jueves, 31 de enero de 2013

No con mi hija


Pues mire usted, sí. Si hace unos años me lo hubieran dicho, me hubiera tirado por el balcón o me hubiera tomado dos cajas de pastillas para la tos con un chupito de licor de manzana o me hubiera autolesionado hasta cambiar de idea, pero fíjese cómo son las cosas que aquí estamos aceptando con total normalidad el hecho de que soy de esas madres que tratan de condicionar las amistades de sus hijos. De ésas odiosas, entrometidas, manipuladoras y sin escrúpulos que salen en los telefilmes de sobremesa y que te dan ganas de arrancarle los pelos… de esas mismas. De las malignas. Lo confieso. Y lo peor de todo, no me pesa. No demasiado al menos.

A mi favor diré que la pelirroja es hiperactiva por sí misma y que por lo tanto, una, que es madre cansada y estresada a partes iguales, quiere que se relacione con niños bien, es decir, niños buenos y aburridos, de ésos que se quedan paraditos junto a mamá en los centros comerciales, que hablan bajito, que no hacen la croqueta, que no enseñan la ropa interior y que van siempre de la mano… a ver si en un descuido, la nena que es voluble como su madre, se deja convencer y se pasa al lado claro y se convierte en una niña de ésas que no dan un ruido. Que existen, que las he visto. Y de esperanzas también se vive.

Pero por si eso no fuera suficiente excusa a mi favor, hay que tener en cuenta que la nena ha nacido para secuaz de un poder superior, así que cuando se junta con algún niño con ocurrencias más terribles que las suyas, se convierte en una adepta seguidora , llevando a cabo todo tipo de malignidades y duplicando su hiperactividad y mi agotamiento.

Así que una, por instinto de supervivencia, trata de arrimarla a las niñas más tranquilitas del parque, las que sonríen tímidamente y llevan los lazos en perfecto estado, pero antes de que me dé tiempo a presentarlas, me giro y la pelirroja ya ha caído bajo el influjo de algún trapecista intrépido o una salta bordillos o un corredor profesional o una loca que trata de arrancar una rama del árbol, dejando ciego a todo el que está alrededor, riendo a carcajadas como si no hubiera un mañana.

Y yo la cojo y la traigo hacia el lado bueno del parque y la soborno con chuches para que juegue con el ala pava del recinto que sigue en el mismo sitio que hace una hora, pero antes de que pueda abrirle los gusanitos ya está otra vez con los pandilleros infantiles dándolo todo Y lo cierto es que no la culpo porque los niños buenos son un tostón que hasta a mí me aburren, todo el día pegados a la falda de su madre sin decir esta boca es mía y los malos, ay los malos… los malos siempre han tenido mucho encanto… Si es que en algo tenía que parecerse a su madre.

miércoles, 30 de enero de 2013

Viejos problemas. Nuevas guerras


En casa hemos empezado el año con fuerza, que no se diga, que esto es como con las maratones, los blocs de notas del colegio o las dietas para adelgazar, que tarde o temprano acabarás poniéndote al mundo por montera y comiéndote un Donut de chocolate -o dos- o escribiendo con letra de médico disléxico, pero que al inicio, cuando todo son hojitas nuevas y días de cumplir con la lechuga y el pescado, todo hace mucha ilusión y una es capaz de dejarse las pestañas por cumplir con la misión.

Pues eso mismo es lo que nos está pasando en casa con los propósitos maternales de año nuevo, que ya os adelanté en su día y en los que estamos trabajando con todo el ahínco que una madre bipolar y un pater permisivo hasta la extenuación, pueden mostrar.

Para regocijo familiar y del dentista, por fin acabamos con el chupete nocturno y ya nadie lo recuerda, excepto mi madre, que es la reencarnación del mal y cuando la niña estuvo mala decía a voz en grito que se lo diera, mientras la pelirroja que no había dicho esta boca es mía, salivaba sólo de pensar en su succionador. Pero lo hemos conseguido. A pesar de los boicoteadores, del poco ánimo paterno, de mi cansancio y de la insistencia de la nena, lo hemos conseguido y en casa ya no hay ni un chupete y lo mejor: ya nadie pregunta por él.

Así que me veo obligada a iniciar otra tarea, aunque en realidad lo que yo necesite no sea más estrés sino un viaje de ida al Caribe, pero ya se sabe que como sigan pasando los meses, la ilusión de los propósitos se va al garete y acabaré comiéndome un tigretón frente a la tele en menos que canta un gallo. Así que mientras quede entusiasmo, seguiremos luchando y ahora toca el más difícil todavía: hacer que la nena coma. Y cuando digo que coma me refiero a algo que no sean potitos, yogures, fresas, patatas fritas con ketchup y chucherías variadas. Me refiero a pescado, carne, arroz, pasta, tomate, huevo y a todas esas cosas que comen los niños normales desde el año y medio y que la pelirroja escupe cual llama que llama en cuanto se lo metes por sorpresa en la boca.

Así que reúno fuerzas para ponerme a ello antes de que la pediatra o el farmacéutico que me ve comprar los potitos de diez en diez me denuncien a Prodeni y me acaben quitando la custodia pelirrojil, aunque aún no tengo claro cómo ni cuándo voy a ponerme a ello y es que la pelirroja no es que no quiera comer –que no quiere- es que le da un ataque de ansiedad sólo de ver en su plato algo que no proceda y es incapaz ya no de probarlo sino de tocarlo y lo acaba lanzando contra la pared con la ayuda del tenedor mientras le dan escalofríos evidentes.

Que Dios nos coja confesados… 

PD. ¿Algún consejo que funcione? Que conste que la tuve un año entero en el comedor y lo único que conseguimos fue que a la monitora se le cayera el pelo del estrés, pero poco más. Ay.

martes, 29 de enero de 2013

Subversión pelirrojil


Como bien sabéis, la pelirroja ha tenido diez días de pseudogripe y digo peseudogripe porque aunque tenía fiebre y vomitaba y tenía todos los síntomas y todos creíamos morir de estrés y preocupación, la niña estaba como si con ella no fuera la cosa, con su traje de princesa encajado y sus tacones de la Barbie dando cojetadas por toda la casa, exigiendo su ración diaria de Peppa Pig y sus valses con el pater o conmigo, en su defecto -que para los giros y las reverencias la lagartona me tiene de segundo plato- pidiendo zumo y patatas de paquete y anunciando su negativa a volver al colegio sine die con el dedo en alto y la corona de la Bella tapándole los ojos.

Pero claro, una creía que aquella rebeldía frente al yugo estudiantil se debía a los efectos negativos de las medicinas y el confinamiento en casa sin ver la luz del sol ni a otro ser viviente que no fuera alguno de los otros dos mosqueteros –cada día con más mala cara-, que ya se sabe que los secuestrados acaban pillando el síndrome de Estocolmo y no sólo acaban amando a sus captores sino que acaban echando de menos el zulo donde estuvieron cautivos, que se ve que la razón humana es de todo menos razonable.

Pero no. La niña se nos ha vuelto subversiva y ahora que ya está buena y que ya no hay que mantenerle las nuevas rutinas o, mejor dicho, la ausencia de ellas nivel ‘pobrecita está mala, que no coma si no quiere’, dice que tururú, que el estatus de enferma griposa le va más y que se niega a todo lo negable.

Así, después de diez días de encerramiento y pérdida de la noción del tiempo y de las ganas de vivir, ahora no sólo no podemos relajarnos, sino que tenemos que luchar activamente contra el enemigo y su voluntad insumisa. De hecho, ayer mismo que fue el primer día de la vuelta al cole postgripe vivimos una intensa mañana en la que la nueva versión rebelde del pelirrojismo se negó a vestirse y a peinarse y mucho menos a oír hablar del colegio.

