

Pues sí, aunque esté feo decirlo, yo era una niña mona. Que sí, que sí, que tenía –y tengo- el culo del tamaño de Brasil, pero ese era un pequeño handicap con el que había aprendido a lidiar con artimañas textiles de revista entre las que me manejaba como pez en el agua.

Pero, a cambio, yo tenía la piel luminosa y tersa, gracias a mis productos carísimos que podía permitirme comprar y usar y me pasaba un buen rato cada noche y cada mañana limpiándome el rostro con un gel especializado, aplicándome el tónico a suaves y cuidados golpecitos y echándome la crema con pequeños movimientos circulares, masajeando hasta que la piel hubiera absorbido todo, y una vez por semana, a exfoliar. Y mi piel lo agradecía regalándome un cutis maravilloso.

Nunca he tenido buen pelo, para qué vamos a engañarnos, pero siempre he ido con mi plancha hecha a un nivel que ríete tú de Gwyneth Paltrow, con mis mascarillas antiencrespamiento y mis productos capilares anticalor que me mantenían una melena la mar de decente y hasta brillante, mire usted.

Y la ropa, ay… la ropa. Tenía muchas opciones en el armario y las combinaba sabiamente con los complementos adecuados –que siempre han sido mi perdición- con toda la parsimonia del mundo mundial hasta lograr una imagen similar a la de la foto de la Vogue.

Pero fue hacerme madre y mire usted, la cosa va del mal en peor. Ya en el embarazo empezó a ponérseme una cara rarísima como de indio viejo y cansado de la que no pude librarme ni pariendo, tanto así que me he visto obligada a aclararme el pelo con unas mechas californianas antes de que acabaran confundiéndome con Antonio Flores. Y si antes tenía cuatro pelos, ahora tengo tres y mal peinados, que una no tiene tiempo ya no de hacerse la plancha si no ni de buscarla. Y marcarillas ¿para qué? si he de ducharme en cuatro segundos y la mascarilla requiere de 5 minutos, ¡5 minutos! ¿Estamos locos?

Y mis looks tampoco son lo mismo porque una se viste al tuntún, sin profundizar en equilibrios de prendas ni en balancear complementos ni nada que no sea un “No está sucio, me vale”. Y los pendientes largos no valen porque se me enganchan en el vestido de la nena, y collares largos no, que me tira de ellos cual ama sadomaso…Y los bolsos de baúl que tanto me gustan, arrollados al fondo del armario en pro de las bandoleras para poder echar mano a la prole cuando amenaza con lanzarse hacia la carretera… Mierda todo.

Y la piel, ay la piel… Me he hecho anciana de golpe, vamos que envejecí 5 años el mismo día del parto y ahí siguen esos años de más, ahuecando mis ojeras de las que ya no me libro ni con un maratón de sueño de doce horas... De arrugas de momento vamos bien, no es grave gracias a Dios –hombre, que digo yo que si he heredado el culo materno, la piel tersa de la mamma también debe ir en el saco ¿no? o eso o la demando-, pero la luminosidad vive tiempos oscuros y ya puedo invertir en polvos caros que no hay manera, pero claro de las cremas y otros potingues que me compraba antes ni hablamos… y los baratos –con esos botes tan feísimos- me los hecho en tres nanosegundos y cuando puedo… ¿Movimientos circulares? ¿exfoliantes? ¿perdón? Bastante tengo con no olvidarme de llevar ropa interior…

lunes, 16 de julio de 2012

Madre sí hay más que una. 14.- La madre de revista

Aunque tienen algunos puntos en común, la madre de revista no es necesariamente una madre perfecta, ya que lo que la caracteriza no es el excelente cuidado de sus hijos aparentemente sin esfuerzo, sino su aspecto de modelo de Victoria Secret, de madre de portada del Ser Padres o de madre de película, de ésas que en la realidad no son madres ni piensan serlo.

Cuando se embaraza, la madre de revista coge un máximo de 5 kilos, repartidos exclusivamente en una perfecta y monísima barriga. De hecho, vista desde atrás, nadie diría que está encinta, de hecho tampoco tiene naúseas ni diabetes gestacional, ni cambios de humor, ni calambres en las piernas, ni ganas de tirarse por la ventana de agotamiento. Y a la hora de parir, la madre de revista llega al hospital como quien va a hacerse la manicura, tranquila y feliz, y con 8 centímetros de dilatación por lo que pare en 5 minutos, aunque tenga una 36 de pantalón y sea primeriza. Y el bebé siempre es un bebé de anuncio. Igualmente, la madre de revista recupera su excelente figura a lo Gisele Bündchen incluso antes del expulsivo y sale de la clínica como si fuera la modelo del folleto del hospital con tacones de diez centímetros y vientre plano.

A la madre de revista no le afecta el calor, ni el frío, ni el viento, ni la lluvia, ni nada de nada. Ella siempre va perfecta y aunque media ciudad esté sudando la gota gorda que ríete tú de Camacho en sus peores tiempos, la señora siempre parece que acaba de salir de un salón de belleza sin una gota de sudor escondida tras la oreja, ni de aspecto siquiera de tener calor y nunca, aunque se ría a carcajadas, se le corre el rimel.

Aunque sean las nueve de la noche y lleve en el parque desde las tres de la tarde y haya sobrevivido a una jornada laboral intensiva de esas de cierres de trimestre en  la que los compañeros mueren de una arritmia, ella está siempre perfecta, perfecta y sonriente, como recién salida de casa, sin un pelo fuera de la coleta y con la ropa como recién salida de la tintorería mientras que la compañera de despacho que la acompaña para hacerse la guay, parece que acaba de llegar de la guerra de Bosnia y ya va por el segundo lexatin, tiene el pelo como Mufasa a causa del terral y el maquillaje de Heath Ledger en el Caballero Oscuro.

