viernes, 31 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó. Yo era una chica simpática


Pues sí, yo era una chica simpática. Simpática, agradable y solícita. Dispuesta a pasarlo bien y a hacérselo pasar bien a los demás –no sé por qué esta frase me suena a muy de prostituta pero confío en que sabéis a lo que me refiero-, siempre de buen humor, con el optimismo por bandera y con un excelente talante…

Hablaba con todo el mundo –siempre he sido de hablar por los codos, así que no sé de qué me quejo con la pelirroja-, me gustaba conocer gente nueva y hacer nuevos amigos y, como ya he comentado alguna vez, siempre he gozado de gran empatía por lo que me era fácil ser comprensiva y tolerante casi con todo el mundo, pero ahora… Ahora vivo tan estresada que ladro a todo aquel que se cruce en mi camino y que no me facilite la vida, sí, en esas estamos, estoy en la faceta egoísta de creer que todo el mundo tiene que ayudarme con lo mío…

Y me vuelvo muy loca cuando alguien no me deja paso con el carrito –máxime cuando voy hasta arriba de bolsas y con la tendinitis en fase terminal- o cuando no sólo no me abren la puerta del centro comercial sino que me la cierran en la cara, cuando se sientan en los asientos rojos del autobús y ni siquiera me los ofrecen cuando llevo al pelirrojismo encajado en la cadera lisiada y los ojos a punto de salírseme de las órbitas de agotamiento, cuando se me cuelan aprovechando que estoy desnortada con la nena y cuando son malos conmigo que es casi siempre o eso creo que yo, que ya he dicho que estoy en fase ‘hágame la vida más fácil, gracias’…

Así que cuando la gente es malvada y yo entro en estado de locura severa arraso por donde voy y atropello los pies de los que no me dejan paso y pongo mi mirada de desprecio a las que no me dejan el asiento –para reclamarlo aún me falta empuje, qué le vamos a hacer- e incluso soy capaz de soltar alguna: ‘Es que no ve usted que tengo que pasar, señora…’ con voz de asesino en serie exaltado.

Esto no sería un problema si yo sólo fuera desagradable con los malos, pero es que ya le voy tomando gusto al asunto y no hay quien me pare. Y a veces pongo la cara de doberman por puro placer.

Y cada vez tolero a menos gente, qué queréis que os diga, que no tengo tiempo de aguantar pamplinas, que bastante tengo yo con lo mío para escuchar las penas de los desconocidos que me asaltan en cualquier esquina y que me dicen cosas del tipo: ‘Es que no sabes lo cansado que es trabajar en jornada intensiva, comer fuera y luego ir a clases de inglés, menos mal que hago yoga o que me tomo una cervecilla con los colegas, pero en serio, no sabes lo que cansa… Ojalá estuviera como tú, así tranquilita con tu niña en casita’… ¿No voy a poner cara de doberman? Pues eso.

jueves, 30 de agosto de 2012

Ese oscuro objeto de deseo. Parte III.


Las nuevas tecnologías. Ordenadores, reproductores de mp4, Ipad, móviles… Todo con lo que se cruza que tenga pantalla la vuelve loca hasta el punto de que cae en el más profundo de lo silencios –un hito importantísimo porque la pelirroja nunca se calla y cuando digo nunca, quiero decir nunca, ni durmiendo y encima gritando todo el tiempo, que estar en casa es como vivir en el plató de Sálvame-. Así que no pongo objeciones a esta adicción, sobre todo la que tiene hacia el maldito gato parlanchín y sus amigos imitadores –a los que además puedes golpear para aliviar la ira acumulada- que son mano de santo para los paseos en carrito o las tardes de ‘este malestar es porque seguro que estoy a punto de morir’ que tengo de vez en cuando-.

La lavadora. Prácticamente desde que tuvo uso de razón, cayó hechizada ante la lavadora y se vio obligada a ceder ante tan magna tentación introduciendo sin previo aviso y con la más oscura nocturnidad y alevosía, todo aquello con lo que se topaba y a lo que creía oportuno ofrecer un prelavado a 60 grados. Un paquete de pan bimbo, las poesías completas de Antonio Machado, Fausto o la Casa de Bernarda Alba –ya no me acuerdo de cuáles fueron en la lavadora y cuáles incrustadas en el wc, la cuestión es que la nena no tolera los clásicos– fueron algunas de sus primeras víctimas a las que le han seguido pelotas, globos, muñecos, cucharas… y zumos, abiertos y goteando, por supuesto.

Los pulsadores de la luz. En cuanto descubrió que aquellos interruptores encendían y apagaban la luz ya no hubo retorno y en casa se instauró la locura lumínica, encendiéndola y apagándola cada diez segundos como si estuviéramos en una discoteca valenciana de los 90’s. Llegó hasta el punto de que ya estábamos hasta acostumbrados a este malvivir visual... y, cansados de regañar y castigar infructuosamente, decidimos convivir con aquello, al pique de un repique de pillar una epilepsia de caballo, pero hubo suerte y se le pasó. Ahora sólo tiene fijación con la del portal y los timbres. Y ay del que ose pulsarlos antes que ella. Ultraje.


Y un ultraje también es cumplir 34 años así como quien no lo quiere la cosa… ¡¡¡Que hoy es mi cumpleaños!!! ¡Viva! ¡¡¡Por fin ha llegado!!! Creo que soy de las pocas personas que adoran cumplir años pasados los 30… ¿Será por las divertidas celebraciones? ¿Será por los cócteles y las copichuelas con amigos? ¿Será por los fantásticos regalos? ¿Será por ver a la pelirroja cantándome cumpleaños a grito pelado? ¿Será  porque en realidad sólo aparento 33? La de cosas…

miércoles, 29 de agosto de 2012

Ese oscuro objeto de deseo. Parte II.


La pasta de dientes. Sobre todo la de sabor fresa pero tampoco le hace ascos a la de sabor a caramelo –que en realidad sabe a jarabe para la tos caducado- o a la de mentol extrafuerte que corta la respiración y el riego sanguíneo, ella se las come todas. A lengüetazos. Y se relame como si se hubiera comido un Kinder Bueno, que mi niña comer no come, pero tiene sus vicios, como todo el mundo. Y yo soy muy respetuosa con los vicios.

Los cuchillos. "Zon peligliozoz, ¿verdad mami? No zon para los ninios, a que no?" Me dice cada vez que cojo uno, pero como me descuide un nanosegundo pensando en las musarañas o en todos los sueños que tengo acumulados para cumplir una vez que empiece el cole y, por ende, mi libertad condicional, descubro una mano alargándose sigilosamente delante de mí –entre mi barriga y la encimera- tanteando con los dedos regordetes para trincarlo. Y da igual cuantas cuberterías de plástico de Ikea le compre, la nena quiere acero que el suyo ‘no colta’.

Las pinturas. Todas en general, pero más las caras, que ya os he dicho que la nena no es tonta y las marcas baratas las huele a distancia. Eso sí aún no tiene las técnicas de maquillaje depuradas y da terror después de una sesión de pintura extreme. De hecho, un día que me fui de fiesta con mi amiga Raquel le dejé de ‘regalo’ una barra de labios rojo “para que se pintara los labios como mami”. Y una hora después, mientras cenaba relajadamente recibí una foto de la nena por whatssap que me mandaba el pater y que parecía que el de la matanza de Texas había pasado por casa en un ratillo libre. Nunca mais.

La ropa. La pelirroja es como la Beckham pero con mal gusto. Bueno, como la Beckham. Adora la ropa, cuanto más hortera mejor y si ya tiene lentejuelas entra en colapso nervioso y de los zapatos ni hablamos que son su perdición en nivel Imelda Marcos. Y para ella la mayor de las juergas es abrir cajones, sacarlo todo e ir probándoselo por toda la casa, dejando un reguero de trapos a su paso y metiendo la cabeza por las perneras y las mangas por los tobillos y partiéndose la crisma en cada esquina, pero feliz como una perdiz. Una perdiz de alta costura chinasqui, claro.

martes, 28 de agosto de 2012

Ese oscuro objeto de deseo. Parte I


El bidé. Pocos espacios de la casa le gustan más a la pelirroja que la esquina del bidé donde se pasa horas almacenando rollos de papel higiénico mojado, calcetines desparejados y piezas de la cocinita de Kitty pegajosas de pegotes de yogur de coco y gusanitos chupados. Muy paranormal todo. En cualquier descuido mío –en cualquiera de los muchos, quiero decir, que ya una no sabe dónde acudir y prefiere esperar a verlas venir- lo llena hasta desbordarlo y empieza a meter en remojo todos sus tesoros, cuando no la cabeza, que sin duda es mi parte favorita. 