Y con el cuerpo rotito que tiene una mujer decente como yo a esas horas intempestivas, me vi obligada a atraparla con las piernas cual mujer alacrán mientras procesaba 200 amenazas por minuto para poder vestirla, esto es, leotardos, polito, falda peto imposible de colocar, jersey, zapatos y moño en el pelo y de traca el chaquetón, al que odia sobre todas las cosas.

Y aunque parecía imposible, lo conseguimos –bueno, peinarla no, pero total, tampoco parece peinada cuando lo está así que para qué malgastar energía en una mañana tan mala-, pero aún así se atrincheró tras el sofá, diciendo que al cole no iba, ‘que eztoy mala, ¿no vez, mamá?’ mientras el pater esperaba impaciente en la puerta y yo me deslizaba por el parqué como un espectro y trataba de negociar con ella como hacen en las películas de antena tres con los atracadores de bancos.

Contarle lo mucho de menos que le habrían echado ‘lozamigoz’ como ella dice, y las ganas de verla que tenía su adorada maestra, una promesa de una visita previa a los columpios, más unas chuches a la salida, un paseo vespertino con los primos y muchas amenazas veladas fue lo que me ha costó que se decidiera a contribuir con la sociedad y a mover el trasero hasta el colegio, así que de momento eso lo tenemos cubierto. Sólo me queda luchar contra su negativa a la comida, al desenredo capilar, a acostarse a horas decentes, a dejar de tragarse episodios de Peppa Pig de ocho en ocho y a que se olvide de todos los mimos y consentimientos extra que recibió durante su convalecencia… pero eso ya mañana, que se me baja el potasio de tanto cansancio. Y es que como día mi madre ‘No es lo que mi niña enfermó sino lo que le quedó’…

lunes, 28 de enero de 2013

Madre sí hay más que una. 40.- La madre agorera


La madre agorera parió a su prole hace ya algún tiempo por lo que se cree en poder de un doctorado –o dos- sobre el tema y no duda en ir dando clases gratuitas y forzosas a toda madre con la que se cruce para ponerla al día, generalmente de todas las experiencias negativas que aún está por vivir.

Cuando alguien anuncia su embarazo delante de la madre agorera, ésta suelta algo así como ‘Sí, sí, ahora estarás muy contenta, pero ya me contarás cuando estés vomitando por las esquinas día y noche’, dejando a la pobre embarazada con la cara partida y la moral por los suelos. Y cuando ya está superando el primer trimestre y las náuseas mortales, le escupe ‘sí, sí, pues espérate al tercero, que no vas a poner moverte y te saldrán estrías hasta en la muela del juicio’ y la muchacha, al borde del colapso nervioso, decide borrarla del facebook.

La madre agorera augura gripes intestinales severas cada vez que un niño estornuda –por supuesto no el suyo, el suyo sólo ha estornudado por rascarse mucho la nariz- y pone cara de preocupación, negando con la cabeza, cada vez que una madre osa a consultarle cómo va el ombliguito del nene o si ella cree que la tos del bebé es normal o si la roncha del pie derecho es o no de un mosquito, porque parte fundamental de la razón de vivir de la madre agorera es sentirse importante y admirada por los demás mortales ante lo útil que es contar con su sapiencia universal y sus inestimables ganas de ayudar –léase fastidiar- al prójimo.

A la madre agorera le cuesta dejar disfrutar a sus congéneres y no puede dejar de soltar alguna de sus inconveniencias para dejar a la gente con la mosca detrás de la oreja y con la alegría inicial, mermada, cuando menos. Y es que la madre agorera no es simplemente una madre comprensiva que se empeña en explicar a los demás las verdades que le esperan para que les sean más llevaderas, sino que ella, más que por una labor social, lo hace porque disfruta hundiendo la moral de lo demás.

De hecho, la madre agorera ha sido agorera antes que madre y ya fue la amienemiga que cuando ibas de compras con ella y te colocabas el vestido más bonito de la tienda que, curiosamente, te quedaba como a una doble de Heidi Klum, ella te decía que te marcaba mucho el culo o que no era tu estilo o que te hacía cara de fulana o que tenía una confección muy mala y un color que no te iba a la cara y te aconsejaba que no te lo compraras a no ser que quisieras ir ese fin de semana hecha un adefesio a la fiesta. Así que al final, lograba que dejaras el vestido en su percha y te probaras una falda pantalón versión catequista, que daban ganas de llorar con sólo mirarla, pero que ella decía que estaba hecha para ti, mientras ponía el ojo brillante del malo de Willy Fog.

(Nivel de identificación personal con la madre agorera 2 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 25 de enero de 2013

De encierros forzosos e ideas para sobrellevarlo


Uno de los principales problemas de que la nena se nos ponga mala, no es tanto la enfermedad en sí, que toda madre sabe que no hay revitalizante como el Dalsy, que pone a los niños más saludables y activos que cuando están sanos –a saber qué brebaje esconde-, ni siquiera el malestar generalizado de la familia con las noches en vela y los horarios imposibles de antibióticos, antitérmicos y demás parafernalia, ni siquiera tampoco lo es el estrés acumulado entre el miedo de madre primeriza -nivel ‘esta niña está muy mala y seguro que es algo muy terrible y el médico no se lo ha visto porque lleva tres guardias seguidas y ya no puede con su vida’- y el malvivir general, ni tampoco las secuelas físicas de quedarte con la mala cara de Iniesta con gastroenteritis y el pelo de Amy Winehouse de llevar una coleta sobre la coleta de ayer sin darle a ese pelo fosco que se nos pone a las madres que no dormimos ni un poquito de cariño capilar… tampoco. Lo peor de que la nena se nos ponga mala, es que no va al colegio y por tanto, que pasa –mejor dicho que pasáis- 24 horas de encierro diario ininterrumpido durante más de una semana y pegadas una a la otra como en aquella prueba de Gran Hermano que iban esposados durante una semana y acababan matándose vivos por los rincones de Guadalix… pues eso mismo pero en mi casa.

La pelirroja y yo somos los nuevos Bonnie&Clyde, Robin y Marian, Don Quijote y Sancho Panza, Batman y Robin o las Virtudes, que son más nuestras, y después de una semana de mirarnos a los ojos y compartir kleneex y malvivir no es que ya no nos toleremos, pero necesitamos salir con otra gente.

El problema es que aún nos quedan algunos días para eso y para volver encender la llama de nuestro amor materno-filial y evitar pedir que me induzcan el coma, hago todo lo posible por tenerla entretenida con mil y una acrobacias para que me deje un rato libre que una pueda invertir en trabajar, ordenar la pocilga e incluso ducharme, si me apuran y así todos contentos.

La cuestión no es la falta de ideas, el problema es que una no tiene fuerzas más que para pestañear y respirar de cuando en cuando, por lo que mis estrategias se basan en baños prolongados -más allá de lo que aconsejaría el pediatra- con todos los juguetes que quiera –que son muchos-, maratones de Peppa Pig y su cara ladeada y algún que otro trabajo manual basado en pinturas, plastilinas y rotuladores de punta despeluchada.

Y claro, eso funcionó los tres primeros días, ahora la nena quiere más. Y me mira con ojos de cordero degollado frente al ordenador pidiendo que la deje ayudarme ‘a trabajal en el ondenadol’ o a que me peine o a que me maquille o a colorear juntas mi agenda. Y yo, que soy muy mía para mis cosas, me niego y la niña me lo paga vaciando una botella de aquarel en el suelo para lamerla luego: ‘Mira, mamá como una vaca’ y yo planeo pegarme un tiro en la boca, para no fallar.

