miércoles, 31 de octubre de 2012

De filias y fobias...


Hay cosas a las que una les tiene manía desde siempre sin tener muy claro por qué razón, pero es verlas o pensar en ellas y mostrar un claro rechazo tan real como ridículo.
A mí me ocurre con muchas cosas, que para eso soy yo amiga de los excesos, de las filias y de las fobias, muy intensa que diría mi amiga Belén del colegio, pero es que no lo puedo evitar.

Yo pensaba, más bien tenía claro, que con estas filias y fobias una se iba a la tumba a no ser que pasase por el psicoanalista y éste la trate con terapias experimentales a las que nunca les he visto demasiado sentido porque a ver si una señora tiene fobia a los leones, ¿a santo de qué han de encerrarla con uno durante hora y media? ¿qué gana? Si al menos fuera domadora, pues mire usted, sí, pero si la señora es peluquera ya me dirán ustedes que malo tiene tener fobia a los leones, una cosa, por otra parte, la mar de normal, que hay que ver las quijadas que tienen esos bichos....

Yo también tengo fobias serias, un respeto, pero de lo que tengo mucho es de ideas preconcebidas que me crean rechazo y eso no se puede evitar o al menos eso creía yo. Concretando, yo siempre he odiado los romis de los cuartos de baño. A muerte. Los odio básicamente porque son muy de los 70 y a mí los 70 no me gustan mucho con tanto pantalón campana y tanto marrón y beige, porque me parecen unos muebles muy pasados de moda, muy tipo Almodóvar y que generan cierta tristeza con sólo mirarlos.

Gracias a Dios ya no es habitual verlos en España porque la gente opta por estanterías vistas, muebles bajos o esos terribles muebles de rejillas tipo verdureros, reconvertidos a neceseres ambulantes… aunque las abuelas lo siguen usando, repletos de botes de perfume vacíos -¿puede haber algo más triste?- y jabones olorosos de las bodas y algún bote de pastillas para suicidarse de tristeza cada vez que uno abra el dichoso romi.

Puede que parte de mi rechazo se deba también a las películas de miedo, en las que el chaval se miraba al espejo –porque la puerta del romi siempre es un espejo, a ser posible desconchado- y todo en orden, lo abría para coger cualquier cosa y al cerrarlo ¡zas! la cara de muerto o del asesino o de ambos estaban reflejadas en él. Danger.

Sea como fuere los odio. A muerte. Así que cuando decoré mi casa coloqué estratégicas estanterías por el baño y un mueble bajo el lavabo tipo sauna donde colocar todo lo colocable que las cremas son un submundo en sí mismas…

La cuestión es que yo era feliz con mis estanterías y mi mueble bajo hasta que me di a la maternidad y el pelirrojismo tuvo a bien ser independiente, colarse en el baño y hacerse mascarillas faciales con mi crema antecelulítica –ahora entiendo lo de su piel tan tersa- o  nutrir el suelo con mi clinique regenerante o lavarle la cabeza al Nenuco con el aceite de almendras dulces del Mercadona. Muy mal todo. Raro es el día que la pasta de dientes no sufre un par de pisotones con sus consecuentes vómitos de flúor blanqueante, que el tónico facial no acaba nadando en la fregona o que los discos limpiadores atoran el wc… Y una, desesperada, harta de dar voces y castigar al anticristo en la tierra, coloca cual última pantalla del Tetris todos los botes importantes –y cuando digo importantes quiero decir caros y/o rompibles- en la única balda a la que no tiene acceso la pelirroja, quedando todo al borde del desprendimiento al mínimo movimiento.

Así, cada vez que he de coger la bolsa de las pinturas, lanzo el antiarrugas contra el bidé y la hidratante me perfora el pie todo mientras la nena me mira desde abajo cual perrillo hambriento, lampona por ver qué dejo caer esta vez y ver si puede atraparlo…

Así que me estoy replanteando lo del romi. Que sí, que será muy de los 70 y muy triste, pero ahí me cabrían tantas cosas y todas tan ordenadas sin dejar opción al pelirrojismo a destrozarme mis potingues de belleza que igual me lío la manta a la cabeza y me compro uno. Y si quiere asomarse la niña de The Ring cuando cierre la puerta que se asome, igual ve la mala cara que tengo y se asusta ella o se queda a echarme una mano. A saber.

martes, 30 de octubre de 2012

Ni ponerse enferma puede una...


Una de las cosas más chungas de la maternidad –y digo una porque haber hay para parar un tren y quien diga lo contrario miente o se ha sometido a un lavado de cerebro made in Carlos González- es que desde que te conviertes en madre se te quitan todos los derechos fundamentales cual preso de máxima seguridad o secuestrado de las FARC, dejándote unos pocos para la mera supervivencia diaria y a veces ni eso.  

Una hace lo que puede y se acaba acostumbrando a vivir cual esclava de los estados del sur del siglo XVIII, llegando incluso a no echar de menos su vida anterior sumida en la vorágine diaria de pañales, biberones, potitos, casa de Mickey Mouse, colegio, deberes y muerte por agotamiento, pero a veces, una descubre casi por azar haber sido privada de un derecho de los gordos, de los que deberían escribirse en negrita y con doble subrayado, como el derecho a ponerse en enferma. Y por ahí sí que no

No es que yo me ponga mucho enferma, de hecho no es que tenga una salud de hierro, ni siquiera de cobre falsón pero no soy de enfermar, quizá por eso se me pasó más inadvertido el asunto de la privación del derecho a dejarse morir de gripe en el sofá, pero cuando los virus vinieron a mí por primera vez desde que me di al negocio de la maternidad, cebándose con mis escuálidas defensas castigadas por el malvivir, descubrí con pavor que ponerse mala siendo madre era el nuevo infierno en la tierra.

Porque suficientemente duro es vivir con la cabeza incrustada en el wc echando la primera papilla con los ojos vueltos del revés día y noche –porque Dios sabe que no hay cosa que me siente peor que vomitar- para tener que hacerlo con una pelirroja de 18 kilazos enganchada a tu espalda, tratando de asomarse a la taza y gritándote al oído ‘qué paza, mamá?, qué paza? qué ze te ha caído?’.

O tratar de hacerte un ovillo en el sofá con tus 39 de fiebre arrancándote las pocas ganas de vivir que te quedan, mientras la prole te salta encima o te tortura con la última canción aprendida en el colegio, que tiene la misma música que todas las que lleva aprendidas desde la guardería y que no hace sino contribuir a tu malestar generalizado y a tu coqueteo con el suicidio.