Y es que la madre de revista es la única madre que puede permitirse el lujo de ir vestida de blanco cuando y como quiera porque gracias a sus poderes extrasensoriales es capaz de volver a casa diez horas después de haber salido, tras haber estado en el McDonalds –con esas bolsitas de ketchup que las carga el diablo- y cuatro niños en las bolas del inquietante Ronald dándole patadas a destajo, que sus pantalones jamás -y cuando digo jamás quiero decir que ni en un maratón de paintball- pierden su blanco nuclear.

La madre de revista engendra hijos de revista que también son inmunes a la suciedad y al merdelloneo propio de la edad y ya puedan caerse en mitad del barro que su ropa made in el laboratorio de la Cueva de Batman repele todo barro mientras a la tuya le cuesta abrir los ojos de los pegotes que se le han quedado atrapados en las pestañas.

Los hijos de la madre de revista no lloran por querer ponerse una falda de tul fluorescente ni una camiseta de lentejuelas de una Kitty punk ni chanclas de Dora para ir a una Comunión sino que son felices con sus preciosos trajes de niños bien y sus sandalias mallorquinas que no ensucian ni en la playa. Ni gritan ni espurrean la comida sobre los regazos maternos ni tienen las manos pegajosas ni se sacan mocos en público ni mucho menos, enseñan el culo a su antojo.

La madre de revista tiene también una familia de revista y van todos cual familia feliz a cualquier sitio e incluso son capaces de viajar en avión con cuatro niños o hacerse un viaje de ocho horas en coche sin que nadie salga herido ni nadie acabe denunciándola por escándalo público y son todos tan guapos y están todos tan relajados y tan bien vestidos que parecen sacados de un portafoto del Corte Inglés.

(Nivel de identificación personal con la 'madre revista’ 0 sobre 10) 

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 13 de julio de 2012

Tiempo libre

A veces tengo tiempo libre. Algunas veces. Pocas. Muy pocas. Lo cierto es que me escaqueo a menudo de las tareas maternales pero siempre con el fin de ir a un cumpleaños, a un café o incluso al cine, que no digo yo que eso no esté bien, dios me libre, -que esas escapadas me dan oxígeno para aguantar al pelirrojismo extreme dos semanas más sin pedir el garrote vil- pero lo cierto es que escaseo de tiempo libre, libre de verdad, de ése que te dan de antemano para que tú lo distribuyas a tu antojo sin compromisos previos ni planes en la agenda, lo que viene a ser el tiempo libre de toda la vida de dios.

También es cierto que la abuela paterna –oh! hada madrina- me libera cada jueves del yugo maternal regalándome un día completo, pero claro, siempre acabo reservando un montón de tareas horribles para hacer en ese día sin el terremoto alrededor, así que tampoco puedo considerarlo tiempo libre como tal, de hecho siempre acaba siendo un día infernal casi tanto como cuando se me ocurrió –en uno de estos días inspirados que tengo- ir de rebajas con la pelirroja.

Así, que cada vez que el pater me concede una tarde libre sin previo aviso, llevándose a la nena lejos de mis dominios y mis contracturas musculares, me emociono tanto que ni puedo ver con claridad… Y antes de que salgan por la puerta empiezo a pensar en qué voy invertir el tiempo libre, viendo mi vida entera pasar ante mis ojos como en las películas de Antena 3, ansiosa ante la posibilidad de gozar de tres o cuatro horas de libertad de la buena.

Y me planteo irme al cine a entregarme a una superproducción americana de mujeres que se gastan en zapatos lo que yo en la hipoteca o a una película independiente iraní de ésas que nadie quiere ver conmigo si no es a punta de navaja, pero luego compruebo que esta semana no hay ninguna peli que me haga mucho tilín y, además, acabo de retomar -por vigésimo segunda vez- la dieta –otra- y me da que está feo tomar palomitas… y un cine sin palomitas ni es cine ni es ná. Ruina. Así que cierro la página de la cartelera y dejo las gafas en la mesa. No hay cine.

Así que decido irme de tiendas y probarme toda la nueva colección de Zara y H&M y pasearme por la Puri y otras tiendas de bien para así ir apuntando cositas ‘imprescindibles’ de cara a futuros santos, cumpleaños, aniversarios, reyes y caprichos que no puedo permitirme pero me permito… Pero es pensar en las colas de los probadores y en las dependientas obligándome a probarme cosas terribles… y una que no sabe decir que no, que mejor lo dejamos para otro día. Así, que suelto el bolso y me quito los zapatos.

Y entonces abogo por quedarme en casa, tirada en el sofá a lo Hommer Simpson y regalarme un maratón de telebasura –pero sin carbohidratos que echarse a la boca- y así disfrutar del ‘dolce far niente’ versión tumbing y me pongo el pijama en un arrebato de jovenzuela resacosa, pero luego me da cosilla desperdiciar ese tiempo tan sagrado y me pongo nerviosa y me levanto y me quito el pijama.

Y me visto otra vez y pienso en llamar a una amiga e irme a tomar unas coca colas negras en una terraza, sin tener que preocuparme de que la pelirroja me tire la botella a los pies –otra vez- de que derrame su zumo sobre mi vestido o el suyo o ambos o de que nos rodee de puercas palomas a base de echarle palomitas o patatas de bolsa... pero lo cierto es que antes de mandar un whatssap ya me da pereza salir con este calor y me planteo ponerme a leer.