Pero claro, la culpa no es de la nena, que no se entretiene con nada como dice mi madre, sino que la tengo que yo, que se ve que no soy ni la mitad de entregada de lo que debería de ser, vamos, que no sirvo yo para el encierro. Y es que ayer pedí consejos en Facebook para entretener a los niños y dos millones de Marthas Stewart salieron en mi ayuda proponiéndome hacer con ella galletas o pastas de té, hacerle una tienda de campaña con sábanas y cojines, representar una obra de teatro sencilla, hacer guerra de globos o cojines y un sinfín de actividades más que han dejado mi armamento a la altura del betún... qué nivel, maremía.

Total, que sí, que la culpa es mía por limitar las actividades a ‘búscate la vida con tus juguetes, chata’ o veamos la tele un rato, vamos, una ruina de plan estratégico, pero que igual esas amables señoras no tienen una pelirroja en sus vidas sino niños tranquilos y buena gente que hacen que todo eso sea posible porque yo es imaginarme al pelirrojismo tamizando harina e hiperventilo de mala manera. Así que casi mejor nos quedamos como estamos que bien mirado Peppa Pig tiene unos guiones estupendos.

jueves, 24 de enero de 2013

Consecuencias de la gripe pelirrojil


Maratón de insomnio. Si la nena no duerme, aquí no duerme nadie. Ni por la noche ni por la mañana ni a la hora de la siesta ni nada de nada. Ni siquiera una cabezada contra la pared a las cuatro de la tarde. Ni nosotros ni los vecinos, aquí todo es jarabe y termómetros, Peppa Pig y trajes de princesa, que los virus no pueden con su ambición monárquica y verla vomitar en tacones es para colgar un vídeo en youtube… si no diera tanta grima, claro.

Estrés en máximos históricos. Si no estuviera tan cansada, me pasaría el día pegando voces y pateando muebles, pero como sí lo estoy sólo tengo fuerzas para dejarme morir con cara agria, dejar que se me caiga el pelo a mechones y envejecer tres años por noche, cuatro si la niña vomita el Dalsy.

Encierro involuntario. Casi una semana encerrada con la pelirroja día y noche es peor que una celda de aislamiento en Guantánamo porque a la pérdida de las ganas de vivir, se le unen los castigos físicos en forma de pedradas a base de masacotes de plastilina de colores indeterminados y de algún que otro derramamiento de témperas sobre el sofá.  

Intolerancia hacia el Disney Chanel. Y hacia todos los dibujos animados que vemos en cadena durante todo el día sin descanso para tenerla domada y callada, sobre todo callada, que los ibuprofenos y paracetamoles, además de quitarle la fiebre la vuelven hiperactiva y le generan la verborrea de Moncho Borrajo.

Amor incondicional a la maestra. Sí, otra vez. Esa pobre señora que no sólo aguanta a la pelirroja cada día durante casi 5 horas sino que soporta a otros 24 niños enfurecidos, gritando como hienas salvajes día tras día tras día durante toda su carrera profesional, merece los laureles del Nobel de la Paz y el sueldo de un notario, que ese malvivir diario debe estar penado por la ONU. Y lo curioso es que tiene buen pelo…


miércoles, 23 de enero de 2013

Las tramas y otras estrategias erróneas


La pelirroja, como todos los niños de su edad imagino, se pasa el día haciendo preguntas sobre todo, a lo que yo a veces estoy en mejores condiciones que otras para contestar, vamos que a veces me deshago en explicaciones y otras, cuando ya no puedo con mi vida y lo único que quiero es crionizarme hasta que cumpla los 18, paso un poco del asunto educativo y le suelto alguna contestación rápida y sorprendente que la deje callada al menos por cuatro nanosegundos para darme tiempo a que se me rgeneren un par de neuronas.

Habitualmente desarrollo lo que he venido a denominar las tramas –como diría mi amigo Dani- aprovechando cualquier pregunta o petición para sacarle moraleja, por supuesto, a mi beneficio, sea o no ético, que esa no es la cuestión y esto de la maternidad es lo más parecido a la guerra que conozco y por tanto lo del ‘todo vale’ es mi nuevo mantra.

Así, si vamos por la calle y me pregunta por qué está rota la ventanilla de un coche le suelto algo así como que un niño no le hizo caso a su mamá y jugó con el balón dentro del coche y acabó rompiendo la ventanilla, por lo que tuvieron que aparcarlo y ya no pudieron ir a la playa en familia nunca más. Lo que la deja ligeramente entristecida y pensativa, muy pensativa para luego decirme algo como ‘Puez yo mamá, nunca, nunca voy a jugal  con la pelota en el coche’, ante mi victoriosa mirada de haber conseguido concienciar a la nena con una historia inventada a las 9 de la mañana.

Y así con todo. Le puedo sacar punta a casi cualquier situación y como la peor de las manipuladoras de telenovela barata –de esas que fingen ser ciegas pero en realidad no lo son y espían tras las puertas para luego liarlo todo y dejar a la protagonista al borde del infarto emocional- llevarlo todo a mi terreno y, por supuesto, al beneficio familiar

Pero claro, esta estrategia también tiene sus fallos. Precisamente, el otro día pasamos ante un cacharrito de esos para montarse a cambio de una moneda y que hay a las puertas de algunos locales y que yo detesto porque la pelirroja no sólo es capaz de arruinarte en paseos –a ti y a tu acompañante- sino que cuando le dices que ya no hay más y la animas a bajarse, pelea por quedarse allí dentro aunque sea sin monedas ‘para jugal a las princezas’ hasta el infinito y más allá.

Así que cuando nos topamos con ése y a la niña se le iluminaron los ojos y salió corriendo a por él, le dije que no podía subirse, que estaba roto y el diálogo fue tal que así

-Pero mamá, zi yo zólo quiero jugal zin que ze mueva // -Ya, pero es que no te puedes subir porque está roto // - Pero zi no quiero que ze mueva… // - Pero es que no te puedes  ni subir porque se vendría abajo y te harías pupa // - ¿y por qué? // - Porque tiene estropeados los engranajes // - ¿Y quién ha roto loz granajez, mamá? //

Y yo que ya a esas alturas estaba a punto de quemarme a lo bonzo, le solté algo así como ‘porque sí, porque se ha montado un niño que tenía el cuelete muy gordo porque sólo comía chuches y lo ha roto y punto’.

- Porque ez malo, ¿a que zi, mamá? ¿A que a eze no le traen regaloz loz Reyez malos? ¿A qué si lo encontramoz le vamoz a regañal? ¿a que zí, mamá? // - Claro que sí, malísimo, malísmo.

Y aparentemente pareció conformarse y olvidarse del asunto hasta que un par de calles más abajo cuando ya habíamos iniciado otras discusiones sobre algodones de azúcar, ‘pululetaz’ y una Dora inflable y ya cuando casi ni me acordaba de la trama del niño y el elefante nos cruzamos con un chiquillo de unos 9 años, gordito y con cara de bueno que iba con su abuela y nada más pasarlo, pegó un salto en el carro y se puso en pie señalándolo como quien ve a su asesino y soltó a voz en grito

Mamá, mamá miraaaa… Eze ez el niño que ha reventao los granajes del elefante ¿a que zí? ¿A qué ez éze, mamá? Porque tiene un culiculi grande porque zólo come chuchez, mamá y lo ha roto él, ¿a que zí?.