Da igual que el pater se implique, te cuide y te deje dormir hasta las tantas, el pelirrojismo quiere participar en tus cuidados –y convertirlos en una tortura física que ríete tú de las astillas en las uñas- y cuando te echas la siesta para recuperar fuerzas, sientes su respiración en la cara, observándote en la oscuridad del cuarto como si fuera la psicópata de una peli de terror si no te soba la cara estirándotela hasta el dolor en la versión pelirroja de una caricia o cuando te quiere reconocer con su maletín de doctora de Imaginarium y clavarte la jeringuilla en la yugular o peinarte en un gesto de amor con el peine demoníaco de la Nenuco Peinados o peor aún cuando decide ayudar trayéndote el desayuno y te lanza a la cara el zumo de naranja, dejándote pulpa en las pestañas y ganas de tirarte por el balcón, para luego decir ‘lo ziento, lo ziento’ y refregarte un paño de cocina por la cara dejándote el cutis como recién salido de un peeling químico y las náuseas en el cogote y los escalofríos matándote lentamente… mientras ella y el pater planean cómo hacerte la vida más fácil, cuando tú lo único que quieres es dejarte morir en una esquina, tranquilita y en paz, pero no, eso ya no es posible.

Por eso ahora tomo Actimel como si no hubiera un mañana.

lunes, 29 de octubre de 2012

Madre sí hay más que una. 29.- La madre caradura

La madre caradura puede ser madre panderona pero no necesariamente ya que a ella lo que la mueve –o mejor dicho lo que no la mueve- es la pereza extrema y no la falta de conciencia hacia los demás, aunque de eso tampoco tiene, para qué engañarnos. Así, la madre caradura siempre encuentra a alguien que le lleve el potito a calentar a la barra del restaurante, incluso a alguien que se lo endiñe al bebé mientras ella se deja la lengua en varias conversaciones simultáneas y dice eso de ‘anda, si te lo dejo para que vayas ensayando…’ y da otro sorbo de vino, mientras el soltero de turno es espurreado por su hijo.

La madre caradura siempre encuentra a otra madre que va camino del parque para endosarle a su niño porque ella va a hacer unos recados que le cierran correos y enseguida vuelve, pero claro, un imprevisto la lleva a otro y ése a otro y al final llega al parque cuando ya no hay ni luces y la otra madre está a punto de darse de baja indefinida.

La madre caradura siempre espera a que alguien vaya al baño para empujar a su nene y decirle ‘¿Tú no te hacías pipí? Pues anda, ve con Fulanita, que te ayude a bajarte el pantalón’ y Fulanita con cara de pocos amigos, tiene que atarragar con el niño, bajarle el pantalón, ponerle a hacer pipí y lavarle las manos y devolverlo a la mesa antes de volver para hacer pis ella con sigilo para que no la intercepte otra madre caradura con otro niño meón.

La madre caradura siempre va de compras con terceras personas para que sean éstas las que se agachen a probarle los pantalones en los campos de trabajo que son los probadores infantiles y agacharse hasta echar la última papilla para probarle los tenis de Camper que no se abren de ningún modo y que hay que empujar hasta que se te salgan los ojos de las órbitas, mientras la madre caradura se mira las uñas.

La madre caradura es un lince para los cumpleañops infantiles y para ahorrarse una tarde infernal, dice aquello de que ella no podrá asistir pero que a la nena la deja el padre a las cinco –una hora antes de que empiece la fiesta- y que ya se la lleven cuando termine. Y que para el regalo no hay problema, que le coja ella lo que vea, que para eso es su madre y ella sabe lo que le gusta seguro y ella luego le da el dinero, si se acuerda, claro.

(Nivel de identificación personal con la madre caradura 1 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 26 de octubre de 2012

Puedo prometer y prometo que yo jamás... (III)


‘Me parece una barbaridad que los padres les dejen a los niños tan pequeños los Iphones y los Ipads, para que los rompan, con lo carísimos que son’. Pues sí que son caros, pero si por algo han merecido los billetotes que han costado no es por sus aplicaciones de la NASA, la calidad de su cámara de tres millones de megapíxeles o su diseño de vanguardia japonesa, sino porque son capaces de entretener a la bestia con gatos insufribles y charlatanes, juegos aplastahormigas y películas de los Cantajuegos en versión miniatura mientras tu empujas el gigantocarro y piensas en un viaje a Bali que seguramente nunca vas a hacer. Eso no está pagado.

‘Los niños tienen que salir a la calle a relacionarse y a jugar con niños de su edad y no tanta consola y tanto sedentarismo’. Ya, ya, no digo yo que no, pero ¿y el placer de tirarte a ver un maratón de telebasura mientras el niño se deja las pupilas persiguiendo a un fontanero gordo y bigotudo sin decir esta boca es mía? Renunciar a eso sería –como decía mi abuela- enojar a Dios y a mí no me gusta hacer enfadar a nadie.

‘¿Qué es eso de que los niños se acuesten a la hora que quieran? A las ocho y media en la cama y punto’. A ver si tú te crees que a los padres nos gusta atarragar con la prole hasta la ‘anochecía’ sin un ratito para ver una serie o una película o hacer como que leemos un libro o entrar en coma uno frente a otro en el sofá, pero a veces, la mayoría de las veces, los pequeños tiranos dicen que te duermas tú y entre pasarte toda la noche metiéndolo en la cama para que se vuelva a salir una y otra vez o fingiendo dormir junto a él y acabar levantándote desesperada a las dos horas con el cuerpo roto -como cuando amanecía en las fiestas de Nochevieja y mi hermana me obligaba a comerme los churros- y el niño sin ni siquiera haber cerrado un ojo y con más fuerzas que antes, prefieres abandonarlo todo y dejarlo pegar voces en el salón hasta que caiga por propio agotamiento o tenga edad para lexatines.

‘Qué irresponsabilidad la de los padres de darles tantas chucherías a los niños con lo malo que es eso para la salud’. A ver, que sí, que todo eso tiene azúcares demoníacos y grasas trans –que no sé qué es pero que se ve que es el anticristo comestible-, pero cuando una quiere domar a la bestia tras una visita al médico o para que se monte en la sillita de paseo sin rechistar o simplemente para que se calle un rato y deje de taladrarte el oído son la mejor y única alternativa. Que se joda la OMS.

jueves, 25 de octubre de 2012

Puedo prometer y prometo que yo jamás... (II)


6.- ‘No entiendo cómo los padres dejan a los niños tan chicos vestirse como les dé la gana. Más mano dura, hombre’. A ver, una hace lo que puede y habitualmente elige la ropa que para eso es la madre y la que come huevos y la que no quiere pasar vergüenza llevando a un esperpento a su lado, pero qué quieres que te diga, algunas veces cuando tienes la columna enroscada sobre sí misma, la cabeza a punto de explotar y ganas de penetrarte la sien con una Black and Decker, igual te vale el vestido de piqué que la falda tutú fucsia de Kitty y los tacones de gitana con tal de que lleve el culo tapado.
  
7.- ‘¿Qué es eso de que los niños no coman lo que se les ponga en el plato? A un internado los llevaba yo’. Por partes. Que yo no tengo ningún problema con los internados, -de hecho presento voluntaria a la pelirroja por si alguien me da una plaza gratuita en Suiza-, el problema lo tengo con la comida y no yo, la nena. Y no es que no se la coma, es que no la prueba y ya puedes taparle la nariz y hacerle una llave de judo olímpico, que no traga. Y si traga, pota, las veces que haga falta. Y es capaz de estar sin comer un mes y medio como un camello del desierto, así que sí, lucho pero con poca intensidad, que nadie ha pedido Potitos en su menú de boda.