El mando, el que sea. Da igual que le sirva para encender y apagar la tele en el momento justo en el que dicen quién es el asesino en serie –total, no me iba a enterar- o que sea el del aire acondicionado y no me dé cuenta de que lo ha cogido hasta que entro en estado hipotermia fatal o el del garaje de mi padre que nunca sirvió para nada pero es amarillo fluorescente y eso es una provocación, la cuestión es que tenga botones y pilas y si hace ruidito, ya babea. Y es que la nena es ver un mando y entrar en éxtasis. 

La fregona. Para ella debe de ser un pozo de los deseos o similar porque es verlo lleno y sentir una fatal atracción hacia el cubo. Desde mojarse los pies –a veces descalza, a veces con sus zapatos, a veces con los míos-  a lavarse las manos o bañar a los nenucos cabeza abajo, la cuestión es buscar algún uso para esa fuente inagotable de emociones. La última vez la pillé fregando la pared con el mocho. Así no.

Los productos capilares varios. Da igual dónde esconda los botes de acondicionador capilar con los que trato de mantener a raya a mi maltrecha melena –en realidad es sólo un intento, no quiero engañar a nadie-, la nena los huele cual sabueso, da con ellos –lo sé cada vez que escucho su terrorífica carcajada triunfal- y empieza el festival de la mascarilla y el bifásico por toda la casa para que luego yo la persiga pegándome resbalones por todo el parqué. Eso sí, el olor a manteca de karité de la casa es exquisito

lunes, 27 de agosto de 2012

Madre sí hay más que una. 20.- La madre estresada


La madre estresada se pasa la vida corriendo aunque no tenga que llegar a ningún sitio a ninguna hora y es habitual verla empujando el carrito como si se tratara de una prueba de los Juegos Olímpicos, con la espalda arqueada y con el culete en pompa como si la sillita ultraligera de Chico pesara cual tanque soviético oxidado.

La madre estresada no sólo es madre multipolar que cambia de humor siete veces cada nanosegundo y que aterroriza y desconcierta a todo el que se topa con ella pasando de la dulzura de Candi, Candi y la paciencia del Santo Job -con tres valium y dos copas de vino encima-, a un Michael Douglas cualquiera en ‘Un día de furia’ versión extreme. Y es que la madre estresada tiene además severos picos de estrés que la vuelven del revés pasando del agotamiento más extremo ‘no puedo levantarme del sofá sin perder los brazos’ a la histriónica energía de un habitual de las fiestas rave.

La madre estresada tiene las cervicales destrozadas de tanto mirar a cada lado a ver si sus hijos siguen vivos y ningún psicópata los ha secuestrado en los últimos cinco minutos y acude puntualmente al pediatra cada vez que a la niña le salen dos ronchas a la vez para desgracia de la doctora que la escucha mientras disimuladamente coloca el dedo en el botón de la alarma de seguridad.

La madre estresada habla mucho y de manera inconexa porque es incapaz de hilvanar dos ideas seguidas sin olvidarse de lo que estaba hablando o sin acordarse de repente de que tiene que hacer un ingreso en el banco o que se ha dejado la lavadora sin tender o de que mañana tiene que llegar al trabajo una hora antes y ha de hacer unos recados, así que deja a su interlocutor con la palabra en la boca y sale corriendo sin previo aviso como alma que lleva el diablo.

La madre estresada es capaz de iniciar cinco tareas a la vez y no terminar ninguna, ya que suele abandonarlas para iniciar otras cinco que así, a bote pronto, se le ha ocurrido que son mucho más importantes y urgentes que las otras y así hasta que el estrés la devora y lo abandona todo.

La madre estresada tiene la mirada perdida y cierto brillo de locura en los ojos aunque juran que una vez fue una persona normal y aunque eso queda muy atrás, ella es consciente de su nueva demencia y de que grita más de lo recomendado por las directrices europeas contra la contaminación acústica y el buen gusto, por lo que se promete cada día dejar de ser una madre estresada y convertirse en la madre fabulosa que siempre soñó ser, pero es levantarse por la mañana –‘agotaíta’-y ver el montón de juguetes tirados en el salón y la niña pegando voces y la agenda hasta arriba y 20 llamadas perdidas en el móvil y 50 correos por contestar que entra en bucle sin remedio.

(Nivel de identificación personal con la 'madre estresada’ 9 sobre 10)   

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 24 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica ordenada


Sí, yo era una chica ordenada. Ordenada y organizada, que tenía todas las cosas en su lugar como si de una casa de exposición se tratara. Sabía dónde estaba cada documento por antiguo que fuera y era capaz de encontrar lo que necesitara en menos de diez segundos, con los ojos vendados y a la pata coja.

Tenía el armario que daba gusto verlo, todo clasificado por tipo de prendas y un ala dedicada a los vestidos de fiesta y otra a los abrigos, como una señora de bien. Y mi cajón de complementos era una maravilla, un ejemplo de orden, donde convivían en paz y armonía miles de collares, pulseras, relojes, anillos y otras cosas variadas…

Y ahora… ahora todo es caos.

Da igual cuantas veces limpie y ordene la casa, cuantas veces recojamos –y en esto del plural estoy siendo la mar de generosa- los juguetes del suelo que la casa siempre parece que acaba de ser registrada por los agentes del FBI de las películas de antena 3, sobre todo el salón, -que da igual que me pase el día agachada rescatando a los nenucos del cautiverio pelirrojil bajo las patas de las mesas- que siempre parece que acaba de ser bombardeado por separatistas chechenos.

Y mi armario contiene bolas de ropa ocultas que la pelirroja tiene a bien incluir entre mi vestuario y que generalmente contienen manchas de potitos o helado o cualquier cosa que pringue mi ropa antaño impoluta y en el cajón de mis complementos –al que al parecer tiene acceso, imagino que por el banquillo infernal- no sólo no hay orden ni concierto sino que en ocasiones contiene, junto a mis brazaletes, una fresa espachurrada o un poloflán derritiéndose delicadamente sobre mi bisutería.

Y ay de mí como quiera encontrar un documento –que siempre me hace falta para anteayer, con lo previsora que era la versión no madre de una- que ya puedo poner la casa patas arriba que ya nada está dónde debería estar o quién sabe, a lo mejor es sólo que no me acuerdo de dónde debería estar, que yo era una chica lista, pero ahora… bueno, creo que ya hemos hablado de eso.

NOTA:
Quiero dar las gracias desde aquí a todo el equipo del programa nacional de ‘Antes de la Linterna’ de COPE, que me entrevistó ayer para hablar del blog (¡qué emoción!) por su amabilidad y simpatía y porque creo que apenas les dejé hablar a ellos, pero… ya sabían que era una madre estresada ¿no? Ay.
Y a todos vosotros por hacer que este blog siga moviéndose por ahí. Prometo poner el corte de audio en cuanto lo tenga, siempre y cuando vea que no  hago mucho el majara, claro… Lo dicho ¡gracias!

jueves, 23 de agosto de 2012

El regreso de las señoras abusonas (I)


1.- ¿De verdad que la niña es vuestra? Pero si no se os parece nada… No, señora, no, es que no es nuestra pero decimos que sí porque no tenemos otra cosa mejor que hacer… en realidad es de esa pareja de ahí que se la hemos secuestrado. Nooo, no se asuste, que en realidad es mía y del butanero –pero que no nos escuche el padre que está aquí al lado- y es a él a quien ha sacado los ojos verdes.

2.- ¿Pero por qué le seguís poniendo chupete a la niña si ya es tan grande? Pues mire usted, porque estábamos aburridos y dijimos, vamos a obligarla a usar chupete para que se deforme los dientes y nos pasemos la noche oyendo chupetones y entremos en bucle de locura extreme cada vez que lo perdemos… que somos así de raros, señora. Véngase usted a casa y trate de dormirla sin succionador y cuando se le baje el cardado y sus dos litros de laca, viene usted y me cuenta.