Gracias a Dios, la niña cuando se pone nerviosa tarda en arrancar la frase y el niño y la abuela ya habían doblado la esquina porque si no me muero de la vergüenza y del trauma que podríamos haberle causado al chaval, llamándolo gordo en su cara, eso sin contar con que la pelirroja quería que lo persiguiéramos calle arriba para que yo le regañara por sólo comer chucherías y haber roto el cacharro.

Así que ahora cuando pregunta le doy una ‘pululeta’ para que tenga la lengua entretenida y me deje vivir. Que ya no estoy para estos trotes.

martes, 22 de enero de 2013

Habemus gripe


La pelirroja está mala. Y cuando la pelirroja está mala, todos estamos malos y no por solidaridad ni por amor, sino porque no nos queda otra tras el poco dormir que nos permite la enferma, llamándonos a gritos en mitad de la noche –que un día de éstos me voy a quedar calva del susto- o sin llamarnos -pero tengo desarrollado un nivel de vigilancia maternal que ni la CIA, oiga- por lo que ‘por h o por b’ aquí no duerme ni el tato, a lo que le sumamos los estornudos que nos tira a la cara con sus tres millones de virus y sus doscientos gérmenes peligrosísimos –que hacen nido dentro de mí y crean generaciones de virus cada vez más listos que me matan lenta y sigilosamente-, su negativa a comer nada ni siquiera gominolas, que una ya vende su alma al diablo porque tenga el estómago lleno aunque sea de estabilizantes y conservantes y sobre todo, su imposibilidad de ir al colegio, lo que implica 24 horas ininterrumpidas de maternidad, con lo malísimo que es eso para la salud mental.

Y por si no fuera poco, en Málaga tenemos una ciclogénesis la mar de mala –que según el meteorólogo seminarista de la tele es un tiempo malísimo con vientos y frío y lluvia- y tenemos que quedarnos enclaustrados en casa compartiendo virus, aburrimiento y estrés maternal –que ahora se manifiesta a través de un incesante picor en los lagrimales, que me deja los ojos encendidos como a la niña de ‘Ojos de fuego’ y el rimel como una prostituta de carretera al volver a casa-.

Así que disfrutamos de un maratón familiar de Peppa Pig, plastilina, piezas de la cocinita incrustadas a la espalda y pijameo intensivo, que no tiene pinta de terminar pronto, ya que la pelirroja se niega a tomar medicina alguna, lo que hace imposible nuestra curación. Y yo, esta mañana, desesperada de este malvivir de toses y estornudos, la he placado mientras se ponía los tacones –que la niña ya puede estar más mala que un perro, que los tacones de la Bella son sagrados-, dejándole sin capacidad de reacción y le he soltado en sus apretados labios un lingotazo de Dalsy. Y antes de que el pater y yo pudiéramos saltar de alegría de haber logrado con éxito nuestra maligna traición, la niña se levantó del sofá y no sólo escupió la medicina sino que nos vomitó todo el desayuno a los pies. Humm, marvellous.

Así que al malestar general de la familia, hemos de sumar el olor a vomitona porque tampoco podemos ventilar intensivamente porque cada vez que abro la ventana, me espera un fotograma de 'Twister', así que a aguantar a ver si en unos días solucionamos la papeleta y podemos volver a nuestro malvivir habitual que, aunque chungo, es menos chungo que éste y una hasta acaba echándolo de menos. Qué mala vida.

lunes, 21 de enero de 2013

Madre sí hay más que una. 39.- La madre ceniza


La madre ceniza arrastra la mala suerte desde el embarazo, cuando pilla 10 kilazos en los cuatro primeros meses, a pesar de que se ha pasado las 16 semanas con la cabeza incrustada en el váter, vomitando bilis e instinto maternal –que pierde a cada arcada- y, además, le han diagnosticado diabetes gestacional y sobrevive chupando una zanahoria y con los ojitos güertos detrás de las magdalenas y los tigretones.

La madre ceniza se llena de estrías desde la boca y hasta los tobillos aunque se pase medio embarazo untándose aceite de almendras dulces hasta dislocarse las muñecas y acoge todo achaque posible desde una ciática galopante que la mantiene dando cojetadas hasta el paritorio hasta una rinitis que la mantiene esclava del kleenex  y el Rinomer, pasando por una bursitis en el muslo derecho, el que no había pillado rasca de la ciática, unos ardores que le achicharran el gaznate y un cansancio extremo que apenas le permite abrir los ojos más de tres horas al día.

La madre ceniza no puede tener epidural porque de jovenzuela se hizo un cutretatuaje, así que sufre los dolores medievales en sus carnes, pero a la hora del expulsivo, el nene no baja y después de 16 horas chillando como un cerdo en el matadero, hay que hacer cesárea porque luego necesitará puntos que se le infecten.

A la madre ceniza le toca un niño porculero que no duerme ni dos horas al día, que tiene cólico del lactante y que además no coge el pecho porque tiene el pezón invertido y una mastitis de libro que le pone el pecho en una versión extrema de Yola Berrocal.

La madre ceniza sale del paritorio igual de gorda que entró y le hacen falta dos millones de dietas para lograr parecerse a su versión premadre, aunque eso sí, las ojeras de tres centímetros de profundidad, los ojos de cabra enferma y la resaca de la ciática latiéndole en la cadera serán su nueva seña de identidad. Forever.

(Nivel de identificación personal con la madre ceniza 5 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 18 de enero de 2013

Los columpios o mil maneras de morir


Vale que soy una madre asustona y eso me resta puntos de credibilidad o al menos eso dice mi hermana, que asegura que si no fuera por los demás, la niña parecería ‘niña de padres viejos’ que al parecer eso es una cosa muy mala  porque los niños se hacen pavones y poco ágiles y al no saber ni caerse –aún tengo dudas con eso de aprender a caerse- al final, un día tropiezan y se hacen daño de verdad. Y yo asiento como si supiera de lo que me habla que para eso es hermana mayor y da mucho terror cuando se enfada.

La cuestión es que a mí me dan mucho miedo los columpios y creo firmemente –aunque aquí ya digo que igual no tengo mucho crédito- que están diseñados por un Herodes actual dispuesto a descalabrar a los infantes por las mil y una trampas que esconden bajo su aspecto aparentemente inocente.

Por un lado está el rocódromo por el que los niños acaban resbalando y aplastándole la bota en la cara del que viene detrás, eso cuando no lo tira al suelo -como víctima de una explosión- lleno de cáscaras de pipas y otras porquerías que encierran virus mortales y terroríficos.

Luego están los columpios propiamente dichos, que los que se montan no tienen tanto peligro -a no se que les empuje mi padre, que es capaz de darle la vuelta entera- como los que esperan en las inmediaciones y que se llevan más de un golpe en la frente a modo de vil castigo por su impaciencia. Mi hermana tiene una cicatriz que atestigua lo que digo.

El balancín. Este definitivamente lo inventó el demonio. Ver a la pelirroja en la alturas sin nada que la ate al cacharro a modo de catapulta infernal es causa de infarto temprano maternal.

El tobogán. Bueno, este no estaría mal si no tuviera la escalera previa donde los niños se amontonan y se empujar cual monos medicados con el riesgo de fractura craneoencefálica severa.

