martes, 29 de abril de 2014

El hombre del saco y otros terrores aliados



Las abuelas saben mucho de maternidad por aquello de que han sido madres antes que tú, cuando lo normal era tener cuatro niños en cuatro años –o menos- y no había canal Disney ni Red Bull para paliar el sufrimiento propio del malvivir maternal. Eso sin contar con otras muchas lindezas como la ausencia de pañales desechables, lavadoras y toallitas limpiatodo.

Por eso, las madres de antes –si tu madre es moderna no cuenta- saben que meterle miedo en el cuerpo a los retoños es una práctica más que necesaria, aunque implique alguna que otra noche de terror y colecho o la pérdida de la custodia si las autoridades se coscan, pero los efectos de no hacerlo y no tener algo a lo que recurrir cuando no tienes otras armas es devastador. Sobre todo para los nervios. Y hasta las modernas ésas que se echan las manos a la cabeza acaban claudicando y disfrutando de las bondades de una dictadura del terror. Que sí, que el diálogo mola en teoría, que yo también tengo unas gafas de pasta, pero cuando tu niña tiende a perderse o le presentas al hombre del saco y su maldad sin fin o ya te puedes ver dialogando con el de la megafonía del Carrefour con lo ojitos güertos de ansiedad y los helados de nata derritiéndosete carro abajo.

He aquí algunos de los básicos sin los que la familia no puede sobrevivir:

- Los cuernos de bruja. De esto ya os he hablado alguna vez y es un paso más allá del crecimiento nasal de Pinocho. Se supone que las brujas son niñas buenas que se van haciendo malas y le van saliendo cuernos como a Maléfica. Sí, suena horrible, de hecho hasta a mí –traumatizada con los nuños que se convertían en burro en Pinocho- me da pavor, pero es mano de santo. ¿Qué no vas a lavarte las manos? Bueno a mí me da igual, pero luego, cuando te empiecen a salir los cuernos… y antes de terminar la frase ya se ha arrancado tres capas de piel bajo el grifo. Lo bueno es que ya no hace falta decirle ni mu, cada vez que hace o dice alguna maldad, me dice ‘mamá ¿tú creez que ze me ve ya er piquillo o todavía no? porque yo he penzado que zi me empujo azín no me zalen o zi me zalen ze me meten otra vez ¿a que zí?’ y me mira fijamente mientras se empuja la coronilla.

- El hombre del saco. La mamma que también es malagente como yo, le habló una vez del hombre del saco, que pasea buscando niños malos que llevarse en su saco, pero tal fue el terror que le dio a la nena, que le dije que eso era mentira y que el hombre del saco no existía, que de hecho la abuela me había dicho que era una broma que le había gastado. Y la niña que para lo que quiere es una minivieja me cogió la mano y me dijo ‘mamá tú no te asustes pero eze hombre zi existe lo que paza ez que la abuela te ha dicho que no para que no te asustes, pero no te preocupez que zi lo vemoz yo le doy con un palo’. Así que creo que de momento, trauma no hay y olo mejor es que cuando hace un conato de perderse, le recuerdo que el hombre del saco puede merodear por allí y la tengo pegadita cual lapa playera. Una bicoca oiga.

(Continuará...)

lunes, 28 de abril de 2014

Aquellos maravillosos años. Los días de playa.



En mi casa, antes de que la mamma le declarara la guerra al sol como Mario Vaquerizo, siempre hemos sido muy de playa por aquello, imagino, de que los niños podíamos matarnos vivos sin dar mucha guerra o al menos, dando guerra al mundo en general y no sólo a la familia en un salón lleno de cachivaches y cosas rompibles; así que cada sábado y cada domingo nos íbamos de playeo a la playa más lejana del mundo mundial porque a mi padre era la que más le gustaba porque era muy natural y tenía algas y otras porquerías de ésas que les gustan a los amantes de la naturaleza y el buceo. Y a la mamma, que era la versión ultralight de la mamma actual, aquello le parecía una fantástica idea. Cualquiera la escuchaba ahora.

Así que tras una hora en coche –de los interminables viajes de coche ya hablaremos- llegábamos a la playa, a la que había que acceder por una cuesta empinadísima nivel ‘muerte por alud’ que como te resbalaras te quedabas sin dientes y allí íbamos todos los primos asalvajados, bajando dando carreras y a la mamma, que ahora muere de pensar que la niña se monte en un tobogán de esos de Feber que miden cuarenta centímetros, aquello le parecía lo más normal del mundo y si nos caíamos, pues a pelarla, un poco de agua salada en la rodilla y a volar.

Por supuesto, allí no se echaba crema ni dios, que esas cosas como el bótox, aún no se llevaban y teníamos un plan familiar ‘melanoma para todos’ que nos funcionaba muy bien. Te pasabas el día al solano y luego cuando llegabas a casa te emborrizaban en After Sun y listo. Y a los dos días te despellejabas como un lagarto y aquello era lo más normal del mundo y quitarse los pellejos era hasta divertido hasta que llegabas al trozo que dolía y entonces dejabas de tirar y te ponías a tirar de los de tu hermana, que aquello era como explotar pompitas de plástico. Un no parar. Y a las madres aquello les parecía parte del plan como si fuera lo más normal del mundo quemarse, y ahora si mi madre, sí, la misma que me tenía cinco horas al sol como un salmonete, ve las mejillas de la pelirroja sonrojadas, me toca sermón pasivoagresivo cuatro días consecutivos.

Y encima esa playa a la que nos llevaban estaba llena de erizos, en fin lo mejor para los niños, y había rocas con cangrejos, lapas y mejillones y allí íbamos todos los primos en pandilla a despeñarnos por las rocas y a llenarnos los pies de púas que luego mi padre nos sacaba quemando un alfiler con el mechero. Todo muy hardcore.

