viernes, 28 de septiembre de 2012

Va por ellas


Hace una semana llevé a la pelirroja a su pediatra para que le echara un vistazo a unas manchitas –como antojos pero más claritos- que le habían salido en la espalda durante el pasado verano, principalmente, para que le recetara alguna crema de protección solar o consejos para que no se minara de ellas y acabara cual dálmata tras un par de veranos, sin darle ninguna especial importancia a aquello.

Sin embargo, a la doctora no le gustó demasiado el asunto y con toda la delicadeza del mundo –que todo hay que decirlo- me derivó con cara de preocupación al dermatólogo para que le hicieran una biopsia de las manchas y descartáramos así una grave enfermedad crónica del sistema nervioso.

Entre que yo soy hipocondríaca de libro, asustona de Guinness y objetivamente el asunto diera pavor por sí mismo, decidí llevarla a uno privado con el beneplácito de mi pediatra – y que es considerado una eminencia en Málaga y que además es jefe de Dermatología Infantil en el Materno- por aquello de que esperar los dos meses que podía tardar la cita podía acabar conmigo, que ya estaba al borde de un ataque de pánico.

Gracias a Dios, aquello quedó en nada. Las manchas eran del sol, que para eso la niña es pelirroja y las manchas y las pecas son parte del lote aunque tarden en salir. De enfermedad nada de nada, que al parecer las manchas malas son de otro tipo, color y tamaño y además vienen acompañadas de otros síntomas poco agradables. La cuestión es que hasta que pudo verla el dermatólogo, pasé los cuatro días más terribles de mi vida, en estado de histeria total, entrando en foros, buscando por Internet y encontrando terribles fotografías e informaciones que me dejaron al borde de la locura.

Sobre este asunto podría hacer un post la mar de divertido, narrando cómo me volví loca y volví locos a todos los de mi alrededor, cómo sobreviví cual zombie llorón, arrastrándome por las esquinas y cómo estuve a punto de matar al pater –bastante más sensato y razonable que yo- que se debatía entre pedirme el divorcio o tirarse por el balcón o ambas cosas.

Sin embargo, me pareció que debía dedicar este post a todas aquellas familias que no tienen la misma suerte que nosotros y que acaban recibiendo las noticias que nadie quiere recibir. Porque aunque sea atrevido por mi parte, en esos cuatro días pude sentir una millonésima parte del miedo y la desesperación que a ellas les toca sufrir a las puertas de una consulta médica, un día que marca el inicio de una nueva y difícil vida.

Un día en el que todo tu mundo cambia de golpe y quieres desaparecer. Pero no lo haces porque morirse es lo fácil. Morirse no vale. Lo que vale es lo que hacen ellas, las que no tienen mi suerte y con las que todas nos cruzamos alguna vez, empujando un carrito que pesa más que ellas y dedicando su vida a estar ahí al pie del cañón, recibiendo el balazo con entereza para ser el apoyo y no la víctima, acatando malas noticias, esperando en salas de hospital, pidiendo favores en consultas, aguardando frente a un quirófano, recorriendo el país en busca de los mejores especialistas, investigando, durmiendo en un sillón frente a su cama y manteniendo siempre la esperanza de que todo va a ir a mejor.

Y es que eso es lo mejor que tienen, que a pesar de que la vida se lo ha puesto muy difícil, de que el camino que han de recorrer a diario es duro y complicado, ellas son felices. Y son felices porque son conscientes de qué es lo importante, lo que de verdad merece la pena, y se olvidan del mundo, de nombres técnicos de pronunciación imposible, de tacs y resonancias, de recetas y fisioterapeutas, de cuadros médicos, de tratamientos experimentales, de operaciones programadas y de noches en vela, ellas se olvidan de todo cada vez que su hijo le regala un beso o unas risas o un abrazo o le dice lo guapa que está esa mañana… y la hace la mujer más feliz del mundo.

Y es precisamente ahí donde reside la grandeza de la maternidad.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Infiernos de la vuelta al cole. 2.- El uniforme. (Parte II)


(...)
La pelirroja que es bastante poco amable por la mañanas y mucho más en territorio hostil, se negaba a probarse nada que no fuera la falda peto una y otra vez –que fue lo único que la conquistó- y corría en braguitas de Kitty a esconderse detrás de los percheros gritándo ‘Es feízimooooooo, feízimoooooooo’ cada vez que pretendía probarle el jersey de pico o el chándal de tres piezas, mientras los otros padres que esperaban ansiosos su turno me miraban entre el odio y la compasión mientras yo sudando como un pollo –y miren, que yo no sudo ni en el gimnasio- fingía que la niña estaba nerviosilla por ser el primer día de colegio, pero que en situaciones normales era una santa, una santa a la que no le gustaban los jerseys de pico, claro, que de todo hay en la viña del señor.

Y yo la perseguía y la atrapaba con las piernas para ponerle el polito de manga larga con gigantoescudo que se le encajaba en la cabeza y ni para arriba ni para abajo –que la nena tiene la cabeza del pater y con la genética no se puede luchar, que ya me lo dijo una vez el endocrino mirándome las caderas- y el babero que le arrastraba hasta los pies con el que parecía una microlimpiadora rusa aunque a todo el mundo le parecía que le quedaba estupendo ‘que así le dura’, me decían, yo creo que para librarse de nosotras sobre todo la pobre señora de la AMPA que se persignaba tras el perchero y en uno de los picos de estrés acabo diciéndome aquello de ‘mira que el Corte Inglés también lo venden, a ver, que te lo digo por si quieres ir más tranquilita’, como si yo alcanzara la serenidad alguna vez, así que no os cuento la carita de sufrimiento que se le puso cuando descubrí que la nena entraba a las 11,30 y no a las 11 por lo que tenía 30 minutos más para torturarla.

De cualquier manera, acabamos corriendo, como siempre y llegamos a la clase con la lengua fuera y un gigantobolsón -de polos, jersey, faldas petos, sudaderas, baberos, camisetas…- al hombro, en plan vendedor ambulante, con la cara de vivir en el límite de la cordura y la vena de la frente a pique de independizarse, pero fingiendo ser persona normal que para eso era el primer día de clase y a una le gusta mantener la incertidumbre al menos hasta la fiesta de Navidad.

Y ya en casa hice que viniera la mamma –léase la abuela materna que todo lo sabe y todo lo critica- para que echara un ojo a las adquisiciones y me dijera que, por supuesto, todo lo había comprado mal, grande o pequeño, o demasiados polos y pocas camisetas y que por supuesto todo estaba muy mal cosido. Y así fue.

Así que tuve que visitar un par de veces más el chiringuito, haciendo tiempo en una cafetería cercana unas veces, y yendo y viniendo en un no parar en otras, porque el horario de adaptación sólo duró 24 horas –que se ve que mi niña se adapta la mar de bien- y la maltratada señora de la AMPA estuvo a punto de hacerse el harakiri con la hebilla del peto cada una de las veces que me vio asomar la cabeza por el concurrido habitáculo.

Y ahora trato de convencer a mi madre para que le corte un poco el bajo de la falda a la nena, a ver, no en versión miniprostituta de Patito Feo, pero tampoco que se la dejemos por los tobillos que la niña parece una monja arrepentida.... Pero mi madre que es de armas tomar dice que no, que eso no se corta, que así es más ‘finito’, así que trato de darle esquinazo para llevarla a un taller de costura cercano –que una sólo sabe de punto de cruz y con telita de boquetitos debajo- y que me la arreglen a sus espaldas… Así que ahora sólo falta improvisar un par de excusas para cuando la vea cualquier día a la salida del colegio y se vuelva muy loca.

De cualquier manera, el problema va a ser quitársela a la pelirroja, que está emocionada con su falda peto aunque le quede en modo bata de cola... Tanto así, que el otro día tuve que dejarle dormir la siesta con ella puesta de la ansiedad que tenía con el asunto pero, claro, con la camiseta de la princesa Aurora con sus minilentejuelas fucsias debajo... Miedo me da cuando tenga que asumir que el chonismo y el uniforme son cosas incompatibles y más aún cuando haya que meterle el jersey de pico en el menú. Ay.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Infiernos de la vuelta al cole. 2.- El uniforme. (Parte I)


Uno de los aspectos que más me gustaban del colegio de la pelirroja era que exigía uniforme, lo que así, a simple vista me parecía una estupendísima idea que me libraría de elegir vestuario cada día para que luego la pelirroja eligiera el suyo de motu propio y que al final acabáramos ensarzadas en una de nuestras míticas persecuciones matutinas por la casa para arrancarle el traje de Cenicienta y encajarle un atuendo lo menos brillante posible.

