miércoles, 31 de julio de 2013

De juegos y casamientos


Ya os he dicho alguna vez que la pelirroja está frita por hacerse mayor, básicamente para poder hacer todo lo relacionado con pinturas, tacones, moños y vestidos de lentejuelas que al parecer la niña tiene asimilado que hacerse mayor implica tener un look de prostituta rusa y eso la vuelve loca de emoción e impaciencia.

De hecho, sus juegos favoritos cuando simula ser mayor se basan en salones de belleza, bailes, salidas con ‘laz amigaz’ y todo lo que implique fiesta y zapatos con strass. La parte positiva es que ahora tiene un juego nuevo, que indica que al menos va a ser una hortera decente, dispuesta a pasar por la vicaría más pronto que tarde y es que de un tiempo a esta parte sólo quiere jugar ‘a lazbodaz’ y es que vivir en el centro rodeada de Iglesias y de bodorrios, con sus trajes blancos impolutos, sus velos, sus moños y su parafernalia pues no nos ha hecho mucho bien a la familia.

Así, ahora se pasa el día jugando a las bodas cuyas reglas son las siguientes:

- Pintarse como una puerta. A ser posible con colores estridentes y marcando mucho las ojeras con sombra lila para dar un aspecto de novia muerta. Es fundamental pintarse los ojos con barra de labios y los labios con lápiz de ojos para obtener ese look tipo Tim Burton que tanto se lleva en las bodas de postín. Y luego negarse a quitárselo bajo ningún concepto. Y aprovechar el cansancio del progenitor para lograr salir a la calle sin que se dé cuenta del despropósito hasta que sea demasiado tarde.

- Quedarse en braguitas. Aún no tengo claro si se trata de alguna tradición de algún extraño rito balinés o zulú como el de Lauren Postigo, pero la niña asegura que hay que casarse en bragas, pero eso sí en bragas blancas, que hay tradiciones que no hay que saltarse jamás.

- Colocarse los tacones con más purpurina del armario para ir dando tropezones por toda la casa y tener un curioso aspecto de miniprostituta gótica y/o cadáver. Para mayor diversión colocar los zapatos del revés y negarse a admitir que lo están.

- Atrezzo. Coger la terrible biznaga artificial que alguna vez nos dieron en una boda y que tiene el polvo incrustado en los pétalos y llevarla como si fuera un ramo y tú una Miss España y hacerse con la funda de la almohada del hermano y metérsela por la cabeza como si fuera un secuestrado de Al Qaeda o un hermano de la Cofradía de los Gitanos. En ocasiones, ante el riesgo de asfixia, se permite asomar la nariz por un extremo, dejando a la indumentaria un aspecto apitufado.

- Obligar a los progenitores a poner una marcha nupcial o, en su defecto, a tocar la flauta que la abuela le trajo de nosédónde y que también es un bolígrafo y hacer la entrada triunfal por el pasillo golpeándose cada tres segundos con la pared y/o el quicio de la puerta, con unos andares de elefante borracho a causa de los tacones puestos del revés y cegada por la funda de almohada encajada en las cuencas de los ojos.

martes, 30 de julio de 2013

Noches de fiesta


Desde que el cigoto ha entrado en nuestras vidas como ser independiente de mi placenta y mi sistema inmunológico, pasamos unas noches la mar de moviditas, que dado que con tanta prole a cuestas no podemos irnos de juerga, nos montamos la fiesta en casa y no una fiesta cualquier, una fiesta rave, de ésas que no terminan nunca.

Y es que aunque cigoto es buen niño, pobretico mío, no perdona una toma y cada tres horas reclama su alimento como un reloj suizo y da igual que le endiñe un gigantobiberón que lo deje embuchado y a pique del rebosamiento, a las tres horas menos cinco ya está tocando la corneta y con los ojitos como platos.

Como le doy bibi y no pecho, el pater y yo nos turnamos para el avituallamiento del nuevo pelirrojo por lo que aparentemente la cosa debería ir bien, pero claro como siempre ocurre en estas cosas, existen otros factores que por sí mismos no tienen mucha importancia, pero que unidos son como los mentos y la coca cola, un peligro para la humanidad.

Así cada noche duchamos a la pelirroja que siempre quiere un baño ‘de loz dezpacitoz’, es decir, de hora y media, pero negociamos 30 minutos y mientras yo la baño, el pater le hace la cena y cuando la saco, aún con el cogote húmedo le hago engullirla mientras nos torturamos con algún dibujito infernal y de ahí, al catre, a contarle dos cuentos, uno con  ‘lozojoz abiertoz’ y otro con ‘lozojozcerradoz’ y es en éste último en el que suele caer, mientras el pater pone el baño del pequeño y dependiendo de lo que tarde la pelirroja en dejar de preguntar por la bruja y la ‘lueca con la que ze pinsha’ o lo baña solo o me da tiempo a salir para bañarlo juntos, todo esto en un silencio sepulcral como si estuviéramos atracando una joyería, para que la hermana amantísima no sospeche y se levante cual zombie enojado dispuesta a participar en el asunto.

Y una vez seco y chillando por una crema que le echo en la cara y que le enfurece a niveles de Mila Ximénez, le doy el bibi y el pater prepara la cena o viceversa y comemos y fingimos que vemos algo en la tele con las dos neuronas que nos quedan libres. Y aunque queremos caer en coma, esperamos hasta las doce y media para el último bibi, que le damos dormido plácidamente.

Pero aunque lleva dormido casi tres horas, es terminar el biberón y abrir los ojos como Pocholo y por ende toca mecida infernal –que a este paso voy a acabar con los brazos como Esteban de Gandia Shore- hasta que se duerma porque podemos meterlo en la cuna, pero entonces empieza con los cánticos gregorianos y al final no duerme ni el Tato.

Y cuando por fin cae derrotado nos desmayamos en la cama, ni lectura ni conversación ni perro muerto y dormimos hasta que la pelirroja lanza su primer alarido y uno de los dos va a verle la cara de loca despeinada, con los tirabuzones tiesos como el actor secundario Bob y pidiendo compañía como una cualquiera. Así que me tumbo, ahora mejor pero al principio con la cesárea, reptando de espaldas como un marine invertido porque hay que entrar por los pies de la cama, entre la pared y la barandilla infernal y allí malduermo a cabezadas como Fraga en el Congreso.

Y cuando se duerme y me despierto vuelvo a huir a mi cama. Y a los quince minutos, a eso de las cuatro y media, el aspirante berrea pidiendo la manduca y el pater se levanta y yo me hago la muerta hasta que escucho los pasos del pelirrojismo detrás y sus gritos de ‘voyaayudal voyaayudal’.

Entonces me levanto y me la traigo al cuarto a disfrutar del aire acondicionado y la compañía y con los ojos como platos me cuenta alguna de sus surrealistas historias, zarandeándome si cierro los ojos para que no pierda puntada del relato, que termina más o menos cuando vuelve el pater con el hermanísimo frito.