Eso sí, nosotros podíamos despeñarnos, achicharrarnos, morir ahogados tras la bajada de un banco de arena -¿ya no hay de esos?- o pillar una infección por púas de erizos salvajes, pero nunca jamás, bajo ningún concepto, podíamos saltarnos las dos horas de espera de la digestión porque eso era como poco un sacrilegio, una aberración, un billete a una muerte segura…

Y allí nos quedábamos todos los primos, sentados a los pies de la hamaca –achicharrándonos por supuesto-, esperando que llegara la hora de bañarnos mientras los padres roncaban bajo la sombrilla fingiendo que leían el periódico. Con suerte, en ese rato venían un par de avionetas de publicidad y lanzaban balones de Nivea o colchones de CocaCola y todos los niños nos matábamos por cogerlos –corriendo con nuestras horribles cangrejeras color carne que daban ganas de morirse de tristeza- hasta que venía el padre o el hermano mayor del niño de la hamaca de al lado y se los llevaba todos, que entonces no había remilgos ni discriminación positiva.

Con los años, mi padre se inventó que si nos bañábamos antes de que pasara media hora desde que comíamos, no había problemas, yo creo que para poder dormir la siesta bajo el periódico sin el griterío a los pies y aquello fue toda una revolución playera.

Lo cierto es que nunca vi a nadie que le diera un corte de digestión- que igual esto es una leyenda urbana como el perro rata chino- pero de cualquier manera, cada vez que voy con la pelirroja a la playa y comemos allí la meto en el agua antes de que pase media hora por si las moscas. Que de algo me han tenido que servir los años playeros de mi infancia. Bueno, de eso, y de mi incapacidad cutánea para quemarme, que se ve que tantos años de rayos malos sobre mi persona me han dejado una piel de agricultor guineano inmune al bronceado y así me veo, condenada a un envejecimiento prematuro de la piel pero blanca como una monja de clausura.

Cría padres.

viernes, 25 de abril de 2014

Más efectos secundarios de la maternidad

1.- Tu vida social es una ruina. Y no, por vida social no se entienden los cumpleaños infantiles de los amiguitos de tus hijos en los que te dan un minivaso de fanta Hacendado sin gas y un sándwich de paté con los filos rasposos y cuatro madres que no has visto en tu vida con pinta de catequistas retiradas, te asedian para hablarte de temas tan interesantes como la cantidad de deberes que ponen en las extraescolares de inglés, de las nuevas ofertas del Carrefour o de la solidez de las defecaciones de sus bebés. Lo de la vida social era lo de las amigas y el vino ¿te acuerdas ya?

2.- No finjas. Ahora entiendes por qué las señoras mayores lo flipan en las bodas y se lanzan a la pista antes de que hayan servido el postre. Para ti también las bodas han pasado de ser un coñazo del quince a ser un planazo. El mejor plan de la primavera. Y sabes que hay más de un vídeo en el que se te ve bailar con emoción Paquito el Chocolatero e incluso Sopa de Caracol copa de garrafón en mano y si me apuras, hasta un pasodoble con tu niño de cuatro años. Sí, yo también lo he hecho. No somos nadie.

3.-  Estás desactualizada musicalmente. Eso es así(n). ‘Chiquilla’, ‘Sabor de Amor’ y otras lindezas similares son el nuevo ‘Cuéntame’. Asúmelo. La Unión son los nuevos Brincos y alguien debería decírselo. Y sí, ‘La gasolina’ o ‘Papi Chulo’ también dan mucha fatiga. Si tienes la suerte de ir al gimnasio, igual puedes ponerte al día, si no, estás perdida. Siempre puedes escuchar a Bob Dylan y Van Morrison y decir que es que a ti te van los clásicos o asumir que eres la abuela cebolleta musical.

4.- En realidad estás desactualizada toda tú. Así que no finjas que sabes de qué bares te están hablando tus primos veinteañeros y mucho menos te refieras a ellos por los nombres que tenían cuando tú eras mossuela y salías tres veces por semana de fiesta. Sí, cuando pedías Licor 43 con batido de chocolate.  

jueves, 24 de abril de 2014

El paletón y otras amenazas


Los dramas, como las guerras, comienzan a fraguarse mucho tiempo antes de que la cosa se ponga fea y generalmente por un motivo aparentemente nimio y absurdo, pero que es el causante de todo mal. En mi caso, el detonante de esta nueva vuelta de tuerca a mi estrés/malvivir maternal lo tiene un incisivo. Una paleta. Un paletón de toda la vida de Dios. Que me trae por el camino de la amargura.

Y es que Cigoto con esta ansiedad tan mala que tiene por hacerse un hombre de bien y dejarse mostacho más pronto que tarde, está como loco con el crecimiento y además de estallar bodies y pijamas, está que vive sin vivir en él, acumulando calcio a escondidas para echar toda la dentadura más pronto que tarde y ponerse una boca como la de Masiel antes del primer cumpleaños.

Igual todo esto me parece tan prematuro porque la pelirroja, que había gastado todo el calcio en la gigantocabeza que lucía de bebé –que estaba dura como una piedra desde que nació, sin fontanela ni perro muerto-, no mostró su primer diente hasta el año, que estaba yo por comprarle una dentadura postiza y pegársela con Corega de lo preocupada que estaba con el asunto. Así que el hecho de que Cigoto ya esté metido en vereda con los paletones me parece, cuanto menos, innecesario.

Y es que claro, si le sale del tamaño del de Bob Esponja como el que le salió a la hermana, que por la punta que asoma tiene toda la pinta, lo normal es que le duela nivel se me está rajando media encia y mire usted, yo lo entiendo y hasta lo compadezco, pero ¿de verdad es necesario que duerma sólo tres horas seguidas para congraciarme con mi vástago? Pues mire usted, no. ¿Y es necesario que lo tenga berreando a cada rato, penoso y porculero? Pues mire usted, tampoco. ¿Y babeando nivel diluvio universal que tengo que cambiarlo cada tres segundos y llevar un maletón como si me fuera de campamento cada vez que bajamos a la calle? Pues no, tampoco.

Y por si eso no fuera poco, ayer mismo mientras le daba un trozo de quesito, me pegó un bocado con el prepaletón en el dedo que casi me lo amputa. A mí. A su madre. Y con mala uva. Como si fuera una rata rabiosa. Que igual es que tiene ansiedad por los lácteos como la hermana y se volvió loco o igual está avisando de lo que se me viene encima cuando a toda su maldad pelirroja y a sus cuatro neuronas de bebé, se le sume una dentadura de piraña.