3.- ¿Potito? ¿Pero no veis que a esta niña ya hay que darle un pescadito o unos filetitos de pollo?
No me diga usted, señora, ¿en serio? Pues mire que la niña lo pide como una loca, lampando por un lenguado, oiga,  pero es que a mí es que es aspirar el olor a pintura de labios del potito y me obnubilo. A ver si encuentra un rato y se viene a casa a perseguirla con un trocito de rosada en el tenedor unas horas y después probamos con carne y con verduras y con queso… y cuando lleve dos días ayunando pues ya nos lo replanteamos. O no, que se ve que usted sabe de estas cosas.

4.- A esta niña lo que le hace falta es un hermano… Pues tú ya tienes que darte prisa y ponerte al lío con tu marido.
Señora, no sé si se me emociona más que me llame vieja en mi cara o que hable de mi vida sexual conyugal, en cualquier caso, todo muy cómodo y agradable. Y respecto a lo aumentar la familia, había pensado que igual usted puede destinar una partida de su pensión en comprarme los pañales, lo digo como la veo tan interesada y que gasta tanto en el perfume de Carolina Herrera que me está asfixiando, igual le sobran unos eurillos…


Sobra decir que las respuestas sólo las pensé o las farfullé de camino a casa. A las señoras abusonas les sonrío con miedo, les doy la razón para que se callen y huyo como alma que lleva le diablo… hasta que me tropiezo con otra. Y así voy.

miércoles, 22 de agosto de 2012

El banquillo que todo lo puede

A veces, una que todavía no está muy ducha en esto de la maternidad y no tiene la picardía o la previsión suficiente que se precisa en estos casos, compra algo que así a priori parece un objeto normal e inofensivo, pero que en realidad bajo su apariencia sencilla esconde un arma de destrucción masiva de la tranquilidad y la paz familiar, si es que nos quedaba algo de eso en casa.

Eso fue lo que nos pasó al pater y a mí cuando fuimos a Ikea y compramos –entre otras muchas cosas inservibles y cubiteras, muchas cubiteras- un escalón de plástico, que nos sirviera para alcanzar las cosas altas, pero no lo suficientemente altas para usar la escalera, que el pater es mucho de proporciones y de comprar cosas raras, repetidas y/o inútiles. Y yo que en Ikea siempre acabo intoxicada de esa pseudo coca cola Light infernal con sabor a fresa, nunca estoy al quite y siempre acaba haciéndome el gato y llenándome el carro de cosas extrañas.

La cuestión es que compramos aquel artefacto por dos duros y la verdad es que alguna vez le dimos uso –aunque en casa tenga pocos muebles altos y ya tengamos no una sino dos escaleras- porque el pater es mucho de demostrarme cuánto sirven las cosas raras que compra, así que se pasa un tiempo dándole usos surrealistas para que no proteste, hasta que al final el objeto en cuestión acaba abandonado en el cuarto de los leones para siempre… hasta esta vez, que la pelirroja lo encontró y se hicieron inseparables para terror y castigo generalizado de la familia.  

Así, desde que existe el taburete, la pelirroja es treinta centímetros más peligrosa y encuentra nuevas maneras ya no sólo de coquetear con abrirse la cabeza de mil y una formas diferentes sino, además, de hacernos la vida cotidiana aún más complicada.

Así que cada vez que el pater se pone a cocinar, la nena coge el taburete y se arrima a la encimera a ver cómo corta las zanahorias o a hacer de pinche cortando la lechuga con las manos o aplastando los aguacates con un tenedor... o con la cabeza. Y si le escondo algún oscuro y peligroso objeto de deseo en la estantería, lejos de su alcance, la nena coge su taburete y se hace con él y aquí paz y después gloria. Y si quiere lavarse los dientes otra vez –y van diez- y comerse el resto de la pasta de Kitty que le queda, ya ni hace falta que me lo suplique, ella coge su taburete y a comer dentífrico a dos manos...

Y así todo porque gracias a su nuevo amigo de pvc, la pelirroja cuenta con la altura de una adolescente con el cerebro de una terrorista de dos años y medio…

Y me extraña que me haya vuelto el tic del ojo... Lo raro es que se fuera.

martes, 21 de agosto de 2012

Cotidianidades

Una de las cosas que más me ha sorprendido desde que estoy inmersa en esto de la maternidad –además del aguante del cuerpo humano al sufrimiento y a la falta de sueño reparador- es lo complicado que se vuelve hacer cualquier cosa, por sencilla que parezca en un primer vistazo y es que cuando una es madre y lleva recolgada a la prole, todo –y cuando digo todo quiero decir todo- se vuelve tan complicado, que no sólo has de armarte de valor antes de emprender cualquier tarea sino que, además, has de preparar un plan con el que recomponerte después de llevarla a cabo, un plan que suele pasar por un chute de ibuprofeno en vena y una buena dosis de voltarén por todo el cuerpo a modo de body milk nutritivo.

Personalmente sufro de todas las cotidianidades reconvertidas en hazañas porque la pelirroja es mucha pelirroja y no da tregua… así, es imposible darse una ducha relajante –de esas de chorro de agua de 40 grados sobre la cabeza- sin verla aparecer en el baño con sus pelos y su cara de loca desquiciada, desnudándose con su agilidad de octogenaria y dejándose el vestido a medio sacar de la cabeza trepando por la bañera –a veces con toda la cara tapada por el vestido y las manoletinas de purpurina puestas-, dispuesta a arruinarme la ducha, a elevarme los picos de estrés y a vaciarme dos botes de mascarilla con extracto de seda natural en los pies…

Y así con todo.

Yo no soy mucho de cocinar, la verdad, que aquí quien cocina –y bien- es el pater, pero de un tiempo a esta parte me ha dado por la repostería y los cupcakes y todas esas cosas bonitas que siempre tengo prohibido comer y que sólo hago para otros… Bueno, pues cada vez que me meto en faena lo más discretamente posible, aparece la pelirroja con su mini rodillo de la plastilina y su cara de churretes variados, dispuesta a ayudarme a hacer la ‘talta’. Y no es que yo no le diga que no, es que le da igual que la eche de la cocina a empujones, que mi niña lleva estupendamente lo del rechazo y vuelve a intentarlo con energía y ánimo renovado una y otra vez, una y otra vez... y a la quinta gana. Así que al final me veo obligada a hacer dos tartas, una la de verdad –que por supuesto no le permito tocar- y una segunda para que dé rienda suelta al manoseo y a su peculiar sentido de la decoración con fondant. Y al final, como la suya es un poco picassiana –por decir algo con clase- quiere meterle mano a la mía y claro eso no puede ser, así que al final tenemos gresca y nuevos picos de estrés.

Y así con todo.

Sin embargo, lo que llevo peor de las cotidianidades engañosas son los paseos sin carrito –últimamente los únicos que tenemos- y pasarme toda la tarde girando el cuello y maltratando mis maltrechas cervicales para no perderla de vista. Y que no quiera andar y se detenga ante cualquier cosa –y cuando digo cualquier cosa, digo una caca de perro- y que de pronto se ponga a correr cual histérico atracador de bancos calle abajo y que se siente en un escalón y decida hacer campamento base allí y que camine tres pasos por detrás de mí como si yo fuera el emperador de Japón y que se ponga a gatear en mitad de la calle, ocultándose entre la gente y que al final tenga que cogerla en brazos y cargar con los 18 kilazos de pelirrojismo encima –más las bolsas y bolso que lleve- para acortar lo máximo posible el infierno, aunque luego cuando llegue a casa precise de una sobredosis de diclofenaco, además de los ansiolíticos quiero decir…

lunes, 20 de agosto de 2012

Madre sí hay más que una. 19.- La madre rottweiler

La madre rottweiler cree en la disciplina como única manera de educar a sus retoños y los tortura con férreas normas made in señorita Rottermayer sobre cualquier aspecto del día a día con el único propósito de hacer de ellos personas de provecho, sanas, educadas… y muertas de asco.