Y nos dormimos todos en el mismo cuarto como la familia de Charlie el de la fábrica de chocolate pero con más patadas en los riñones y cuando ya una se acostumbra al maltrato y coge un buen sueño, el aspirante a pelirrojo porculero número 2, lanza su grito de guerra, a eso de las siete de la mañana, y ahora me toca a mí levantarme y una vez comido y cambiado y dormido mientras veo un surrealista documental del Discovery Chanel tipo ‘Lucha de camiones XXL’ vuelvo sigilosa a la habitación para encontrarme en jarras a la pelirroja en mitad del pasillo pidiendo explicaciones de por qué no la he avisado y que ya se levanta ‘polque ez de día’.

Y ya no se duerme más.

Y luego me extraña tener estas ojeras a lo Belén Esteban. Si lo raro es que aún pueda abrir los ojos.

lunes, 29 de julio de 2013

Madre sí hay más que una. 61.- La madre hacendosa


La madre hacendosa es un poco madre antigua y desde que pasaba los veranos con su abuela en el pueblo sabe hacer prácticamente cualquier tarea de madre sin apenas esfuerzo ni buen gusto. Vamos, que es de la que te sabe hacer un abrigo de croché de doble pecho, pero cuando le pides que te haga un amigurimi, te mira como si le estuvieras pidiendo unas bocas de mar.

La madre hacendosa cocina desde que tenía ocho años y veraneaba con la abuela en la casa del pueblo y por mucho que le digas que tú no cocinas y que tu máxima creatividad culinaria es echarle una lata de atún a la pizza cuatro quesos de Tarradellas,  te espera junto a la verja del colegio para endiñarte la receta de pollo al chilindrón escrita a mano en un papel de cuadros y por si no te queda claro te explica en persona cómo han de ir cortadas las cebollas chalotas -haciendo un gesto insufrible con la mano- para que no pierdan ni el sabor ni las vitaminas mientras tú piensas si has descongelado o no los tuppers de tu madre.

La madre hacendosa pinta ella misma su casa y nada de paredes blancas de toda la vida de Dios, sino de estuco italiano en varias tonalidades que para eso vio un tutorial venezolano en youtube y no veía el momento de ponerlo en práctica y antes de que puedas decir esta boca es mía, te manda el link por whatssap para que puedas echarle un vistazo y aprender como ella la técnica de la esponja y la espátula.

La madre hacendosa se compró un kit para hacer repostería casera y desde entonces no sólo os colapsa el grupo de whatssap con fotografías de la misma magdalena desde diferentes puntos de vista sino que os deja al borde de la diabetes en cada quedada cuando os obliga a comeros sus creaciones de dudoso sabor.

La madre hacendosa decide poner en práctica el curso de corte y confección que hicisteis en el instituto y no sólo le hace a sus niños los disfraces para la fiesta de fin de curso sino también los trajes para la boda de la prima Encarni y aunque quieras hacerte la muerta, te explica con detalle las ventajas del doble ancho y del patronaje industrial.

La madre hacendosa lo sabe todo sobre manchas y trucos caseros de limpieza y le da la chapa a todo el que quiera escucharla -y al que no también- incluida tú, que sólo querías ojear la Vogue en un banco del parque y te ves acorralada frente al balancín escuchando un simposio sobre las ventajas de usar leche semidesnatada para quitar la tinta o hielo para los chicles de fresa ácida, mientras fantaseas con la idea de pegarle el que estás masticando en las pestañas, pero, claro, seguro ella que también tendría un truco para arreglar eso.
(Nivel de identificación personal con 'la madre hacendosa' 1 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

domingo, 28 de julio de 2013

Regalos, sobornos y otras maravillas. Infaneto y sus preciosuras


Siempre he sido una antojadiza –lo que viene a ser una culo veo culo quiero- por eso cuando vi el preciosísimo balancín de Infaneto que tenía una amiga –bueno, el hijo, que lo que le faltaba a la muchacha es balancearse en un cacharro de madera a su edad- caí rendida de amor y me planteé comprarle uno a la pelirroja, más por mí que por ella, que todo hay que decirlo.

Por eso cuando los chicos de Infaneto contactaron conmigo para sobornarme, se me volvieron los ojos de la emoción… más aún cuando me daban a elegir los productos que yo quisiera. Por supuesto, tenía en mi mente el balancín, cualquier modelo, que todos son preciosos, pero claro, fue entrar en su web y ver tanta cosa bonita y cuqui, que al final me olvidé del balancín… Bueno, de momento… que no descarto cogérselo al cigoto en un futuro.

Y tras un par de días de indecisión, me pedí las siguientes cositas:

- Un saco de dormir preescolar para la pelirroja. Una auténtica monería, en rosa fucsia y con un alegre estampado y sirve tanto para irse de camping –sólo me faltaba eso para acabar con la espalda rota- como para dormir en casa y asegurarse de que la nena no se destape en mitad de la noche y evitar así paseos nocturnos en camisón para taparla. El único problema es que estamos en verano y la niña no entiende de guardar para mañana, así que a pesar de mis explicaciones, la tengo día y noche metida en el saco, sudando como un pollo, pero sin claudicar, tumbada en el sofá y viendo Pocahontas al borde del colapso. Pero la entiendo… ¡es tan bonito!

- Mantita doble cara chocolate/caracol. Preciosísima. La pedí para el cigoto de cara al próximo invierno, así que no la he probado aún, pero se ve suavita y tiene bordado un simpático caracol la mar de mono.

- Taza antigoteo con asas AnyWayUp. Dado que la pelirroja aún toma la leche en biberón –sí soy lo peor, pero es que así es más rápida y no derrama una gota- me decidí a pedir este bonito vaso en fucsia para empezar a abandonar el bibi sin mucho drama ni derramamiento de leche en el sofá, pero el agujerito es muy pequeño y no vale para estos menesteres. Vamos, que es para niños más pequeños. Lógico. De hecho lo pone en la descripción. Así que lo guardaré para el cigoto aunque no sé si lo del color rosa le acabará de convencer…

- Capita de toalla. Suave y bonita. ¿Qué más se puede pedir? Pues que el niño no se orine en ella cada vez que lo saco de la ducha y lo envuelvo. Ya no hay respeto por nada.

- Peluche sonajero - Animalitos locos. A la pelirroja le ha encantado, al cigoto no tanto, más bien creo que le da miedito, aunque no tengo claro si por el pato en sí mismo, por el ruido que hace o porque la hermana se lo planta en la cara ‘para que azín lo vea mejol’ cada vez que me doy la vuelta.

- Juego de 5 gasas decoradas de MotherHood. Suaves, grandes y monísimas. Basta ya de gasas feuchas de hospital, que si tenemos que soportar en nuestras carnes el olor a leche regurgitada, por lo menos que podamos limpiarla con gasas bonitas, que el glamour no hay que perderlo nunca. Ni cuando nos vomitan.