Definitivamente, esto se va a poner muy feo. Y el paletón es sólo el principio.


miércoles, 23 de abril de 2014

Efectos secundarios de la maternidad. Parte I



1.- La desinformación. Si la crisis ucraniana o el fallecimiento de Gabriel García Márquez no ocurren en la plaza Encanto o en la Casa de Mickey Mouse antes de la Mickeydanza para ti no han existido. De ahí que un día que te dejen libre para ver quince minutos de telediario te creas que está a punto de estallar la tercera guerra mundial y salgas a la calle en camisón buscando dónde esconderte.

2.- La vejez. Ya os he dicho muchas veces que no envejecen los años –no sólo ellos al menos- sino la maternidad y su extra de malvivir. Yo hoy me he visto reflejada en un espejo de Zara y no he salido corriendo a esconderme a casa porque estaba demasiado cansada para correr. No tengo claro si era la incipiente chepa, los miniojos de loca agotada o el pelo de color imposible y tieso como una escoba de bruja medieval, la cuestión es que ese engendro es fruto de maldormir cinco horas y criar a dos pelirrojos malignos.

3.-  Los cambios de humor. Es lo que tiene la bipolaridad y el cansancio. Que cuando tienes agudizados los efectos del Red Bull te parece una idea genial jugar al Party Junior. Dos horas y dos manojos de cartas repartidos por el suelo después, cuando ya no te queda ni gota de Taurina dentro, la idea es cada vez más horrible y jugar al tabú con una pelirroja de cuatro años con empanamiento nivel Premium puede ser psicológicamente devastador.

4.- La pérdida de lucidez. Mucha gente creerá que tienes una vida interior muy rica o que te has apuntado a las bondades de la meditación, pero en realidad esos silencios prolongados y esa mirada perdida lo que en realidad delatan es que estás durmiendo despierta. O no tan despierta.

5.- Si en lugar de quedarte en trance te aventuras a mantener una conversación con alguien que no está al borde del abismo y por tanto tiene cierta fluidez mental, te arriesgas a parecer una demente recién lobotomizada. La parte positiva es que en un rato de escuchar tus incongruencias dejarán de hablarte y eso que te llevas.



martes, 22 de abril de 2014

La 'muchachatunga' y otros misterios

Una de las partes fundamentales de la maternidad como profesión de riesgo es desentrañar misterios, algunos básicos y otros dignos de Colombo, algunos para mantener su supervivencia –en plan no sé si llora porque tiene sed o hambre o porque tiene una neumonía fulminante- y otras para averiguar si el muñeco verde con el que sueña a los dos años es Shrek, Wazowski o Dixy, el único teletubbie de la pandilla con dosis altas de testosterona, para no acabar decorando la fiesta de cumpleaños de la criatura con el muñeco equivocado y provocando un trauma infantil severo.

Yo, personalmente, me enfrento cada día a un sinfín de misterios misteriosos, no tanto por parte del hermanísimo, porque ése pobre está condenado a la supervivencia por méritos propios, que no tengo yo el horno para más preocupaciones y de todos es sabido que los segundos tienen que buscarse la vida y no voy a ser yo quien rompa esta tradición milenaria sino por la primogénita, experta en tejemanejes, empanamiento, piruetas verbales e invenciones variadas, que me dejan al borde del abismo del entendimiento.

Así, desde antes de la Semana Santa me viene diciendo que un día ‘que ez ya mizmo’ tiene que llevar al cole ‘unoz tamponez grandez para una fiezta’ a la que no puede faltar porque ‘ez puzerimportante’. Y claro, no seré yo quien ponga en duda la importancia de los tampones, con el bien que han hecho por una en los meses de verano, y mire usted, los grandes tampoco me parecen mal porque allá cada una con su fluídos, pero he de reconocer que el hecho de que la niña los tenga que llevar al cole para una fiesta –imagino que para la fiesta de la menstruación extrema- me parece, cuando menos, surrealista.

Ahondando en la materia para dejar claro que no se refería a sellos de estampar, descubrí que el atrezzo era para un baile ‘que ze llama la muchachatunga y que ze hace con tampones y un traje de muchachatunga’. Y claro, la mamma que es muy conservadora para según que cosas se me escandalizó y me dijo que la niña no tiene que llevar tampones a ninguna parte y menos vestida de ‘muchachatunga’ que sonaba como a prostituta de extrarradio, con lo poco que le ha gustado a mi madre siempre el extrarradio.

Luego, la niña en un ataque de lucidez de esos que le dan cada tres días, me dijo que era una canción, me vino la luz y pensé aquello se trataba de una actuación de fin de curso y que ‘La muchachatunga’ bien podría ser ‘La chatunga’ –sí, a mí también me parecía traumático- aunque seguía sin ver la relación de Luis Aguilé con los tampones, pero vamos que igual el colegio se estaba modernizando y la niña lo que iba a protagonizar era una performance de ésas que hacen ahora los moennos e igual luego lo petaba en youtube.

Pero no. Tras descubrirla bailando en la bañera con las manos en la cabeza, moviendo el cuello como un pavo y cantando ‘cuando la meo regando’ caí en que la canción era ‘La muchacha turca’ de Hakim en una versión libre pelirrojil –que obviamente no dice eso sino 'cuando la veo bailando'- y el traje de ‘muchachatunga’ no era de furcia como aventuraba la mamma sino uno de mora o de bailarina de danza del vientre de tetería de barrio.

Lo de cómo descubrí que los tampones eran en realidad pompones de animadora, mejor os lo cuento otro día.


lunes, 21 de abril de 2014

Aquellos maravillosos años...


Aunque una tenga dos retoños en su haber y  tuviera su primera rajada de útero en 2009 –cuando aún no tenía cambios de humor ni cara de indio viejo- soy lo que viene a denominarse una madre novata. Que sí, que sé lo que es un carminativo, que me conozco los prospectos de todos los medicamentos infantiles y las dosis por edades, peso y gravedad de la situación, que tengo un doctorado en películas de emergencia para niños porculeros y sé que una cebolla pestosita cortada en la mesita de noche hace más efecto para la tos que un chute de Actithiol o un supositorio Pilka, y un poco más.