8.- ‘Detesto que los padres pierdan el sentido del ridículo y vayan haciendo el idiota por la calle’. Pues lo harás. Y lo peor es que no creerás que lo estás haciendo hasta que veas a otro padre haciendo también el majara y te verás reflejado y te sentirás humillado durante los treinta siguientes segundos siguientes hasta que la criatura te pida la canción del Tallarín y vuelvas a la microrrealidad y así en un bucle infinito de ridículo.
 
9.- ‘No entiendo que los padres de hoy en día ahorren para llevar a los niños a Eurodisney si las vacaciones se las merecen ellos’. Yo no podría estar más de acuerdo y si por mi fuera, hace años que viviría en una chabola en Jamaica, comería pescado crudo y tendría la piel acartonada de no levantarme de la arena, pero ver la cara que se le pone a tu niña cuando ve a las princesas Disney bailar a su lado, eso no tiene precio. Ni barra libre tampoco, para qué engañarnos.

10.- ‘No entiendo cómo hay mujeres que se dejan tanto y salen a la calle con una pinza en el pelo y sin pintar’. A ver, chata, cuando yo tenía ocho horitas para dormir y un despertar sólo para mí, también iba monísima a la calle. Y ojo, que yo no voy sin pintar ni a Urgencias, pero igual lo que se dice igual que antes, no voy. Y a ver si tú, que eres tan apañada y tan lista puedes mantener ese arreglo cuando tengas que lidiar cada mañana con dos o tres churumbeles que no quieren vestirse, que te espurrean la leche en la camisa, que se te meten en la bañera y que están al quite para hacerse con el rimel y decorar las paredes una vez que sueltes la bolsa de las pinturas.Y da igual que pongas antes el despertador, ellos también lo oyen y se despiertan cual sabuesos, siguiendo tus pasos y te piden pis y el desayuno y que los cojas en brazos y el reloj corriendo y tú con la vena de la frente a punto de independizarse… Ya me contarás, ya.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Puedo prometer y prometo que jamás… (I)

Cuando una aún no es madre y no sabe a lo que tendrá que enfrentarse diariamente, es osada y pamplinosa a partes iguales y gusta de sentenciar determinadas actitudes de cara a su futuro maternal, prometiendo con cierta solemnidad que jamás de los jamases hará ninguna de esas cosas ‘tan criticables’ que hacen la mayoría de las madres y que vistas desde fuera son una irresponsabilidad, una osadía, una ridiculez o una soberana estupidez
Pero claro, luego hay que sobrevivir y, por ende, meterse las palabras por el recto. He aquí un primer listado de frases comestibles.

1.- ‘La televisión es para los adultos y eso de tener que ver Caillou en lugar del telediario es un despropósito’. A ver, chata, el telediario mola más que Caillou y más aún una serie de espías, pero sólo Caillou será capaz de regalarte 30 minutos de silencio. Y renunciar a eso sí que es un despropósito.

2.- ‘No entiendo a los padres que meten a la cama a los niños para acabar maldurmiendo los tres’. Entre maldormir con alguna patada en el costado o no pegar ojo una noche tras otra ¿qué eliges? Pues eso, mona, pues eso.  

3.- ‘Qué poca vergüenza tienen los padres que llevan a sus niños a restaurantes de adultos a dar por saco a los demás comensales, que se queden en su casa, leñe’. Pues sí, hija mía, estoy de acuerdo, pero es que una también tiene derecho a masticar nueces caramelizadas con queso de cabra y tomate seco y si la única opción es ir con las bestias, pues con las bestias vamos aunque sólo sea de vez en cuando, que para eso cuando una era soltera y entera contribuyó a levantar el local a base de botellas de Matarromera y rissotos de gambas y tres quesos y eso da derechos frente a los advenedizos. Y es lo que hay. Ea.

4.- ‘Qué asco ver a una madre sacándole los mocos a sus hijos, yo antes me corto la mano’. Y yo, hija mía y yo, pero cuando ves a tu criatura sin poder respirar por los mocos secos adheridos a su micronariz, se te parte el alma y escarbas lo que haya que escarbar. A ser posible con klinnex, gracias, que una también tiene su estómago.

5.- ¡Qué padres más tranquilos, que está esa niña en el tobogán para abrirse la cabeza!’ Pues mire usted, sí, no se lo voy a negar. Pocas madres habrá más asustonas que una, pero cuando ya no puedes ni sostener el bolso sin notar la arenilla en las cervicales y sólo te gusta ir al parque por poder dejarte caer en el banco hasta romperle las patas, entonces, el hecho de que pudiera abrirse la cabeza no parece tan grave. No tan grave como tener que levantarse del banco, hacer guardia frente a una pandilla de niños chillones y arrastrar a la bestia hasta los columpios para bebés o hasta casa, en cualquiera de los casos con el consecuente llanto histérico y el también consecuente dolor de cabeza maternal y picos de tensión en los ojos, en ambos y latidos nivel tambor semanasantero en las sienes.

martes, 23 de octubre de 2012

Historias de mi embarazo. Capítulo 4.- Diagnósticos terroríficos


A pesar de lo que mucha gente cree, el momento desprendimiento cigotil no fue tan terrible ni desasosegante para mí, quizá porque todavía no era una hipocondríaca de carné o quizá porque los médicos no le dieron mucha importancia y entonces yo era una persona cuerda o casi cuerda al menos y muy probablemente porque reservaba toda mi histeria para futuros momentos de terror que aún estaban por venir.

Nunca he dudado del buen hacer de la Seguridad Social ni de los médicos que la componen, de hecho conozco muy buenas experiencias, pero en lo referente a mi persona y a mi embarazo pelirrojil, aquello fue de traca, un caos, una locura, probablemente porque en realidad yo era la protagonista de un programa de esos de cámara oculta para averiguar el aguante de una persona frente a la incompetencia más absoluta, pero que al final no emitieron por falta de presupuesto.

La cuestión es que yo alternaba las revisiones del ginecólogo privado bueno –el no loco quiero decir- con la de la SS por aquello de doble revisión y doble control que dos ginecólogos ven más que uno y total, parada como estaba tenía tiempo de esto y hasta de un tercero si me apuraban.

Como yo no tenía embarazo de riesgo ni nada –gracias a Dios- me veían en el Centro de Alta Resolución de Málaga, que está relativamente cerca de casa y donde me hacía las ecografías una niña de 12 años que yo juraría que aún no había terminado la ESO y que además se mordía los muñones -porque ya uñas no le quedaban- sin parar.

La consulta era una cosa muy terrible porque era oscura y tan pequeña que cuando me tumbaban en la camilla para hacerme la eco, el pater tenía que ponerse de lado y no respirar para no desmontar el chiringuito. Pero lo peor era la máquina que probablemente habían sacado de la extinta Unión Soviética porque era como el monitor de un Spectrum en el que no se veía nada de nada y que, además, precisaba de hundir el aparato en mi barriga hasta deshacerme el hígado y hacer del estómago y el intestino uno solo para que la niña mordeuñas viera algo.