Pues eso, que estoy contentísima con mis productos de Infaneto, que están súper bien de precio siempre, pero ahora que están de rebajas rebajadísimas, muchísimo más…

Pasaos por su web y echad un ojo. ¡Os van a encantar sus cositas!

http://www.infaneto.com/

Yo de hecho, voy a volver a mirar a ver en cuánto se han quedado los balancines… ¿O mejor me pillo un correpasillo? ¿O ambos? Ay.

Si es que no tengo remedio…

viernes, 26 de julio de 2013

De playa y otros tormentos


Ya os he dicho alguna vez que el whatssap sólo me causa problemas, básicamente porque los mensajes me llegan a horas intempestivas cuando ya no levanto cabeza del cansancio de esta doble maternidad y se acaban aprovechando de mí y de mi incapacidad de reacción.

Así, el otro día unas amigas me liaron para ir a la playa. Y no a la playa a tirarnos en la hamaca con un mojito en la mano, sino a la playa con niños. Con muchos niños. Que otra cosa no pero en esta pandilla, fértiles somos un rato…

Como ya no tenía la excusa de la cuarentena –de la que me libré el pasado lunes, ya os contaré- y estaba con seis horas de sueño en el cuerpo, pues me líe, bueno, me liaron y casi sin darme cuenta me vi haciendo macutones con toallas, bronceadores, cubitos y hasta un tupperware con nuggets para que la pelirroja pudiera hincar en diente entre baño y baño y achicharramiento de espalda.

Por supuesto sólo me llevé a la pelirroja, que el cigoto además de muy pequeño es blanco como la leche –y como su hermana- por lo que en mi mente de madre perturbada, y por aquello de volver a ser monomadre, me pareció que la cosa iría sobre ruedas. Pero no.

Después de llenar dos bolsos nivel paso del Estrecho, cargarlos cual sherpa sobre mis maltrechas espaldas, pasearnos en bus mientras la pelirroja le daba la chapa a un muchacho con piercings, equivocarnos de parada y hacer la caminata bajo el sol del desierto llegamos a la playa donde nos esperaba el campamento rumano que mis amigas habían tenido a bien montar.

Una sombrilla fucsia con volante –por si acaso no se nos veía-, una especie de tienda de campaña espacial para los más pequeños que ocupaba media playa, veintisiete toallas extendidas comiéndole el espacio vital a una pobre señora que hundida en su sillita nos miraba con pavor -mientras mordía la arena que la pelirroja le echaba en la cara-, dos millones de palas, rastrillos, regaderas, cubos, manguitos, flotadores XXL de propaganda, minitablas de surf esparcidas a modo de macroinstalación artística y lo que es peor, siete niños gritones… nos esperaban saltando cual chinches enfurecidas en la orilla.

Y todo fue caos. Los más pequeños atrincherados bajo la sombrilla, temerosos de ser lanzados al agua, sudando como pollos, los mayores tirándose al agua con los megaflotadores, salpicando agua y estrés hasta al apuntador y partiéndole los tobillos a los bañistas con la minitabla de surf de corcho... y la pelirroja con su tono de piel fluorescente, corriendo como las locas con sus manguitos de Barbie que le vienen pequeños, del agua a la sombrilla, para matarse viva por una pala y una regadera, y de la sombrilla a la arena de la orilla, a dibujar con un palo presuntos dibujos, y de ahí nuevamente al agua, a nadar como un perrillo histérico hasta los primos asalvajados, no sin antes llenar de tierra a media playa, caerse de rodillas quince veces e hincar la cara contra la arena otras quince.

Y yo con los ojitos güertos de cansancio repartí mi tiempo entre bañarme en postura alcayata con la ridícula idea de plegar la cicatriz y que no me entrara agua -sí, ya lo sé, estoy majara-, compartir tres frases inconexas con mis amigas, cada una con su poquito de estrés maternal y sin ni siquiera fingir escuchar a la otra, beberme tres cocacolaszero calientes de ésas que pican, almorzar arena con un poco de carne fluorescente, enyesar a la niña con cremas del 50 cada tres minutos y quemarme a trozos en los lugares más insospechados, que este blanco nuclear que llevaba –o color de papa que diría mi amiga Sandra- no podía traerme nada bueno.

Tras tres horas de tormento playero en plan persecución de Benny Hill sin sentarme un momento –ni yo ni nadie-, dos toallas chorreando con un peso de siete toneladas cada una, una pelirroja achicharrada y arena hasta en la matriz, decidimos huir a casa con el consecuente trabajo forzado de desinflar manguitos, flotadores, quitarle a la niña los tres kilos de arena del bañador, herniarme en los lavapiés para dejarla peor de como iba, tirarme un Calippo encima y desear la muerte.

Y por fin llegamos a casa, cansadas como si llegáramos de la Ruta Quetzal, sucias como recién salidas de una mina boliviana y achicharradas cual guiris playeros, para escuchar al pater desde arriba de la escalera decir aquello de ‘Qué bien os lo montáis, chicas, si venís hasta morenas’.

Menos mal que al final nunca di aquellas clases de tiro.

jueves, 25 de julio de 2013

Reflexiones pelirrojiles sobre el hermanísimo


La pelirroja está loca con su hermano, demasiado loca para mi gusto, que como soy mala madre casi preferiría que pasara un poco más de él e incluso que no quisiera mirarlo a la cara para que me dejara vivir y no notara su aliento en el cogote cada vez que le doy el biberón, trato de dormirlo o le cambio el pañal. O sea, siempre.

Pero bueno, al menos es todo amor e incluso cuando la gente le dice que ella es más guapa que el hermanísimo con la idea de darle coba y que no coja celos, se rebela y dedo en alto dice que el ‘helmanito ez guapizízimo’. Que no se diga que en esta familia no nos apoyamos.

Pero lo divertido del asunto es la cantidad de tramas que se inventa alrededor de la figura del hermano, la mayoría surrealistas, imagino que porque la pobre conoce poco de él, vamos como todos, porque como se pasa el día llorando o dormido y sin decir esta boca es mía –sólo faltaría que hablara para cerrar mi ingreso en la López Ibor sine die- pues la pobre va especulando extrañas historias que no tienen ni pies ni cabeza pero que son dignas de escuchar.

Así por ejemplo el otro día me decía ‘Mamá, yo creo que el hermanito habla inglez como Dora y Botaz / ¿Tú crees? / Zí, mamá, eztoy zegurísima / Pero si yo nunca le he escuchado… / Ez que mamá, creo que habla por la nariz y por ezo ze ezcucha poquízimo. Y se quedó tan pancha como si hubiera dado explicación al origen del universo.