Y me vuelvo a poner el pijama y me siento en el sofá, pero como tengo el cuello como la madre del rey y las cervicales de Stephen Howking apenas si puedo fijar la vista y menos enterarme de lo que estoy leyendo, que el tiempo libre tampoco hace milagros en mis neuronas encanijadas tras dos años y medio de tortura, así que lo dejo.

Y pienso en regalarme una sesión de belleza casera, pintarme las uñas, depilarme las cejas, darme un baño de espuma, pero apenas abro el grifo, escucho los gritos de la pelirroja subiendo la escalera y antes de volverme muy loca y reprocharles que por qué han vuelto tan pronto miro el reloj y descubro que llevo tres horas haciendo el majara vistiéndome y desvistiéndome, marcando y colgando el teléfono, poniendo la  tele y mirando carteleras... Si es que ya no sirvo para tener tiempo libre. 

jueves, 12 de julio de 2012

Nada para septiembre

Después de dos evaluaciones seguidas suspendiendo asignaturas troncales de vital importancia curricular como ‘el círculo en el entorno’, el color amarillo y otras cuestiones que nos tenían en casa con el corazón en la boca, buscando academias para no condenarla a un futuro de perdición, planeando estrategias para sortear este revés educativo, rebajando las expectativas previas que me la situaban con un Cum Laude en Arquitectura, invirtiendo el dinero de la Universidad -que creíamos que ya nunca utilizaríamos- en mecanos y rompecabezas de formas geométricas para paliar este fracaso escolar… y ahora, en la última evaluación donde ya no esperábamos nada –nada bueno quiero decir-, donde ya estaba todo el pescado vendido, va la nena y lo aprueba todo. Oiga, y con nota.

Con las piernas colgando que me quedé cuando me entregaron el boletín de Max y todas las X estaban en las casillas buenas, en la de los ganadores vamos, que tuve que volver a mirar el nombre por si me habían dado el del primo que ése sí que sabe de círculos y colores, que se ve que la genética ha sido más generosa con él que para eso sabe contar hasta el 20 sin respirar, pero no, eran de la pelirroja que se ve que sabía que las había aprobado todas porque me las enseñaba con el típico interés de empollona.

Tanto que hasta pensé que me las podía haber falsificado en un descuido de la seño -como mi amiga Silvia, que tenía un arte innato y un Tipex de calidad para convertir Suspensos en Sobresalientes sin dejar huella ni espacio para la sospecha-, que aunque mi niña no sea muy lista en cuestiones geométricas es una eminencia en cuanto a cuestiones de malignidad se refiere, que si McGiver es capaz de hacer una bomba con un chicle y un tornillo, mi niña es capaz de pintarte una versión libre del Guernica en la pared del salón y con una barra de labios en el tiempo que tardas en rascarte una oreja. Que para todo hay que servir, dice mi madre.

Sin embargo, yo me inclino más por la teoría de que le han pasado la mano por aquello de ‘vamos a quedar como amigos’ ya que es final de curso y no voy a verte la cara de terrorista más o porque la seño estaba contenta porque por fin tenía vacaciones y le iba a dar el sol en su cara de maestra de pueblo, pobre, o porque hayan dado sus frutos los seis bizcochos que le llevé a lo largo del curso o, muy probablemente, porque el tándem de abuelas hubiera amenazado al consejo escolar, que para eso estuvieron en la fiesta de fin de curso sin mi supervisión y me juego el cuello que haciendo de las suyas, capitaneadas por mi madre que para eso es experta en esto de la intimidación y la amenaza, que tendríais que escucharla cada vez que digo de llevar a la nena a la playa. Lo que yo te diga…

miércoles, 11 de julio de 2012

Vacaciones en el infierno

Cuando una creía que la cosa ya no podía ser peor, van y en la guardería le dan a la pelirroja las vacaciones de verano –hay que ser mala gente- y a mí el pasaporte a un verano infernal. Bien es cierto que en la guarde cabía la posibilidad de dejarla también en julio, pero me asaltó un arrebato de madre amorosa y coleguimadre y me dio lástima –como diría aquella pareja de malas pécoras- y pensé en todas las cosas que podríamos hacer juntas durante todas las mañanas de verano y que, como me pasa siempre, en mi mente eran mucho menos terribles y, por supuesto no incluían paladas de arena en los ojos, saltos suicidas en piscinas, ni regueros de arena en la cama.

La cuestión es que ahora, que por supuesto estoy muy arrepentida de mi terrible decisión –menos por el hecho de haberme gastado la mensualidad de la guardería en las rebajas- ya no hay marcha atrás y ahora somos como dos siamesas que hemos de ir pegadas a todos los sitios como Sergio y Estibaliz o Bud Spencer y Terence Hill... y el tic del ojo ha vuelto, esta vez acompañado de un interesante latido en la sien. La mar de bien que estamos.

La pelirroja, que no es tonta, se ha adaptado estupendamente a su período vacacional y ahora va por la vida en plan ‘Cristina Onassis el verano es para mí’ y por ejemplo, no hay quien la acueste antes de las doce de la medianoche ni, por tanto, quien vea una película o cene sin recibir un par de cabezazos en la espalda mientras salta en el sofá detrás de ti -de esos que te dejan sin aliento y hacen que te claves el tenedor en el paladar- ni vivir dignamente o todo lo dignamente que podemos los que nos hemos metido en esto de la maternidad y no levantamos cabeza.