Aparte del dolor infinito que eso provocaba, las ecografías duraban toda una vida mientras la ecógrafa prepúber iba poniendo caras de terror mirando la pantalla de la posguerra y dejándonos al pater y a mí al borde de la histeria en cada consulta y es que no sólo nos ponía miradas rarunas sino que nos daba una serie de terribles diagnósticos que a punto estuvieron de matarnos.

‘Parece que la niña no traga y puede que tenga el estómago del revés, pero es que aquí se ve regular, así que te voy a mandar al Materno para que te la miren’, me decía la teenager mordiéndose la nouña mientras el pater se quedaba con la mirada fija de loca y yo empezaba a hiperventilar.

Como la cita con el Materno era para días después, me fui corriendo a la consulta de mi ginecólogo llorando y explicándole lo del estómago del revés y el no tragar y la mordeuñas. El pobre, con la paciencia del santo Job me decía que eso era imposible porque él me había hecho 3.000 ecos, pero que me miraría otra vez no fuera a ser que le hubiera rotado el estómago y se reía como luego me reí yo cuando efectivamente vimos como tragaba y como su estómago era perfecto. Y me prohibió volver a la SS o al menos a aquella SS.

Pero como yo soy muy apretada, volví a ir al trimestre siguiente.
‘Parece que la niña tiene un quiste cerebral’ me dijo mientras pegaba la cara a la pantalla’. ¿¿¿perdón??? ‘Es que digo parece porque no lo veo muy claro, llégate al Materno a que te la miren’ / ‘¿Pero eso es grave?’ / ‘A ver yo eso no te lo puedo decir, llégate al Materno’…

Y volví a salir corriendo en busca de mi ginecólogo, que me hizo otra eco mientras el pater estaba en shock y yo lloraba como una loca y gracias a Dios y tal y como él precedía allí no había quiste ni quista ni perro muerto y cuando le pregunté si estaba seguro, me soltó aquella famosa de ‘Mira, la niña te puede nacer rubia, fea y hasta china si me apuras, pero sin quiste porque quiste no tiene’. Y, claro, no tuvo.

Y esa fue la última vez que fui a la SS. Mi masoquismo había llegado a su límite.

lunes, 22 de octubre de 2012

Madre sí hay más que una. 28.- La madre de pueblo


La madre de pueblo puede haber nacido en la ciudad pero en la mesa de la cocina tiene un hule de plástico marrón a cuadros y un frutero lleno de peros –que son como manzanas pero en triste-, peras de agua y naranjas, que se las manda al niño en la mochila para que se deprima a gusto a la hora de recreo.

La madre de pueblo nunca cree que es demasiada comida y termina cualquier plato con un huevo frito o dos y una naranja, que eso tiene mucho alimento y no tantos yogures, que a saber con qué están hechos.

La madre de pueblo sólo compra juguetes artesanos, nada de barbies ni Pokemon, dénde se ponga un tirachinas –con todo su peligro potencial de dejar tuerto al vecino- o una patineta hecha a mano sin una triste pegatina y con la estabilidad de una vespino, que se quite Cristiano Ronaldo y las Monster High, que eso es consumir por consumir.

La madre de pueblo les hace a sus hijos peinados imposibles: las niñas con dos coletas altas que eso está muy gracioso aunque la niña tenga doce años y las coletas le lleguen por el culo y al niño la raya al lado aunque vaya rapado cual marine estadounidense, que eso es de niño de bien.

La madre de pueblo también coquetea con las mercerías de barrio para vestir a sus hijos, pero habitualmente compra en grandes superficies tipo de Zara o HM aunque nadie lo diría, ya que entre una maravillosa colección de temporada es capaz de encontrar las prendas más terribles del mundo, que probablemente las grandes cadenas textiles fabrican pensando en ellas.

La madre de pueblo es amante de los cuellos altos, de las bufandas y de los pasamontañas llevando a sus niños al colegio como si fueran a Sierra Nevada o a la guerrilla de Chiapas y además, se jacta de saber hacer punto por lo que las bufandas, además de gingantes y calurosas, son feísimas y catetas a más no poder. El marrón, el teja y el gris son sus colores estrella.

A la madre de pueblo le gustan los niños lozanos y de buen año y en cuanto uno se deja el huevo frito postcomida o no se bebe el zumo de naranja en los cuatro segundos de rigor antes de que se le vayan todas las vitaminas, les endiña un lingotazo de Ceregumil, que hay que crecer fuertes y sanos y eso de las canijeras para los extranjeros que aquí siempre hemos estado de buen ver.

La madre de pueblo lo ha aprendido todo de la abuela de pueblo que es como ella pero en nivel extremo por lo que las vacaciones en la casa de la abuela en el pueblo hace que los niños no sólo vengan aspirando la s sino que traigan el pandero de talla XL, unos rosetones tipo Heidi y un extraño gusto por la morcilla de arroz.

 (Nivel de identificación personal con la madre de pueblo 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 19 de octubre de 2012

Más mentiras sobre el posparto. Parte II


Las visitas vienen a echarte una mano con el bebé. Jajajajajajja. No, ni mijita. Las visitas vienen a merendar  y a charlar entre ellos mientras comentan lo mal que haces esto o lo otro y que la niña está demasiado abrigada o demasiado poco abrigada, que tiene sed o hambre y que hay que cambiarle el pañal aunque tú, haciendo el café con ganas de morirte y agazapada del dolor de barriga o de espalda o de partes nobles o de todo, juras y perjuras que la acabas de cambiar, pero nadie te escucha…

Las primeras semanas de la vida de tu bebé son las mejores de tu vida. ¿De la vida de quién, de una masoca? A ver, el bebé es lo mejor del mundo, de eso no hay duda, pero no viene solo… Viene con dolores de cabeza propios de la anestesia y el estrés, con puntos que tiran de la barriga o de la vagina, que no sé qué es peor  y te obligan a andar como un Cuasimodo escocido, con unas ojeras de caballo y un mal cuerpo de no dormir ni tres horas seguidas cada noche –porque aunque tengas esa suerte, tu cuerpo maldito te despierta sólo para que puedas comprobar que la nena sigue viva y dejarte con un ojo abierto en espera de la siguiente toma-, con miedo de estar haciéndolo mal y estrés por querer hacerlo mejor, con una revolución hormonal que te hace reír como una loca y llorar a moco tendido como una magdalena al mismo tiempo y volver loco a los que te rodean, con suerte si puedes darte una ducha de más de dos minutos… Eso sin contar con un nuevo cuerpo amorfo y raruno que se queda contigo como dos meses –no hablo de las lorzas, ésas se quedan para siempre, hablo de la barriga de blandiblú desinflada que hasta da grima- pero que tú sospechas que se va a quedar ahí toda una vida y lloras, claro, cómo no vas a llorar... Vamos, unos días de ensueño.