Sin embargo, a pesar de que aún no hemos probado el nuevo sistema textil –porque los uniformes no se ponen hasta octubre- el asunto ya me está dando más de un quebradero de cabeza, que ya se sabe que en esto de las tareas maternales no es oro todo lo que reluce.

Como el surrealismo me persigue, descubrí  no sin estupor, que los de la AMPA habían establecido el horario infernal de compra de uniformes de 10,30 a 12 horas, lo que teniendo en cuenta que el horario de clase de los niños es de 9 a 13,30 demostraba, sin duda, que aquello era obra de un iluminado porque implicaba que los padres lampones por adquirir los terribles pantalones de pinzas de anciano o las cuquísimas faldas a cuadros, llevaran a los niños al colegio, se quedarán hora y media haciendo el majara por los alrededores, perdiendo el tiempo que no tienen, hasta que diera la hora de abrir el chiringuito o, la segunda opción, llevar a la nena y volver a casa para a los treinta minutos volver a salir y luego volver a volver, para posteriormente volver a recoger a la nena. Muy intenso todo.

De cualquier manera, nosotros estábamos de suerte, porque como la pelirroja entraba a primero de Infantil, tenía horario de adaptación y entraba a las 11, así que contaba con 30 minutos para probarle ropa, que sí, que es una ruina de tiempo, pero comparado con comprarlo a ojo –con lo mala que soy yo para calcular tallas- y comparado con las madres que tenían que comprarse un bonobús especial para ir y venir quince veces en el mismo día, me parecía una eternidad.

Pero no, en realidad, era una ruina. Si es que el optimismo me puede. ¿Treinta minutos para probarle faldas, petos, polos, chándal, camisetas, jerseys, baberos…? ¿Treinta minutos para probarle dos millones de prendas a la pelirroja con sus hebillas, sus botones y sus cremalleras? ¿Estamos locos? Ni de coña.

Pero era eso o nada, así que el primer día de clase, con todo el estrés que aquello implicaba, llegamos al colegio a las diez y poco de la mañana, dispuestas a ser las primeras en pasar al habitáculo-probador y hacer un maratón de pruebas como si se nos fuera la vida en ello. Y así fue. La señora que nos atendía que tenía la paciencia del Santo Job se cuadró nada más verme la cara de loca y empezó a lanzarme faldas y jerseys que yo atrapaba al vuelo como frisbees para encajarle a la niña mientras miraba el reloj, no fuéramos a llegar tarde el primer día, nos expulsaran y tuviera que darle yo clases en casa cual neohippie trasnochada… que sólo de pensar en tener que reaprender las raíces cuadradas y los vectores hiperventilo de mala manera.

Continuará...

martes, 25 de septiembre de 2012

Los 'prínciples' tienes pito y las 'princezas', pompi


Pues sí, en ésas estamos, con lo poco que me gustan a mí estas cosas, y lo peor es que la culpable de haber abierto la caja de Pandora de los misterios genitales infantiles ha sido la menda, dejando a la nena inmersa en un mar de dudas y a la familia en un sinfín de humillaciones públicas.

Todo empezó hace más o menos un mes, cuando la pelirroja decidió que ya no quería más bañadores enterizos, ni braguitas ‘de bebé’ sino que lo que quería era un biquini de dos piezas ‘porque yo zoy mayol’.
En un principio me negué a comprarle un ‘peshito’ como ella dice para referirse a sujetador cualquiera –o eso espero porque unas prótesis no voy a comprarle de momento- porque no me gustan las niñas tan pequeñas con esos trajes de baño, qué queréis que os diga, manías que tiene una, pero un día en una de nuestras habituales visitas a H&M localizó uno –fucsia y con muchos lazos, como no podía ser de otra manera- por dos duros y me dejé convencer para que hiciera la choni por casa.

La cuestión es que en un ataque inusitado de generosidad se empeñó en comprarle otro a su primo Alejandro y por mucho que yo le dijera que no, que su primo no se querría poner eso y que ella argumentara que era muy bonito y que si no le buscaba uno de ‘Spidelman’, tuve que explicarle que Alejandro era un niño y que los niños no usaban ‘peshito’ y una cosa llevó a la otra y al final para que lograra distinguir entre sus congéneres, le expliqué que los niños tenían pito y las niñas pompi –que sí, que sé que en el resto del mundo los pompis son los traseros, pero en mi casa llamamos así a las partes nobles femeninas y es lo que hay, no queráis saber la de confusiones que he provocado con este asunto…-.

La cuestión es que la niña quedó entusiasmada con el tema, tanto que desde entonces se pasa la vida preguntándome quién tiene pito y quién no y no duda en hacerlo por la calle, en una tienda o en el médico a voz en grito, eso cuando no pregunta ella directamente para sorpresa y/o espanto del preguntado y humillación mía que ya no sé dónde esconderme... y cada vez que vemos una película, me explica que ‘las princezas tienen pompi y los principles, pito ¿a que zí, mamá, a que zí?'

Pero su interés va in crescendo, hasta el punto de que el otro día le preguntó a mi madre si el abuelo tenía pompi o pito y mi madre escandalizada, le dijo que pito. ‘Y tú, abuela, ¿tú tienes pito?' Y más escandalizada aún le dijo que no, que ella tenía pompi. ‘A ve que lo vea’, dijo la pelirroja y mi madre hiperventiló.

Y así seguimos, preguntándole a todo el mundo qué tiene entre las piernas y ella disgustada porque el primo le ha dicho que el pito es mejor porque puede hacer pipí de pie y más lejos y, claro, la niña que es ‘culo veo culo quiero’ –nunca mejor dicho- sospecha que el suyo es caballo perdedor, sobre todo porque no cree que sean órganos distintos sino que el femenino es la ausencia de pito, vamos, que todos tenemos una superficie lisa y algunos tienen pito, entre ellos Cenicienta, que las demás princesas vale, pero no sé por qué, para ella, Cenicienta es un maromo.

Pero ahí no queda la cosa, que el otro día rumbo al colegio me dijo ‘Mamá a que papá tiene pito? / Sí, claro, porque es príncipe / ¿Y quién ze lo ha puesto?/ ya me diréis qué dice una en estos casos, pero decidí usar el arma de mi madre y le dije ‘El señor, el señor se lo ha puesto’ y pareció quedarse pensativa un momento para luego soltarme a bocajarro ‘Pues dile al zeñor que me ponga uno pa mi cumpleañoz, que yo quiero un pito como Cenicienta y papá y un ‘peshito’ y una Monster High’.

Y yo sin desayunar.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Madre sí hay más que una. 24.- La madre marsupial


La madre marsupial vive adosada a sus polluelos a los que lleva recosidos a su falda con doble pespunte no vaya a ser que les de un poco de aire fresco y cojan una neumonía o alguien se los lleve a traficar coca en Colombia o que se caigan y se arañen las rodillas y les quede marca para siempre, con lo feo que está eso.

La madre marsupial torpedea a la maestra con preguntas, consejos y advertencias sobre su niño ‘que es muy delicado y muy vergonzoso y no come nada si no le cantan en griego antiguo’ y cada vez que hay reunión se pasa media charla hablando de su nene como si fuera el único de la clase, aunque como no le parece suficiente, se apunta cada lunes a las tutorías para poder comerle el hipotálamo a gusto y en privado a la pobre maestra, que en secreto planea fingir su propia muerte.

La madre marsupial entra a mediar en cualquier conflicto que tenga su niño con cualquier otro, sin dejarle espacio propio para resolver sus asuntos, aunque el conflicto no sea más que una discusión sobre qué dibujo es más bonito, no vaya a ser que su hijo se deprima y ya no pueda  triunfar en la vida ‘que los niños son muy crueles’.

La madre marsupial se pasa los recreos espiando desde la verja para asegurarse que su niña se toma el zumo y que juega con las otras alumnas a lo que quiera que esté de moda y si no, les llama la atención entre los barrotes verdes para que jueguen con su nena, ‘que es muy buena y también tiene derecho a jugar’ para alimentar la antipatía de las demás y humillar públicamente a su hija, que ya tiene uso de razón.