También ha decidido que quiere alimentarse de helados –que por supuesto reparte por su vestido y el tuyo sin apenas probarlo- aunque sorprendentemente empieza a coquetear con la comida adulta, que el otro día para dejarme mal en casa de mi madre –quien siempre me dice que la niña no come porque no le achucho lo suficiente- se comió tres jureles chiquitos y dos rodajas de calamar, superando así el estancamiento potitero que, por supuesto, volvimos a recuperar al volver a casa.

Pero sin duda, el peor de los efectos veraniegos de la nena es su incansable afán por soltarse la melena y entregarse al desenfreno nudista. A ver, que ella siempre ha sido muy Mogli para estas cosas –y digo Mogli para no decir Victoria Abril, que aún tengo esperanzas para ella-  pero ahora ha entrado en una espiral de la que no hay manera de sacarla y se quiere quedar en bolas en cualquier sitio y lugar, ya sea en una barbacoa con amigos o en una Primera Comunión, que la nena es una antisistema de las chungas.

Y claro, encima ha visto que se puede estar en la playa en biquini y no entiende nada y ya cree que todo el monte es orégano y me tiene cual madre desquiciada corriendo tras ella y recogiendo toda la ropa que va dejando atrás al grito ‘no quiero nadaaaa’ o bien ‘nnesnuda, nnesnuda mehorr’ mientras yo me muero de la vergüenza y me planteo la posibilidad de que el pater y yo nos tuneemos ya de por vida a lo Lennon y Yoko Ono y así fingir que todo forma parte de un intenso modo de vida tocapiés en el que no hay cabida para lo superfluo... Aunque me da que el pater va a preferir que la nena se críe asalvajada a ponerse unos pantalones de campana. Como si lo viera...

martes, 10 de julio de 2012

¡Madre mía, 100.000 visitas!

Quién me lo iba a decir a mí.
Primero, que duraría tanto con esto del blog –que, oigan, para mí cinco meses es una eternidad sobre todo cuando mis flamantes iniciativas espontáneas no alcanzan las dos semanas de vida, que tengo matrículas abiertas en todos los gimnasios y academias de inglés de la ciudad-, segundo, atraer la atención de lectores tan fabulosos y participativos –que no es peloteo que hay cada rancio comentando en blogs ajenos que le dan a una ganas de pedirse la inyección letal antes que contestarles- y tercero, alcanzar las 100.000 visitas tan rápidamente, así como quien no quiere la cosa, ensanchándome mi maltrecho ego hasta límites insospechados…

Así que no me queda otra que daros las gracias. A todos. Gracias por leer cada mañana mis aventuras y desventuras pelirrojiles, aunque os falte el tiempo para respirar. Gracias por comentar y compartir vuestras divertidas historias, aunque tengáis que escribir en el miniteclado infernal del móvil con el niño recolgado en el costado pateándoos los lumbares. Gracias por estar ahí, al otro lado, leyendo mis desvaríos y mis quejas maternales y, sobre todo, por hacerme creer que no estoy tan loca como creía –o como dice mi pediatra- o que si lo estoy, al menos, no lo estoy más que vosotros y eso consuela ¡y mucho!