Los niños se crían solos. ¿Los niños de quién? De los que tienen niñera filipina, imagino. Los recién nacidos precisan de tus 24 horas y de las 24 horas del pater… que hay que dividir entre biberones por doquier –o chupetones ininterrumpidos de leche materna, a elegir-, cambios de pañales a la velocidad del rayo, que a esta edad son mirlos y todo lo que entra sale en cinco segundos y además sale cual peligroso pistoletazo, nanas que no sabes que sabías y que son muy terribles, mecidas de me voy a arrancar los brazos de cuajo o a estrellar la cabeza contra el armario, baños presuntamente relajantes -que precisan de tomar temperatura al agua, ajustar la cantidad de gel, movimientos constantes pero suaves, un secado delicado pero exhaustivo…-, más biberones que se come poco pero cada tres minutos, hervir todo lo hervible y lo no hervible también, bajar a la farmacia a las tantas en busca de un chupete nuevo o pañales o leche o miolastán, visitas intempestivas al materno porque el niño ha tosido tres veces seguidas y tu ser hipocondríaco indica que es neumonía o fiebres amarillas o algo muy malo… Vamos, una experiencia de lo más tierna.

jueves, 18 de octubre de 2012

Mentiras sobre el posparto


Tu cintura vuelve a ser la que era en tres meses. Verás, te lo digo desde ya, tú cuerpo nunca volverá a ver el que era. Si no te quedas con unas lorzas de más en los sitios más insospechados, te quedas con una dosis extra de celulitis o unas decorativas estrías o hasta varices, que es la cream de la cream de las madres recientes. Un hit, oiga.

La naturaleza es sabia y en nada te has recuperado del parto y del embarazo. Yo no sé las demás, pero yo creo que aún no me he recuperado del todo ni ando igual de erguida que antes… soy más propensa a marearme en los coches, vomito con más facilidad y mis defensas nunca han vuelto a la normalidad. Vamos, que con el embarazo y el parto te caen 5 años encima de los que no puedes librarte ni pasando por ‘Extrem Makeover cambio radical’, aunque por otro lado mejor, así te libras de las gigantoprótesis dentales que ponen allí.

Del puerperio ni te enteras. Cuanto menos me parece complicado hacer la vista gorda ante un caño incesante de sangre durante 40 días con sus 40 noches, ante los dolores-retortijones de barriga para que el útero vuelva a la posición de salida y de los sudores extremos que te asaltan en la noche, empapándote hasta la camiseta como si fueras un Camacho cualquiera. No, señor, desapercibido lo que se dice desapercibido, no pasa.

El parto natural tiene una recuperación inmediata. Claro, claro… Yo he visto mujeres que se han quedado con los andares de Lucky Luke durante varias semanas del lío de puntos que tenían ahí abajo, que veían las estrellas cada vez que hacían pis y que han tenido que eliminar algunas posturas de su kamasutra particular porque aún le tira algún punto después de 2 años… Yo, como soy de cesárea casi programada –ahora podéis insultarme-, sólo tuve que andar como Chiquito durante mes y medio y levantarme de la cama con ayuda -porque no podía soportar el peso de mi cabeza tras el pinchazo epidural fallido- y usar braguitas de anciana durante un par de meses para no rozar la cicatriz. Otra maravilla, oiga.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Más mentiras sobre el parto. Parte II


La oxitocina te acelera el parto. Y una mierda. La oxitocina sólo sirve para que el dolor sea un poco más intenso y terrible y para tenerte entretenida pastilla va, respiración viene, pero de acelerar el asunto ni mijita. De hecho, todas las que han tenido un parto de esos de ‘hola, buenas tardes, llevo la cabeza fuera’, ni la han olido y las pobres desgraciadas que han pasado 20 horas chillando mientras se le desencajaban los huesos pélvicos se la tomaron a dos manos, como caramelos de goma.

Si tienes las caderas anchas, parirás bien. Mentira cochina. Ése el consuelo que nos daban a las de caderas más que generosas cuando los pantalones se nos quedaban atascados en el culo en los probadores de Zara… pero a la hora de la verdad, ruina. Yo tengo las caderas de la hermana gorda de Beyoncé y la cabeza de la pelirroja no bajó de mi ombligo, así que falacia. Ni pantalones de Zara ni parto fácil.

Quédate en casa y date un baño relajante hasta que las contracciones sean cada 5 minutos. Punto 1. Contracción y relajante son términos incompatibles. 2. ¿Para qué ibas a hacer eso? ¿para acabar arañándole la cara al pobre pater y asustar a los vecinos con tus gritos? O peor aún, para acabar en un arcén pariendo como las protagonistas de los telediarios con la ayuda de un taxista y un barrendero de Alcorcón? Never. Vete la primera y que te dejen relajarte en tu habitación hasta que llegue la hora de desear la muerte.

Al final no te importa que todo el mundo te acabe metiendo la mano por ahí mismo. ¿Perdón? ¿A quién no le importa? Ya no sólo por el sobeteo y la fatiga de estar ahí en el potro de tortura mientras la gente te toquetea y tú tienes que dar conversación como si aquello fuera lo más normal del mundo sino porque duele y a quien no le duela es que tiene ahí un túnel de autopista o que están ta dolorida que igual le daría que le cortara el dedo meñique con un hacha oxidada.

NOTA: He aquí la primera parte para quien no la recuerde y quiera echarle un vistazo

http://hijanohaymasqueuna.blogspot.com.es/2012/02/cinco-grandes-mentiras-sobre-el-parto.html

martes, 16 de octubre de 2012

Historias de mi embarazo. Capítulo 3.- El Desprendimiento


Como no podía de ser de otra manera -dada la hiperactividad futura de la nena- el recién estrenado cigoto pelirrojo decidió con apenas unas semanas de vida, semidesprenderse de mi pared uterina quedándose en suspensión, agarrado de dos terceras partes de sí mismo, en plan equilibrista de circo o como el bueno de las películas de espías que siempre se queda medio colgado de una cornisa de Nueva York, aunque a este último siempre lo salva un helicóptero del gobierno, que no lo veo yo como mejor opción para rescatar un cigoto suicida, máxime si la puerta de entrada es la que imagino.

De hecho, lo que había manchado antes incluso de hacerme el predictor y que yo creía que era el famoso sangrado de implantación –del que todo el mundo ha oído hablar pero nadie ha visto- no era otra cosa que fruto del desprendimiento cigotil, según me explicó el ginecólogo loco, señalándome algo en una pantalla en la que el nopater y yo fingíamos que veíamos cosas que en realidad no veíamos y que creo que nadie veía, ni siquiera el propio ginecólogo.

La cuestión es que el ginecólogo loco no le dio mucha importancia al asunto, me mandó unas pastillas de progesterona y me acabó contando la surrealista historia de una china trapecista y embarazada como ejemplo de que lo que estaba de Dios, estaba de Dios ‘Y eso que yo soy ateo’, decía y se reía para adentro –como Shakira- y daba mucho miedo.