La madre rottweiler tiene un menú pegado en la nevera –y plastificado para que no se estropee- en el que establece qué comer cada día siguiendo estrictamente la pirámide nutricional, así que si el niño trae amiguitos a casa y piden macarrones con tomate, la madre rottweiler hace oídos sordos si no se trata del día de los hidratos y les endiña a la pandilla un plato de deprimentes coles de Bruselas, que ya se lo agradecerán cuando sean mayores.

Los niños de la madre rottweiler sólo toman ketchup una vez por semana –que ya se sabe la de aditivos que tiene- y cuando van a un bar sólo pueden pedir leche o zumo o agua mineral –del tiempo aunque sea agosto-, mientras miran con ojos de cordero degollado a sus primos que se beben las fantas y las coca colas con hielo de dos en dos.

La madre rottweiler sólo permite juegos que no impliquen correr en exceso, ni saltar ni trepar ni hacer nada que sea remotamente alocado ni infantil, que ella es más de que jueguen a pintar figuras de escayola o a coleccionar mariposas y en lugar de Bob Esponja le pone documentales de animales, baby Einstein y películas tipo Kirikú, que no hay que perder el tiempo divirtiéndose...

Los niños de la madre rottweiler tienen que hacer fichas extra todas las tardes al salir del cole -para ir adelantados a lo que da la señorita, que esto es muy de madre rottweiler- y si no, acudir a clase de solfeo, de esgrima o de canto o de algo muy triste y muy aburrido para los nenes, nada de gimnasia rítmica o de fútbol donde van todos los amiguitos del cole a aprender a regatear como Ronaldo o Messi mientras él, avergonzado, tiene que atarragar con un trombón o aprender a manejar un florete del siglo XVIII con una careta terrorífica...

(Nivel de identificación personal con la 'madre rottweiler’ 1 sobre 10)   

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 17 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó. Yo era una chica joven

Pues sí, yo era una chica joven. Joven más allá de la edad –que también era de joven, oiga, que hasta los 30 te dan el carné de la juventud del Ayuntamiento y eso es documento público y fidedigno-, joven de vitalista, de lozana y de enérgica, pero claro, luego vino la maternidad y el estrés y el cansancio acumulado y la falta de sueño del bueno y ya no hubo vuelta atrás.

Pero hasta entonces, yo era capaz de irme de fiesta hasta las tantas y volver a la ‘amanecía’, dormir tres horas o no dormir e irme a trabajar o a la playa o a hacer el Camino de Santiago si hacía falta, con la energía de Hulk y el ánimo de un dependiente de Disney Store.

Nunca me ponía mala ni aunque me cayeran siete chaparrones encima en el mes de enero ni aunque me colara en un hospital de enfermos contagiosos de lepra africana, ni aunque no durmiera en una semana y me pasara un mes haciendo una dieta de esas malignas y ultramilagrosas que te quitan el hambre y las ganas de vivir… que mi sistema de defensas era profesional, de calidad, y no había quien lo atravesara.

Y ahora… ahora me paso el día de achaque en achaque, me duele todo y lo que no me duele, me dolerá mañana. He perdido la cuenta de todos los resfriados y gripes que llevo acumulados desde que soy madre, por no hablar de esos virus que me visitan cada tres meses y que me vuelven del revés, vomitando, con fiebres de enfermo terminal y con mareos de anciana quejicosa.

Siempre estoy cansada, desde que me levanto y hasta que me acuesto aunque ingiera cantidades industriales del Coca Cola Zero, Red Bull y Pharmatones –los mejores amigos de una madre-, apenas tengo memoria para recordar que comí ayer así que ni hablamos de una película, que soy capaz de verla tres veces sin ser consciente... y seguir sin enterarme de nada.

Y cuando me proponen una juerga nocturna como Dios manda siempre empiezo a pensar en las consecuencias, en el trajín de dejar a la niña a dormir fuera de casa y en tener que recogerla al día siguiente y, sobre todo, en la resaca mortal que ya no se me pasa ni con cuatro espidifines en vena ni con mi receta infalible de patatas Lays Campesinas y Coca Cola Zero… y es pensar en sobrevivir a un día con la cabeza dándome vueltas, el estómago revuelto y dejándome morir por las esquinas mientras la pelirroja y Pocahontas me rematan con el ‘Colores en el viento’ a grito pelado taladrándome el hipotálamo, que se me quitan las ganas antes incluso de que se caliente la plancha del pelo…

Así que procuro no pensarlo demasiado, qué queréis que os diga, que una será madre y estará viejuna, pero por una juerga mato, como diría aquélla.

jueves, 16 de agosto de 2012

Conflictos maternofiliales

Además del amor del que todo el mundo habla, la ternura y todos los sentimientos bonitos y nobles que genera en el día a día, la maternidad es también un foco continuo de broncas y quien diga lo contrario miente. O miente o tiene niñeras que le hagan la parte chunga del trabajo o tiene unos nervios de acero o es madre panderona extreme o toma cinco lexatines al día o en realidad es un cadáver sin sangre en las venas. O es una persona cuerda, que también puede ser.

Los conflictos empiezan a surgir aproximadamente al año y medio, cuando el nene se espabila y comienza a tener opinión y gustos y genio para defenderlos. Y empieza la fiesta. Que si no te pongas de pie en la silla; que si te tienes que comer la comida antes del helado; que si no te voy a comprar otro bolso; que si tienes que ir cogida de mi mano; que si te pongas a hacer pipí; que si no puedes ir en bañador –ni mucho menos desnuda- a la Comunión de tu primo; que si escucha al abuelo que te está hablando; que si no puedes meterte en la fuente; que si no puedes bañar a Dora en la fregona; que si tienes que irte ya a la cama; que si no te pelees con tu primo; que si no te comas toda la pasta de dientes; que si no pintes las paredes con pintalabios… y así hasta el infinito y más allá, con las consecuentes negativas y las posteriores amenazas y el llanto y croquetismo final.

La pelirroja que es de armas tomar –que imagino que eso lo da el rollo Escocés- ha venido empleando la violencia –léase pataletas y chulerías variadas- desde que tuvo uso de razón y a partir de ahí hemos protagonizado un interminable número de dimes y diretes diarios, porque claro el pater amantísimo va de poli bueno por la vida y a mí no es que me toque ser poli malo es que me toca ser Guardia Civil tipo el Crimen Cuenca, que el pelirrojismo es de alto voltaje… y así voy, cada día con más ojeras y menos pelo.

Aparte de las contingencias diarias a las que ya nos vamos acostumbrando –nosotros y nuestros vecinos-, ahora tenemos un nuevo foco de conflicto inagotable que no es otro que el mando de la tele, un clásico, vamos.

Y mira que ella estaba acostumbrada al portátil y a una tele pequeña que le hemos puesto y a sus cascos de David Guetta, pero debe de haberse dado cuenta de que a más pulgadas, más grande la cabeza de Dora y ya no hay marcha atrás. Que la niña no es tonta.

Así que si antes veía media película o tres cuartas partes de una serie que ni siquiera  sigo, pues ahora no veo nada. O mejor dicho, veo a Dora la Exploradora en maratones de esos interminables en plan tortura nazi… Y es que he decidido que prefiero ponerle lo que me pida y mal leer una revista o hacerme la muerta en el sofá antes que tratar de ver algo mientras la pelirroja berrea a mi lado con su inagotable voz chillona ‘Quiero la ezplodadoraaaaaaa, quiero la ezplodadoraaaaaaaa’ …

Y es que yo he dicho que nos pasamos el día discutiendo, no que gane yo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Al principio... (II)

Al principio cada vez que se daba un golpe, entraba en la más profundas de las preocupaciones, tanto así, que con un par de meses de di un ‘cosqui’ en la cabeza con el secador –imagino que en un minidesmayo por el maldormir- y hasta la llevé a urgencias del Materno, no le hubiera causado una hemorragia interna la mar de mala. Y ahora… ahora cuando hinca la cabeza en cualquier sitio –que mi niña ágil, lo que se dice ágil, no es- le echo agua, le canto el ‘sana, sana’ y le compro una piruleta de corazón. Mano de santo, oiga.