Gracias a mis incondicionales Sandra, DaCort, Alejandro, Ana, David, Rocío y Cristina Albiñana por leerme y compartirme cada día, a los fabulosos chicos de Go Go Girls que me recomendaron desde el minuto uno, a Macarena Cerrudo que me lee desde Suecia, a la hermanísima Carmen Cortés con la que me iré a Bali un día de estos, a Coqui que de vez en cuando se deja caer, a Amelia porque me lee cada día aunque el Iphone no le deje comentar, a Romano que luchó conmigo por subirme en el ranking de Madresfera con dos copas de vino encima, a mi hermana que me lee en los recreos y los niños la toman por loca cuando se ríe a carcajadas, a Isa que tiene dos niños y aún le queda tiempo para leerme y eso que tiene una casa de dos plantas, a Eu Maru con quien ha sido una suerte reencontrarme, a Macarena a la que ya conozco sin conocerla y es un placer leerla cada día, a Mi Alter Ego, Epesse, Drew y Merengaza que me recuerdan lo fantástico que era ser una nomadre, a Susana Ulloa por sus divertidísimas anécdotas que no tienen desperdicio, a Patricia Cano que a pesar del estrés, a punto está de tener al segundo, a Elena de Miguel que me reituitea y comparte mis locuras maternales, a mi Reme que me lee desde tierras londinenses, a Irina por darme a conocer entre sus amigas madres, a Azulete que además de no faltar ni una mañana a la cita, me busca curro, a Tizzina por sus divertidísimas locuras, a Rafi que ya sabe lo que es tener a una Violeta en su vida, a Fabee por leerme desde México, a la de los churumbeles por sus historias para no dormir, a Desmadreando por sus cachondos y excéntricos comentarios, a María Eugenia, Paula Bravo, Belén Palomo, Isa Villodres, Silvia CH y Maite Delgado con las que no me reía desde el instituto, a Batmami y a su recién estrenada maternidad, a ‘Mi hijo también es primerizo’ porque sabe que Spiderman es feo, a Beatriz por augurarme millones de visitas, a ‘La mamá de Parrulín’ por incluirme en su blogroll y divertirme con sus comentarios, a la familia que conoce al pelirrojismo de cerca, a Marga porque de ella vino el primer comentario, a Rebeca que me da ideas para post, a Arrecife, Mar, Noelia Sanmartín, Divina Pagana, Gina, Chispuncita, Golosi, Miri, Silvia, Inma y Natalia por ser de las primeras en estar ahí, a Sonsoles que me hace reír cada vez que me escribe, a ‘La madre novata’ a pesar de que me debe un dibujo o dos, a Noe y María Marín que seguro que ya mismo se preñan, a Naiara y Anuka que también son ‘madre del otro’ como yo, a El Sur que me lee desde otro país pero comenta con la gracia de éste, a Ali, Carol y a Natty que siempre ofrecen una visión sensata de casi todo, a Irei que ha sabido sobrevivir a dos monkikis, a Diva Calva por escribir tan bien, a Con M de Madre por su dulzura, a las evas Eva B. y Evita porque simplemente me encantan, a Alber, Mari Carmen Muñoz, Tamara y Mariapagar porque me piropean y me gusta, a BPO que ya tiene dos peques y se plantea un tercero, a la Madre Trigre y a Nerea y a su monillo porque son aún más políticamente incorrectas que yo, a Anna Nicolás porque me hace reír en el blog y en facebook al mismo tiempo, a Rosa Mañanet porque nunca falla, a Marta Prado y a su gigantoso, a Rachel y a la manopla, a Laura Base Echo cuya nena también sufre de papitis, a Rut porque conoce las bondades del Talking Pocoyó, a Crisel y Yolx por ser de las últimas incorporaciones, a Rosa Blanca porque no hace falta que sea la primera porque es de las mejores, a ‘Y entonces llegó el caos’ porque un día la echarán de la oficina y me va a tocar a mí pagarle la indemnización, a Lupita, Jinuvelas y a Ms.M por sus jocosos comentarios, a la ‘Aprendiz de repostera’ por sus listas de deseos, a Araceli porque sobrevive a su terremoto de 13 meses, a Lupe que tampoco cree en la madre perfecta, a La expatriada por sus efectos secundarios del parto, a la Madre Estresada, a la Mamá de María, a la Mamá del Bichillo, a la Mamá encantada y a la Madre imperfecta porque son madres 10, a 'Mi gremlin no me come' que me regaña por no leer otros blogs, a María José que su mejor regalo de santo fue una caca en el lugar correcto, a Cristina que es de un pueblo con cientos de Violetas, a Babette y a su futuro bebé, a Bárbara y a su nene de mejillas sonrosadas, a la Mami Jamonete que tiene el valor de montar una orquesta en casa, a Gema por ser otra hipocondríaca, a Dirnariel, a Mila, a Celia y a ‘Las tardes son nuestras’ por buscarse un hueco para comentar entre la vorágine diaria, a Vicky que en breve empieza la operación pañal fuera, a Zulema Acosta y a Canastilla artesana  por su contagiosa energía, a Ratita, a Reyes y a Princesa Fol por dar siempre en el clavo, a Ana Molinier por ser una supermami glamurosa, a Yolandica, a Nuria Terriza y a Belén por su divertida sinceridad, a Paz, a Roro, a Marina y a Lara Jones por pasarse cada mañana… y a todos los que me dejo en el tintero porque ya sabéis que esta cabeza de anciana senil no me da para más.

A los anónimos a los que ya os voy reconociendo y que formáis parte de esta familia aunque no tengáis nombre. A los 138 seguidores registrados por tomaros la molestia y hacerme sentir genial cada vez que veo un número más alto…

A mis chicas del Facebook: Lucía Domínguez, Almudena Martínez, Meri Martorell, Sara Céspedes, Irene Martín, Laura Lms, M Pilar Lucas, Yolanda Triguero, Maite Insela, Mpaz Pipi, Raquel Díaz, Cristina Mallo, Patricia Gil, Virginia Higuero, Laura Montoso y los otros 200 seguidores que me animáis las mañanas cada día en esta especie de foro raruno que hemos creado…A las blogueras del twitter por estar tan locas y ser tan divertidas aunque cada vez tenga menos tiempo para leeros.

Y a los que estáis ahí, al otro lado del ordenador, leyendo cada día los delirios de esta madre agotada sin haceros notar porque estas 100.000 visitas tampoco hubieran sido posibles sin vosotros… Así que gracias. A todos. Gracias por perder cada día unos minutos por estos lares y aumentar el contador de visitas –que cada vez corre más deprisa- pero sobre todo, gracias por formar parte de este blog y de las locuras que en él se cuentan, por aceptar esta visión irreverente de la maternidad sin echaros las manos a la cabeza –ni a mi cuello- y por compartir unas risas cada mañana, que en estos tiempos feos es lo que más nos hace falta…

Y ahora ¿vamos a por las 500.000?

lunes, 9 de julio de 2012

Madre sí hay más que una. 13.- La madre hipocondríaca

La madre hipocondríaca se pasó medio embarazo haciéndose ecografías de urgencia por aquello de haber notado algo raro por el ombligo o un color extraño en el pipí y su presencia en la clínica era tan o más asidua que la de la recepcionista –que descansaba los domingos- y es que la madre hipocondríaca es mucho de sentir cosas raras, la mayoría imaginarias, eso sí, un detalle que se le pasó al ginecólogo cuando aceptó llevarle el proceso y que le ha costado envejecer 5 años en siete meses y 3 puntos más de tensión arterial.

La madre hipocondríaca se empachó de todo tipo de información surrealista y contradictoria vía libros de autoayuda para embarazadas y madres novatas –desde Estivill hasta Carlos González- y no dudó en apuntarse a cuantos foros se le ponían por delante, donde un curioso grupúsculo de nomadres colombianas manejaban todos los cotarros hablando de todo tipo de enfermedades terribles y malformaciones fetales que rizaron el rizo de su locura.