Y luego fantasea con la idea que el amor fraternal es recíproco y cuando el niño berrea me dice cosas del tipo Mamá, ¿qué le paza al helmano? / creo que le duele la barrigota / Yo creo que no, yo creo que lo que le paza ez que no me ve y ze cree que no eztoy y ze pone triztízimo ¿a que zí, mamá? Yo lo zé porque él me lo ha dishoo –imagino que por la nariz- ¡O también llora porque tiene todoz loz dientez rojoz, mamá! ¿Loz haz vizto? Y cuando le explico que no son los dientes sino las encías y que son así, me hace pucheros porque ‘El hermanito no tiene dientez’ y no va a poder comer chicles.

Y cuando come chuches cerca del bebé y temo porque le meta una gominola en la boca le digo eso de Tú sabes que el hermanito sólo come bibis ¿verdad? / Zí mamá, zólo come bibiz porque tiene mucha zez, muchízima porque tiene los piez muy pequeñoz y ze canza muchízimo cuando anda y le da zez / Pero si el hermanito no anda… / Po zi, porque anda poco pero anda en el agua algunaz vecez y como tiene los piez sshicos ze canza y le entra jabón.

Pues eso. Que no nos aburrimos.

miércoles, 24 de julio de 2013

Paseando con pelirrojos (II)


Siete toallitas y dos atropellos después, seguimos nuestro accidentado paseo en el que el pequeño acaba quedándose dormido no sé si por el traqueteo del suelo empedrado o por miedo a que su hermana se le vuelva a echar encima y le endiñe mil besos y achuchones nivel luchador de sumo y es que el chiquillo es escucharla hablar y abrir los ojos de tal manera que pasan de su original estado chinesco a tipo Quique san Francisco en tres nanosegundos y mirando de un lado a otro, esperando el ataque de amor sin fin.

Entretanto la pelirroja que ha visto empeorada su verborrea y ya no hay quien la calle jamás, me va contando entrelazadas historias de princezaz, brujaz, unicolnioz con el primo Iego, las ganaz de ir a la playa y las dos estrofas que aún recuerda de ‘María de Nazareth’ como si fuera la conversación más normal del mundo, que se ve que en esta casa estamos todos igual de trastornados y ni siquiera nos molestamos en disimularlo.

Mientras yo, con media cara pegajosa por la leche expulsada a traición por el hermanísimo y con los nervios a punto de causarme una embolia cerebral, voy haciendo ejercicios de meditación para no acabar quedándome calva de estrés y decido ir de tiendas que siempre me sube la moral incluso ahora tengo el cuerpo deforme y la cartera vacía.

Y como allí tenemos público conocido, el suavón del cigoto no dice esta boca es mía y sigue durmiendo o fingiendo que duerme mientras yo me paseo por la nueva colección soportando el aire acondicionado siberiano y evito que la pelirroja se calce a escondidas las nuevas cuñas de metacrilato a las que no le quita ojo y a las que hasta les ha hecho una foto con la cámara de Bob Esponja.

Y en un alarde de ‘esto lo domino yo’ decido probarme algunas cosillas y nos metemos los tres en el probador como elefantes en una cacharrería pero el coche no cabe bien y lo dejo fuera y le digo a la pelirroja que se quede fuera –vamos, al otro lado de la cortina- los tres nanosegundos que tardo en colocarme el vestido y se niega porque ‘yo tanmién quiero probarme, mamáááá´’ y entra a empujones por lo que acabo metiendo también el carro como en el camarote de los hermanos Marx y al final me tengo que probar casi subida en el taburete y compartir mis prendas con la pelirroja, que está ‘soseía’ con la moda.

Pero lo mejor de todo es cuando entre las perchas, los vestidos, el cochecito y la pelirroja bailoteando con un traje de noche y su cara con maquillaje picassiano, por fin puedo colocarme –por no decir embutirme- un vestido y me miro al espejo y descubro ya no la cara de loca abducida que tengo sino que llevo paseando por la calle durante cerca de dos horas y media con una tiara de plástico dorada hincada en la coronilla.

Y ni siquiera es la primera vez.

martes, 23 de julio de 2013

Paseando con pelirrojos (I)


Ya cuando me hice madre de la pelirroja descubrí que el concepto de dar un paseo por el Centro cambiaba notablemente respecto a mis paseos de nomadre –ay, quién los pillara-y sobre todo, de los paseos idílicos de futura madre que yo me había creado en mi mente a base de carritos con sábanas de encaje, faldones de valencié y relax de madre perfecta, deslizando el carro calle arriba y abajo con parsimonia y elegancia como una protagonista del Hola, sin perder la compostura ni la sonrisa y moviendo el pelo satinado y perfectamente planchado como si acabara de salir de Supermodelo.

Luego vino la realidad y todo fue estrés, prisas, llantos pelirrojiles sin consuelo y otros horrores que me quitaron las ganas de paseo y de pelo satinado y me dejaron paseando como la loca de los gatos de los Simpsons, pero con peor peinado y un familiar tufillo a leche regurgitada, que la pelirroja era experta en vómitos a traición.

Con el tiempo la cosa fue mejorando y aunque teníamos espectáculos de lamida de cristales en Zara, exhibicionismo público de ropa interior para humillación familiar, vaciado de percheros en H&M a base de cabezazos y otras lindezas pelirrojiles, ya al menos no había llantos estresantes ni leche agria en mi pelo y una podía fingir ser una chica normal con una hija hiperactiva e incluso cuando la cosa se ponía muy chunga, podía fingir que ni siquiera la conocía y volver a disfrutar de una buena reputación.

Pero claro, ha sido ampliar la familia y volver a las andadas. Qué digo a las andadas, a mucho peor…

Y es que como en casa todo es estrés, con la pelirroja bailoteando y pidiendo atenciones y el pequeño dando alaridos, prefiero hacer una huida hacia delante y tirarme a las calles con la ansiedad y las prisas de quien escapa de un fuego. Y aunque una no es tonta, no mucho al menos, había vuelto a fantasear en secreto con este momento argumentándome a mí misma ‘que la niña ya es más grande y responsable, que cigoto es bueno, que yo ya soy experta y menos nerviosa…’.

Y luego llega la realidad y es cerrar la puerta del portal –que pesa dieciocho toneladas y me obliga a hacer gestos del Gigante Verde del maíz perdiendo ya la compostura antes de empezar nuestro periplo- y darme cuenta de que la niña lleva los ojos pintados y no pintados normal cual miniprostituta, sino pintados en plan picassiano, haciéndole una cara rarísima y semideforme, pero antes muerta que volver a subir las escaleras, así que nos vamos así y planeo fingir que venimos de una feria en la que un animador infantil borracho le ha maquillado la cara, por si alguien osa preguntarnos o denunciarme a las autoridades.