Este extremo se amplía notablemente en las playas y piscinas, cuando se levanta y coge de la mano a su hijo para sentarlo en el corrillo de primos que hay al lado y obligarlos a jugar juntos, aunque ninguna de las dos partes quiera. Y si alguien osa jugar con las palas de su hijo, la madre marsupial se levanta como impulsada por un resorte para arrancársela de las manos a quién sea y devolvérsela al suyo, pero si es al revés, alega eso de ‘déjasela un ratito, que sólo quiere jugar un poco, que hay que compartir’.

La madre marsupial suele criar niños inseguros, pero prepotentes e insoportables a los que además no puedes decirles nada si no quieres que en un arrebato de intensa maternidad te arranque la melena y los ojos, que la madre marsupial es muy dulce con su prole pero una depredadora con el resto. Ojo.

(Nivel de identificación personal con la madre marsupial 2 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 21 de septiembre de 2012

Los piojos o cómo perder la cabeza. Parte II


Luego llegué a casa, investigué y descubrí que en su web tenían un anuncio con un piojo gigante con babero a cuadros, así que descubrí que la farmacéutica se había quedado conmigo y que aquello ni ántrax piojil ni nada, pero bueno, encontré un chat de madres majaras donde se hablaba de su incuestionable efectividad y ya con eso me contenté.

Mi suegra me trajo a la niña y el pater llegó puntual a casa para empezar con el despioje para lo que me había documentado con unos pocos de vídeos tutoriales sudamericanos al respecto. Gasté un solo bote en la nena, que a punto estuve de dejarla como Caillou –se supone que con un bote había para cuatro personas- otro en mí -que una tiene poco pelo, pero largo y aquello debía de ser como el Disneyworld para los piojos- y medio en el pater que en principio se negaba a participar en la fiesta-tratamiento pero tras ver mi cara de Jack Nicholson en el Resplandor, se puso su toallita sobre los hombros y se dejó hacer.

No os podéis ni imaginar la situación. La pelirroja emocionada dando saltos de alegría de un lado a otro y suplicando pasar ella la liendrera como si aquello fuera una celebración raruna o algún extraño rito de iniciación; yo como las locas entre el llanto y la histeria, vaciando botes matapiojos y maldiciendo a la guardería en sanscrito, el pater sumiso y temeroso y los tres con sendas bolsas de plástico del Mercadona en la cabeza para que aquello hiciera más efecto y nos quedáramos calvos si hiciera falta, pero sin bicho alguno encima.

La casa también tuvo lo suyo, que creo que nunca la he visto tan limpia, que hasta el sofá blanco de piel sufrió en sus carnes los efectos del amoníaco puro y hasta descolgué las cortinas que ya se sabe que los piojos son muy traicioneros y pueden aguardarnos en cualquier esquina. Edredones, mantas, cojines, sábanas, toallas, peluches, ropa… todo pilló rasca en la que vinimos a denominar la semana del piojo.

Gracias a Dios no salieron bichos de ningún sitio –ni de cabezas ni de ropa, que de hecho no sé ni cómo son, ni quiero saberlo, gracias- por lo que imagino que aquello debía de ser una infestación temprana, digo yo por animarme, pero eso no quitó que repitiera el tratamiento cuatro veces más de lo recomendado, que la histeria se adueñara de la casa durante más de un mes ni que me pasara la liendrera tres o cuatro veces al día, con la consecuente pérdida de pelo, que con lo que me arranqué bien podría haberme hecho un postizo de moño italiano para Nochevieja y eso que bolitas –como he venido a denominar a las liendres asquerosas para no morir de miedo/asco- sólo le vimos al pelirrojismo y acabamos con ellas el primer día.
 
Y lo peor es que yo siempre había pensado -por aquello de que soy una mala persona- que los niños que tenían piojos era porque no tenían la cabeza suficientemente limpia, vamos, que las madres eran un poco cochinonas, por lo que yo, con los baños pelirrojiles diarios y los continuos lavados de cabeza para desenmarañar la bola naranja y los cepillazos y los desenredos, nos creía a salvo de esa maldición bíblica, pero se ve que no. Desde luego, los piojos no tienen respeto por nada.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Los piojos o cómo perder la cabeza. Parte I


Aún no sé cómo pudo ocurrir, pero ocurrió. Una tarde de hace ya muchos meses, me llamó el pater de la criatura que a su vez había sido telefoneado por su madre o sea, mi suegra, -que todos los jueves recogía a la niña de la guardería y me daba una merecida tarde de indulto- y me dijo: “No te pongas nerviosa y, sobre todo, no te asustes…”.

Con ese inicio de conversación ya imaginaréis la de barbaridades que se me pasaron por la cabeza en los cuatro segundos que tardó en pronunciar la siguiente frase y que me hicieron pensar desde un secuestro exprés mexicano a una abducción alienígena, pasando por un cuadro severo de lepra africana o una mutación de las fiebres maltas terminales, pero no. Era mucho peor. Muchísimo peor. La niña tenía piojos.

Si no hubiera sido porque en aquellos días yo sobrevivía a la maternidad a base de red bulles, cafeínas a gogó, pharmatones y otros animadores de mis maltrechas fuerzas, hubiera perdido el conocimiento, cayendo en redondo sobre el teléfono como en un telefilme de Antena 3, pero como estaba dopada nivel experto, puede seguir recibiendo información, eso sí, con la lágrima detrás de la oreja y rascándome, de pronto, por todos sitios cual macaco amazónico.

Al parecer, mi suegra que es madre y abuela experta de una caterva de niños, sabe de estas cosas y cuando vio a la niña rascarse sospechó lo peor, se puso las gafas y detecto unas pocas de liendres la mar de monas saludándole mientras se balanceaban en los tirabuzones naranjas de la nena.

En pleno ataque de histeria personal y rasquiña incesante –que los de CSI hubieran localizado en mis uñas ADN para parar un tren de mercancías-, le colgué al pater el teléfono, lanzándolo contra el sofá, no sin antes vociferarle que me trajeran a la niña lo antes posible y salí como una loca a la farmacia a que me dieran lo más fuerte que tuvieran -para los piojos, quiero decir-.

La farmacéutica que se ve que es una persona normal pretendía que me llevara un producto natural, hecho a base de huesos de chirimoya y otras pamplinas y sin insecticida -¿estamos locos?- pero al final tras comprobar que yo no era una persona normal y que mi pavor por los bichos en general y en especial por los piojos era para encerrarme, me entregó un bote que sacó con sigilo de debajo del mostrador como si me estuviera dando un alijo de cocaína colombiana, por lo que yo imaginé que aquello debería de ser lo más, el nepalm para los piojos, un producto de estraperlo de poderes milagrosos contra los aquellos parásitos demoníacos que habían venido, sin previo aviso, a arruinarme la vida y a arrancarme la poca cordura que me quedaba.

Continuará...

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La reunión escolar. Parte II


(...)
Una madre que se ve que todavía no había desayunado –aunque sí había tenido tiempo para ponerse el pelo crujiente- o que estaba regular de lo suyo, se levantó en tres ocasiones para advertir que su hija no avisa cuando hace caca hasta que ya es demasiado tarde, lo que no hubiera sido especialmente extraño si no lo hubiera introducido surrealistamente mientras nos explicaban las bondades del bilingüismo, la necesidad de ejercicio físico y el calendario de actividades extraescolares, que no es que sean temas muy interesantes, pero que desde luego poco tienen que ver con el control de esfínteres del alumnado.

Sin embargo, aquella señora animó a otras y de vez en cuando y sin previo aviso alguien se levantaba y soltaba lo primero que se le ocurría como si fuera un ‘brainstorming’ de surrealismo, cortando a la maestra para hablar desde ‘de las necesidades especiales de mi hijo que ya casi reconocía las letras porque era muy listo y la tía que era maestra lo había puesto al día’ o de que su 'niña no toma chucherías porque el azúcar industrial es malísimo para la pituitaria que se lo dijo su médico de cabecera que es suplente pero muy apañado y que cuando haya cumpleaños que nadie traiga chucherías sino caretas o zumos por el bien del grupo’ -¿estamos locos?- y formulaba una pregunta absurda o extraña o que no venía a cuento… tanto, que una ya pensaba que en cualquier momento sonaría la sintonía de ‘Inocente, Inocente’ y me entregarían un ramo de rosas o que de pronto empezaría un flash move que luego lo petaría en youtube, pero no. Por raro que pareciera, aquella gente y sus ‘¿Entonces, usted cree que debo lavarle el babero cada día?’ eran reales.