La madre hipocondríaca cría a su bebé con la tarjeta sanitaria en la boca, preparada para escapar al hospital al primer estornudo. No en vano, la pediatra se plantea solicitar la jubilación anticipada por no tener que aguantarla ni a ella ni a la lista de preguntas que lleva apuntada en una minilibreta y que formula en cada consulta.

La madre hipocondríaca es también un claro caso de madre ‘por si acaso’ –como diría mi ciberamiga Nerea- y cada vez que deja a su retoño en manos de los abuelos, lleva un bolsón -por el que los de Ryanair fusilarían tu cuenta corriente- compuesto por 20 pañales –los de dormir y los otros-, dos biberones –por si se rompe uno- tres papillas –por si una viene mala- y seis muditas de ropa -embaladas en bolsitas de congelación con sus respectivos gorritos y calcetines a juego- tanto así que los abuelos cuando los ven llegar se acojonan ante la idea de que les vayan a endosar al nene para toda una vida –sobre todo cuando ve el sobre con toda la documentación del bebé, libro de familia incluido- porque nadie diría que para tres horas de ausencia materna –que es lo que se viene a tardar en un cine de tarde- hiciera falta tanto equipaje, que hasta la Piqué se asustaría si levantara la cabeza…

Y en esas tres horas, la madre hipocondríaca es capaz de realizar siete llamadas para ver si todo va como debe de ir, si la nena se está portando bien, si ha pillado fiebre, si se ha golpeado con algo o si se ha tomado el biberón… hasta que el abuelo al borde del parricidio decide arrancar el cable telefónico con los dientes y negarle la palabra a la loca de su hija… que, lo peor de todo, es que una vez fue normal.

(Nivel de identificación personal con la madre hipocondríaca 8 sobre 10) 

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea critiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 6 de julio de 2012

Dejad que los niños se acerquen al Ipad

Probablemente sea porque yo nací en el 78 y durante mi infancia el único contacto que tuve con un ordenador fue con un Spectrum terriblemente grande que cuando se arrancaba sonaba como una olla exprés a punto de explotar y en la pantalla aparecían unas horribles letras cuadradas en un molesto verde fluorescente que te chamuscaba las pestañas de un solo vistazo… O quizá porque los primeros teléfonos móviles que vi eran del tamaño de un jamón de Guijuelo, que además había que cargar continuamente porque la batería, aunque pesaba tres toneladas no daba para más que un ‘hola ¿qué tal?’ y eso si hablabas rápido… O tal vez porque las únicas películas 3D que vi de pequeña requerían del uso de unas gafas de cartón con un celofán azul en un ojo y uno rojo en el otro y si no vomitabas por las nauseas de ese follón ocular, lo hacías por la técnica ruinosa de la película en plan superproducción murciana…

Así, es normal que cuando empezaron a llegar en avalancha los Macintosh, los móviles 3G, los Ipad, los Ebook,  las playstation y las XBox a una le costara cogerle el truquillo, vamos, como a cualquier hijo de vecino que se enfrenta por primera vez en su vida a este mundo de tecnología puntera sin fin…

Precisamente por eso, me sigue resultando tan sorprendente que los mocosos -que ya no es que no sepan qué es un Ipad es que no saben ni comer ellos solos sin llenarse la barriga de puré- cojan por primera vez un chisme de ésos y en menos que canta un gallo lo dominen mejor que el tipo que te lo vendió en la tienda y que precisó de un curso de formación de tres meses para aprender a hacer lo que la nena hace desde el minuto uno. Desplegar las fotos con cuidados movimientos digitales, encontrar los juegos que le interesan en medio de menús diseñados para gurús de la informática y hasta encontrar el youtube y buscarse la canción de Pocahontas con la que torturar a todo el autobús...

La pelirroja que no es especialmente lista –recuerden que suspendió el círculo amarillo en dos evaluaciones seguidas- tiene una visión para la tecnología que ríete tú de Steve Jobs… Vamos, que es coger un móvil y en dos minutos los maneja como si lo hubiera hecho toda su vida y hay que verla abriendo aplicaciones de juegos o en el ordenador moviendo la ruedecita del ratón con sus dedos regordetes o haciendo llamadas perdidas a toda mi agenda para contarle cualquier surrealista historia sobre princezas y brujas malas o mandándole a su primo dibujos de cacas con ojos por el whatssap… Una eminencia, oiga. Cochina, eso sí, pero eminencia.

Y yo la miro, abriendo y cerrando ventanas en google o manejando el siempre estresante ratón táctil del portátil como una pequeña informática, que me siento de un viejuno la mar de malo, sobre todo cuando veo que es un talento generalizado en el mundo infantil y más aún cuando los prepúberes que tienen prohibido acostarse después de la diez, empiezan  a hablarme de cosas raras como aperturas de puertos del router, servicios indexados o la red Kadmila, mientras yo pongo cara de ‘hombre, a mí qué me vas a contar si yo de esto sé un rato’ cuando en realidad soy una viejuna que ni siquiera sabe actualizar el blog desde la Blackberry… Ruina. 

jueves, 5 de julio de 2012

Consejos de mala madre que te harán la vida más feliz. Parte III

Meterla en remojo. Que la nena está endemoniada o histérica o ambas cosas o que tú quieres echarle un vistazo al último número de la Vogue y descubrir los últimos modelitos que jamás podrás comprarte y no hallas momento ni lugar, nada mejor que meterla en remojo en la bañera con todos los juguetes sumergibles que encuentres y nenucos con sus peines y sus botes yermos de champú y dejarla ahí cual garbanzo Gulabi, arrugándose paulatinamente cual pasa corintia y coqueteando con una bronquitis aguda, mientras tú te sientas en la taza –tapada por supuesto, no quiero que nadie me imagine de otra manera, gracias- y ojeas con devoción tu revista sin el inminente peligro de que unas manos regordetas te llenen las páginas de sustancias pegajosas variadas.