Pero salvo eso y algunas otras cosillas que he ido aprendiendo por el camino del malvivir, soy una novata y no sólo porque ya soy persona non grata en Salud Responde –al haber alcanzado el millón de llamadas- sino porque sigo siendo una pardilla, que todo me da miedo y que tengo que seguir a rajatabla los consejos de la pediatra, de la maestra y de las instrucciones del mobiliario infantil para poder sentir que todo está orden.

Y luego viene la mamma, le endiña al niño medio churro mojado en chocolate y mientras yo hiperventilo, me suelta la gran frase de ‘anda que eres muy apretada, si eso se le ha dado a los niños de toda la vida de Dios’… y todas las abuelas o abuelables del lugar asientan con la cabeza… ‘Pues yo a mi chiquitillo le daba un trozo de jamón para que se le aliviara el dolor de dientes’, ‘Pues mi Cristina como no quería leche se la manchaba con café desde los tres añitos y mírala, maestra con plaza fija’ ‘Qué me vas a contar si yo a mi Antonio Miguel le daba un bollo de pan para que se me entretuviera y con menos de ocho meses se lo comía antes de que pudiera darme cuenta y no como ahora con tantos ahogos y tanta lesshe’ ‘Y qué me dices de las medicinas esas tan raras que le dan ahora, que de toda la vida de dios, se le partía media aspirina y se diluía en una cucharita y se me recuperaban en un plis no como con la leshe del Dalsy ese que los pone como motos pero que curarlos no los cura, hombre ya, que van los chiquillos drogados a las guarderías las criaturas y luego se les pasa y empieza la fiesta…’

Y una escucha atentamente mitad horrorizada mitad hechizada por las palabras de las abuelas y abuelables que una vez fueron madres y no tenían tanto remilgo con comidas, medicinas y medidas de seguridad y recordé –como ese texto que rula por Internet sobre la generación de finales de los 70’s- todas las anécdotas de aquellos maravillosos años cuando veíamos la Bola de Cristal –con su particular pedagogía experimental- o Candy candy sin que nadie se preocupara de nuestra salud mental y eso que yo estaba al borde pillar una depresión con tanto novio muerto y tata huérfana falta de cariño.

O cuando una hacía los deberes sin más compaña que la de 'Dartacán y los Mosqueperros' o no los hacía y escondía la libreta apretada en la mochila y no había retraso escolar ni informe PISA, sólo una maestra que te castigaba una semana sin recreo y a volar… Así que te comías el Tigretón o el Phoskito –porque entonces no había calendario alimenticio ni perro muerto- escondida tras la verja antes de salir para que tu madre no se coscara de que te habían castigado sin recreo… El problema es que luego tenías que ingeniártelas para escupir el puchero por dosis con visitas repentinas al baño o ficticios ataques de tos, sin que nadie te pillara… y si te pillaban, que te pillaban, te llevabas una bronca del quince o un guantazo en el culo con mano fina de madre, que picaban un rato... ni silla de pensar ni sermón alimenticio y el postre ni lo olías. Aquí no había supernanny ni cuadrante de buen comportamiento, pero a la próxima te comías el puchero o al menos depurabas la técnica del escupido de arroz…

Así que he pensado dar inicio a una nueva sección sobre aquellos maravillosos años, en los que no había cinturones de seguridad, ni colegios bilingües, ni sillas de pensar, ni rodilleras y aún así sobrevivimos… más o menos bien.

¡¡¡Bienvenidos a aquellos maravillosos años!!!


miércoles, 16 de abril de 2014

Perro viejo o cosas que sé desde que soy madre. Parte II


1.- Cuando vayas a llevar a tus hijos al zoo o le vayas a comprar una bici nueva, cállate y no digas nada hasta que sea el día D a la hora H. Que sí, que tú crees que lo que más mola de estas cosas es la ilusión de la espera, pero no. Ni mijita. Ni un poco. Tendrás que escuchar cada minuto de cada hora de cada día y de cada semana hasta que llegue el gran día, las súplicas de los retoños lampando porque cada momento sea el momento, incluida la noche y la madrugada cuando ya estás al borde de la muerte.

2.- Mantente alerta. Incluso en los momentos más agotadores. Sobre todo en ellos. Los niños son niños pero de tontos no tienen ni un pelo que para eso están aún sin socializar y son más animales que nosotros –vale, llamad a Prodeni- y están siempre al acecho cual cazadores ávidos de hincarnos el diente. Así, aprovecharán cuando estés KO en el sofá a las cuatro y media de la tarde de un viernes dando cabezadas como una octogenaria para preguntarte si le vas a comprar el Telescopio de Imaginarium. Y tú que no sabes ni dónde estás ni si tienes un exámen de Física y Química de 2º de BUP o las clases de Spining que dejaste en 2010, prometes lo que haga falta para que te dejen dislocarte el cuello un rato más contra el brazo del sofá. Y, claro, esas deudas luego hay que cumplirlas.

3.- No es lo mismo un niño que dos. Ni dos que tres, Ni tres que cuatro. A más niños, más malvivir y quien diga lo contrario miente o tiene nanny filipina. Así que no te dejes llevar por el momento de madre Martha Stewart y montes una fiesta de pijamas con dos millones de niños. Que mira que estas cosas sólo son divertidas la primera hora y media y que la Seguridad social ya no receta los ansiolíticos de marca.

4.- Lo del nivel Martha Stewart vale para todo. Que sí, que a ti te hace mucha ilusión vestir a tu niña de bruja del Oeste de El Mago de Oz para Halloween o de Miércoles de la Familia Adam y tunearle un traje molón para dar el golpe, pero si la niña lo que quiere es un traje de bruja/furcia de los chinos que vale 5 euros o uno de Pantera Rosa que da dentera con sólo mirarlo, a volar. Eso que te llevas. Ella contenta con su traje y tú con el tiempo que te ahorras fingiendo que sabes coser. Disfrútalo. Si luego la niña va hecha un adefesio, échale la culpa al padre.



martes, 15 de abril de 2014

De infancias mágicas y palomitas de maíz



Ser madre es una tarea agotadora y no sólo por todo el trabajo que genera, que es más que el de la KGB y la CIA juntas en los años 60, sino porque además, implica una serie de obligaciones añadidas que generan todavía más estrés y agotamiento, como si no fuera ya bastante la falta de sueño, de vida social y de equilibrio hormonal, como para andarse una gastando las pocas energías libres en otras cuestiones que no son de mera supervivencia.