Y el porculero suplente berrea desde el carrito como si un vietnamita le estuviera clavando astillas bajo las uñas pero en realidad sólo se le ha caído el chupete, que en esta familia otra cosa no, pero nos desvivimos por un drama. Y antes de recolocárselo, tengo a la pelirroja jugándose la vida subida a un poyete y decidiendo si morir descalabrada o por contagio de la malaria de la suciedad de siete años acumulada que tiene el muro y la bajo como puedo, que tengo una cesárea reciente, un respeto. Y para no hacer esfuerzo con los abdominales lo hago con la espalda y ya me quedo cual alcayata el tiempo justo para comprobar que la niña tiene las piernas llenas de bolígrafo... lo que le cunde a la chiquilla los diez minutos tras la ducha, pero también hago la vista gorda que mayores problemas tiene una.

Y empujo el carrito como puedo peleando con la nena que quiere dirigirlo ella –por lo que algunos pies nos llevamos por delante- y el pequeño vuelve a berrear y ante la duda de que tenga gases, lo cojo y dejo a la niña que dé rienda suelta a su instinto paseando el coche y estampándolo contra los escaparates mientras yo trato de calmar al hermano quien me lo paga lanzando un eructo nivel Torrente –y la gente me mira y yo sonrío y pongo cara de ‘ha sido él, ha sido él’- acompañado de una bocanada de leche nivel tsunami que me deja como un gato en remojo.

Y aún no hemos salido de nuestra calle.

(Continuará)

lunes, 22 de julio de 2013

Madre sí hay más que una. 60.- La madre indecisa


La madre indecisa vive sin vivir en ella y cada vez que tiene que tomar una decisión sobre cualquier materia envejece dos años y medio y acaba con todas las reservas de lexatines antes de cambiar de opinión unas cinco veces de media y a la quinta decide usar el comodín de la llamada y telefonear a la abuela que ésa sí que tiene dote de mando para que sea ella la que decida si disfrazar a las niñas de chinas o de hawaianas para la fiesta de cumpleaños del sábado y liberarla de esta tensión que la está matando y que le ha regalado tres nuevos mechones de canas.

La madre indecisa se debate entre reservar los libros en el Corte Inglés o en la papelería del barrio por aquello de apoyar al pequeño comercio, aunque claro ella prefería pagar con tarjeta y abonarlos a finales del mes de octubre, pero como el librero es buena gente y es primo segundo del carnicero que le guarda el solomillo de ternera, al final se hace la muerta y los niños tienen que ir a clase con fotocopias hasta que alguien acaba consiguiéndole los libros el día antes de las vacaciones de Navidad.

La madre indecisa no tiene claro si apuntar los niños a karate para que sepan defenderse si le hacen buying en el autobús escolar o en el campamento de verano de la catequesis o mejor no, que vaya que los niños acaben convirtiéndose en chusma y pidiendo una plaza futura en Hermano Mayor, así que casi mejor a ajedrez para que desarrollen el hipotálamo y el amor por las matemáticas aunque así fijo que le hacen buying y con razón… Así que mejor no lo apunta a nada o puede que a clases de inglés o no, mejor de alemán que en el Telediario dicen que ahora se pide mucho en Europa y ella está frita por conocer mundo.

La madre indecisa aseguraba que no pensaba tener hijos… si acaso un perro, pero luego se acordó que los perros le daban alergia y decidió que quería ser madre pero sólo de uno, que los niños absorben mucho. Y tuvo tres niños en cuatro años.

La madre indecisa solicita el colegio de al lado de casa, pero después de dos plegarias, justo cuando se lo conceden descubre que le gusta más el de dos manzanas más allá que tiene clases de flauta y ukelele y después de hablar con el director para que le hagan un hueco al niño, oye hablar de un centro concertado que tiene un ratio rebajadísimo –con lo que le gustan a ella las rebajas- y manda al marido a hablar con la monja, que es de armas tomar, pero antes de que le digan que sí, se da cuenta de que el colegio de al lado de casa es el mejor que por algo lo había elegido el primero y mira que si viene un invierno lluvioso y hay que darse a la caminata y al paraguas… así que no admite un no por respuesta, que para eso dos semanas y tres prematrículas antes, habían admitido al niño, que por cierto, ya tiene uniformes de seis colegios diferentes. 

(Nivel de identificación personal con 'la madre indecisa' 2 sobre 10)

Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!

viernes, 19 de julio de 2013

El cigoto suplente


Pues sí. Cigoto es bipolar. O es bipolar o en realidad son dos cigotos y al otro lo crían entre mi madre y mi suegra y el vecino del tercero que es muy apañado y me lo van intercambiando sin que yo me dé cuenta como a las gemelas Olsen en Padres Forzosos, aprovechando mi cansancio extremo y la miopía que me persigue desde adolescente. De hecho, el barrigón extragigante que portaba durante el embarazo es buena prueba de ello y cada vez cobra más sentido mi teoría de que llevaba dos y que durante las ecografías uno se escondía detrás de mi hígado para no ser captado por las cámaras. Como si lo viera.

Y por si la gigantobarriga –que a punto estuvo de herniarme- no fuera suficiente pista para aclarar este embrollo del desdoblamiento, tengo nuevas pesquisas que me mantienen la mosca detrás de la oreja.

Y es que como ya comenté algún día, el hermanísimo fluctúa en belleza, como en la Bolsa, y algunos días es un niño de anuncio, redondito y precioso y otros es un poco callamen, para qué engañarnos, con cara de nazi malo –muy malo, quiero decir-. Vamos, la noche y el día que diría mi madre. Y una se levanta por las mañanas y se asoma a la cuna sin saber a cuál se va a encontrar y lampando porque sea al guapo cuando hay visitas previstas, que a una le gusta presumir de vástagos, oiga, pero recibiendo al callo con la misma efusividad, que para eso una es madre y ama a sus hijos por igual, incluidos a estos gemelos secretos que tratan de volverla loca. Más loca, quiero decir.

Pero eso no es todo. Hay más. Cigoto es malo en días alternos, es decir, tiene unos días en los que es el anticristo y me tiene doblegada a su voluntad, portándolo cual neohippie tocapiés, meciendo y cantando como si no hubiera un mañana y, como ya os comentaba ayer, como ose echarlo en la cuna o en el cochecito berrea cual gaviota enfurecida a punto de sacarme los ojos con sus uñas de miniprostituta que, por cierto, ya se han llevado más de una tajada de mi cara en alguno de sus ataques de furia.

Sin embargo, otros días es un bendito y no dice esta boca es mía, durmiendo como un lirón y sólo levantando la cabeza cada tres o cuatro horas para pedir su ración de alimento y antes de terminarla, nuevamente se hace cadáver hasta la próxima toma y así siempre, mientras yo soy una madre amorosa y entregada a mi prole para compensar la agresividad y los gritos amorancados de los días malos. Que nunca dije que yo estuviera bien de lo mío y esto de tener un niño de personalidad múltiple como que tampoco ayuda.