Pero nadie decía nada como si aquello fuera lo más normal del mundo, incluso cuando un señor mayor, un abuelo creo, se levantó para reivindicar que pusieran columpios más bajitos en el parque de al lado del colegio, que por supuesto no tiene nada que ver con el centro, alegando que su nieta se partió los dientes y tuvo que ir al dentista porque aunque eran de leche, las raíces se le quedaron dentro y se le infectó hasta el labio. Y la gente asentía entusiasmada. Y yo buscaba la cámara.

Pero lo mejor de toda la reunión, a la que lamenté no haber llevado grabadora, fue cuando la maestra nos explicó que tendríamos una nueva cita en octubre en la que nos volvería a pedir materiales –tira de la palancaaa-, algunos especialmente diseñados para las clases de matemáticas como unos zancos para saltar o unas rodilleras de gomaespuma ‘porque los niños tienen que gatear por el patio cada día para poder asimilar los conocimientos matemáticos como es debido’. Ahí lo llevas. Y claro yo que no soy moderna y no estoy al día de estos métodos punteros, solté una carcajada como si hubiera sido una gracia, pero no, no lo era.... y el contable me fulminó con sus miniojos achinados, que se ve que él si sabe de estas cosas.

Y el resto de padres asentía como si aquello de los zancos y las rodilleras como parte fundamental del temario de matemáticas fuera lo más normal del mundo y nadie dijo nada, miento, una preguntó por el color en que debía comprarlas, que si eso influía a la hora de asimilar la trigonometría básica.

Y claro, ahora entiendo por qué lo mío nunca fueron las matemáticas. La culpa es de mi madre que nunca me compró unas rodilleras como Dios manda, arrojándome  así a los brazos del latín, el arte y las letras puras. Y así me va.

(NOTA: Tan ojiplática me quedé como veo que os quedáis vosotros... No obstante, poned en google gateo + matemáticas y veréis todo lo que sale!! Al parecer es un ejercicio para conectar ambos hemisferios del cerebro. Muy paranormal todo.)

martes, 18 de septiembre de 2012

La reunión escolar. Parte I


Pocos días antes de empezar el colegio, nos llamaron a los padres para conocer a la maestra y, de paso, darnos una torpedo charla sobre las reglas del centro, las necesidades del profesorado y los alumnos y otras cuestiones al parecer de vital importancia –porque había padres que hasta tomaban nota en una libreta gigante como si se les fuera la vida en ello- que a mí se me pasaron por alto entre cabezada y espanto y nueva cabezada y nuevo espanto.

Y es que la reunión más larga de la historia de las reuniones largas hubiera sido merecedora de un sueño reparador o de una huida sigilosa por la puerta de atrás si no fuera porque aquello fue un espectáculo en sí mismo digno de un guión de Almodóvar, divertido, vergonzoso y surrealista a partes iguales.

La mayoría de los padres ya venían endemoniados de casa, bueno, en realidad de la planta baja donde inicialmente era la reunión y desde la que nos trasladaron a un salón de actos dos plantas más arriba con el consecuente acarreo cual burros de carga de las gigantobolsas de tres mil toneladas de libros, cuadernos, cuentos y material variado –incluido un pedagógico punzón sacaojos y 18 botes de témpera-. Pero yo como iba sin el pelirrojismo, iba feliz y puestos a atarragar cosas, mejor libros que chillan menos y no hacen la croqueta.

Una vez iniciada la reunión cinco minutos antes de la hora -que se ve que aquí lo de los cinco minutos de cortesía va a la inversa- con los consecuentes bufidos de los padres que llegaban escalonadamente y arrastrándose como el enano del Señor de los Anillos tras un día de rebajas, las maestras nos hablaron del método de recogida de niños con una tarjetita personal e intransferible que debíamos presentar para asegurarnos todos de que nos llevamos al niño correcto ‘que eso pasa’, dijo la monitora prepúber y todos asentían entusiasmados como si fuera lo más normal del mundo ir a por la pelirroja y traerse a un chino y no darse cuenta hasta la hora de comer.

‘¿Y quién nos dice que no se pueden falsificar?’ me dijo el padre loco que se sentaba a mi lado ‘Y ¿para qué iban a falsificarla?’, pregunté yo ojiplática. ‘Digo, pues para llevarse a mi niño o es que no ves los telediarios que venden a los niños?’ Ante la duda de que mi abuela hubiera resucitado y hubiera ocupado el cuerpo de ese pequeño hombre con la pinta del contable de Eliot Ness, quise quitarle hierro al asunto y le dije ‘¿Y quién va a querer secuestrarlos? Yo es que a la mía no creo que nadie quiera secuestrarla, que mire que si no pensaba en repartirlas yo’ añadí en tono jocoso y aquello debió de parecerle, como poco, un sacrilegio porque me clavó la mirada achinando los ojos y se giró indignadísimo.

Al final decidió que las tarjetas estuvieran firmadas por la maestra y un progenitor y selladas por ambas caras y plastificadas con calor. Yo pensé en sugerir que llevaran una muestra de ADN pero temí que el aprensivo contable acabara clavándome la pluma en la sien y desistí, que bastante tiene una con lo suyo.

Continuará...

lunes, 17 de septiembre de 2012

Madre sí hay más que una. 23.- La madre progre


La madre progre, también conocida como madre moenna, tiene un limitado instinto maternal y gusta de criar a sus polluelos como pequeños adultos ‘para que vayan desarrollando su individualidad y enfrentándose a la vida real’, así que los chiquillos lo saben todo sobre una sexualidad sana, el hambre en el Cuerno de África y el derecho a morir dignamente antes de que hayan echado su primer diente de leche.

La madre progre compra el mobiliario infantil más feo de los catálogos -ése que todos creemos que nadie compra- y le monta un cuarto ‘para que le dure unos años’ sin un muñequito de mala muerte pero con un escritorio y un ordenador de Educa, para que se vaya poniendo al día y se vaya entreteniendo solo, que ella tiene que escribir su blog de feminismo trasnochado.

La madre progre pasea a su bebé en uno de esos carritos espaciales que van suspendidos en las alturas y que dan pavor al pequeño y a los transeúntes que se cruzan con él, no sólo por su fealdad, que también, sino por la pinta de atracción de feria defectuosa que tiene. Igualmente, la madre progre suele vestir a su prole como pequeños personajes de Tim Burton –el binomio negro morado le puede- aunque no duda en colocarle camisetas reivindicativas o de grandes grupos musicales, que se vea que ella entiende de estas cosas.

La madre progre detesta a la Barbie y no hablemos ya de Ken, por encarnar el modelo norteamericano de familia frívola y consumista, pero accede a comprarle dos Ken para que los case y vaya asimilando que existen diferentes modelo de familia, aunque la nena lo único que quisiera es una muñeca vestida de novia con un gran velo blanco.   

La madre progre adora una manifestación, aunque sea a favor del café en grano colombiano y acude a ellas siempre que puede con el niño en la mochila y los gritos de guerra compuestos por versos alejandrinos con rima asonante que le ha llevado dos días componer.

La madre progre no cree en la autoridad y aboga por debatir cualquier decisión en familia, aunque eso implique una conversación de dos horas y media sobre la conveniencia o no del helado para desayunar con un niño de dos años y una plaza fija en próximas ediciones de Operación Momotombo.

La madre progre investiga los libros de texto de sus hijos en busca de algún detalle reaccionario o injusticia social –habitualmente inventada por ella- para poder volverse muy loca en las reuniones escolares hablando de conspiraciones judeomasónicas lavacerebros para pavor del profesorado y humillación de sus hijos.

(Nivel de identificación personal con 'la madre progre' 1 sobre 10)


Queridos amigos: Me temo que esta sección está tocando a su fin, que ya van 23 modelos nada más y nada menos... Así que si tienen alguna propuesta sobre algún tipo de madre que se me haya podido pasar, no duden en hacérmela!!

Que no, que no, que no... que dado el entusiasmo mostrado y las nuevas ideas aportadas, seguiremos con 'Madre sí hay más que una' hasta el infinito y más allá... ¡¡¡será por madres!!! Y muchas gracias por vuestra entusiasta respuesta!!!!

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 14 de septiembre de 2012

Infiernos de la vuelta al cole. 1. Morir de estrés cada mañana.