Al principio me costaba la vida dejar a la nena al cuidado de alguien que no fuera el pater y cuando no me quedaba otra, torturaba a mi madre o a mi tía o a mi suegra con todo tipo de informaciones como qué hacer si a la niña le da un ataque epiléptico –aunque la nena nunca tuvo epilepsia, pero con estas cosas nunca se sabe, que la epilepsia la carga el diablo-, les dejaba las muditas en bolsitas independientes y etiquetadas y un neceser cargado de medicamentos variados, todo para una sola noche en la que, luego, me gastaba el sueldo en llamadas de teléfono para comprobar que todo iba bien. Y ahora… ahora no veo la hora de poder endiñarla con quien sea. Que he visto que la niña hace migas con la panadera y ahí estoy al quite, tratando de fomentar la relación…

Al principio cada vez que la niña tenía fiebre entraba en un estado de ansiedad que me llevaba a hacer cola en urgencias y en las consultas de pediatría -donde a punto estuvieron de darme una entrada VIP- para que me aseguraran que la niña no había contraído el cólera o alguna otra enfermedad muy terrible. Y ahora… ahora cada vez que la noto caliente, le inyecto en la boca un lingotazo de apiretal y le doy un botellón de agua y a otra cosa, mariposa, que seguro que eso es un estirón.

Al principio cada vez que la niña se pelaba con otro niño entraba a mediar en el asunto y me agachaba –con lo que a mí y a mis rodillas nos cuesta el momento cuclillas- a explicarles que hay que ser amigos, compartir y no pelearse… y aguantar mecha allí hasta que se dieran un besito y volvieran a jugar juntos. Y ahora… ahora a no ser que la violencia alcance máximos notables, me hago la sueca, que los niños tienen que aprender a solucionar sus propios conflictos -que lo leí una vez en un blog de los serios- y, además, mientras están entretenidos dándose empujones, no están coqueteando con la muerte tobogán abajo, que no hay mal que por bien no venga…

martes, 14 de agosto de 2012

Achaques variados o cómo ser una octogenaria con 33 años

Además de los nervios y la vida social, ser madre te destroza la salud, imagino que por aquello que ya dijera el anuncio de Cucal, 'ya te has reproducido, ya puedes cascarla', que la naturaleza es muy cruel... que no hay más que ver los soporíferos y violentos documentales de la 2.

Una después de parir ya está hecha polvo por el malestar generalizado, por el cuerpo maltratado y por los puntos de arriba o de abajo o de en medio, lo que sumado a un nuevo malvivir con banda sonora de llanto de bebé y a un ir y venir de visitas intempestivas y un no dormir intensivo, te coloca al borde del fallo multiorgánico.

Pero eso es sólo el principio porque aunque los puntos se curan y el malestar del parto desaparece –de la mente no, de la mente nunca- empieza otra serie de tareas como transportar día y noche al bebé en brazos, plegar cochecitos, colocar sillitas, correr tras el nene por la calle y un sin fin más de actividades físicas que acaban por pasarte factura, sobre todo, si el descanso es mínimo en cantidad y en calidad.

Yo, por mi parte, estoy al pique de un repique de quedarme lisiada por varias partes de mi cuerpo –aún estoy decidiendo cuál- que ya me cruje hasta el codo cuando me levanto de la cama y es que tengo de todo: léase una contractura permanente empadronada –con papeles y seguro médico y todo, oiga- sobre el hombro derecho que a veces cuando se carga al máximo nivel hasta me quema como cuando se me desollaban las manos en clases de gimnasia con el maldito juego de tirar de la cuerda; también tengo un tobillo que me duele cuando cambia el tiempo –que es una cosa muy de vieja y muy de pueblo- porque me lo partí en una Semana Santa en la que yo le daba a la fiesta y a la algarabía y las secuelas aún me persiguen… como las de mi rodilla, cuyos ligamentos destrocé hace ya mucho tiempo y me negué a vendármela-¿cómo iba a hacerlo si esa misma noche era la fiesta del instituto? ¿estamos locos?- y aún me recuerda que no fue la decisión acertada y por si no fuera poco tengo la espalda hecha un asco, que cuando muevo los hombros para hacer los estiramientos en el Spinning noto un jaleo impresionante de  músculos doloridos encajándose y desencajándose a un ritmo terrorífico y doloroso.

Pero al menos las manos estaban bien, lo que no era moco de pavo, que las manos son las manos y sirven para casi todo… Pues bueno, ahora resulta que como ya me había acostumbrado a mis achaques habituales marca de la casa, decidimos rizar el rizo y ahora tras un dolor inesperado y una obligada visita a urgencias, resulta que tengo una tendinitis de caballo. La mar de bien. Y así voy, lisiada con una pseudofaja de mano, fea como ella sola y sin apenas poder mover la mano en según que posiciones. Es decir, puedo escribir, pero no abrir botellas... que mi mano enferma es muy selectiva y cada uno pone las reglas que estime oportunas a su tendinitis.

Y por si no fuera poco, de tanto forzar la mano sana para evitar hacer movimientos con la enferma, lo cual también ha sido un infierno porque yo tengo la mano izquierda de adorno –que si algún día me quedo manca de la mano derecha, por favor, pegadme un tiro en la sién- pues he acabado lisiándomela también… Una maravilla todo.

lunes, 13 de agosto de 2012

Madre sí hay más que una. 18.- La madre desagradable

La madre desagradable no le dice a nadie que está de parto para que no la agobien mientras dilata –aunque, emocionadas, su madre, su suegra y su hermana, que hasta se ha pedido vacaciones, vivan pegadas al teléfono por si llega la hora- y cuando da a luz prohíbe las visitas al hospital y a casa, por aquello de que es un agobio saludar a tanta gente y porque eso afecta mucho al karma del recién nacido y a la nueva rutina familiar que han de ir estableciendo desde ya. Y los amigos y familiares han de esperar con sus cestos con globos y su ilusión por conocer al bebé hasta que la madre desagradable decida abrir la veda.

La madre desagradable, cuando por fin presenta al nene en sociedad, no permite que nadie lo coja no vaya a acostumbrarse al cariño, ni que lo toquen no vayan a transmitirle el ébola que en estas fechas está muy en auge, ni que le canturreen porque pueden dejarle sordo de un oído, ni que se le acerquen, no vayan a robarle el oxígeno.

La madre desagradable recibe los regalos con el mínimo entusiasmo posible y la mitad de las veces ni los abre y cuando los abre y descubre que son un horror, no disimula. Ni un poco. Y a los que le llevan flores a modo de felicitación, incluido su propio marido, les regaña por el atrevimiento y las esconde en el cuarto de baño porque leyó en una revista que contaminan el aire del bebé y claro no pueden siquiera esperar a que las visitas se vayan a casa.

La madre desagradable no deja que otros niños se acerquen a ver a su bebé por lo que no tiene reparos en echarlos casi a empujones cuando les está dando un baño en la piscina comunitaria o le da la papilla de cereales, porque el nene precisa de relax y concentración…

La madre desagradable no admite ningún tipo de consejo, ni aunque sea en tono de coña y de parte de sus amigas de toda la vida y dice cosas del tipo ‘yo sé lo que hay que hacer, seguramente mejor que tú que para algo es mi hijo’ que dejan la tensión ambiental sobre máximos históricos.

La madre desagradable no permite que se le hagan fotos al pequeño bajo ningún concepto y en nivel agresividad Penélope Cruz o Fran Rivera frente a los paparazzi y ay del que se atreva a difundir una imagen por whatssap para dar a conocer al recién nacido entre los amigos y familiares. Sacrilegio. Por no hablar de twitter o facebook –presunto nido de pederastas y violentos asesinos en serie- aunque sea una foto de grupo de amiguitos del cole o un cumpleaños en las bolas. Ni los píxeles tapándole la cara la contentan porque podrían reconocer al nene por las zapatillas de Cristiano Ronaldo que, por supuesto, tiene medio país.

(Nivel de identificación personal con la 'madre desagradable’ 0 sobre 10)   

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 10 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó. Yo era una chica cuerda

Yo era una chica cuerda o, al menos, lo parecía y la gente hasta me pedía consejos porque me consideraban una persona objetiva y hasta sensata, porque era capaz de dar opiniones constructivas, asesoramiento e incluso buenas ideas.