Lo que no tengo claro es si el guapo es el bueno y el malo es el feo o viceversa o si cada día se van intercambiando las personalidades en un complicadísimo juego psicológico para acabar con la poca cordura que me queda como ocurre en Las Diabólicas.

Y yo se lo voy contando al pater entre risas para fingir que es una ocurrencia de las mías, pero en realidad hablo en serio y no le quito ojo a ver si así la mirada le delata y acaba confesando el ardid porque digo yo que ya puestos a sufrir a dos bebés, al menos que me dé la oportunidad de pedir el carné de familia numerosa. Que la cosa está muy mala.

jueves, 18 de julio de 2013

La rebelión de cigoto


Cigoto era un buen niño, tan bueno que mi madre que es una experta en buscar pegas, harta de que no encontrar tela que cortar para sacar la vara de mando, me decía -por decir algo porque ya vivía en un sinvivir de no poder criticar nada-, que no era bueno que lo tuviera todo el día durmiendo, como si yo tuviera la culpa de que el chaval tuviera sueño y le diera al niño cuarto y mitad de lexatines machacados cada mañana en el biberón.

La cuestión es que el señorito se nos pasaba el día durmiendo sin importarle las dos mil visitas de cada tarde, ni los gritos ni achuchones pelirrojiles, ni Dora la Exploradora y el Mapa lanzando berridos montaña arriba, ni la luz cegadora de los dos mil focos que mi padre tuvo a bien ponerme en el techo, ni un terremoto de 8 grados en la esca Richter. El nene era de buen dormir. Tanto, que las visitas se quejaban de no verlo nunca con los ojos abiertos y aunque se lo pasaran de mano en mano como la falsa moneda, el niño no hacía ni una mueca. Vamos, que si el niño hubiera sido un muñeco de ésos japoneses que salen en los telediarios –nunca he entendido por qué- cada verano y que parecen niños de verdad, nadie lo hubiera notado.

Pero claro, el caballero se hace mayor y tiene interés por ver mundo y ya dice que mejor en el carro me tumbe yo –cómo si no quisiera- que él quiere vivir empinado viendo la decoración de la casa y un poco de los infernales dibujos de la hermana. Y si a eso le sumamos que se ha pasado su primer mes de vida de brazos en brazos y tiro porque me toca, pues tenemos cóctel molotov... y ahora el niño sólo quiere que lo tenga cargado cual africana, con lo mal que tengo yo la espalda y los nervios.

Así que me paso el día con el cigoto –también conocido como pequeño queso feta por su incomparable olor a leche regurgitada- a cuestas como una madre marsupial para que esté callado y me deje vivir en semitranquilidad y con la mano libre hago lo que tenga que hacer, incluido escribir este post o golpearme la cabeza como Rainman tras un mal día.

Y es que el pequeño ruiseñor tiene el síndrome de la cuna de pinchos, que es agacharse para soltarlo y entrar en bucle de violencia callejera antes incluso de tocar colchón. Igual el problema es que me agache por lo que estoy barajando la idea de lanzarlo desde arriba a ver si por ésas se conforma o comprarle una cuna colgante como las casas de Cuenca a ver si notando el efecto de la gravedad se me conforma.

Y no creáis que no le dejo llorar por pena, qué disparate, pena de mí y de la mala cara que tengo. Lo que pasa es que cigoto va para tenor y tiene la constancia que a su madre le falta, vamos, que es capaz de llorar hasta una hora seguida y claro los nervios de una aguantan hasta veinte minutos, pero ya más no, máxime cuando el llanto se vuelve tipo gaviota herida y/o hambrienta y ya las hormonas me obligan a cogerlo o a suicidarme y opto por lo primero, que ya mismo es mi cumpleaños y me niego a perdérmelo.

Pero el perraco es tan profesional en esto del chantaje que aunque esté llorando nivel ave enfurecida, es meterle las manos bajo la espalda y antes de incoporarlo, ya está callado, mirándome fijamente como una serpiente de cascabel, dejando claro que como saque las manos reiniciará el modo histeria sin contemplaciones. Y yo vacilo ante la opción de sacarlas, plantarle cara y ganar la partida con este pequeño aspirante a pelirrojo porculero aunque me cueste la salud, pero luego veo mi reflejo en la ventana, con los ojos oblicuos de cansancio extremo, las gigantocejas, el mal color de un japonés criado bajo tierra y la coleta despeinada nivel ‘me ha atacado un puma’… y desisto y lo cojo.

Que de valientes está el cementerio lleno y la sala de espera de Corporación Dermoestética, también.


miércoles, 17 de julio de 2013

Razones para evitar macroquedadas con la familia como la de ayer


1.- Porque la familia siempre es un infierno aunque se te olvide de una vez para otra. Porque son muchos y muy ruidosos y nos temen en todos los restaurantes donde llegamos como elefantes en una cacharrería, pidiendo las cocacolas repetidas y luego fingiendo que no lo hemos hecho para cabreo y desconcierto del camarero que ya decide no hacernos caso en el resto de la noche. Y no le culpo.

2.- Porque la mamma sigue siendo la jefa del clan y manda cual jefe narco colombiano, amenazando a todo aquel que le chiste. Así, si estoy con mis amigas y sus hijos pasadas las nueve de la noche, me telefonea para llamarme al orden y mandarme a casa de inmediato, pero si estoy con ella y quiere un helado de Tutti Fruti de la heladería de la otra punta de la ciudad, ya le da igual que sea la una de la madrugada y la pelirroja esté dando cabezadas sobre la tarrina de chocolate como una octogenaria en la sobremesa, el helado hay que comérselo.

3.- Porque la pelirroja se acaba durmiendo y no durmiendo normal sino durmiendo nivel ‘estoydesmayadaypesoquincekilosmásdelonormal’ y aunque trates de despertarla –por las buenas o por las malas- y la pongas en el suelo para que ande como Lázaro, la niña no se despierta y cae hincada de rodillas como si hubiera visto una aparición mariana. Y de ahí al desplome sólo hay un paso. Que mi primo Diego acabe portando sus 24 kilazos de pelirroja cadáver es parte indiscutible del plan. Gracias a Dios, mi reciente cesárea me libera de tal tarea.

4. -Porque el pater se queda en casa con su aire acondicionado y con el cigoto y justo en esa tarde ha sido un niño modelo, sin llantos, sin protestas, sin querer que lo cojan y además ha hecho caca dos veces. Entretanto, el pater hubiera podido terminar dos libros, limpiar la cocina y repasar la tabla periódica –haciendo especial hincapié en las valencias-, pero se ha decantado por la vida contemplativa. Y tampoco le culpo. Sólo le envidio.