Usa tapones. Mientras Disney Junior siga emitiendo tormentosas series de dibujos animados con voces tipo Gracita Morales que, para más INRI, cantan cada diez minutos la misma canción infernal con esa musiquilla como de un Spectrum ochentero cascado y encima hagan preguntas a los niños para que se sumen a sus gritos desquiciados, estará justificado el uso de tapones para oídos. Eso sí, tapones de baja calidad, que amortigüen los gritos pero que no silencien demasiado, no vaya a ser que la nena se estampe sofá abajo –otra vez- y nadie la escuche. Yo esto aún no lo he probado, pero es una posibilidad que empiezo a plantearme con cierta asiduidad… o esto o comprarme unos cascos como los de los Sufridores en Casa del 1,2,3… A saber.  

Fomenta su egoísmo para tu beneficio personal. Es un clásico. Las madres nos pasamos media vida tratando de que los retoños aprendan a compartir y a la mínima de cambio, apelamos a su egoísmo natural para mitigar una situación infernal. Cuando la nena dice que no se sube al carro y tú no puedes con tu vida ni con tu espalda retorcida cual fachada de Gaudí, nada como ‘Corre, siéntateeeee que si no viene Nachete y te lo quita’ para que la nena se abalance sobre el cochecito y trepe dando traspiés hasta colocar su trasero en él y hasta te grita para que la ates con la misma ansiedad con la que corría el protagonista de 28 días después.

Meterle el miedo en el cuerpo. Que sí, que puede que al final esto te traiga más disgustos que alegrías, pero es fundamental que la nena tenga miedo a un ser superior, ya sea la bruja de Blancanieves o la subida de la prima de riesgo, la cuestión es que cuando nombres a la bicha la nena se acojone y quede a tu merced. Si la nena es cagona de fábrica, perfecto, pero si no, hemos de trabajar este asunto con cuantas amenazas, escenificaciones y terroríficos cuentos sean precisos… sin miedo ni piedad. Que si en un futuro hay que pagarle la hipoteca a un psicólogo, se pide un crédito y punto. 

miércoles, 4 de julio de 2012

Consejos de mala madre que te harán la vida más feliz. Parte II

Dale la razón a la bestia. Cuando te niegues a comprarle un globo y siga llorando cual Lydia Lozano desconsolada diez minutos después y no quieras caer en la locura o en el abandono infantil, dale razón. Di cosas del tipo ‘Digooo, ese hombre malo que no le ha dado el globo a mi niña. Perraco, que es un perraco y se va a enterar como vaya para allá… con lo buena que es mi niña, hombre yaaa’. Primero te mirará desconcertada ante este apoyo inesperado y luego, al sentirse comprendida, dejará el tormentoso berreo porque entenderá que ya sois del mismo equipo. Eso sí, trata de que no te oiga el hombre al que estás poniendo verde, no vaya a ser que acabe llamando a la Policía por injurias y amenazas y te pases la noche en el calabozo… aunque bien mirado, una noche en el calabozo -hummm…- tranquilita y mirando al infinito tampoco es un mal plan, ni aunque te costara un puñetazo de algún compañero de celda narcotraficante, mira tú.

Comparte el teléfono móvil. Que te habrá costado una pasta y que es una joya tecnológica, que no digo yo que no, pero el mayor rendimiento que le darás a tu móvil no vendrá dado por su tecnología 3G ni por su cámara de alta definición ni por su sistema operativo… sino por el juego de los bichos asquerosos que te puedes descargar gratis y que consiste en ir machacando hormigas con el dedo y que tiene un poder hipnotizador para los niños…
Yo como soy una perdedora, decidí comprarme una Blackberry porque me creía moderna y subversiva plantándole cara a los Android y ahora, que por supuesto estoy muy arrepentida, sólo puedo optar a hipnotizar a la nena con el procesador de texto de amplia memoria o, como mucho, con un vídeo casero cantando cumpleaños… Pero el pater tiene uno de esos que te hacen hasta una bechamel al queso y que tiene a la nena entusiasmada y ya le pueden estar poniendo la triple vírica, que ella va a lo suyo, aplastando bichos con su dedo regordete como si lo hubiera hecho toda su vida… Una maravilla, oiga. Y eso por no hablar del gato imita voces… Esto merece su propio post… y lo tendrá.