El castillo. Este es aparentemente sencillo y sin peligro, pero es el más vil de todos porque le falta una pared en uno de los laterales, no porque esté estropeado sino porque es así, no tengo claro con qué fin, imagino que para que no se espachurren hasta la muerte mientras sus padres comen pipas y critican a la maestra, pero vamos que entre el espachurramiento y la caída al vacío, pues como que no sé…

Total, que son un infierno y yo trato de no ir jamás de los jamases, que los estados extremos de ansiedad generan muchas arrugas y en la treintena hay que cuidarse, que ya lo dice la Vogue… Y si la niña tiene que aprender a caerse, que lo aprenda con los demás, que yo estoy muy regular de lo mío y bastante tengo con evitar que se suicide en cualquier rincón de la casa como para llevarla al campo de exterminio infantil que son los parques de columpios. He dicho.

jueves, 17 de enero de 2013

Discusión con la mamma III. Cuentos clásicos... y sádicos


En esta retahíla de argumentos que me estoy fabricando contra las críticas que hace mi madre sobre la violencia de los dibujitos modernos, hoy nos toca analizar a la mayoría de los cuentos clásicos, que según mi madre eran dulces y con moraleja, lo que servía para que aprendiéramos cosas importantes.

Yo de lo segundo no dudo porque es verdad que los finales edulcorados de ahora, donde al malo se le perdona –no una vez, eso estaría bien- millones de veces para que siga haciendo maldades sin reformarse ‘ni una mijita’, sirven de bien poco que hasta la pobre pelirroja me preguntó el otro día que por qué Mickey seguía siendo amigo de Pigg –el gato gigante que parece de todo menos un gato- si siempre era malo con ellos y no supe qué decirle.

Pero vamos a lo que vamos, que sí que tenían moraleja, pero ¿dulces? ¿estamos locos? Los hermanos Grimm eran los Stephen Kings del pasado, unos sádicos, así como todos sus compañeros escritores de cuentos… desde Esopo fíjese lo que le digo, que aquella historia del escorpión y la tortuga también tiene miga…

Hagamos un breve repaso por los cuentos populares.

- Los siete cabritillos. Que sí, que muchos cabritillos chiquitos y monos, pero al final le abren la barriga al lobo, se la rellenan de piedras, se la cosen y lo lanzan al río para que se ahogue. Ni perdón ni leches. Venganza al estilo mafia rusa.

- Caperucita roja. En el cuento original, el lobo se había comido a la abuela –nada de escondites en el armario que eso era muy gay para aquellos tiempos- y  por eso el cazador se lía a tiros con él. Caperucita se salva, pero imagino que quedará traumatizada con el asunto del lobo travestido con la ropa de su abuela difunta que aún no ha digerido, eso sin contar con el espectáculo de sangre que se sucedería en la casita. Ni Tarantino, oiga.

- Blancanieves. Ya es bastante chungo que la pobre se pase media niñez fregando las escaleras de rodillas, pero que su madrastra mande asesinarla, eso es para traumatizar a cualquiera. Y por si no fuera suficiente, le pide al sicario que le traiga el corazón de la niña en un joyero ArtDecó. Venga ya... ¿eso es para todos los públicos?

- Las zapatillas rojas. Ésta es sin duda la peor. Porque la niña, que se gasta el dinero que no debe en las zapatillas, se pasa bailando contra su voluntad todo el cuento en plan castigo agotador, pero por si no fuera bastante el maratón terrorífico de baile, al final para que paren, decide cortarse los pies y así aprende la lección. Total, no le queda otra. Como consuelo, el carpintero del pueblo le hace unos pinreles de madera la mar de cómodos. Vamos, una bicoca. Sádico hasta decir basta.

Y así hasta el inifito...

miércoles, 16 de enero de 2013

Discusión con la mamma II. Dramones infantiles


Como ya decía ayer, la mamma se pasa el día diciendo lo violentos y lo feos que son los dibujos animados de ahora y dice cosas como ‘Yo no sé como a los niños les puede gustar el Spiderman ése –bueno en realidad ella lo llama Superman, a ése y a cualquier otro superhéroe- con esa cara tan feísima que tiene’ // Es una careta mamá, no es su cara // Pues peor me lo pones, mira que ponerse esa careta para asustar a los chiquillos // Que no, mamá, que es bueno, que lo hace para que no lo reconozcan como todos los superhéroes // Pues al otro Superman, a Christopher Reeve le bastaba con quitarse las gafas para que no lo reconocieran // Y bueno, ahí me tengo que callar porque tiene más razón que un santo, que la novia o era imbécil o iba siempre borracha porque si no, no me lo explico…

La cuestión es que ella argumentaba que los dibujitos de ‘mis tiempos’ –cuando usa esa expresión me siento octogenaria- eran más dulces y bonitos y tenían historias donde se aprendían valores y se reforzaban principios.

Yo que soy una nostálgica en según qué cosas, asentía con entusiasmo recordando la carita sonrosada de Heidi columpiándose -¿desde el cielo?- y a Copito de Nieve correteando por el prado y a Marco –que en realidad era una Heidi travestida-, el mono Amedio y a toda la pandilla que veía en la tele, hasta que caí en la cuenta de que si bien no eran dibujos violentos sino dulces hasta el empalago, narraban unas historias para no dormir, auténticos dramones que a los niños nos pasaban desapercibidos  sólo en algunas ocasiones.

Por que a ver, qué tiene de tierna la historia de la pobre Heidi, huérfana, abandonada con un abuelo con la inteligencia emocional de un ñu que le dice a bocajarro que no la tolera y luego se la llevan con Clara, que es una niña que no puede caminar ni vivir por culpa del monstruo Rottermeyer, que era mala malísima y que le hacía pasar perrerías a la pobre Adelaida…

O mejor aún, Marco, abandonado por su madre –que era más lista que el hambre y se quitó de en medio- y solito en el mundo, que se va a recorrer medio planeta para buscar a su madre pasando todo tipo de visicitudes y dejándonos al borde de la lágrima con el ‘No te vayas mamá, no te vayas de aquí…’

O la joya de la corona Candy, Candy, que era una telenovela infantil de crueldad insuperable, a cuya protagonista, huérfana y maltratada por todo el mundo, se le morían todos los novios y cualquier ocasión de ser feliz mientras yo, en el salón de casa de mi abuela lloraba con hipidos mientras a ella se le encharcaban sus gigantojos azules. Como poco traumático.

Y ya no triste, pero loca, la famosa Bola de Cristal –que ya les vale dar un programa infantil a las estrellas de la movida madrileña- que sí, que a mí me encantaba, pero que ahora recordar a Loquillo dando consejos infantiles como que me chirría y bueno, para qué hablar de las películas experimentales que ponían, que recuerdo una en la que el tipo tras someterse a algún experimento de rayos X lo veía todo verde y muchos monstruos o cosas raras hasta que al final, destrozado, decide arrancárselos de las cuencas ante los gritos de ‘Sácatelos, sácatelos’ que se oían de fondo…

Pues eso, que bastante bien hemos acabado.

martes, 15 de enero de 2013

Discusión con la mamma I. Canciones ¿infantiles?


La mamma se pasa el día diciendo que hay que ver los dibujitos de ahora la de violencia que gastan, refiriéndose a los Spiderman, Gormitis y Pokemon que ve mi sobrino, imagino… porque los Caillou, Peppa Pig o Dora que consume el pelirrojismo son pesados hasta la extenuación y cierto es que te dan ganas de desfenestrarte por la ventana del salón o clavarte astillas en las uñas, pero violentos, los que se dice violentos, pues mire usted, no.