5.- Porque llega una a casa con ganas de arrancarse los ojos de las cuencas y tirarlos por el wc, con los nervios destrozados como Mercedes Milá en un mal día y con tres años menos de esperanza de vida.


martes, 16 de julio de 2013

El estreñimiento cigotil


El nuevo inquilino que tenemos en casa desde hace poco más de un mes, además de suavón y pelirrojo nos ha salido estreñido, pero estreñido nivel Premium, y desde que mostró sus cartas como ‘no hacedor de caca nunca jamás a no ser que sea bajo coacción y/o técnicas poco elegantes’ -como meterle un bastoncillo lleno de aceite por el mismísimo-, vivo sin vivir en mí, olisqueando cual perro callejero el ano del caballero o introduciendo el dedo en el pañal sin dignidad ninguna para ver si finalmente ha decidido ‘obrar’ como diría mi abuela.

Pero no. Nunca. Casi nunca.

Para quien todavía no lo sepa, yo soy muy escrupulosa y para mí las cacas de los bebés no son de santo como dicen algunas madres entregadas ni huelen a gloria como dicen las abuelas, para mí son cacas y dan asco sobre todo cuando te las sueltan a propulsión sobre el camisón a las tres de la mañana. Ésas son lo más. Pero claro, como el niño nos ha salido estreñido –porque ya os digo que es un señor escocés- las cacas se han convertido en nuestro objeto de deseo más preciado y cuando se pone manos a la obra, lo celebramos con fiesta y algarabía.

Así que como no es de defecar por sí mismo, nos las vemos y nos la deseamos para buscar remedios que lo vacíen y nos lo dejen libres de residuos. E intentamos de todo como en una gincana… Primero empezamos con las medidas más light y lo tumbamos en la cama –con la cara de la pelirroja a tres milímetros- y le damos los masajes que hemos visto en Internet para activar los intestinos, que por supuesto pasan de activarse y yo masajeo como si de un bollo de pan se tratara hasta que el ombligo –que por cierto creo que va a ser de botón, pero esto requiere de un post propio. Sí, otro.- empieza a salir y a entrar y ya me da grima y lo dejo. Pero nada.

Luego seguimos en nuestra escala de actos prodefecación y pasamos al siguiente nivel, el del bastoncillo violador, que por recomendación de la pediatra ha pasado a ser termómetro violador, porque al parecer el bastoncillo deja restos de algodón y se supone que eso es algo malísimo, terrible, como si le dejara ántrax o ácido. A saber. Así que mojo el termómetro en aceite –por supuesto un termómetro que no pienso volver a usar- y se lo paseo por el ano con una pasmosa naturalidad como si lo hubiera hecho toda la vida y aquello fuera lo más normal del mundo. Pero tampoco.

Así que continuamos y le doy una cucharada de agua, que sí, que es un método mojón que no vale para nada, pero según la mamma es lo más y yo cual hija entregada –y ‘jarta’ de escucharla y temerosa de sus amenazas- se la endiño y como el chaval es de buen comer, pues hasta se relame. Y espero. Pero nada.

Y le cambiamos de marca de leche, cada vez más cara y difícil de encontrar, que tenga muchas cosas muy digestivas y fáciles de convertir en heces y reuteri y omega y su puñetera madre, pero al hermanísimo le da igual ocho que ochenta. Nada.

Y por último, ya desesperada tras varias llamadas a salud responde en plan madre hipocondríaca y dos visitas al pediatra, le pongo una cucharada de Eupeptina –de la que no soy muy amiga aunque la pediatra me dice que es benigna y todo eso- y entonces antes de que pueda pestañear me invade un olor infernal y entonces entro en estado de emoción que ni en la mañana de Reyes. Y vamos al cambiador y vemos la plasta de caca y todo es felicidad.

Qué pena. Para lo que ha quedado una.

lunes, 15 de julio de 2013

Madre sí hay más que una. 59.- La madre ahorradora


La madre ahorradora va por la vida con un folleto del hiper bajo el brazo, que ojea con la ansiedad de un beduino frente a un grifo, comprando precios de latas de tomate frito y sardinas en escabeche, que son las que más le gustan a su Antonio y veinte céntimos a veinte céntimos se compra una un chalé. De dos plantas.

La madre ahorradora conoce los precios de todos los supermercados y en el tiempo que tardan en abrir la verja del colegio te hace un simposium sobre los precios de los pañales y las calidades de los mismos que para eso leyó un informe de la OCU en el Facebook y sabe un rato de celulosa y gastos de distribución incluidos. Que ya se sabe que el marketing lo carga el diablo y no es oro todo lo que reluce.

La madre ahorradora es la reina del 3x2 y tiene el trastero lleno de pañales de playa de la talla 3 aunque aún no ha superado el segundo trimestre del embarazo y vive en Alcorcón, pero lo peor es que mientras tú te cachondeas, ella acaba usándolos y tú comprándoselos a tu niña a precio de oro en la gasolinera de camino a la playa y con la terrorífica cara del Gormiti azul impresa en el culo.

La madre ahorradora es la más detestada en las reuniones del colegio porque siempre ha encontrado una tienda donde los libros de texto le han salido a la mitad y encima le han regalado una caja de lápices de colores y un bono para el solarium y compra en el chino el traje de pastora de la niña, que es cien mil veces más bonito que el que lleva la mitad de clase y que están hechos a mano sobre piqué del caro. Y sonríe.

La madre ahorradora siempre encuentra gangas extraordinarias en las rebajas y aunque vaya a las dos semanas de que empiecen, cuando ya todo es desorden y revoltijo, encuentra un bolso de firma al 70 por ciento de descuento y además le regalan un llavero a juego o se compra el abrigo de su vida –y de la vida de todas- de piel de la buena por la mitad de la mitad de la mitad del precio de costo, mientras tú lo mejor que has conseguido es un vestido de hace tres temporadas, a sólo 4 euros menos de su precio original, con la cremallera descosida y tras una hora de espera en la puerta de la tienda sudando como un pollo.

La madre ahorradora gana tres veces menos que tú, pero se hace dos masajes por semana, ya se ha hecho la depilación láser en todo el cuerpo y tiene un bono en el Spa de al lado de su casa para relajar las cervicales tras las clases de pilates… y un par de veces al año se escapa de viaje a la islas Phi-Phi a desconectar del estrés diario, mientras tú te bajas a la piscina de la urbanización a pelearte con las hormigas cabezonas que viven en el césped y se empeñan por trepar por tus piernas punzantes, mientras te dejas marear por la teleoperadora argentina para pagar el último recibo devuelto del móvil.

(Nivel de identificación personal con 'la madre ahorradora' 0 sobre 10)

PD. Y para las que sois un desastre como yo en esto del ahorro pero queréis poneros las pilas y empezar a controlar gastos y así poder gastar lo que ahorréis en cosas molonas –que nadie ha hablado de ahorrar para guardar en el banco- os paso esta nueva aplicación móvil de MyValue para gestionar online tus cuentas y planificar gastos, totalmente gratis y útil como la que más. Pincha y descárgatela, que ya está disponible para descargarla para iPhone o Android… Ya me contarás.