Tenía sentido común y mucha capacidad de empatía por lo que no me era difícil convivir con nadie, ni siquiera con las mujeres pesadas y ávidas de conversación que siempre hay en la cola de los supermercados porque entendía que estaban aburridas de ver Canal Sur y de que sus maridos las ignoraran -para poder escaparse a ver obras o hacer colas en los bancos o en lo médicos de la Seguridad Social, que esto es mucho de jubilado varón, de ésos que usan habaneras y pasean con las manos a la espalda- y las pobres tenían que desfogar con el primero que se les cruzara.

Era complicado sacarme de mis casillas y mucho más hacerme enfadar porque tenía una relajada y optimista visión del mundo por lo que nunca tenía cambios de humor –ni con las reglas más virulentas- y rara vez podían perturbar mi paz interior en plan ‘he perdido el autobús, genial, así tengo tiempo de leerme la Cuore’, muy anuncio de compresas todo.

Y ahora… ahora si me pillara un psiquiatra se volvería loco… Soy bipolar de las de carné que alterno media hora de felicidad, risas y ‘no importa que vuelvas a derramarme la coca cola en el cogote, ni que me escupas el hielo a la cara’ con otra media de locura extreme nivel niña del Exorcista ‘¿es que no estás viendo que estoy muy loca?’ por lo que soy madre permisiva nivel Mick Jagger y severa nivel Rottermeyer a tiempos iguales.

Huyo de cualquier conversación con los majaras anónimos y espontáneos que siempre me han perseguido, retirándoles directamente la mirada sobre todo cuando me dicen cosas tipo ‘Y la nena no es muy grande para usar chupete?’, ‘¿Y ya la llevas a la playa?, mira que es muy blanquita’, ‘¿Y la llevas a la guarde tan chiquita? ¿y no te da pena?’... y yo me convierto en Drew Barrymore en ‘Ojos de fuego’ y le dedico mi depurada mirada ‘déjame vivir ¿o es que no ves que no te puedo ni ver?’ aunque no descarto emplear la violencia verbal en próximas conversaciones impertinentes.

Detesto a casi toda la gente con la que me cruzo, básicamente porque la mayoría es gente malvada y no me deja pasar con el carro o no me abren la puerta para que pase con la nena en brazos o me la cierran en la cara o no me dejan sentarme en el bus cuando voy con la pelirroja a punto de morir de estrés –esto es muy de viejas lo sé, pero puede que mi otra personalidad sea una octogenaria, lo que no me extrañaría nada por los achaques en cadena que sufro- y a todos ellos acabo atropellándolos a conciencia con el carrito en un arrebato de justiciera maternal, aunque luego me hago la loca y me disculpo falsamente como si hubiera sido un accidente… como manda el manual de buena sociópata entrenada.

jueves, 9 de agosto de 2012

Adiós, chupete, adiós. Parte III

Y una mañana, al levantarse, me armé de valor y le dije que ya era mayor y que tenía que dejar de usar chupete porque las niñas mayores no usan chupete y me dijo ‘ez que a mí me guzta, ez que yo zoy chiquitilla, mamá, ¿a que zí?’  // pero tú quieres ser princesa y las princesas son mayores y no usan chupete // ‘Zi, pero yo no zoy princesa, yo zoy Loleta’ y no hay más que hablar. Así que cambié de estrategia y le dije que se habían perdido todos los chupetes y que no quedaba ninguno ‘pero vamos a la falmacia de May, mamá, que tiene muchos y yo tengo ninerito’ me dijo mientras me traía su cartera de la Bella Durmiente llena de céntimos y botones… y ya, como no me quedaba otra, eché toda la carne al asador y  le dije que la bruja de Blancanieves –a la que teme sobre todas las cosas- se había llevado todos los chupetes porque ella ya era mayor y no los necesitaba y aunque le comprara otros, se los llevaría también… Y ahí ya no dijo esta boca es mía, imagino que porque no quería que la bruja volviera a casa por nada del mundo, así que mejor no tentarla comprando nuevos chupetes.

Pero claro, aquel conformismo inicial, le duró unas horas y luego empezó a pedirlo ‘pol favó, mamá, pol favó’ y yo aguanté como una campeona y eso que se me partía el alma cuando la veía llorando a moco tendido buscando por las esquinas los chupetes por si alguno se le había olvidado a la bruja y me decía muy bajito y con hipos ‘a que tú haz ezcondio uno pa mí, mamá, ¿a qué zí?’

Y desde entonces la culpa y el malvivir se instalaron en casa y en la calle y en el médico y en los coches y en el parque y en todos los sitios donde se le ocurría pedir el chupete y, claro, como no había chupete pues había violencia y llanto y más llanto y croquetismo por el suelo y súplicas y pataletas y más llanto.

Y un día y otro día y otro y otro más y nada, que no se lo olvidaba el asunto, probablemente porque por la noche si le daba uno pequeñito -de los que mi madre decía que eran el enemigo- alegando que como era de noche la bruja no lo vería y no podría llevárselo –porque una trata de ser buena madre, pero dormir tengo que dormir o me vuelvo muy loca- y la pobre estaba frita porque llegara la hora de acostarse para poder ponérselo y eso que era la mitad de la mitad de su chupete de toda la vida.

Y así, poco a poco y con mucho esfuerzo y mucha paciencia y muchos boicots por parte del pater –que se los daba a escondidas- y de mi madre –que se la llevó de paseíto a la farmacia y la maligna le compró uno de diseño, porque sobra decir que ella no quiere que se lo quite ‘porque la niña es muy chica todavía’- y de todo el que la escuchara suplicar con esa pena y que no pudieron resistirse a sus ojos llorosos y sus sorbetones de mocos, lo conseguimos.

Y ahora cuando se levanta por las mañanas, me entrega el minichupete y me dice ‘guáldalo, que no lo vea la bruja’ y se pasa el día sin pedirlo como una campeona... aunque eso sí, cuando estoy viendo una peli o cuando estoy de cháchara con las amigas o cuando quiero hacerme la muerta con la Vogue en mano ya no tengo silenciador que colocarle y he de escuchar todos y cada uno de sus interminables discursos y sus canciones surrealistas y cuando se enfada porque no quiere ir en el carrito o porque quiere otro regalo de la 'ezploradora' o porque simplemente está porculera y entra en la espiral del llanto sin retorno no tengo el consolador imbatible y cuando quiero que se duerma en los coches para que no se maree y comience la vomitona infernal, tampoco puedo colocarle el narcótico infalible, así que, a fin de cuentas, soy yo la que más lo está echando de menos... y quien a punto está de buscar bajo los sofás algún chupete globo superviviente.

Porque digo yo, ahora con esto de los seguros médicos privados las ortodoncias están baratas ¿no?

miércoles, 8 de agosto de 2012

Adiós, chupete, adiós. Parte II

Yo siempre he sido partidaria de los chupetes no sólo porque era conocedora de sus benditos beneficios consoladores y silenciadores que te cortan por lo sano una rabieta en menos que canta un gallo sino porque además me parecían monísimos, así que cuando nació la nena hice acopio de un montón de chupetitos la mar de monos de Suavinex, uno para cada modelito y aunque la niña no le hacía mucha fiesta, yo estaba la mar de contenta... hasta que vino mi madre –que le daría miedo al mismísimo Hitler- y puso el grito en el cielo diciendo que esos chupetes eran muy duros y que seguro que la nena se los hincaba al dormir y que como era tan chiquitilla no sabía protestar –anda que no- y que seguro que estaba en un sufrimiento perpetuo por culpa del chupete duro y, claro, una que no está muy bien de lo suyo y que en esas horas bajas bien me hubiera convencido la mismísima Carmen de Mairena, pues sucumbí a sus deseos, no fuera a ser que la niña se lesionara la mandíbula una mala noche y acabara con boca de cucharón a lo Reese Witherspoon, y los tiré todos.

La mamma me trajo de inmediato los que según ella –nueva experta en el mundo de los chupetes- eran los perfectos… y feísimos. Esos de goma marrón con la tetina del tamaño de un globo aerostático y claro, la nena los probó y ya no hubo retorno. Cómo iba a haberlo si aquello era cómo tener un balón en la boca y encima podía aplastarlo contra el colchón y estrujarlo con la mano y ponérselo del revés y todas esas guarrerías que hacen los niños con los chupetes. Y mi madre sonreía con la sonrisa del ganador y el ojo brillante del malo de Willy Fog, mientras yo me resignaba a tener que ponerle ese adefesio a la nena en claro contraste con sus maravillosos faldones hechos a mano por la tita Inma.