Da igual a qué hora me levante, en realidad daría igual que me quedara despierta toda la noche viendo la Teletienda -y sus deprimentes anuncios de fajas enterizas y cortadores de huevo duro en juliana- y sorprendiera al amanecer, preparada como Lara Croft frente a la adversidad, con la leche en una mano y el peine en la otra, con la mochila entre los dientes, pintada como una puerta y con la energía y el ánimo de Leticia Sabater en sus buenos tiempos… bueno, en sus primeros tiempos, quiero decir.

Daría igual porque nada puede evitar que cada mañana dé un paso más hacia el infarto de miocardio terminal, hiperventilando desde las siete y cuarto de la mañana cuando ya abro un ojo y aunque sepa que aún me quedan quince minutos para que suene el despertador, la ansiedad me puede y acabo levantándome con los ojitos vueltos de sueño, el alma encogida de agotamiento –como si me hubiera pasado dos días llorando- y arrastrando los pies y el ánimo hasta el salón.

Oficialmente, no levanto al pelirrojismo hasta las ocho, pero claro, si el pater y una servidora se levantan, la nena que es un sabueso para estas cosas, lo nota y aunque no hagamos el mínimo ruido, sale que se las pela detrás de nosotros entre el puchero y la risa floja dispuesta a ser partícipe y parte colaboradora y fundamental del estrés galopante matutino.

Así que el pater nos prepara el desayuno mientras yo me meto en la ducha y antes de abrir el grifo, me giro para coger el gel y me topo con la nena que nadie sabe cómo ni cuándo se ha colado en la bañera dispuesta a vaciarme el gel de té verde encima o a lanzarme el bote completo a los pies, a elegir.

‘Sácame a la niña de la bañera que se está mojando el pelo’ grito desde el baño al pater que también está cadáver de agotamiento y que aparece con el biberón en la mano, ante lo que la pelirroja sale de la bañera para huir, mojada como un boquerón, bueno, en su caso como un salmonete rumbo a la cama para ponerla chorreando y escapar de la lactosa y del pater.

Tras un par de improperios y un episodio de la Casa de Mickey Mouse accede a dar unos sorbos y aprovecho para pintarme un ojo mientras me lavo los dientes y escucho sus gritos de ‘No voy a ir al coleeee, ¿eh?’ –nuevo hit desde ayer- y me visto como una loca, cogiendo lo primero que pillo que no esté manchado sin reparar en nada más, que bastante tengo con ir cubierta y la persigo con su ropa en la mano por toda la casa.

‘Ezo no, ezo no, yo quiero el de princeza, mamá, el de princesa Aulora’ mientras se quita las braguitas y las lanza al aire –eso cuando no las ‘lava’ en el WC-. Así que negociamos –no sé cómo lo haremos en octubre que ya hay uniforme- y acordamos un atuendo bajo la promesa de comprarle una pegatinas o un mono tití o un avión ultrasónico de última generación  y la visto como puedo y se me escapa antes de poder peinarla, así que aprovecho para ganar tiempo y pintarme el otro ojo mientras el pater le prepara la mochila ‘¿Qué le meto de desayuno?’, me dice… ‘¿Qué tal una sopa de mariscos? Vocifero ya en plan loca muy loca, ‘Pues un zumo o un Actimel y una magdalena o una manzana o lo que sea…’.

‘Nooo, heladoooo’ grita la pelirroja que aún tiene los pelos a lo Bunbury, ‘Yo quiero helado de freza, que zí, que zí, helado de freza…’.

Y la reduzco como si yo fuera un agente especial de los GEO y ella una francotiradora y la atrapo cual alacrán con las piernas, para poder desenredarle ligeramente la bola de pelo naranja y ponerle un lazo o algo con lo que parezca niña de bien… mientras miro de reojo el reloj y las pulsaciones suben y suben, golpeándome en la sien izquierda, que se ve que es la más sensible de las dos.

Y una vez lista, la siento a ver la tele –más bien a lamerla-, mientras doy dos sorbos de zumo –en realidad es de Coca Cola Zero, pero tengo miedo a las críticas feroces de los amigos de la alimentación saludable y miento- y me pongo los zapatos mientras le canturreo el Tallarín o le explico algo bonito para que esté contenta y no entre en bucle de negatividad temprana y tanto histrionismo sin desayunar me agota hasta la extenuación.

Y me malpeino y busco el bolso, las llaves y el móvil, ya desayunaré cuando vuelva, digo yo. La rocío con colonia como si fuera agua bendita, repartimos besos al pater que se queda balanceándose como Rainman de aguantar con su bendita paciencia a este nivel y salimos como alma que lleva el diablo yo y como la tortuga del cuento, la nena, que tarda una vida en bajar un escalón y otro y otro, mientras la vena de la frente me palpita y por fin, llegamos al portal, cogemos el carrito, peleamos un rato y al final la subo y salgo corriendo como Bolt rumbo al colegio, sorprendida una mañana más de haberlo conseguido. Y sólo son las 8.35.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La Policía


Una, que se pasa el día metiéndole miedo en el cuerpo a la pelirroja, no por maldad –Dios me libre, que yo sólo soy mala cuando madrugo mucho y no es para coger un avión- sino por intentar que la nena se convierta en una mozuela de provecho que responda ante algún tipo de autoridad, voy por la vida robándole ideas y métodos a los demás, que ya se sabe que cuatro madres piensan más que una –no que una no madre, claro, que esa juega con ventaja-, y tomando de aquí y de allá retazos de técnicas que me aseguran que funcionan más que el Espidifen en un día de resaca, que ya es decir.
.
Así que cuando una amiga me dijo que su hijo sólo se cuadraba cuando lo amenazaba con la Policía, decidí probar suerte, total, lo de la bruja estaba ya muy manido y aunque todavía le da pavor la idea de que venga a llevarse el chupete nocturno, el hecho de no poder constatar su existencia cuando me vacila y me dice ‘Las brujas  zolo zon de las películas’, me animó a intentarlo y oiga, mano de santo. De santo milagroso, además.

Primero tuve que explicarle lo que era la Policía y decirle que su misión era regañarle severamente a los niños malos y a los que ya eran muy muy malos y no les hacían caso a sus papás, se los llevaban a la cárcel. Aquello debió de impresionarla porque desde entonces, cada vez que sale disparada dispuesta a perderse entre el gentío o se niega a tomarse la leche o pretende echársela por encima, le digo que voy a llamar a la Policía y todo arreglado. Una bicoca, oiga.

El problema viene cuando se lo digo en la calle, generalmente casi gritando -que ya he dicho que los nervios los tengo regulares- por lo que la gente nos mira mitad escandalizada y mitad extrañada haciendo cábalas sobre el asunto de llamar a las fuerzas del orden –que se ve que esta estrategia es experimental y no está muy en uso- como si la pelirroja fuera en realidad un miniatracador que pretendía robarme el bolso o lo que es peor, que trataba de robárselo a ellos.

Sin embargo, eso no es lo peor. Peor es cada vez que pasamos ante una pareja de agentes, la niña me dice ‘Mamá, corre, corre, que está la Policía, que no nos vea’, como si estuviéramos planeando algún terrible crimen secreto y tratáramos de despistar a la pasma, que por supuesto, escucha los gritos de la pelirroja y nos mira como esperando a que saquemos un arma del carrito.

Pero tampoco eso es lo peor. Lo peor del asunto es que para ir al colegio, hemos de pasar delante de una Comisaría, donde siempre hay agentes en la puerta y ayer mismo, al pasar por allí y verlos en la puerta empezó a vociferar ‘Mamá ¿a que tú dices que la Policía es mala? ¿a que da zuzto? ¿a que la Policía te pega?’ y claro, los agentes, ojipláticos, me miraron como si yo fuera una antisistema broncosa comecerebros infantiles y claro, mi desconjuntado atuendo -tipo ‘me he levantado a las siete de la mañana, odio al mundo y lo que me he puesto no combina nada’- bien podría ser el de la cabecilla de un grupo de radicales subversivos y mi pelo arbitrariamente peinado –y digo peinado porque no sé qué otra cosa decir- y mi mirada matutina de estoy seriamente en contra de todo lo que no sea dormir hasta las diez, lo confirmaba.