Sin embargo, yo como buena hipocondríaca –que ya os dije que yo en el embarazo abandoné mi cuerpo y fui poseída por una histérica- decidí hacer un cutre reposo por mi cuenta, que en realidad era pasarme la mañana sentada en el sofá leyendo revistas y viendo telebasura –quién lo pillara ahora-, inspeccionar el papel higiénico cada vez que hacía pipí y pasarme por urgencias de la clínica que está a tres minutos de casa, día sí y día no, para que vieran si el cigoto seguía ahí enganchado o si había optado por el suicidio definitivo. 

Y todo ello con la progesterona por bandera -que es el infierno en pastillas- que se podía tomar vía vaginal u oral y yo como tenía mucho miedo y soy muy lista y no quería movimiento alguno por ahí abajo, decidí tragármelas con el consecuente oleaje matutino -y vespertino y nocturno- de náuseas nivel extremo que traían consigo y que me hacían vomitar sólo con ver un Phoskitos o un Tigretón –con lo que yo daría ahora por pillar uno-, así que ni os digo del pescado o la verdura que era meterme un trozo de lechuga en la boca y estar tres días dando arcadas –aunque ésa es otra historia-.

Así me pasé tres meses viviendo en lo que mi cuñada vino a denominar el ‘embarazo braga’ que no es otro que el de andar analizando cada milímetro de la braguita en busca de alguna pista del cigoto huidizo. Pero no la hubo, bueno, no la hubo hasta una noche en la que en mi habitual estado de locura en pijama creí ver algo entre las fibras de Women Secret y salí del baño en estado de hipertensión nivel muerte por infarto, haciéndole aspavientos al pater que trataba de leer un libro, tirándole a la cara las braguitas cual stripper de carretera en la que por supuesto no se veía nada y obligándole a analizarla mientras yo me vestía para encaminarnos rumbo a mi segundo hogar que no era otro que la clínica. 

Y allí llegamos, a las tantas jigonas que diría mi abuela, -cruzándonos en el camino con unos pocos tronos porque para más inri era Semana Santa y tuvimos que lidiar con una comitiva de dos millones de personas y cirios y nazarenos e incienso y empujones- yo aterrorizada con los ojos desencajados y el pater, que es mucho menos loco que yo –aunque menos loco que yo es el sombrerero de Alicia-, incrédulo y avergonzado de que en el hospital ya nos saludaran por nuestro nombre.

Y salió el ginecólogo de guardia -al que yo quería llevarle la braguita pero el pater me amenazó y desistí- y me hizo una eco –la número 15.000- y no sólo no había sangre, sino que ya tampoco había desprendimiento. La progesterona y el reposo habían dado sus frutos y la buena suerte había hecho el resto: El cigoto había decidido quedarse con nosotros. Y fue la primera vez que me di cuenta de que de verdad iba a ser mamá. Y lloré, pero esta vez de emoción.

lunes, 15 de octubre de 2012

Madre sí hay más que una. 27.- La madre pardilla


Cuando la madre pardilla entra en el cuadrante de las otras madres del barrio que se turnan para llevar a los niños al colegio, se acaba el cuadrante y los turnos porque una serie de catastróficas desdichas –inventadas por supuesto- sacuden a las otras madres caraduras y al final es la madre pardilla quien día sí y día también tiene que llevar a todos los niños del vecindario –maldita sea la hora en la que se compró un monovolumen- acarreando cada mañana con siete mochilas de ruedas gigantes que pesan como tres vacas con sobrepeso muertas y siete bocas chillonas que no paran de gritar y pelearse durante todo el infernal trayecto.

La madre pardilla además de olvidar pronto el desagravio –eso cuando se da cuenta de que ha habido uno- es una boca chancla de libro y cuando está en grupo, entra en bucle de entusiasmo proponiendo mil y un planes que a las otras madres les encantan, pero que curiosamente nadie puede celebrar en su casa ‘porque yo no tengo espacio’, ‘mi perro es peligroso’, ‘vivo con mi suegra’, ‘acabo de acuchillar el parqué’ o ‘tengo una plaga de cochinitas gigantes africanas en el salón’… la cuestión es endosarle el muerto a la madre pardilla, que es la anfitriona perenne y se pasa el día haciendo bollitos de crema, magdalenas de personajes de barrio sésamo y colgando las cenefas del Mercadona de loros tropicales para que los niños de las demás foguen y se vayan a casa relajaditos mientras ella se queda al borde de la muerte, con las cenefas dentro de la jarra de zumo y el zumo convertido en charcos pegajosos junto al sofá y los niños sin duchar y la casa peor que El Líbano y los ojos fueras de las órbitas.. 

La madre pardilla es, además, una buena persona que no duda en ofrecer su casa para que la amiguita de su niña se quede a dormir una noche para que su madre pueda ir al médico a la mañana siguiente… el problema es que las otras madres caraduras que se huelen la tostá tampoco dudan en echarle cara al asunto y mandan a sus hijas en plan emisario para que supliquen una invitación a la madre pardilla -con llanto si hace falta- mientras ellas se hacen las locas. Y al final, la madre pardilla se encuentra con una fiesta de pijamas de cinco niñas hiperactivas disfrazadas de princesas a las tres de la mañana.

La madre pardilla no conoce el dicho de ‘en comunidad no muestres tu habilidad’ y se pasa el día cosiéndole los bajos a las faldas del uniforme de media clase, haciendo tartas de Peppa Pig para todas las amiguitas de la nena –‘es que te salen tan monas’- y bordándole el nombre en punto de cruz a los baberos de medio colegio y encima hasta se ilusiona porque confíen en su buen hacer y se pasa la tarde puntada va y puntada viene, mientras las madres caraduras se toman gin tonics en una terraza moda y planean el próximo plan en grupo que por supuesto organizará la madre pardilla.

(Nivel de identificación personal con la madre pardilla 5 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 12 de octubre de 2012

Entrevista en mundobebes

Como hoy es fiesta y nada menos que una fiesta nacional -en la que no hay colegio ni por tanto ganas de vivir-, en lugar de post os dejo una entrevista que me hicieron los de mundobebes.net para que no me digáis que no os pongo estas cosas. El corte de audio que os prometí aún no lo tengo -lojurolojurolojuro- pero en cuanto me haga con él, os lo paso.

Pues eso, ahí lo lleváis.

Entrevista en Mundobebés.

(Como soy un poco inútil, no sé hacerlo para que lo pinchéis y ya está, así que me temo que vais a tener que copiarlo y pegarlo en la barra de direcciones... qué pena de mí, con lo lista que yo era... Ay.)

El pater que es un santo varón y tiene más neuronas que yo, ya me lo ha arreglado. Así que sólo hay que pinchar en el link azul. Ay, cuánto estrés matutino... 

jueves, 11 de octubre de 2012

Historias de mi embarazo. Capítulo 2.- Los ginecólogos


Nunca he sido una mujer fiel ni con los médicos ni con los peluqueros, por aquello de que siempre voy con prisas y cuando pido cita la quiero para ya, así que el que primero me la dé, allá voy, aunque no lo haya visto en mi vida y me pille a dos autobuses de casa, que una es impaciente de fábrica y quiere las cosas para anteayer –como decía un jefe loco que tuve una vez-.