Y esa relación de amor 'chupetil' ha durado hasta nuestros días y lo peor es que iba in crescendo... que ya lo pedía cada cinco minutos -depurando sus estrategias a un nivel, que ya hasta fingía haberse dado un golpe para poder iniciar su llanto falso y pedir su consuelo 'chupetil'- así que tuvimos que ponernos manos a la obra antes de que acabara con la boca de Felipe, el amigo de Mafalda y los escondí todos. No los tiré por aquello de que una es una cobarde y lo sabe, así que no tenía claro cuánto me duraría la fortaleza antes de claudicar y entregar las armas o porque una es débil y guardarlos a buen reacuado en un recóndito lugar secreto ofrecía la misma tranquilidad que ese paquete de tabaco guardado en la chaqueta de boda desde que decidiste dejar de fumar... que no lo usas, pero sabes que podrías hacerlo y eso a los estresados nos ayuda y mucho.

(Continuará)

martes, 7 de agosto de 2012

Adiós, chupete, adiós. Parte I

Aparte de la guerra diaria en la que estamos inmersos los que nos dedicamos a esto de la maternidad y que pasa por discusiones maternofiliales diarias –y cuando digo diarias digo a cada minuto- tipo ‘No, no se comen las cosas del suelo’, ‘No, no puedes meter la cabeza en la fuente’ o ‘No, no puedes ir en braguitas por la calle y mucho menos sin ellas’ y así hasta el infinito, cada día nos surgen otras nuevas batallas cruciales y más cruentas si cabe, en las que hay que luchar con la fuerza física y psicológica que perdí en la segunda contracción del parto.

Y es que los cambios se suceden a la velocidad del rayo, o deberían sucederse según me dice la pediatra –que ya os he dicho que no es madre y todo le parece muy fácil con su media melena impoluta y sus uñas nacaradas- pero ponerlo en práctica requiere de, al menos, unas semanas de preparación psicológica, de desarrollar estrategias, de amañar sobornos y chantajes y de proyectar todo lo necesario para prepararse para el infierno que se esconde tras cada cambio.

Tras el abandono del pañal –que ya es un tema que tenemos más o menos superado, aunque aún me quedan secuelas que me asaltan a modo de pesadillas nocturnas, eso sin contar con que me paso el día limpiando todos los retretes de todos los bares de la ciudad y dando corretadas de un lado a otro con la niña en posición ‘voy a orinarte en la cara’- hemos pasado a la segunda parte del plan ‘El pelirrojismo se hace mayor’ y hemos decidido, así en un arrebato de locura y desenfreno, quitarle el chupete o, al menos, quitárselo durante el día y mantenerlo – como amuleto incuestionable- para las noches… Y ha sido una experiencia terrible. Terrible es poco. Tortuosa más bien.

Las que ya me vais conociendo intuiréis que soy poco amiga de enfrentarme a los cambios, no por convicción, dios me libre, sino por ser una pusilánime a la que le aterra empeorar su ya estresante vida maternal. Así que en realidad no hubiera sido muy partidaria de quitarle el chupete a la pelirroja –total, eso se cae sólo, no creo que quisiera ir a hacer la Selectividad con él y si quisiera pues mira, peor lo tienen otras adolescentes que van por la vida con mochilas ataúd colgadas a la espalda y no, no es una metáfora- si no fuera por causas mayores.

La cuestión es que a la nena se le estaban deformando los dientes, o eso me dijo la pediatra –la de las uñas nacaradas- y, claro, una que tiene corazoncito y que quiere que su hija acabe siendo la reina de primavera del instituto entiende la importancia de una buena dentadura y decidió quitarle el chupete a pesar de que es su oscuro objeto de deseo, su muy mejor amigo, su compañero de fatigas y juergas, su incondicional para dormir una noche del tirón y su consolador inmediato en los berrinches diarios... y el mío. Sobre todo el mío.

(Continuará)

lunes, 6 de agosto de 2012

Madre sí hay más que una. 17.- La madre estrella

La madre estrella es en realidad una cansina mujer estrella de ésas que se creen que las cosas que le pasan y que en realidad le pasan a todo el mundo, sólo les pasa a ellas, que para eso son muy especiales y muy sensibles… y muy palizas.

Cuando decidió casarse, la madre estrella era la única novia del mundo mundial y por supuesto, la única que se había casado a lo largo de la historia y la única que lo haría en el futuro, así que torturaba a sus familiares y amigos desde un año antes y no a nivel usuario como toda novia hija de vecino, con sus ilusiones y sus nervios, sino en plan paliza profesional con todo tipo de terribles y agotadoras ideas. No en vano, creó un grupo en facebook al que invitó hasta a los amigos de sus padres para ir hablando del evento e abriendo boca de lo que según ella, sería el acontecimiento del año… o un foro propio en Internet donde ir colgando todas las ideas surrealistas que se le ocurrían y que, por supuesto, a nadie le interesaban un pimiento, que bastante tiene cada uno con lo suyo.

Así, cuando la madre estrella se quedó embarazada mantuvo el nivel habitual de autobombo y hasta celebró una fiesta familiar sorpresa para luego sacar una tarta en la que apareciera un ‘estamos embarazados’ y luego hacer polaroids, muchas polaroids –las polaroids que no falten- de la cara de presunto entusiasmo de todos los familiares, que luego hay que hacer un collage y colgarlo de la pared del pasillo para poder torturar a las visitas en futuras reuniones.

La madre estrella comparte sus ecografías por Internet y centra todas las conversaciones en su embarazo, aunque sus amigas ya hayan parido tres veces y no haya necesidad de profundizar tanto en el asunto… Hace encuestas sobre posibles nombres, sobre faldones versus ropa moderna, sobre bautizo religioso o civil y hasta sobre canciones de cuna con las que dormir al bebé en sus primeros días, más que por interés en la respuesta por interés de que se hable de ella y de su bebé, mientras el padre trata de ahorcarse en cualquier esquina.

Su parto es el parto más duro o el más hermoso, o ambas cosas a la vez, que ella de mediocridades no entiende y todo ha de ser muy muy, que para eso es la madre estrella. Y cuando los retoños nacen y se los lleva a casa, tortura a la gente con sus fotos por whatssap y con sus hazañas –que suelen consistir en si se toma o no se toma el biberón que con cuatro días, ya me diréis-, le graba los balbuceos para proyectarlos en su primer cumpleaños y llena el facebook de reflexiones maternales por si acaso alguien no se había enterado de que era madre y además, de las buenas.

Y es que la madre estrella es todo misticismo y sensibilidad y decirle lo bien que hace las cosas le da cuatro puntos más de vida y dos nuevas habilidades para el próximo nivel por lo que el infierno está más que asegurado por un par de temporadas más.

(Nivel de identificación personal con la 'madre estrella’ 1 sobre 10)   

Repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 3 de agosto de 2012

Lo que la maternidad me robó: Yo era una chica dormilona

A ver, yo no era de ésas como mi hermana que si no las despertabas podían darle la vuelta entera al reloj y despertarse después de dos días como si se acabaran de acostar,  que eso ya es vicio y una es una señora de bien que se viste por lo pies, pero me gustaba dormir y sobre todo me gustaba dormir bien.

Nadie me quitaba mis nueve o diez horas de sueño diario y del tirón, que era acostarme y aún no me había dado tiempo a taparme con la sábana cuando ya estaba en coma, soñando lo que fuera, generalmente terroríficas pesadillas, la verdad –menos cuando soñé que Ricky Martin me pedía salir y me besaba en el portal de casa de mis padres y ahora va y se declara gay, pero ¿se puede tener menos vergüenza?- y hasta el día siguiente cuando los rayos de sol empezaban a despertarme pasadas las nueve y media de la mañana. Gloria bendita.