Así, que me ahorré las explicaciones no fuera a acabar en el calabozo y crucé de acera mientras trataba de callar a la niña y volver a explicarle cómo va lo de la Policía. No obstante, he tomado dos importantes decisiones al respecto: una, que mañana damos un rodeo para llegar al colegio evitando la Comisaría y otra, que volvemos al comodín de la bruja, que lo paranormal siempre ha tenido mucho tirón y, además, no veo a Maléfica buscándome la ruina.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El primer día de cole. Parte II


(...)
Como no podía ser de otra manera en este desorden neuronal que llevo conmigo, me había equivocado y la niña entraba a las once y media y no a las once, por lo que tuve más tiempo para probarle uniformes –este tema da tanto de sí que tendrá su propio post-  no sin antes entrar a la clase y demostrarle a la maestra que soy una demente que no proceso la información ni puedo memorizar un simple horario que no sólo me habían repetido hasta la saciedad sino que, además, me habían dado por escrito en dos ocasiones.

Así que dado que allí estaban los nenes del primer turno, decidí esperar en el patio a que diese la hora y no meterla ya en el aula, no fuera que la pelirroja viera salir a los compis –que salían cuando a ella le tocaría entrar- y le diera por el drama-espectáculo al que me tiene acostumbrada y nos echaran del colegio el primer día. 

Nos sentamos en un banco del patio, yo con mi cara de loca agotada y la pelirroja fingiendo ser una señorita con su tarjetita con su nombre prendida al pecho en la que según ella decía ‘Violeta ez princeza’, al parecer, para que la seño estuviera al tanto de su linaje real. Y mientras yo planeaba mil estrategias para enfrentarme al llanto infinito con el que preveía que terminaría el asunto, acongojada ante el sufrimiento pelirrojil que estaba por venir y con la empatía a flor de piel, va la nena, me arranca la micromochila de Kitty de las manos y me dice ‘¿a que ya zon las veinticiete?’ –nadie sabe por qué, para ella siempre son ‘las veinticiete’- ‘mamá, zon las veinticiete y tengo que irme a la claze con la zeño ya’.

Y así fue. Entró a la clase junto a otros muchos niños que ya aguardaban en la puerta y en menos que canta un gallo ya estaba custodiando la cocinita de madera mientras una chiquilla que apenas le llegaba por la cintura le suplicaba que le dejara un cazo para hacer ‘pusshero’. Así que yo, orgullosa de la mafiosa de mi hija y harta de los padres coñazo que no tenían intención de abandonar la clase jamás -para desasosiego de la seño-, la dejé allí repartiendo cazuelas y cucharones y manteniendo conversaciones surrealistas con sus nuevos amiguitos sobre que había que comer porque ya eran las ‘veinticiete’.

Y me tiré a las calles a disfrutar de mis dos horas de libertad que me dieron para hacer todo lo que no había podido hacer en tres meses con el pelirrojismo a cuestas, y fui feliz. Y a la una y cuarto volví a recogerla ya con cara de persona casi cuerda –que en dos horas una se reinicia la mar de bien- y la pelirroja salió tan o más contenta que entró.

‘Se lo ha pasado en grande’- me dijo la seño. “Ha jugado con todos, ha bailado el Tallarín y ha hecho muchos amiguitos, vamos como si hubiera venido toda la vida”. Y cuando yo ya no podía más de orgullo, emoción y alegría, añade “así que mañana ya no tiene horario de adaptación, aquí a las nueve”.

Y así empezó el infierno.

NOTA: Hoy he colgado un par de fotillos de la nena en la página de Facebook del blog... Como muchos me preguntáis por su aspecto y si tiene o no cara de pilla, pues ahí la tenéis! Pero esto es una vez en la vida, eh?? jajajjaja

martes, 11 de septiembre de 2012

El primer día de cole. Parte I


Sobrevivimos. Y con éxito que no es poco, a pesar de que las perspectivas no eran del todo favorables -y es que cuando la pelirroja está por medio pocas veces lo son, para qué engañarnos-, pero claro la Divina Providencia, harta de darme bofetadas día sí y día también, tuvo a bien regalarnos un respiro en el primer día de colegio para ir despistando al personal, imagino.

Como la nena es novata en esto de la Educación Infantil esta primera semana nos daban tregua hasta las once, algo que yo desacostumbrada a madrugar agradecí como si me hubieran regalado un 2.55 de Chanel en una tómbola, que una no es de mucho dormir, pero levantarse antes de la 9 está feísimo -no me digan que no- y además es claramente perjudicial para la salud y no digamos para las patas de gallo que lo leí una vez en la Cuore y ya se sabe que la Cuore es muy seria para estas cosas.

Así que no tuvimos que madrugar mucho pero algo sí claro, que con la nena siempre vamos con prisas. Porque ahora dice que no quiere la leche –tampoco- ni vestirse, ni ponerse los zapatos, ni peinarse, ni dejarme vivir, ni nada que no sea ver Dora a cuatro centímetros del televisor, refregando las manos llenas de cualquier cosa muy pegajosa por la pantalla y pegando gritos de pavor cada vez que sale el ‘zorro escurridito’, así que entre una cosa y otra , el acicalamiento nos llevó un buen rato, mientras yo a medio pintar y con los pelos chorreando tras una ducha de dos nanosegundos, la perseguía con el estrés de madre primeriza en primer día de cole, que ser madre y tener que llegar a una hora concreta a algún sitio concreto es una tarea de alto riesgo cardíaco. 

Para más inri, la idea era llegar media hora antes de que empezaran las clases que es cuando los del AMPA (lo de la similitud fonética con el hampa no es casualidad) abren el chiringuito de los uniformes y ésa fue la causa de que nos hiciéramos los dos mil kilómetros que hay desde la casa al cole –lúcida que es una para matricular a la nena- en menos de diez minutos, con la lengua fuera, el corazón a punto de petar y un aspecto de enferma mental terminal a causa de la melena mojada por una parte y electrificada por otra, la chepa empujacarros activada  y pintada como una prostituta drogadicta –alguien tiene que arreglarme la luz del baño ya- que cuando llegamos a nuestro destino y me vi reflejada en el cristal de la entrada me avergoncé de mí misma y hasta me preocupé de lo que pudieran pensar de mí la seño y las otras madres que por supuesto venían recién salidas de una sesión fotográfica del Hola.

Continuará

lunes, 10 de septiembre de 2012

Madre sí hay más que una. 22.- La madre corrillo


La madre de corrillo vive para la hora del parque donde se junta con otras madres corrillo mientras sus hijos se las ventilan solos columpio va y columpio viene –hacia la frente- y hablan como si se les fuera la vida en ello sobre si es mejor que los niños hagan de manzanas o de ciruelas en la fiesta de fin de curso del colegio, de lo estirada que es la maestra, que además ‘no sabe donde tiene la cara que a mi Pablo le puso un 5 y hasta le ayudó el padre’ y por supuesto critican a aquellas madres que van de independientes por la vida y no quieren participar en su animado club social de banco y pipas.

La vida social de la madre de corrillo se centra casi en exclusiva en el trato con otras madres corrillo ya que no suelen trabajar fuera de casa y además han dado por terminada su anterior vida social con amigas de antaño, reuniéndose con la manada de madres que acaban siendo clones unas de otras para regocijo del grupo, de sus chistes de dudosa gracia y de sus espantosos planes en tropel.

Y es que las madres corrillo organizan todo tipo de actividades en familia juntas y revueltas como ir a la verbena del barrio a bailar en grupo ‘Paquito el Chocolatero’, visitar el zoo con precios especiales para grupos o el parque acuático para lucir los frutos de las papas asadas que se comen cada noche en el burguer e incluso ir al cine en una terrible pandilla compuesta por todos sus hijos, que de tanta juntera ya son íntimos y todas las madres corrillos que se pasan las bolsas de chuches y lanzan carcajadas al aire de pura felicidad.

La madre corrillo trata de absorberte desde el minuto uno en que te conoce y no duda en hacerte mil y una proposiciones para ir con la pandilla a hacer tal o cual, y ay de ti si se hace con tu móvil porque no parará de mandarte whatssap privados y a través de un grupo creado en exclusiva para la cuadrilla, que no para de hacerte pitar el móvil, una y otra vez sin descansar ni de día ni de noche ni domingos ni festivos… Y es que escapar de la madre corrillo no es fácil, más si te ha echado el ojo, no obstante si acaba entendiendo que no quieres participar en el corrilleo, acaba por declararte proscrita y pasas a ser enemiga de toda la banda de un solo plumazo, lo que, en cierta medida, se agradece.