La cuestión es que yo me embaracé sin tener un ginecólogo propio –habitual quiero decir, no en propiedad comprado a plazos- ya que de hecho me había hecho una citología un mes antes para ver que todo estaba correcto, en uno que cogí al azar y que no me acababa de convencer por su cara de sacristán deprimido y porque encima no atendía en el hospital en el que yo quería dar a luz, así que ruina. No tenía dónde rascar.

Así que cogí el cuadro médico de mi seguro privado y di con uno que atendía partos en mi hospital y que además tenía consulta en un buen edificio, lo que es absurdo pero me daba la tranquilidad de que eso significaba que era un buen médico con muchas pacientes, que le hacían ganar mucho dinero y así poder comprar una buena consulta. Un ridículo sistema deductivo que ya me ha causado algún que otro problema...

La cuestión es que pedí cita al presunto gran doctor y a mi doctora de la Seguridad Social, por llevar ambos sistemas a la vez, por si uno trataba de matarme, tener siempre otro al que recurrir.

Mi doctora de cabecera de la SS –esto de las SS como siglas de la Seguridad Social va sin connotaciones chungas o sin muchas, al menos- es un encanto, pero me derivó a una matrona bastante malaje que no me miró a la cara ni una sola vez –de hecho, si yo hubiera sido un hombre con bigote de cocinero francés, no creo que se hubiera dado cuenta-, acompañada de una auxiliar que era el mismísimo diablo y que, desde que se enteró de que pretendía ir a un ginecólogo privado, entró en cólera extrema y no la puede sacar de su bucle de odio hacia mi persona en ningún momento.

De ese modo, las consultas en las SS fueron un verdadero infierno, principalmente por la auxiliar con problemas para controlar la ira y que me gritaba cada vez que me pesaba y se volvía muy loca cada vez que recordaba lo del ginecólogo privado –que ya nunca más mencioné- llegando un día hasta a dar un puñetazo en la mesa, mientras la matrona se hacía la muerta frente a mí, dejando al pitbull maltratarme a su antojo.

Por suerte tenía que verlas poco, ya que iba una vez al trimestre para presentar pruebas que tenía que hacerme también en la SS de manos de falsas doctoras de 12 años, que se encargaron de hacerme mil y un diagnósticos terribles e inventados –que pasaré a relatar en un capítulo íntegro- y que me hicieron desistir de este sistema y arrojarme a los brazos del ginecólogo privado en exclusiva, que para más inri resultó ser un majara inquietante.

Estaba tan loco que cada vez que me hacía una ecografía me miraba muy serio y me decía ’6 semanas y 8 milímetros ¿ehn? ¿ehn? ¿qué te parece?’ / Y yo, espatarrada en ese humillante potro de tortura decía ‘No sé… ¿bien?’/ ‘¿Tú crees que bien? ¿ehn? ¿eso crees?' / Y míraba al nopater, también aterrorizado. 'No sé, dígamelo usted 1ue es el médico', le replicaba con mi mejor sonrisa para que no se enfureciera como el pitbull. / Y se reía a carjadas rumbo al despacho y me dejaba allí, espatarrada y alucinando.

Y así con todo. 

Yo que ya había desistido de ir más a la SS, dudaba de mi cordura y de que a lo mejor este hombre era normal y yo era la rara, pero cuando le dio la prueba del pliegue nucal al nopater para que le diera su opinión, decidimos huir nuevamente y buscar otra opción más fiable.

Y así dimos con el santo varón de mi ginecólogo 'forever and ever you'll be my friend', que también está muy loco, pero de otra manera, y que sabe que yo estoy muy loca también y que soy la representante universal de la hipocondría y aún así, me aguanta y hasta me sonríe.

Sin embargo, fueron tantas las visitas que le hice, las oficiales y las de hipocondría nivel psicópata, a su consulta y al hospital donde hace guardia, las llamadas para que me resolviera dudas o me calmara histerias, que cuando por fin di a luz, vino a visitarme a la habitación y me dijo aquello de ‘Oye, Flor, que si quieres tener otro, que sepas que yo tengo un colega experto en llevar segundos embarazos' mientras se alejaba partiéndose de risa y mirando de reojo mi gigantobola de pelo a punto de tomar vida propia.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Historias de mi embarazo. Capítulo 1. La noticia


Yo, como no soy muy normal, decidí embarazarme cuando me quedé sin trabajo por aquello de emplear el tiempo en algo de provecho y de paso no andar agobiada pidiendo horas libres para el itinerario de ginecólogos y pruebas variadas que toca hacerse, que una es muy empollona para esto de los trabajos y prefería ser más pobre pero estar más tranquila vomitando a gusto cada mañana y queriéndome morir de náuseas pero en mi casa, sin tener que ponerle la mesa perdida a nadie, con lo feo que está eso.

Yo que estoy muy loca y soy muy ansiosa para casi todo, me compré el predictor antes incluso de abandonar el preservativo, que yo quería saber cuanto antes lo del embarazo no fuera a estar yo dándole al vino y al jamón y mi cigoto ahí, muerto de asco, ebrio y lleno de toxoplasmosis por todos sitios. Así que tenía planeado hacérmelo dos días antes de que tuviera que venirme la regla, que me había dicho la farmacéutica prepúber de al lado de mi casa que a esas alturas ya podía tener un resultado válido.

Como ese día –señalado con alarma en el móvil- me iba a pillar en el Puerto de Santa María, adonde me iba a pasar unos días con el pater –que aún era nopater- mi hermana, mi cuñado y el primísimo -que aún no era primísimo de nadie-, eché el predictor en la maleta, junto a las pinturas y las revistas, dispuesta a orinar sobre el palito en pleno Romerijo si hacía falta, que yo soy muy intensa para según qué cosas y caprichosa hasta decir basta y si yo quería un bebé, quería saber si podía ilusionarme desde el minuto uno o darle al vino blanco gaditano, que tampoco era una mala opción.

La segunda mañana que me desperté en el hotel descubrí que había manchado un poco por lo que supuse que era síntoma de que venía el reglazo en camino y que aquí ni gameto ni cigoto ni nada de nada por lo que pasé un poco del asunto y me di a las patas de cangrejo, al fino y al cachondeo que, como premio de consolación, no estaba nada mal.

Pero a la mañana siguiente sonó la alarma en el móvil y dado que la regla no había acabado de llegar y que el predictor me miraba con ojitos golositos desde el maletón, decidí hacerme la prueba con el beneplácito del nopater, que con tal de no escucharme, se la hubiera hecho él mismo.

Así que hice pis sobre la tirita –en un curioso ejercicio de contorsionismo matutino- y coloqué el aparatito sobre el lavabo mientras me duchaba y me quitaba la cara de muerta en vida a base de maquillaje… Y cuando ya habían pasado unos diez minutos, llamé al nopater, cogí el predictor con una mano, tapando el visor con la otra y nos sentamos en la cama segundos antes de que levantara la mano y descubriera dos maravillosas rayas en la micropantalla, que venían a confirmarnos que el pelirrojismo venía en camino. 