Pero la maternidad es lo que tiene, que te llena de endorfinas y te nubla razón y al final te ves obligado por tus meras neuronas de madre, las revistas de padres, los cantajuegos y la web de Martha Stewart a hacer de una madre que vela porque sus hijos tengan una infancia maravillosa como sacada de un cuento de hadas o de un libro de Carlos González, obviando, claro está los ataques de locura transitoria y gritos indiscriminados de toda malamadre agotada que se precie.

Precisamente, hace un par de días, leí precisamente un artículo donde una madre se quejaba de estar hasta el moño de hacer que la infancia de sus hijos fuera mágica en lugar de hacer como su madre y su abuela, que querer querían a sus hijos, pero los criaban sin ese frenesí de clases bilingües, funciones de ballet y fiestas de pijamas… Y mire usted, el artículo era una ruina, pero la señora tenía algo de razón.

Yo, desde luego, con estos pelos de loca y este sinvivir tan malo que me traigo entre manos no sé si soy puedo ser ejemplo de nada –de nada bueno al menos- pero lo cierto es que también soy de las que se ve obligada a hacer cosas molonas más que generarles una infancia mágica al pelirrojismo, para fingir que lo pasamos muy bien y somos gente muy creativa, como cuando quiero sentirme Carrie Bradshaw y me pido un Manhatan en un bar cuando sé que sabe a rayos y yo lo que quiero es pedirme un vodka con red bull como una quinqui de bien.

Pues eso es lo que me pasa más o menos con la maternidad, que a veces se me ocurren ideas fabulosas de ésas que huelen muy bien pero que saben muy mal como hacer trabajos manuales con la pelirroja y luego todo es purpurina en las pestañas, pegamento en el sofá y recortes de papel charol en la boca de Cigoto o cuando es Navidad y pongo villancicos de Sinatra y montamos el árbol y al final todo son bolas rotas y burrito sabanero o cuando jugamos a las señoras y me quedo con media melena de menos atrapada en el peine de plástico fucsia de la Barbie Siempre Bella.

De ahí, que hace unos días se me ocurriera enseñarle cómo hacíamos antes –y cuando digo antes se me pone cara de vieja cebolleta- las palomitas de maíz y en lugar de la siempre cómoda –e insana, me da igual- bolsa de microondas, compré granos sueltos, dispuesta a disfrutar con el pelirrojismo de esta experiencia maternofilial.

No sé si lo que estropeó la mágica experiencia madre-hija fue el hecho de que me saltara una palomita hirviendo en el ojo, que al mover la olla para que se no quemaran, la tapadera saliera disparada y hubiera lluvia de palomitas por toda la cocina o que el pater estuviera a punto de perder tres cuartas partes de la pantorilla del golpe con efecto de la tapadera volando hasta el salón a la velocidad de la luz y a 200 grados centígrados.

Así que la niña acabó viviendo una experiencia más tipo Tarantino que Martha Stewart, pero ella estaba encantada de la vida comiendo palomitas achicharradas del suelo como si no hubiera un mañana… que se ve que la magia no siempre tiene que ser blanca. Hombre ya.

lunes, 14 de abril de 2014

Semana horribilis


La Semana Santa es una cosa muy mala. Sobre todo si vives en el centro y estás rodeada de recorridos oficiales, extraoficiales y oficiosos, casas hermandades, iglesias centenarias y parroquias con agitada vida pastoral. Y lo que es peor, dos millones de fieles fervorosos locos por plantarse en una esquina y quedarse allí hasta el día del juicio final sin dejar que nadie pase, ni aunque le esté dando un infarto de miocardio, que para eso llevan guardando el sitio dos horas con sus bocatas de salchichón y sus paquetes de atramuces –cuyas cáscaras escupen al suelo como llamas chilenas- como para que ahora venga un listo y pretenda dar guerra quedándose tieso antes de que pase la banda de música de Almogía.

Yo, personalmente, trato de huir de la Semana Santa, cerrar los ojos muy fuerte como cuando se te viene a la cabeza algún pensamiento horrible de ésos que me dan desde que soy madre -y me invento que estoy en un crucero y se hunde y tengo que tratar de salvar a los pelirrojos- para hacer como que me lo estoy inventando pero por mucho que los cierre, los tambores de los orcos se escuchan desde el salón y a la niña se le vuelven los ojos de la emoción y ya hay súplicas en bucle hasta que me gana por agotamiento.

También, antes de que empiece el frenesí, planeo atrincherarme tras el sofá hasta el Domingo de Resurrección, alimentándome sólo de mendrugos si hace falta y dejar pasar los días en silencio para que nadie me huela siquiera, pero claro, una tiene una familia, que es semanasantera como la que más, y por mucho que trate de hacerme invisible y esconderme haciéndome bola como una cochinita, mi casa tiene teléfono y portero electrónico y funcionan y, claro, no me dejan vivir.

Así que por mucho que lo intente, siempre acabo tirada en la calle a deshora, con la mala cara de Courtney Love, ensordecida gracias a la trompeta de plástico de la pelirroja que emite sonidos del inframundo, aplastada por tres millones de personas enfurecidas, controlando que la niña no se me despiste y acabe aplastada por un trono de tres mil toneladas y con un algodón de azúcar del tamaño de Brasil pegado en el pelo.

Si es que esto no es vida.

viernes, 11 de abril de 2014

Cosas tristes que molan cuando eres madre



Cuando una se hace madre y comienza el frenético malvivir sin descanso ni tregua ni tersura epidérmica, empieza a valorar algunas cosas que tenía antes de que le rajaran el útero y que entonces, cuando todo era libertad y frenesí, resultaban tareas horribles e ingratas o cosas que se hacían casi por inercia y que ahora se convierten en auténticos placeres inalcanzables. Como una torta de Inés Rosales, que es una cosa muy triste y muy de madre -de nuestras madres quiero decir- pero es ponerse una a dieta de carbohidratos y ver al pater comerse una o lo que es peor, una Maritoñi o una Pasta Flora y volvérsele a una los ojos de ansiedad como si fuera un Tigretón o un Bollycao de doble punta. Pues eso mismo.