Pues pensando y buscando argumentos para esta lucha materno-filial recordé algunas de las canciones populares que cantaba mi madre de niña, que a su vez le ensañaría mi abuela y que ella me enseñó a mí y a mi hermana y que visto lo visto, bastante bien hemos acabado con esa retahíla de terroríficas estrofas, que si Prodeni se las hubiera escuchado cantar a mi madre, fijo que le hubieran quitado nuestra custodia. Lo peor es que a nosotras nos parecían divertidísimas... bastante bien hemos acabado…

He aquí un breve repaso por la historia de mi cancionero infantil más terrorífico:

- ‘Con la paleta, su madre le daba un paletazo que la mataba, con la paleta, su madre fue y le dio un paletazo que la mató’. Canela fina, oiga. Y dice mi madre que yo lo que tenía eran terrores nocturnos, venga ya…

- ‘Desde chiquitita me quedé, que quedé, algo resentida de este pie, de este pie, disimular que soy una cojita, disimular, lo disimulo bien (…)’. ¿En serio? Hay que ser mala gente para obligar a una pobre ‘cojita’ a disimular, con lo que tiene que molestar eso en la cadera.

-‘El tío Chirivita mató a su mujer, la hizo picadillo y la echó a la sartén. Cuando llegó a su casa olía a carne frita y era la mujer del tío Chirivita’. Ahí lo llevas. Asesinato y canibalismo en una sola estrofa. Lo peor de todo es que yo jugaba a la comba con ésta, ahora entiendo por qué mis amigas me miraban mal...

- ‘Al pasar por el cuartel, se me cayó un botón y vino el coronel a pegarme un bofetón, que bofetón me dio el cacho de animal, que estuve 7 días sin poderme levantar’. Diría que es abuso de autoridad pero como poco antes dice que se iba a hacer un vestido ‘cortito por delante y larguito por detrás’, igual se lo merecía por mal gusto, que las asimetrías las carga el diablo.

Y hablando de esto con una amiga, me soltó esta prenda que al parecer es típica de Cádiz:

Hablaba de ‘Catalina, su padre un perro moro y su madre una renegada’…. Y decía algo así como ‘todos los días de fiesta su padre la castigaba porque no quería hacer lo que su madre mandaba. Mandan hacer una rueda con cuchillos y navajas para hacer a Catalina muchos miles de rodajas...’. Hala, hala, alegría… Ni el muñeco de Saw en un mal día puede ser tan mala gente…

¿Y a vosotros conocéis alguna otra?

lunes, 14 de enero de 2013

Madre sí hay más que una. 38.- La madre adolescente


Las madres adolescentes suelen llevar la raya del ojo pintada hasta la sien desde los 12 años por lo que se les presumía adultas antes de tiempo, ya que mientras otras aún jugaban con las Barbies, ellas se colocaban extensiones y hacían pompas con el chicle frente a una vespino tuneada.

La madre adolescente disfruta de un embarazo de los de revista, de esos que visto desde atrás parecen imposibles y siguen manteniendo su talla 34 con ajustados vaqueros por debajo de la barriga, que es redonda y bonita y nunca, nunca se afaletan.

La madrea adolescente tampoco tiene achaques propios del embarazo –que ya se sabe que la naturaleza es sabia y la juventud es divino tesoro, que ya lo dijo aquél- y es capaz de pasarse los meses finales de la gestación haciendo acampadas y esquí acuático con una agilidad envidiable para una madre normal que a estas alturas ya se va arrastrando por el suelo, lampando por el expulsivo.

La madre adolescente no suele tener pareja estable al preñarse por lo que la madre de la madre adolescente, o sea, la abuela, es que la que acaba por pagar la maternidad de su vástaga acarreando el carro barrio arriba y barrio abajo mientras la nena hace como que termina el Bachillerato y se echa mechas de tres dedos de grosor, que eso es lo más.

Los niños de la madre adolescente van súper tuneados, con vaqueros ajustados e incomodísimos ellos, desde el segundo día de vida y aún con el ombligo fuera, con sus mini nikes fluorescentes a juego con los de ella y gomina, gomina que no falte. Y las niñas, vestidas en réplica de la madre pero en versión mini, mientras la abuela replica por lo bajo que el dinero lo pone ella y hace la papilla de cereales.

Los niños de la madreaa dolescente suelen ser niños espabilados, acostumbrados a buscarse la vida, y los 'mascas' del parque de bolas, repartiendo bolazos y bofetones mientras la madre adolescente se mira el piercing del ombligo y su barriga extraplana, porque por supuesto, a ella no le queda ni un rastro de flaccidez ni una sola estría ni nada que atestigue que una vez estuvo embarazada.

(Nivel de identificación personal con la madre adolescente, obviamente un 0 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 11 de enero de 2013

'Encasquetamientos'


Desde que descubrí que la nena era pelirroja, o sea en el minuto uno de mi maternidad, me di cuenta de que aquellos cuatro kilos cien de niña me iban a traer más de un problema, que ya se sabe que los pelirrojos son más traviesos y peligrosos que la media, a ver si no por qué iban a encarnar a los niños más malignos de la televisión y eso deja huella en el subconsciente materno.

La cuestión es que la nena, como ya sabéis, me tiene inmersa en el malvivir y no para de sorprenderme con sus hazañas autodestructivas, lanzándose desde el sofá a la mesa o quedándose cabeza abajo desde el respaldo de la silla, con medio culo asomándole por el vaquero –como a un fontanero rollizo- y coqueteando con un traumatismo craneoencefálico y un infarto maternal… Pero lo cierto, es que cuando hay público, o al menos, público nuevo, la nena se comporta o al menos se cohíbe lo suficiente para que la gente diga aquello ‘pero si es muy buena y no da un ruido’, mientras la niña hace su estudiada caída de ojos y yo hasta me enorgullezco como si aquello fuera verdad.

Pero bueno, lo cierto es que con el tiempo la nena está menos asalvajada, menos cuando se junta con el primísimo y gustan de hacer los leones por el suelo de las cafeterías -en la que su madre y yo fingimos ser chicas glamourosas- y pegarles cabezazos en las pantorrillas a los camareros, que un día de estos nos van a prohibir la entrada.

No obstante, como digo, la cosa va a mejor o eso creía yo porque lo que ocurre en realidad es que los marrones en los que me mete son diferentes y ahora con la edad se ha vuelto más sofisticada en su manera de hacerme hiperventilar, que mi niña tiene tres años y eso se nota en sus estrategias.

Así, el otro día, cuando fui a recogerla al colegio, salió disparada de la fila, de la mano de una compañera y llegó hasta mí con los ojos desencajados de la emoción para decirme que se iba a su casa, o sea a casa de la de la amiguita a jugar y la amiguita asentía con entusiasmo como si aquel plan lo hubieran fraguado en clase con todo detenimiento.

Lo mejor del asunto fue ver la cara del padre de la amiga que venía a recogerla y que también se había encontrado con aquel marrón, el suyo peor que el mío y con la cara desencajada ante la idea de tener que llevarse un dos por una, titubeaba sin poder decir esta boca es mía.

Ante mi negativa, la niña empezó a llorar cual magdalena desconsolada y hasta el pobre padre de la cómplice, que ya tenía mejor cara ante mi negativa al apaño, tuvo que acercarse a consolarla prometiéndole futuras quedadas. Lo que le faltaba. Lo que me faltaba. Lo que nos faltaba.

La cosa es que la niña lloraba tanto que hasta la seño se acercó a ver qué le pasaba y cuando le conté el asunto me confesó que esa misma mañana ya había arreglado otro 'encasquetamiento' en casa de una tercera y el de una cuarta que se venía a la mía… Definitivamente, esta niña me va a buscar la ruina.

jueves, 10 de enero de 2013

Y los Reyes se llevaron el chupete...