No frenes su ansia consumista. Si vas a hacer la compra y la nena se detiene cada cinco segundos, pidiéndote entre lágrimas cualquier cosa que tenga una cara de Kitty pintada en el envoltorio, ya sean huevos de chocolate o recambio de fundas para mopas, no malgastes la poca energía que te queda negándote -que la maternidad es como las expediciones al Polo, que hay que dosificar las fuerza para no morirse-, deja que eche en el carro casi todo lo que pida –todo no, que sospecharía, que la nena no es tonta- y una vez en la caja, cuando ya habrá olvidado la mayoría de las cosas, ofrécele un paquete de Trident o un Boomer kilométrico mientras le endiñas a la cajera todas las cosas que no te vas a llevar. Y no os preocupéis por la cajera, que en realidad la damnificada es la chica que va en patines devolviendo las cosas a los estantes… pero ¿y el culo tan duro que se le va a poner? Pensad que nosotras contribuimos a eso. Ya nos lo agradecerá en verano...

martes, 3 de julio de 2012

Consejos de mala madre que te harán la vida más feliz. Parte I

Lleva siempre una bolsa de chuches en el bolso. No se trata de un premio al buen comportamiento, más bien de todo lo contrario… Que si la nena dice que te sientes tú en el carro y se pasa medio viaje a punto del suicidio o incrustándose el cinturón a modo de tanga improvisado mientras vocifera en arameo y tú no puedes con tu alma y tenías que llegar a la otra punta del barrio hace media hora, dale la bolsa y todo será tranquilidad… y felicidad. Que si la nena se despierta de la siesta justo al final de la película –la primera que ves en meses-  y empieza a pedir que le pongas  Pocahontas, dale la bolsa y se debilitará su malignidad, que la bolsa viene a ser para la nena como la kriptonita para Superman. Pero sin sufrimiento, sin sufrimiento.

Usa chupete hasta la mayoría de edad. Que la nena te está volviendo loca con su última canción aprendida en la guarde o se dedica a lanzar alaridos en plan masai enfurecido, ofrécele el chupete… y todo será silencio. Que si la nena se resiste a dormir, ofrécele el chupete… y entrará en el mismo estado somnoliento que Cela luciera en el Senado. Que si no sabes qué hacer con la indemnización de tu despido, pues dale el chupete e invierte en su futura ortodoncia…

Guarda en la nevera una botella de coca cola zero sin cafeína. Es el soborno perfecto para una tarde en casa de ésas que parecen no terminar nunca y que te vuelven del revés, te acentúan las arrugas y te agrandan las ojeras que ni el licuado extrem del photoshop hecho con toda la malauva del mundo… A la pelirroja, al menos, es ofrecerle un poco del elixir negro de los dioses y por una media hora es la niña más feliz y concentrada del mundo mundial en sus pequeños sorbos cual ansiosa drogadicta.

Grábate un dvd con 200 capítulos de Caillou. Y pónselo sin piedad cuando tengas que hacerla desaparecer porque debes hacer limpieza general, ordenar el armario, ponerte al día en Internet, terminar un trabajo en el ordenador o hacerte la muerta… Y si se resiste, ofrécele palomitas o un paquete de gusanitos y podrás ser libre hasta que se le pongan los ojos como a la serpiente del Libro de la Selva y eso es, por lo menos, una hora y media de libertad condicional.

lunes, 2 de julio de 2012

Madre sí hay más que una. 12.- La madre del otro

La 'madre del otro' suele ser una madre extremadamente educada que prefiere la paz a la justicia y se pasa la vida disculpando las atrocidades de las otras madres y de sus hijos diabólicos, en detrimento de sus propios retoños que, con la cara partida, no entienden nada del asunto ni mucho menos de la actitud en ‘modo Rosa León’ de su madre.

La 'madre del otro' fue mártir en su otra vida y ahora, que no es consciente de que su hijo es un ser independiente y no un anexo de su yo, trata de introducirlo en el rollo zen cristianito en plan pongamos la otra mejilla mientras ese niño te parte la cara y encima cantémosle una oda a la amistad, a capella, para emocionarle y acercarle hacia la luz.

Cuando al hijo de la 'madre del otro' le escupen en un ojo, le tiran del pelo y le roban las estampas de la FIFA, ella siempre asegura que ha sido sin querer, aunque el agresor se esté partiendo de risa en su cara cual anticristo renacido, y encima, por si fuera poco, obliga a su pobre chiquillo a darle un beso para sellar la presunta amistad, todo ello mientras la madre del engendro –habitualmente madre panderona- se mira las cutículas con atención..

La 'madre del otro' ni siquiera acepta bien los piropos y cuando alguien le dice lo mona que es su nena se siente incómoda y sale con frases hechas del tipo ‘pues más mala es’ o ‘bueno, mira los pelos de loca que lleva’ o mucho peor, hace alguna broma ridiculizando la belleza o las dotes de la nena, lo mismo que hace con ella misma, pero claro, una cosa es ponerse verde a sí misma y otra a la pobre chiquilla, que se queda pensativa con la autoestima en mínimos históricos.

Si el hijo de la 'madre del otro' coge muchos caramelos en la piñata, tiene que compartirlos con los demás -hasta dejarlo con un palote y un matasuegras que no pita-, pero si es otro el que lo coge le suelta un ‘nene, es que él ha sido más rápido, luego yo te compro…”, si a su hijo no le prestan un juguete le asegura que ‘es que es el juguete preferido del niño y por eso no te lo presta’ pero si es al revés le obliga a compartirlo todo, hasta la médula espinal si es el caso… 

La 'madre del otro' quiere mucho a su prole pero no duda en darle la razón al hijo del otro, se la merezca o no por aquello de ‘ser educada’, ‘no formar follón’ o por un ‘para qué vamos a discutir’, así que si hay dos muñecos iguales y a uno le falta una pierna, a su nene es al que le endiña el cojo y encima pretende que esté contento “qué suerte, nos ha tocado el discapacitado”, dice “y no te disgustes que la integración es muy importante”. Y el nene con su cara de ‘¿me lo estás diciendo en serio?’ mataría por tener una ‘madre fan muy fan’ o incluso una ‘madre panderona’ con tal de no ser siempre el lila de la pandilla…

(Nivel de identificación personal con la 'madre de otro' 9 sobre 10) 

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!