1.- Limpiar. Sí, sí, sé que suena a algo muy triste pero cuando una tiene que limpiar entre pelirrojos gritones, con el maldito Reino de Acuática de fondo y corriendo como las locas porque toca bibi o baño o leer la P, el hecho de poder limpiar sola en casa, tranquila y relajada, con la música a tope y dejándote la garganta mientras pasas la mopa y ordenas armarios, es todo un placer. Una terapia diría yo. Que a ver, que entre esto y beber vino con las amigas, me quedo con el vino, no voy a engañar a nadie, pero que limpiar cantando por Sabina con el mango de la fregona no es ahora algo tan chungo.

2.- Ducharse. Obviamente, no odiaba ducharme, que otra cosa no, pero yo soy una muchacha muy limpia y aseada, mire usted, pero tampoco es que fuera una fiesta rave. Sin embargo, ahora y más desde que tengo pestillo, es uno de los momentos más molones del día. Poner el agua a punto de ebullición y colocar la cabeza debajo del chorro como si estuviera en una terapia para los nervios de los años 70’s es una maravilla indescriptible para una madre agotada sin fuerzas ni para pasarse la esponja.

3.- Ver un informativo. Entero y sin cortes. Ya no digo una película de Oliver Stone ni una serie de 40 minutos, digo un telediario, con sus tragedias y sus muertos y sus noticias políticas y su actualidad, que vale que a veces una se atraganta con tanta mala noticia, pero vamos vivir como vivo ‘very happy en mi árbol’ sin enterarme de nada, me genera mucha ansiedad, eso sin contar cuando veo un trozo ahora y otro trozo mientras le cambio el pañal a Cigoto y al final acabo mezclando historias como mi abuela y liándome un follón del quince.

4.- Depilarse. Igual no es tanto el placer de depilarme porque una tiene la piel delicada y una especial sensibilidad al dolor –que es como se les llama ahora los quejicas- y quitarse pelos duele y quien diga lo contrario miente o tiene los poros como cráteres lunares… pero el hecho de verme los ojos despejados y no como una anciana italiana con hirsutismo, le alegra a una la tarde. De las piernas de Macario ni hablamos, que una es una señorita.

jueves, 10 de abril de 2014

De compras y otros infiernos



Echar de menos que la pelirroja se dedique a lamer espejos cuando vamos de compras es una cosa muy triste. Básicamente porque eso implica, no que una sea una madre nostálgica, dios me libre, que tengo yo la casa como para estar nostálgica, sino que la niña tiene ahora un comportamiento aún más pernicioso para mi maltrecha salud mental que la lamida de espejos a destajo, que ya bastante me ruborizaba cada vez que la encargada de Zara me miraba con media sonrisa forzada, loca porque nos fuéramos para poder darle al cristasol con la ansiedad de la mamma.

Pues como reza el dicho, otros vendrán que bueno te harán y ahora la niña ya no lame espejos, ahora desaparece entre el gentío, no despistándose, no, sino quitándose de en medio a propósito para ver alguna prenda fluorescente que le haya llegado al alma y si es Zara, pues igual la puedo controlar, pero es entrar en un Primark donde siempre hay unos tres millones de personas –que imagino que están contratadas de atrezzo o no me lo puedo explicar- y perderse y yo como las locas de las películas de Antena3 cuyos hijos se pierden para siempre –pero que al final vuelven al vecindario adoptados por una familia y ellas los reconocen pero no saben cómo dirigirse a ellos en un drama muy grande de tres horas y cuarto-. Y la llamo y la busco con los ojos desencajados para verla aparecer viniendo hacia mí desde la otra punta del pasillo, con un jersey de lentejuelas especialmente diseñado para una fulana de carretera diciéndome ‘ezto ez lo que necezitaz para estar guapízima’ como si no hubiera pasado nada.

Y, claro, una entra en bucle de locura y le pega tres voces, la amenaza con todo lo amenazable y luego entra en razón –o finge entrar- y le explica lo peligroso que es perderse y todas esas cosas que hacen las buenas madres. Como resultado, la tengo llorando como si le hubieran arrancando una oreja, y diciéndome a grito pelado ‘mamá, pol favoooool, dame una oportunidad para compenzártelo’ en plan galán de telenovela venezolana.

Y claro, la gente nos mira, cómo no nos va a mirar. Y yo le digo a la niña que se calle o al menos que llore más bajito, pero ella ya está en bucle y no hay manera. Y mientras llora como si fuera Lydia Lozano en su época del caso Ylenia, va arrasando con lo que pilla, abrazada a mi cintura, no por sentimiento de culpa sino porque he amenazado con castigarla, que mi niña es muy práctica, y como no deja de explicarme a voz en grito y entre hipidos ‘que ez que yo lo que quería era buzcarte una ropa chulízima’ mirándome y andando de espaldas, acaba dejando a su paso un reguero de perchas y vestidos de nueva temporada y pisoteando a niños, mayores y ancianos, hasta tropezar con un maniquí y tirar la columna de los complementos sobre la mesa de los jerseys de hilo, mientras la encargada de la tienda me mira mitad con odio, mitad con compasión, recordando, como yo, que cualquier tiempo pasado fue mejor…  

miércoles, 9 de abril de 2014

Desastrosas


Ya hace tiempo que me resigné a la idea de que no iba a tener una niña fina. De ésas que me gustan a mí que tienen el pelo sedoso y lo mueven hacia los lados como si fueran modelos de Ralph Lauren y tienen una sonrisa profiden y unos andares de Grace Kelly que hipnotizan a cualquiera.