Como ya sabréis y si no, os lo recuerdo yo, a la pelirroja le habíamos quitado el chupete por el día y habíamos reducido su adicción exclusivamente a la noche, básicamente para asegurarnos un buen descanso, que todo hay que decirlo, lo que nos costó un mes de llantos, sobornos y chantajes emocionales de la nena que no le encontraba sentido a la vida sin poder succionar su chupete.

Pero aunque tuve que luchar contra el pater y contra mi madre y contra media España que me decían que la nena era aún muy chica y que yo era muy malvada, logré mi objetivo aunque de regalo me llevé un par de crisis nerviosas nivel usuario y un poco de inquina por parte de la nena, que desde entonces me tiene vigilada.

Pues después de todos esos meses reservando el cáliz sagrado para la noche y lograr estabilizar la situación, ha llegado la hora de hacer el abandono definitivo del succionador, aunque me cueste una alopecia salvaje y una hipertensión crónica y lo que es peor seis meses sin dormir, con lo mal que llevo yo eso del insomnio.

Hay que dejar claro que yo soy una madre pusilánime y vaga a la que le aterran los cambios drásticos en la crianza –que bastante dura es- y además tener que enfrentarse a la facción dura familiar, pero a la nena se le estaban empinando cada vez más los dientes, así que antes que acabara como José Vélez, me decidí a incluirlo como uno de los propósitos maternales de año nuevo.

La cuestión es que decidimos dárselo en ofrenda a los Reyes Magos a cambio de los juguetes, siguiendo vuestro consejo, y la nena accedió encantada, que se ve que ha salido igual de consumista que su madre… La noche de Reyes la dejamos acostarse con él y en mitad de la noche se lo quitamos cual malignos malandrines para esconderlo para siempre.

Al día siguiente con todo el jaleo de regalos, la nena seguía encantada con el trato porque aún no había sufrido en sus carnes el síndrome de abstinencia y esa noche tampoco lo sufriría porque se quedó dormida en el coche, en el camino de vuelta a casa y todo fue felicidad maternal.

Pero claro, aquello no podía durar para siempre y a la noche siguiente, la del día 7, la nena empezó a pedir su chupete, primero bajito y luego entre sollozos, alegando que volvieran los Reyes y se lo llevaran todo y le trajeran su pequeño trozo de silicona. Y antes de que el padre –entregado al pelirrojismo hasta límites extremos- se abalanzara sobre el cajón que contiene el oscuro objeto de deseo, logré placarle con un pie mientras yo le soltaba a la pobre niña el rollo de que ya era mayor y que los Reyes –cabrones- le habían dado su chupete a un bebé muy chiquito que no tenía… y así como por arte de magia, la pobre pelirroja con la cara fucsia y húmeda de las lágrimas y los refregones, me soltó un vale entre hipidos pero que le diera la mano todo el tiempo. Y se durmió.

Y me dio tanta pena verla tan resignada y tan mayor, tan buena y tan generosa con el bebé chiquito inventado que a punto estuve de sacar el chupete y ponérselo, que las madres bipolares es lo que tenemos, pero no, aguanté y así vamos, que ya llevamos tres noches sin chupete y yo con el corazón en un puño y los ojitos güertos esperando la gran pataleta que de momento no ha llegado, aunque eso sí, todas las mañanas a eso de las seis, llora desconsolada y pregunta por su chupete y hoy al entrar en su habitación con el móvil encendido para verle la carita la pobre ha preguntado entre aplausos ‘¿vamoz a buzcar el ssshupete?’... y yo, con los pelos tiesos y la tos de tísica que me acompaña desde el inicio de las navidades, he sido consciente de lo dura que es la maternidad. Otra vez. Ay.

miércoles, 9 de enero de 2013

Vuelta a la normalidad

Si hay una cosa en el mundo que me guste más que el inicio de la Navidad, es el final, volver a la rutina diaria sin el estrés de compras ni comilonas hipercalóricas ni sobredosis familiar ni carteros reales ni catálogos de juguetes doscientas páginas ni árboles con alopecia que me dejan el salón enmoquetado ni belenes mutilados ni buñuelos ni borrachuelos ni diabetes futura y sobre todo sin vacaciones escolares.

Así que hoy hemos vuelto a la normalidad, aunque ya se sabe que en esta casa la normalidad es más anormal que la media, y estamos descansando, aún con el corazón encogido del estrés navideño, que este año ha dado para mucho porque el pelirrojismo ya es mayor y quiere ver mundo y pajes reales y los primos cada vez son más o al menos hacen más bulto y ruido y a nosotras nos gustan cada vez más las compras y a la gente las colas y los empujones y toda ha sido un sinvivir muy grande.

La Nochebuena, el Día de Navidad y los días intermedios han sido como ya os relaté en artículos anteriores, el caos en estado máximo, pero divertido a fin de cuentas, eso sí, aunque el precio a pagar fueran tres ronqueras consecutivas y la vuelta del tic del ojo, pero vamos, podía haber sido peor, que con estas cosas nunca se sabe.

Este año, mi tío Daniel ha cambiado las pasas por las aceitunas rellenas que se paseaban en su lata cerrada mesa arriba y mesa abajo cambiando de manos sin explicación aparente –de hecho, lo mejor es no pedirla- y mi tío el cantautor de Albacete –que me exigió aclarar que no es de Albacete sino de Málaga y que vive allí exiliado momentáneamente- venía ronco, así que nos libramos del repertorio habitual, que por otro lado, se echó de menos entre tanto villancico popular y tanto ruido infernal de raspadura de botella de anís El Mono y pandereta mellada.

Volvimos a acabar rotos y a empezar rotos el día de Navidad con la otra familia que es igual de jaleosa y multitudinaria, con decir que la bisabuela dice que para el año que viene o compramos otra casa o vendemos familia, que igual hasta nos dan algo, porque ahora comemos tan apretados que tenemos que turnarnos para sacar la mano y pinchar en el plato aprovechando que el de al lado está masticando y así nos vamos arreglando los más de treinta que nos hacinamos en el salón, que un día de estos vamos a echar abajo el suelo.

También sobrevivimos a las tradicionales compras familiares aunque mi madre ha estado este año menos torturadora con los dependientes y sólo les ha hecho sacar dos o tres modelos de cada cosa y, de momento, no hemos descambiado nada, que se ve que algo bueno tenía que tener la crisis…

Y de ahí a Reyes, que nos trajeron un aluvión de regalos, a mí porque he sido muy buena –a la vista está la mala vida que llevo- y a la pelirroja porque sí, porque aunque yo no quise encargarle muchas cosas, somos mucha familia, muchísima y a regalo por persona pues imagínate, tenemos la casa que parece un ‘arca de títeres’ que diría mi tía abuela María con la mano en alto y cara de pocos amigos.
 
Y una no sabe qué es peor si los regalos chicos que se pierden bajo el campo magnético de mi sofá o los grandes que ocupan medio salón, la verdad es que todo es un tormento, básicamente porque al día siguiente ya está cogiendo polvo, mientras la nena sigue jugando a las plastilinas y sin mirar ni siquiera de reojo a las nuevas adquisiciones.

Pero bueno, lo importante es que todo ha acabado y la nena ha vuelto a ir al cole a reencontrarse con sus amigos y yo a reencontrarme conmigo misma aunque eso sí, en una versión ligeramente más oronda de mí misma. Maldito Suchard.


martes, 8 de enero de 2013

Cinco consecuencias de la Navidad


1.- Tener la casa como un Síndrome de Diógenes pero en versión juguetes por culpa de los Reyes Magos. Pizarras, pupitres, muñecas pequeñas, grandes y medianas – unas cándidas, otras góticas y algunas miniprostitutas- cajones de plástica del tamaño de un tanque americano cargado de armas de destrucción masiva en forma de pegamentos de purpurina, plastilinas que se convierten en goma, témperas, pinturas de dedos con dedales y otros muchos horrores maternales, disfraces, tacones de drag queen con plumas y diamantes, bolsos variados, merchandaising de las Monster y un larguísimo etcétera que me mira desafiante desde el salón, que parece haber sufrido un bombardeo.