Y repetimos:
Cada lunes, un nuevo modelo de madre en ‘Madre sí hay más que una’. Entendemos que son tipos muy puristas y que más de una podéis picar de varios a la vez, pero de cualquier manera, hagamos autocrítica y encasillémonos, será divertido!! Los que no seáis madres podéis encasillar a las vuestras, a vuestras hermanas, a vuestras amigas o a vuestras mujeres… que todo sea crítiqueo y algarabía. Eso sí, que conste que desde ‘Hija no hay más que una’ no queremos juzgar a ningún prototipo de madre, o no mucho al menos, así que, por favor, que nadie se ofenda que nos va a tocar a todas… pero entretanto, a divertirse!


domingo, 14 de julio de 2013

Publicidad, sobornos y otras maravillas. KoolBee o el arte de hacer ropa molona


Una de las mejores consecuencias de tener un blog como éste, además del ahorro en psicoanalistas y la posibilidad de encontrar otras madres trastornadas como yo, es el conocer nuevas marcas que hasta ahora, nadie sabe por qué, no conocías pero que en cuanto sus fabulosas prendas llegan a tus ojos –y luego a tu armario- y vas y se lo cuentas a tus amigas, ahora resulta que todos la conocen casi de toda la vida… Como cuando buscas en el diccionario una palabra que no has oído jamás y desde ese justo momento la escuchas en todos los sitios.

Pues eso es más o menos lo que me pasó con KoolBee, una tienda online súpermolona, que conocí casi de casualidad cuando hicimos el sorteo de aniversario –y participaron generosamente porque además son muy majos- y desde entonces me declaro una fan muy fan de todas sus cositas. Y es que aunque yo siempre he sido una madre clásica en lo referente a la moda, vamos, que muy de rosa y de celestes y de capotas y lazada, desde que la pelirroja va cumpliendo años cada vez soy más fan del color y de los diseños alegres que, por otra parte, son los que más le gustan a ella y por tanto el tormento de vestirla se atenúa bastante. Vamos, que si hay color y alegría, la niña se me viste sola.

Y para eso KoolBee son los mejores porque cuentan con divertidísimos modelitos para bebés y niños de hasta seis años con estampados alegres y coloridos, con diseños actuales y sobre todo, prácticos y confortables para que los niños puedan seguir siendo niños y disfrutando de su día a día con toda comodidad.

Y para rizar el rizo, la ropa de KoolBee está hecha con materiales y sistemas ecológicos por lo que además de suave, está libre de productos químicos nocivos y no sólo eso, sino que ha sido producida con políticas respetuosas con el medio ambiente y con los trabajadores que la producen, de hecho, la mayor parte de sus prendas cuentan con el prestigioso certificado GOTS. Casi nada.

Y si sus precios habituales son buenos, mejor lo son ahora que están de rebajas y les han dado unos tijeretazos importantes, lo que hace que éste sea un momento inmejorable para pasarse por su web y hacer alguna que otra inversión.

Pues eso, pasaos por su casa y ya me contáis… ¡Os va a encantar!

viernes, 12 de julio de 2013

Jugar a las 'amigaz'


La pelirroja quiere ser mayor. A toda costa. Mayor que el hermanito, mayor que el primo Ale, que la prima Sara y hasta mayor que yo, porque según parece en el mundo infantil, ser mayor es lo más, aunque no tengo muy claro para qué. Y se vuelve muy loca cada vez que me pregunta por dónde estaba ella en algunas fotos y le digo que aún no había nacido, entonces entra en bucle de violencia, básicamente porque no entiende muy bien cómo va eso de no estar y luego, de pronto, nacer y ya estar… y eso que tiene al hermano de referencia. 

Pues no.

Así que se pasa el día negociando cosas extrañísimas en plan ¿A que zí que eztaba? / No, cuando papá y mamá se casaron, tú no habías nacido y no estabas / Pero ¿a que un poco zí? ¿a que yo te daba la mano para que no te cayeraz? ¿a que zí? / No, aún no / Pero yo creo que zí, que yo eztaba porque me acueldo…

Y así continuamente, como el otro día que me dijo. ‘Mamá,a que cuando tu eraz pequeña yo te daba la mano para que andaraz y no tuvieraz miedo?’ y claro, una con la poca paciencia que dios le ha dado le dije que ella no había nacido porque yo era mayor que ella ‘Pero zi yo me como los nuggetz, yo zoy más mayor que ninguno, que me lo ha dicho la zeño que zaco punta zola, que tengo todoz eztoz añoz, mamaaa’ y haciendo pucheros me abre las manos señalando los diez dedos con énfasis y yo le digo que no, que sólo tiene tres, pero que mayor es un rato y entonces me suplica que por favor le dé más años como si fueran gominolas y le digo que los años no se dan que por muy mayor que sea uno, sólo se puede cumplir un año al año, pero no lo entiende y se enfada ‘Y zi recojo los juguetez puedo tener treinta añoz?’ Y así hasta que acabo dando mi brazo a torcer y le doy permiso para ser octogenaria. Y se muere de la ilusión.

Pero años aparte, una de las razones por las que quiere ser mayor, imagino, es para que le deje hacer las cosas de mayores como coger al hermano, abrir la puerta, bajar sola las escaleras y todas las cosas que no le dejo hacer ahora, aunque por lo que de verdad se muere es por vestirse como ella cree que visten las mayores. Es decir, de furcia de carretera.

Y se pinta como una puerta con su maletín en forma de corazón y se coloca los tacones y media docena de collares y hasta la diadema de princesa que tiene roto un lado y le tapa un ojo y le dice a sus muñecos ‘Me voy a una fiezta, pero no podéis venir porque ez una fiezta del trabajo y zólo para mayorez’ y se contonea por el salón, moviendo el culo como una cubana y pegándose traspiés con los tacones de princesa a diestro y siniestro.

Luego se me sienta enfrente y con una caída de ojos –bueno, en realidad del único ojo que se le ve- digna de la Garbo, se retuerce un mechón pelirrojo en el dedo y me dice ‘Mamá, vamoz a hablar como amigaz’ / Claro si nosotras somos amigas / No, mamá, yo digo como amigaz mayorez ¿vale? / Vale / Mamá, que he penzao mejor que yo zoy Zandra y tú me hablez como a ella ¿vale? / vale… / Entonces, ¿vamoz a tomar vino o a Zara a probarnoz ropa?

Y ya no sé si me da más miedo la imagen que proyecto en mi hija o la adolescencia tan chunga que me espera, sobre todo cuando en mitad de esta surrealista conversación, coge un lápiz y me dice en susurros a modo de confesión  ‘Mami, no voy a pintar, ez zólo para fumal’ y le da un par de caladas a la cera Plastidecor como si la fuera a absorber entera, con una mano en la rodilla y poniendo los ojos en blanco...

Maremía.