No de todo hay que culpar a la pelirroja porque yo tampoco fui una niña de ésas, qué más hubiera querido yo que ser una Minipreysler, en lugar de ser una preadolescente de cejas pobladas y con la agilidad de una octogenaria osteoporósica perdida, pero bueno, el tiempo jugó a mi favor y la cosa ha mejorado algo. No mucho tampoco, qué disparate, que yo sigo siendo de las que se mancha el vestido antes de cerrar la puerta del portal. Que hay cosas que nunca cambian.

Pues eso, que ya me había hecho a la idea de que la pelirroja no iba a ser como mi amiga Isabel María la rubia de la EGB, pero que igual poco a poco y a medida que fuera creciendo, tal vez se me quedaba a medio camino entre la finura y el desastre y hacíamos carrera de la niña.

Pues no. Ni mijita. De hecho, la cosa va de mal en peor. Y cuando sale de las clases de baile parece que acaba de correr la media maratón delante de una manada de ñus. Con la cola deshecha y todos los pelos en la cara, con los mofletes fucsias del esfuerzo, con la falda del uniforme retorcida debajo de la del baile, los leotardos por las rodillas y los zapatos del revés. Y por supuesto arrastrando la mochila, el libro de lectura y el abanico de lunares, con unas manos de suciedad que ni siendo carbonerita de Salamanca, mientras sus compañeras, salvo algún caso similar, bajan ordenadamente, con sus lazos perfectamente colocados en la cabeza desde las nueve de la mañana, perfectamente vestidas y con sus ropas dobladas en la mochila y, por supuesto, sin parecer que han salido de una mina boliviana.

Y así siempre. Da igual que después la meta en la bañera y me vuelva loca a esponjazos, le lave la cabeza, se la seque y le deje unos rizos perfectos con su moña de color rojo y su cara relimpia. Da igual que le ponga un precioso vestido de niña pija, que le suba los leotardos hasta fracturrale el perineo y que le apriete los zapatos hasta dejarle sin riego sanguíneo en los empeines. Antes de poder cruzar la calle ya tiene los leotardos caídos, los zapatos desabrochados, el pelo como si llevara dos meses encamada y el vestido para desinfectar por profesionales.

Pero vamos, que tampoco voy a culparla, que cuando llego de trabajar a las tres y media de la tarde, parece que tengo una enfermedad tropical la mar de mala, que está a punto de llevarme al otro barrio, con el maquillaje a roalones, el rimel a medio correr y la  sombra desaparecida en combate, dos carreras en las medias tupidas y los pelos como una réplica de Luis XIV.

Si es que la genética es una cosa muy mala.

martes, 8 de abril de 2014

Cigoto, nominado


Ya os he dicho alguna vez que Cigoto es un ser maligno que ha venido a acabar con los pocos segundos de paz que teníamos en familia, así que ha sido nominado para abandonar la casa. Así, a las bravas, porque una no puede vivir como vive en un mar de estrés pelirrojo y, mucho menos, el pater,que era un remanso de paz y de tranquilidad y ahora va como los locos, con los ojos fuera de las órbitas y la tensión in crescendo.

Por eso barajamos la idea de la adopción, pero al final nos ablandamos porque es darle una magdalena y verle sonreír de gigantoreja a gigantoreja con sus dos dientes de ratón y acabamos cediendo al malvivir. Además seguro que lo adoptaba mi madre –que he leído por ahí que las abuelas tienen preferencia- y al final me veía meciéndolo en las quedadas familiares. Como tengo yo la espalda y los nervios.

Así que hemos optado por una opción menos drástica y no, tampoco es la acogida temporal, porque para eso hay que cumplir unos requisitos y aunque yo estoy para encerrarme –y la pelirroja más- aún no se han dado cuenta las autoridades así que de momento vamos esquivando el asunto.

Por eso, nos hemos inclinado por mandarlo a la guardería. A que le dé candela a las pobres cuidadoras, cándidas ellas, con sus baberos de colores y sus sonrosadas mejillas, que no saben que el mal se cierne sobre ellas. Criaturas.

Así que ahora andamos buscando una como alma que lleva el diablo y no porque seamos muy exquisitos, que con el segundo, ya no hay exquisiteces que valgan, que con sobrevivir nos basta, pero es que no hay manera de encontrar una guardería medianamente cercana a casa –y cuando digo cercana digo que no esté en el África ecuatorial- y que tenga plazas libres para niños de un año, pelirrojos y malvados.

Y en eso estamos, recopilando documentación como si fuéramos a abolir una ley estadounidense, fotocopiando todo lo fotocopiable y solicitando padrones, nóminas, certificados de nacimiento y un montón más de papeles que se van acumulando en la mesa del despacho como si fuéramos los contables de Bárcenas.

Ahora sólo falta sobrevivir hasta septiembre que es cuando empezaría esta nueva andadura cigotil y, por supuesto, que me lo admitan, que parece ser que plazas no hay muchas y madres desesperadas, sí.

Pero vamos, que como no me lo cojan lo matriculo en el colegio de la niña y lo hago pasar por un niño de 3 años que nos ha salido bajito y que habla poco porque es un muchacho introvertido y con mucha vida interior, que cultivar el espíritu está ahora muy bien visto. Anda que no. Y como tampoco cuele, lo envuelvo en una sábana y lo hago pasar por un mapache salvaje y lo dejo en la puerta de la protectora de animales. La cuestión es tener un plan.

NOTA: El pasado jueves publicamos post en el blog del Planeta del Bebé... no os lo perdáis!!
Pincha aquí!




lunes, 7 de abril de 2014

Suegra sí hay más que una. 30.- La exbuena suegra


La exbuena suegra era la mejor suegra del mundo y de deshacía en cumplidos y ganas de agradar desde que te casaste y ya cuando tuviste hijos, fue la mejor abuela del mundo, lampando por quedarse con los nietos a dormir día sí y día no, ofreciéndose a pagar la mitad de la mensualidad del comedor y a llevar al niño a karate y a la niña a clases de ballet cada miércoles aunque eso le supusiera perderse su curso de lámparas Tiffany con otras jubiladas ociosas. Hasta que a tu cuñada, o sea a su hija, le salieron dos rayas en el predictor y se te acabó el rollo.