Tras un aluvión de besos, abrazos, risas y nervios, empecé a dudar –como buena majara- de que realmente estuviera embarazada porque una de las rayas parecía que estaba ligeramente más clarita que la otra.
Así que decidí meterme el predictor en el bolso para enseñárselo a mi hermana y verlo a trasluz aunque luego pensé que colocar un plástico con restos de orina sobre la mesa del desayuno junto a los croissant y el queso de barra estaría feo, por lo que me decanté por hacerle una foto con el móvil para poder ir recabando opiniones para desgracia y vergüenza del nopater.

Tras un par de divertidas anécdotas como que mi hermana me cerrara la puerta de su habitación en las narices sin darme tiempo a darle la noticia y se negara a abrirme porque estaba ‘en braguitas’ obligándome a darle la buena nueva en el restaurante, para recibir sus felicitaciones y las de medio comedor, le enseñé la fotografía y todos convinieron en que eso eran dos rayas como dos soles y que se había acabado el jamón del bueno –y la buena vida, aunque eso no me lo dijeron-.

Pero como yo seguí dándole vueltas al asunto y mi hermana –que ya estaba inmersa en el malvivir maternal- tenía que comprar un suero nasal para su hijo en la farmacia, aproveché la ocasión y sin darle tiempo para morirse de vergüenza, le saqué el móvil a la farmacéutica gaditana y le enseñé la foto para que me confirmara si ella también veía dos rayas. Y las veía. Ella y su auxiliar y la señora que iba a comprar los antiácidos y que se puso hasta las gafas de cerca, mientras mi hermana y el nopater se iban haciendo cada vez más pequeñitos, humillados ante la situación y temerosos de lo que se le venía encima con el recién estrenado embarazo. Y no se equivocaban.

martes, 9 de octubre de 2012

De engaños y mimetismos


Como ya nos habían amenazado en la primera reunión, hubo una segunda, esta vez más íntima y privada, ya que sólo íbamos los padres de la clase de la pelirroja y tenía lugar en su misma aula y no en la sala de juntas, por lo que no había que perderse por aquel laberinto de pasillos y escaleras primarias y secundarias y puertas de madera de dos metros que dan a más pasillos y más escaleras infernales –con lo mal que se me dan a mí los laberintos, que una vez me monté en el barco pirata de la Feria y tuvo que entrar mi padre a rescatarme porque yo estaba a nada de empadronarme junto al suelo en zigzag y dejarme morir allí-.

La clase de la pelirroja, que es monísima, pero una caja de zapatos –del 35 como mucho- se nos venía chica para tanta madre y tanto padre y tanto niño porque muchos progenitores habían venido con los terroristas a cuestas dispuestos a amenizarnos la reunión con sus gritos y trastadas variadas para desasosiego de la seño, que tras quince días de colegio rodeada de pequeñas bestias, ya no tenía ni voz.

Como es normal en una clase de 3 años, las sillas eran para liliputienses con problemas de crecimiento, así que cuando me vi obligada a sentarme en la microsilla amarilla –en la de la nena, que para eso ponía su nombre y yo soy muy respetuosa con la propiedad privada- estuve a punto de plegarme sobre mí misma juntando rodillas y garganta hasta quedar en una posición tan incómoda como ridícula.

La parte positiva es que todas las madres quedaron igual y lo de los padres ya era para hacer una foto y colgarlo en el facebook, por lo que la imagen vista desde fuera debía de ser cómica cuanto menos, pero allí en la mimetización del entorno ya me parecía hasta normal si no fuera por las dificultades respiratorias y las piernas entumecidas hasta el punto de pensar en no volver a recuperar la movilidad jamás.

La reunión fue más o menos normal porque los padres fueron prudentes–el padre contable no fue, quién sabe, a lo mejor es de otra clase- y la seño pudo explicarnos nuevamente lo de las rodilleras –que aún no las he encontrado, maremía qué complicado es esto... que algunas madres han traído unas de patinaje profesional articuladas cual caparazón de insecto y que por supuesto se las han tirado a la cara- y explicarnos algunos conceptos que detallo a continuación:

El libro viajero: Se trata de un gigantolibro de dos metros cuadrados que se le endiña cada fin de semana a un niño diferente y cuyos padres –que están muy aburridos- han de escribir un capítulo del que será un cuento encadenado y decorarlo con dibujos. He de reconocer que estoy frita porque me toque porque aunque haya que transportarlo con grúa y bastante tiene una con lo suyo, quiero resarcirme del atropello de Nuba y  dejar constancia de que algunas cosas las puedo hacer bien. Eso sí, la pelirroja ni lo huele.

El ajedrez infantil: Pues sí, que para eso mi colegio es muy moderno y muy progre y además está loco con las matemáticas, así que han creado una extraescolar de ajedrez para tres años. ¿Estamos locos? Pues no. Porque es súper importante para desarrollar nosequé del cerebro y poner a trotar a las neuronas gracias a nosequé que tiene el ajedrez y que, además, hace que se desarrolle el nosequé que es muy importante para la asimilación de cuestiones matemáticas. No todo va a ser rodilleras. Yo cual madre entregada barajé la opción de apuntarla hasta que a) descubrí que era a las 4 de la tarde. Y a esa hora yo sólo quiero la inyección letal en mi sofá y b) tuve la visión de la nena lanzando los caballos a la cabeza del profesor cuando no, la mía buscando peones en la caca tras una ingesta masiva de piezas. No gracias.  

Los talleres de padres: Una vez por trimestre, los padres que quieran y que previamente se apunten, hacen una actividad en clase y con los pequeños a elegir entre cocina, charla sobre profesiones o cuentacuentos. Yo que siempre estoy cansada y que tengo muchas cosas que hacer, traté de hacerme la sueca con el asunto y pensé en salir corriendo en cuanto terminara la reunión sin tiempo a que me pasaran el papel… pero no contaba con mi problema de mimetismo fatal que me persigue desde la adolescencia y que me hace hablar con acento madrileño si hablo con uno un buen rato –y la gente cree que quiero hacerme la fina, pero no, me sale solo- de hecho, hasta hablo en argentino tras ver una película de Ricardo Darín… Y vaya al concierto que vaya, siempre acabo comprándome una camiseta o unas chapas o un pañuelo del cantante o grupo en cuestión porque me parece una fantástica idea allí dentro del entorno, cuando estás mimetizado, como cuando te compras el pañuelo de monedas en Marruecos o te haces las trencitas en el Caribe, que luego llegas a la ciudad y te sientes, como poco, ridículo.

Pues eso, que me dejé de llevar y sin coacción ninguna me apunté al taller de cuentacuentos como si fuera la más fantástica de las ideas. Luego, llegué a casa y me di cuenta de que aquello, como las camisetas de Alejandro Sanz, no era una buena idea en la vida real donde las sillas no te pliegan el esternón ni perteneces al equipo de los tomates.

Y ahora planeo colarme en el colegio armada con un bote de tipex para borrar mi nombre de la lista. No somos nadie.