Y es que no madrugaba desde el instituto porque tenía Facultad en horario de tarde y prácticamente todos mis trabajos tenían horarios intempestivos -que una no entraba hasta las once la mañana, lo cual era un valor añadido, aunque tampoco sabía cuándo salía, que todo hay que decirlo-. Pero al menos no había que madrugar y una se levantaba con energía suficiente para atravesar a nado el Amazonas o escalar el Kilimanjaro, que nueve horas de sueño ininterrumpido dan para mucho, sobre todo, para un buen cutis y una ausencia total de ojeras.

Y si salía de fiesta y me acostaba a las tantas, pues a las tantas me levantaba a pesar de que mi madre me pusiera a Luís del Olmo gritándome en el oído o que María –que a veces ayudaba a mi madre a limpiar- se entonara por bulerías a voz en grito y con un oído que ríete tú del Arlequín… que ya he dicho que tenía buen sueño y ni Manolo el del Bombo hubiera podido conmigo.   

Pero fue entrar en la maternidad y ya no sólo es que duerma menos –mucho menos- es que duermo peor. Si no tiene mocos, tiene tos o está mala o no quiere dormirse o tiene pesadillas o se sube a la cama a pelear a lo samurai o quiere agua o el chupete o dar por saco y cuando es buena y duerme, tampoco duermo bien porque una comprueba si está tapada –aunque sea agosto, que el aire acondicionado es muy traicionero-, si respira –sí, aún estamos con esto-, si tiene fiebre –aunque no esté mala porque a hipocondría no me gana nadie-, si tiene la barrera bien puesta, si se está hincando el chupete…

Y si no es por la nena es porque tengo calor o frío o estoy desvelada o pienso cosas estúpidas o terroríficas o porque el pater y la pelirroja se baten en duelo de ronquidos o porque no me acuerdo de cómo se llamaba el conserje del instituto o porque no me pongo del lado bueno –todos los maniáticos tenemos un lado bueno, el  mío es sobre el hombro derecho, que del izquierdo me noto el corazón y me da angustia y si me giro me encuentro con el pater y a mí no me gusta mezclar respiraciones- y así todo…

Y claro como antes de acostarme ya he estado un rato tumbada tratando de dormir a la bestia en la oscuridad más absoluta cuando salgo de la habitación dispuesta a ver una película o un documental del salmón noruego –que a esas alturas ya me da igual todo- estoy tan borracha y tengo el cuerpo tan cortado que casi pido una muerte rápida a garrote vil… y ya cuando termina la película de la que no me he enterado ni del nombre y decido irme a dormir, ya estoy desvelada y si no lo estoy empiezo con la retahíla anterior y no hay manera y así hasta que me levanto con cara de prostituta vieja y enferma y prometo ponerme un cuartito en la otra habitación para mí sola y para mi cutis de porcelana de antaño o engancharme a los somníferos como Carmina Ordoñez y entrar en coma cada noche, y que se las apañen el pater y la pelirroja como puedan, que aquí hay que mirar por una… lástima que ya no los recete la Seguridad Social.

jueves, 2 de agosto de 2012

Al principio...


Al principio hervía los chupetes cada noche para eliminar los gérmenes acumulados a lo largo del día y si se caían en algún suelo que la versión locuna de mí misma consideraba demasiado sucio, iban directos a la basura sin compasión alguna, que mi niña es muy delicada y muy fina y seguro que me pilla una enfermedad muy terrible. Y ahora… ahora le doy dos refregones contra el pantalón y un par de soplidos con desgana y listo.

Al principio procuraba que la nena no tomara demasiadas chuches ni porquerías que su estómago es sensible y puede sentarle mal e incluso hacerle pillar una gastritis que una vez lo leí en el Ser Padres. Y ahora… ahora llevo en el carrito un arsenal de grasas saturadas variadas que pasan por patatas, gusanitos, gominolas y hasta petazetas sacaojos, todo sea por un viaje en calma, que la gastritis se cura y el infarto cerebral que puede darme a mí, no o no tanto, al menos.

Al principio mi hija era un modelo de niña educada porque le regañaba cuerda y severamente cada vez que hacía algo mal o decía algo que no debía. Y ahora… ahora me conformo con que no se quite las braguitas en el Corte Inglés y tenga que perseguirla por toda la plata mientras corretea alegremente mostrando sus vergüenzas.

Al principio cuidaba mucho los dibujitos que le ponía a la nena no fueran a asustarla o a darle malas ideas, que los niños son muy susceptibles y pueden impresionarse fácilmente. Sólo de corte ultrainfantil tipo Teletubbies o Pocoyó, que son blanditos e inofensivos. Y ahora… ahora le pondría la versión extendida del director del Exorcista si con eso me dejara un par de horas de libertad condicional, que los niños tienen que estar en el mundo, por Dios…

miércoles, 1 de agosto de 2012

Caos veraniego

Siempre he detestado que cambien la hora –menos cuando era jovenzuela y podía ganarle 60 minutos de juerga nocturna a la hora límite impuesta en casa -porque es un follón de cambio de relojes y siempre hay uno que se te olvida cambiar o que no cambias por pereza o porque eres una inútil y no sabes y ya te vuelves loca un par de veces al día hasta que vuelve a cambiar la hora y vuelve a ir bien como por arte de magia- y cambiar hábitos y horarios… y yo que, como la gente de bien, soy mucho de sufrir jet lag pues me paso un par de semanas del revés, mientras -como mi madre, que se pasa el día reconvirtiendo a pesetas cualquier precio con el que se topa- no paro de decir cosas como ‘claro, es que ahora serían las dos, por eso tengo hambre’ o ‘claro, no voy a tener sueño si ya sería la una de la madrugada’ y así hasta que se me olvide. Un sinvivir muy grande.

Sin embargo, ahora sin que nadie me haya obligado, sin que hayan cambiado la hora de manera oficial y los relojes sigan marcando lo mismo, vivo en un eterno jet lag consentido y provocado por el horario de verano particular y suis generis que hemos impuesto en casa a modo de vacaciones familiares y que me trae tan loca que ya no sé ni en qué día vivo… y cuando me levanto por las mañanas ya no sé si lo hay es que desayunar o almorzar o si de lo que me he levantado es de una siesta y es la hora del café o si me tengo que arreglar para ir al instituto o a la Facultad o clases de guitarra con aquel profesor heavy y obeso que me quitó las ganas de ser cantautora cuando yo me creí artista.

Y es que desde hace cosa así de un mes, la pelirroja no quiere irse a dormir bajo ningún concepto por aquello del libertinaje estival y una, que ya no puede con su alma, la consiente, no por bondad ni empatía, qué disparate, sino porque ya está harta de representar la pantomima diaria de irnos todos a la cama a fingir que vamos a dormirnos para que la nena pase por el aro y se acabe resignando a caer en los brazos de Morfeo, una ridícula escena que nos cuesta tres cuartos de hora de nuestra vida nocturna –Doctor Estivil si estás entre nosotros manifiéstate y vente a casa- que ya no puede una ni ver el telecupón, leñe. Así que me he plantado y acabamos malviendo la televisión en familia cada noche –ahora un maxmix de Juego de Tronos con Dora la Exploradora y Blancanieves la mar de mono y surrealista- hasta las tantas ‘jigonas’, que diría mi abuela.

Así que cada día nos acostamos pasada la una y media de la madrugada y nos levantamos pasadas las once –ya que el pater trabaja desde casa, yo soy parada desde el Paleolítico Superior y la pelirroja ya no va al cole- y yo trato de volver a la rutina de siempre y a mis películas nocturnas sin prole, pero como nos levantamos tarde, desayunamos tarde y comemos tarde, así que, entre una cosa y otra, la siesta es a las seis de la tarde, por lo que ya no hay quien duerma al pelirrojismo hasta las tantas otra vez por lo que vuelve a levantarse tarde y así en un bucle infinito del que no hay manera de salir.

Y andamos como zombies en este caos hogareño que hemos liado, sin saber en qué día vivimos ni mucho menos en qué franja horaria y hasta la niña está rara que me pide potitos al levantarse y biberones al acostarse porque esta anarquía horaria no debe de ser buena para nadie, pero a ver quién tiene fortaleza física y psíquica de volver a recomponer el orden establecido, más si la única arma que se me ocurre es dejar a la pelirroja sin siesta... ¿sin siesta? ¿estamos locos?