2.- Sufrir de sobredosis familiar. Esto es un clásico, pero pasar un mes codo con codo con todos y cada uno de los miembros de mi familia, con sus estreses, sus gritos, sus empujones, sus paseos vespertinos, sus comidas en reunión, sus compras en pandilla, me han dejado en lista de espera de un par de psiquiátricos de renombre.

3.- Agotamiento extremo. Desde la función de la nena hasta el mismísimo día de Reyes ando sin vivir en mí como santa Teresa, arrastrándome por las calles tirando de las bolsas, asistiendo a las reuniones familiares o con amigos como el piloto automático en modo on y con ganas de hacer un maratón de sueño ininterrumpido y despertarme en la graduación universitaria de la pelirroja.

4.- Un menoscabo en mi estado de salud. O por cansancio o por exceso de comida y estrés o por exhibicionismo callejero o por tomar cafés en terrazas con frío siberiano hasta la amanecía, la cuestión es que no levanto cabeza en un maxmix de resfriado, bronquitis, gastroenteritis y un malestar general propio de las fiebres maltas o del ébola o de algo muy malo.

5.- Desarrollo de un amor incondicional hacia la maestra de la pelirroja que tras quince días de ausencia, le echo en falta más que a mi vida prematernal, que cinco horas al día liberándome del yugo maternal no son moco de pavo. Desde aquí, le ofrezco uno de mis riñones para cuando guste.  I love her. Forever.

viernes, 4 de enero de 2013

Mis propósitos para 2013


1.- Tomar las uvas del año próximo con el cuerpo de una modelo de Victoria's Secret, lo que me supondrá perder una media de 2.500 kilos y pasarme los 12 meses untándome crema anticelulítica y reafirmante sin descanso hasta que se me desdibujen las manos. También está la opción de secuestrar a Miranda Kerr, decapitarla y obligarla a tomar las uvas conmigo, pero no, no me refería a eso, aunque no lo descarto si la cosa no va bien.

2.- Aprender inglés. Un poco al menos. Otra vez. Y apuntarme a una nueva academia –si queda alguna en la que no me haya matriculado- para que mis –presuntos- amigos puedan hacer otra porra para apostar cuánto tiempo duraré asistiendo a las clases… La última vez aguanté dos meses antes de  la huida, pero tardé seis meses en confesarlo mientras fingía que los jueves no podía quedar porque tenía clases… hasta que me pillaron. Y alguien ganó una pasta. Esta vez seré más cautelosa.

3.- Volver al gimnasio. Jajjajjaja… Vale.
 
4.- Volver a leer. Probablemente no al ritmo prematernidad de libro y pico al mes pero al menos algo más de un libro al año, que fue el listón del pasado año. Y de hecho, creo que no me enteré muy bien de la trama. 

5.- Encontrar un trabajo decente -o indecente- de lo mío o de lo tuyo o del de más allá, que eso a estas alturas ya es lo de menos, que me permita escapar unas horas del yugo pelirrojil y volver a tratar con adultos que no precisen que les suene la nariz. Y encima me pagarán.O eso espero.

6.- Lucir una buena cabellera. No tengo claro si hacerme un alisado japonés –e ir por la vida con el pelo lamido por lengua vacuna- ponerme extensiones para ganar volumen –y parecer una prostituta de carretera-, aclarármelo para ganar en luz –y destrozármelo del todo-, oscurecerlo para aparentar frondosidad –y parecer mil años mayor- o directamente raparme y pedirme un pelucón tipo María Antonieta para mi próximo cumpleaños. Sin duda, esta última parece la mejor opción.

jueves, 3 de enero de 2013

Más propósitos maternales de año nuevo


6.- Lograr hacer de la pelirroja una niña de bien, lo que significa que deje de intentar enseñar el culo y/o la barriga a todo el que venga a casa, que  deje de mostrar su atracción fatal por la lentejuela y el encaje y que deje de hacer el croquetismo en los centros comerciales.

7.- Intentar que aprenda a hablar en al menos tres tonos por debajo de lo que lo hace en la actualidad, sobre todo si tengo intención de alcanzar la vejez sin ayuda de sonotone y de seguir viviendo en mi bloque sin que los vecinos me denuncien por contaminación acústica severa.

8.- Apartarla de su vocación por el mundo del espectáculo y el vodevil –intención que demuestra cada vez que escucha cualquier sintonía con sus descoordinados bailes por la casa, vestida de princesa y dando vueltas hasta que se pega un leñazo contra la pared y cae desconcertada- para que se dedique a algo más provechoso que nos saque de pobres, que se ve que en el baile no tendría más futuro que Tony Genil en el de la Ingeniería Aeronáutica.

9.- Hacer que deje de cecear aunque eso me lleve seis meses y una caja de diazepam diaria o eso o trasladarnos a un pueblo de interior donde se encuentre más comprendida por sus congéneres.

10.- Lograr que la niña se tome los medicamentos como una persona normal, esto es sin tener que ponerla bocabajo y placarla como en Pressing catch, tapándole la nariz y atrapándole brazos y piernas para que finja que se lo ha tragado y al dejarla libre que te lo escupa todo sobre las sábanas. Pues eso.

PD. Sí, esto son los propósitos maternales. Los personales los pondré mañana, que esos sí que tienen miga y no hay por dónde cogerlos... jajajja, pero bueno, de ilusiones también se vive, no?


miércoles, 2 de enero de 2013

Propósitos maternales de año nuevo


1.- Dejar a la pelirroja sin el chupete nocturno aunque eso me cueste seis meses sin dormir, unas cuencas de profundidad incalculable bajo los ojos, un agujero en la cuenta bancaria en gastos para el psicólogo y un trastorno auditivo severo causado por el llanto nocturno inconsolable. Amén de una demanda vecinal por el jaleo.

2.- Lograr que el pelirrojismo coma como una niña de su edad, es decir, algo que no sean yogures, fruta y potito aunque eso me suponga convertirme en la reencarnación de Lucifer y dejarla sin comer hasta que acepte jalarse el pescado o los macarrones o el pollo… o lo que es lo mismo, hasta la inanición.  

3.- Enseñarle a contar hasta el diez sin que meta el 2 después de cada número a partir del 5. Porque mi niña es capaz de recitar poesías y canciones de longitud insospechada y conocer a cada una de las princesas y a sus novios y sus vestidos y sus diálogos con puntos y comas, pero lo que es contar, como que no. Que se ve que la niña tiene clara sus prioridades.

4.- Hacer posible que sea capaz de recoger sus juguetes y toda la porquería que va dejando tras de sí como una Diógenes en miniatura sin tener que recurrir a las amenazas verbales y a mi cara de institutriz célibe y estreñida y escenificar el trillado y sobreactuado teatro de ‘Te lo tiro todo, eh? Que te lo tiro…’ que tanto me cansa y tanto me envejece.

5.- Comprarle de una vez por todas juguetes para el baño y que no acabe sumergiendo a todo bicho viviente –que yo le permito para tenerla más tiempo en remojo-, dejando a las nenucos con un sobrepeso severo, que no hay quien logre levantarlas a pulso sin un torito, y dejándolas al pique de un repique de una sobrecarga renal al tenerla orinando dos litros de agua con olor a gel Mustela durante tres días seguidos.