(Nivel de identificación personal con la 'madre corrillo' 0 sobre 10)

Repetimos:

Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 7 de septiembre de 2012

Feliz no cumpleaños. Parte II


(...)
Pero ahí no acabó el robo indiscriminado de protagonismo… ya que cada vez que me llamaba alguien para felicitarme, tenía que pasárselo a la nena para que la felicitara a ella también o entraba en estado de llanto desconsolado… e iba por el mundo diciéndole a todo el mundo que era su cumpleanioz feliz y el de su mamá 'tanmién'.’Laz doz igualez mamá, igualez de cumpleanioz, ¿a que zí?’.

Y claro, una que se supone que es mayor para estas cosas, tenía que fingir que llevaba bien eso de ceder el protagonismo en el día de su cumpleaños, pero nada más lejos de la realidad, sobre todo cuando el almuerzo cumpleañero tuvimos que hacerlo en el Mc Donalds que es el único sitio donde los gritos de la pelirroja pasan desapercibidos y su amor por los nuggets de plástico es famoso en el mundo entero.

Así que comimos en el Mc Donalds los tres juntitos y revueltos en ketchup y grasas saturadas mientras la pelirroja trataba de ahogarse intentando encajar su cabeza entre los barrotes de la barandilla sin éxito -gracias a Dios ha sacado la cabeza del pater-y yo me hacía la muerta en vida -que para eso tengo 34 años y ya debo demostrar cierta discreción en sitios públicos- y, como premio ante el ultraje cumpleañero, me tomaba el primer ultradelicioso Big Mac en mucho tiempo.

Y de ahí nos fuimos al cine, no a ver ninguna de las muchas películas que hay en cartelera y que estaba lampona por ver, qué disparate, sino a ver Madagascar ¿qué más se le puede pedir a la vida? Con ese doblaje tan vergonzoso que deja al de El Resplandor como profesional, con un león retrasado, una jirafa hipocondríaca y una cebra hiperactiva haciendo el majara durante hora y media en una sala a rebosar de niños histéricos, hiperexcitados de tanta azúcar, lanzando palomitas y alaridos y risotadas salvajes y yo pedía el garrote vil en mi butaca mientras daba sorbos nivel intoxicación mortal de mi coca cola zero de litro y pico y planeaba un plan de fuga para escapar y colarme en la sala contigua.

Y luego volvimos a casa tras un tortuoso camino en el que la nena se negaba a montarse en el carrito y daba muestras de sus dotes de soprano contando Dios sabe qué, mientras yo tenía ganas de colgarme del primer olivo que encontrara, con la voz de los pingüinos martilleándome aún las sienes, agotada de perseguir a la pelirroja que no había cesado en su afán de escapatoria durante todo el día, apesadumbrada porque ya estaba acabando mi cumpleaños que nunca fue mío o no mío del todo al menos y con la necesidad imperiosa de un red bull, dos espidifenes y un chute de voltarén en las cervicales...

Pero fue mirarla y verle la sonrisa de oreja a oreja y los ojos como platos llenitos de emoción y prestarle atención y escucharla explicándonos lo mucho que le había gustado la película y laz palomitaz y el cutrerregalo de las pinturas para maquillarse 'como mamá, que ez una princeza' y el marrrdonal y su cumpleanioz falso, que de pronto y como por arte de magia, me pareció que había sido el mejor de los cumpleaños, sobre todo cuando descubrí que al llegar a casa me aguardaban nuevos regalos, que me entregó la propia pelirroja junto a un montón de besos babosos y un happy birhtday cantado con la zeta. No sólo soy una vieja. Soy una vieja chocha.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Feliz no cumpleaños. Parte I


Siempre me han gustado los cumpleaños, sobre todo los míos, que para eso me encantan las fiestas, los cócteles, los regalos y la diversión in extremis y los cumpleaños son un poco de eso, ¿no? o al menos lo eran antes de la maternidad.

No voy a engañar a nadie, para mí los cumpleaños son lo más y me niego a no celebrarlo como Dios manda caiga quien caiga –generalmente yo, que soy quien sufre los preparativos nivel Martha Stewart y las resacas nivel Amy Winehouse- y por eso, como chica previsora que soy, decidí celebrarlo con los amigos el sábado anterior al gran día, endosando al pelirrojismo con la abuela y fingiendo ser una nomadre por una noche. Pero no pienso hacer una crónica sobre aquello, en primer lugar porque lo que pasa en esas quedadas se queda en esas quedadas y, en segundo y principal, porque no recuerdo demasiado, que ya se sabe lo que pasa con los vinitos y las copichuelas variadas...

No obstante y como buena fanática de los cumpleaños, esperaba poder volver a celebrarlo de una manera más tranquilita el mismo día 30, que para eso una cumple 34 añazos y eso no pasa todos los días… gracias a Dios.

Mi madre me dijo que le dejara la niña y que me fuera con el pater de día de asueto, a comer en algún restaurante molón y luego al cine o a tomarnos una copichuela en alguna terraza donde no admitieran la presencia de niños, pero como una no está muy bien de lo suyo y los 34 entraron cargándose otro batallón de neuronas –total, para lo que hacían- decidí que no, que celebraríamos el cumpleaños los tres mosqueteros juntos, arriesgándome así al sufrimiento ilimitado.

La cosa ya iba mal desde días antes del evento porque la pelirroja había acudido de seguido a varios cumpleaños de amiguitos y no entendía por qué razón no era su cumpleaños nunca... aunque una, a la que todavía le dan arrebatos de paciencia -entre gritar y hacerme la muerta- se lo explicaba una y otra vez.

Pero claro, la nena creía que todo era un fraude, así que cuando llegó la hora del mío, se plantó y decidió que no era el mío sino el suyo o como mucho el de las dos y no había quien la moviera de allí, tanto así que cuando despertamos y el pater me trajo mis regalos a la cama, a la pobre se le quedó la cara desencajada y con los ojos encharcados balbuceó ‘Ez que tanmién ez mi cumpleañoz’ y aquí me veis corriendo como las locas sin haberme despertado todavía –ni mucho menos haber abierto mis regalos con lo que a mí me gusta un materialismo- a buscar cualquier porquería por la casa que poder envolverle y entregarle a modo de regalo por su no cumpleaños… que una estará frita por mandarla a un internado suizo, pero tiene su corazoncito.

Así que junté tres terribles sombras de ojos que nunca usé y una barra de labios y se la metí en un neceser de esos horribles que dan en algunas bodas y se lo envolví como pude, con los ojos todavía pegados, los pelos de Dolly Parton tras una siesta y dando traspiés entre las piezas de construcción que siempre hay tiradas por la casa... y la pobre que será el anticristo en la tierra, pero es agradecida como la que más, recibió el regalo emocionada, entre aplausos y cánticos de feliz no cumpleaños ante los que ponía cara de eterna protagonista, robándome así mi papel de cumpleañera como la rubia mala de La mano que mece la cuna.

Continuará...

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Un domingo cualquiera. Parte II

(...)
Como sabía que al cortarles el rollo se les ocurriría algún otro ataque nuclear contra el escaso bienestar familiar que nos quedaba, se me ocurrió –oh, craso error- sacar la máquina de hacer algodón de azúcar. Lo peor no fue la guerra presuntamente pacífica de palos nivel ‘te voy a sacar un ojo después de sacarme el mío’ ni el coqueteo con la resistencia incandescente ‘quiero abrasarme vivas las dos manos a ver qué pasa’ sino los millones de hilillos de azúcar adheridos en los pelos, las manos, la ropa y hasta las pestañas, que tuve que lavarle los ojos a la niña para que pudiera volver abrirlos y ver a su madre a punto de pedir la inyección letal.

Como la cosa ya no podía ir peor, mi madre decidió que nos íbamos a la calle a tomar un helado o un café o un preparado de cianuro, cualquier cosa para acabar con ese caótico tormento digno de una película francesa de Luis de Funes y antes de que a mi padre -que no decía esta boca es mía, esquinado en el sofá tratando ilusamente de dar una cabezada para huir del averno- le saltarán las dos válvulas que tiene instaladas en las venas y acabáramos en urgencias, que ya era lo que nos faltaba.

Así que nos tiramos a las calles con un calor sahariano. Pero la cosa no fue mejor. Tras refregarse por la cara y parte del pelo un cucurucho mediano de fresa de Casa Mira, nos sentamos en una cafetería a fingir que éramos personas normales y que nuestros niños también lo eran. Pero claro, tras dos intentos de suicidio en la fuente y la llegada de dos millones de palomas a nuestro alrededor llamadas por los kilos de cacahuetes que los nenes -con el beneplácito de la abuela que da igual lo que le digas que ella va a lo suyo- habían dispersado por el suelo, ya había saltado la liebre y todos sabían quiénes éramos. Sobre todo, cuando las palomas se subieron a la mesa y empezaron a picotear de las tostadas de mi madre y del bol de las cáscaras de los cacahuetes, dando así por terminada la merienda.

Y creyendo que los niños estaban endemoniados y/o poeseídos por una fuerza sobrehumana, nos metimos en la Catedral dispuestos a arruinar la paz que allí se respiraba con las discusiones a voz en grito y los empujones por ver quién encendía más velas a las vírgenes, vaciándonos el monedero y las ganas de vivir. Menos mal, que estuve hábil y les conté que bajo el suelo había gente muerta y aquello debió de darle tanto terror que permanecieron callados al menos quince segundos, que en estos casos, no es poco.

Y a la salida se colaron en los jardines colocándose al borde de las albercas llenas de agua estancada y verdín a pique de caerse y tener que ser sometidos a un tratamiento de agresivo de esterilización industrial, lanzando chinos para que se movieran las inexistentes ranas y salpicando a los pobres turistas mitad asqueados, mitad aterrorizados.

Gracias a dios, empezó a caer la noche y dimos por terminado el insufrible paseo y el espeluznante día, ellos se fueron a casa y yo a lo que había quedado de la mía, con los ojos desquiciados y los músculos superpuestos, que hasta el pater -que se había quedado en casa currando- se asustó de verme la cara de cadáver depresivo que se me había quedado… Pero a pesar del cansancio que hacía que mi cerebro sólo generara energía para respirar, me asaltó una horrible duda ¿será así como viven las madre con dos niños? Decidme que no o me ligo las trompas esta misma tarde.

martes, 4 de septiembre de 2012

Un domingo cualquiera. Parte I


El domingo pasado se me ocurrió hacer una comida familiar en casa, por esos arrebatos que me dan de vez en cuando y que no me traen más que picos de estrés y posteriores sobredosis de Espidifen, que un día de estos me va a dar un ictus de los malos y no lo cuento... La cuestión es que vinieron a casa mi hermana, mi cuñado y mis padres y por supuesto el primísimo, que tomado en ayunas no es malo, de hecho es hasta bueno, pero mezclado con la pelirroja se convierte en un demente hiperactivo y la nena que ya es demoníaca en sí misma hace que juntos formen un dúo infernal, un cóctel inflamable y perjudicial para la salud mental y física de cualquiera.

Mi hermana y yo, que estamos cansadas y que sólo queremos poder cruzar dos palabras sin que nadie se abra la cabeza –o nos la abra a nosotras- empezamos nuestras quedadas como buenas madres que regañan las fechorías, que castigan, que quitan chuches, que amenazan, que obligan a compartir, que los sientan a pensar…pero después de dos horas y dos cafés fríos –y dos coca colas zeros disipadas- ya nos la bufa el mundo. Total, el Materno está lleno de niños con brechas en la frente y no pasa nada. Pues eso. A matarse vivos.

No obstante, cuando la mamma está delante, la cosa cambia porque mi madre es de armas tomar y no sólo le regaña a los niños sino que también nos regaña a nosotras por no regañarles -que sí que les regañamos, pero a la quinta nos agotamos-, así que entramos en un bucle de regañamientos sin fin, terrible y agotador. Y sin duda, el pasado domingo fue el climax del infierno supremo.

Así, nada más llegar y tras ciertos altercados ‘es mío / préstamelo/ no te lo presto / lo he cogido yo primero /empujón mortal / llanto infinito’, empezaron los juegos en conjunto, que más que juegos parecían novatadas de las universidades americanas o episodios de Jackass Extrem o entrenamientos de la Legión extranjera.

Antes de que pudiéramos sentarnos a comer, iniciaron un juego consistente en dar corretadas ‘nivel Bolt dopado’ desde una punta a otra de la casa con una escoba levantada soltando pelusas a diestro y siniestro y arrasando con todo a su paso para luego desembocar en el cuarto de la nena y escoba en mano apalear a los peluches de las estanterías hasta hacerlos caer a todos: quien más baja, más gana y los gritos nivel película gore de serie B, dan puntos extras… o eso parece.

Una vez que le cerramos el chiringuito y que las venas de mi madre volvieron a su tamaño normal, decidieron cambiar de juego e iniciar en secreto el ‘salto moltaaal’ consistente en saltar desde la mesita auxiliar de Ikea –sí, la de 4,95 euros que tenemos todos- hasta el puff gigante dando voltereta y doble tirabuzón en plan ‘quien se parta la columna antes, gana’, para acabar de destrozarme los nervios y para desasosiego de mi madre que ya había perdido 4 kilos antes de iniciar el almuerzo.

Tras la comida con su consecuente guerra de sillas, manoseos, ketchup y Lorax el insufrible, llegó la hora del ‘búfalo bill’ según el primísimo y ‘toro, ven toro, según la pelirroja, que consiste en que uno se sube encima del otro que está cuatro patas y que trata de tirarlo cual toro mecánico, lanzándolo contra la parad con los consecuentes chichones y los surrealistas ataques de risa de la pelirroja poseída ante mi aterrorizada mirada y el infarto de miocardio de la abuela.

Continuará...

lunes, 3 de septiembre de 2012

Madre sí hay más que una. 21.- La madre talibán


La madre talibán va por la vida presumiendo de poseer el secreto de la eterna sabiduría maternal y no duda en regañar a otras madres sobre sus conductas variadas, ofreciendo consejos –de guerra- sobre todo lo que ella crea oportuno, saltándose las reglas de buena educación y civismo, que para eso ella sabe de estas cosas y tú eres una inútil que no sabes dónde tienes la cara.

La madre talibán hace lo blanco negro y aunque a todas luces tu postura sea la mejor desde un punto de vista objetivo, ella le da la vuelta y al final, tú eres la que lo hace mal. Siempre y sin excepciones. Lo hagas mal de verdad o no, tú eres siempre la equivocada.

A ver, que si tú llevas a la niña a la guardería tres horitas, malo porque la niña tiene que estar en casa con mamá, pero ella lleva a los niños al cole infantil en aula matinal y no los recoge hasta las siete entre comedor, extraescolares y biblioteca y eso está muy bien, que los niños tienen que tener su vida propia. Que si le haces el vegetal casero, malo porque es una tontería que malgastes el tiempo que podías emplear en otra cosa porque el potito trae lo mejor de lo mejor, regulado por farmacéutica. Que si no le das el pecho, eres muy mala madre porque lo natural es lo mejor, pero ella no le hace un vegetal ni loca, se ve que aquí lo natural no mola o le compra los pañales baratos que hacen bola a mitad de la noche, pero la tonta eres tú, que los compras caros porque eres víctima del marketing…

No obstante, si al final ella cambia de parecer y acaba haciendo lo que criticaba, busca nuevos argumentos para presentarlo como la idea del siglo, lo mejor entre lo mejor, olvidándose deliberadamente –o a causa de su trastorno mental severo- de que hace nada defendía lo contrario a pies juntillas.

La madre talibán nunca se equivoca y si lo hace, asegura que ésa era su intención final, el golpe de efecto perfecto para su plan, que por supuesto ni existe ni se le espera, pero la madre talibán que va por el mundo de sabia y ganadora a partes iguales no tolera que se la cuestione ni a ella ni a ninguna de sus fabulosas, meditadas y argumentadas ideas, aunque ella se pasa la vida cuestionando las decisiones de los demás a cuchillo sin dejar vivir a nadie.

La madre talibán da mucho miedo porque derrocha vehemencia en sus argumentaciones, por lo que las madres damnificadas, que generalmente son madres agotadas, rara vez le plantan cara sobre todo porque la madre talibán es perro de presa, que cuando te agarra no te suelta y por mucho que quieras huir, has de escuchar sus explicaciones de cómo su hijo dejó el chupete, o se quitó los pañales o se fue a dormir solito al cuarto en dos días… porque ella, que es muy lista y muy previsora, ya había planeado cómo hacerlo todo la mar de bien y no como tú, que eres una pusilánime y no haces nada a derechas.

(Nivel de identificación personal con la 'madre talibán' 0 sobre 10)  
(Nivel de sufrimiento personal como víctima de la 'madre talibán' 9 sobre 10)

Repetimos:

Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!