La exbuena suegra aparecía siempre que se la llamaba –como Verónica, la espíritu cuya leyenda nos aterrorizaba de mossuelas-, siempre dispuesta a echar una mano, hasta que su hija se quedó en estado de buenaesperanza y desde entonces ya no se le ve el pelo “entiéndelo, hijamía, es que mi niña está muy liada y un niño es mucho trabajo” como si los dos tuyos fueran réplicas robot que se le quitan las pilas y listo y no trabajaras ocho horas diarias con los ojitos güertos en una oficina, mientras su hija el máximo esfuerzo que hace al día es ir a hacerse la manicura “que es que no nos podemos dejar, cuñi”, te dice mientras tú vienes de regreso del ballet a las siete de la tarde sin haber comido todavía, con los pelos de la Duquesa de Alba y la cara desencajada, los dos niños matándose vivos en la parte de atrás del coche y sin fuerzas -pero con ganas- de arrancarle una a una sus nuevas uñas de gel.

La exbuena suegra te hacía cuatro tortillas, dos bandejas de sándwiches y tres empanadas en el cumpleaños de tus hijos, frita por facilitarte la vida y por llenarte la fiesta de carbohidratos, pero desde que tu cuñada la hizo abuela, no hay ni rastro de la manduca y en ocasiones ni del regalo de la niña “hijamía, que no he tenido tiempo, que es que esta semana me he quedado todos los días con la chiquitilla porque mi niña estaba muy nerviosa, pero vamos, ya le cogeré alguna cosilla”… mientras en el cumples de la nieta pródiga, paga el local, las viandas de un catering y una princesa de 40 años y vestido de noche de Olimara que hace espectáculo de magia y pinta las caritas de los hipnotizados invitados.

La exbuena suegra se pasa el día contándote lo pobre que está con esto de la crisis y te dice que al final no va a poder regalarle a tu niño el traje de comunión “perdona hija, pero ya sabes cómo está la cosa” pero al parecer la cosa no está tan mala como para comprarle a su nieta ‘laotra’ el vestido de cien euracos, con capotita y braguita a juego, los zapatos y la rebequita de hilo para la citada comunión, mientras a tu hijo, en su gran día, le endiña un libro de firmas con música y una minibiblia dorada made in China.   


Cada lunes, un nuevo modelo de suegra en ‘Suegra sí hay más que una’. Es hora de sacar la lengua viperina que Dios nos ha dado, criticar, desahogaros y puntuar a la vuestra con nuestra típica puntuación del 1 al 10… Yo me abstengo, que para eso mi suegra es un primor –y me lee jajjaja-, pero vosotros podéis dejaros la bilis… No sé por qué me da que va a haber muchos comentarios anónimos… A criticar!!! Y que no se ofenda nadie, que esto es para divertirnos!!

viernes, 4 de abril de 2014

Vicios insanos


Yo soy una mujer de vicios. De vicios legales, claro, que bastante pobre y asustona es una como para darse a los ilegales, que es lo que me faltaba para acabar con un ictus severo, como tengo yo la salud de delicada desde que me inicié en esto de la crianza de pelirrojos.

Yo no fumo ni bebo fuera de las fiestas de guardar –aunque en las de guardar lo doy todo, que no voy a engañar a nadie- me pirro por los carbohidratos, las palomitas de maíz, el Red Bull, la cocacolazero, las revistas, la telebasura y el respir. Y hasta aquí puedo leer.

Sin embargo, con esto de la falta de tiempo, una apenas si puede ver telebasura y no tiene ni un reality que echarse a la boca entre tanto baño pelirrojil y tanto potito y tanto baile español… y de revistas ni hablamos, que el otro día Cigoto se comió media portada de la Vogue cual cabra montesa y yo ni siquiera la había abierto todavía.

De los carbohidratos no tengo ni rastro en mi organismo porque en esta fulminante operación biquini/posparto no me dejo hincar el diente en nada que tenga un exceso de calorías, grasas o sabor, es decir, que sólo como matojos y proteínas y algún lácteo descremado en forma de cuajarón insípido.

De palomitas ni hablamos porque son una bomba para las caderas y no tengo el horno para bollos ni las pistoleras para más adipositos. Así que también quedan descartadas salvo día de bulimia intensa o película de crítica exquisita.

Así que si hago bien la cuenta sólo me queda la cocacolazero, el Red Bull y el Respir. Una ruina. Bueno, pues ni eso me dejan.

Yo no sé que es lo que imaginará la gente que lleva el Red Bull, pero cada vez que abro una lata –y mira que me tomo no más de tres a la semana- la gente me mira como si estuviera esnifando y acaba una con un sentimiento de culpa como si fuera una yonki de extrarradio.

Y luego está lo de ‘¿Otra cocacola te vas a tomar? Mira que las cocacolas sirven para desatascar tuberías así que imagínate lo que llevará eso’, todo mientras se fuman medio paquete de tabaco y miran con desaprobación cómo doy buchitos culpables como si me estuviera bebiendo un tequila triple en la puerta del colegio de la niña.

Pues ahora resulta que como no tengo yo problemas en mi día a día, me he animado a dejar el Respir, así a las bravas, aunque me suponga una semana dando bocanadas como un pez al borde de la muerte porque dice mi otorrino que eso es muy malo para el riego sanguíneo de la nariz, que se ve que es una cosa muy importante y yo las cosas importantes me las tomo muy en serio. Casi todas.

Lo cierto es que ya lo he dejado dos veces pero he vuelto a recaer como Lindsay Lohan porque es un vicio muy profundo esto de poder respirar, dándole esquinazo a la alergia y al infructífero y siempre desagradable agua de mar… Pero ir pegada a un inhalador como el pavo de la clase de las películas de adolescentes tampoco es muy glamouroso, ni mucho menos la cara de loca que se me queda cada vez que se me acaba en mitad de la noche o se me olvida en el otro bolso y me veo lampando por un chorrito de aire que me entre por los cornetes… Qué vida perra.
En fin, que el lunes mismo empiezo porque esto es como las dietas, que hay que empezarlas con cierta preparación psicológica para no abandonar a los tres minutos... y ya os contaré como me va la vida de exyonki.

Si es que ni vicios puede tener una. Con lo que a mí me gusta una adicción.

jueves, 3 de abril de 2014

Una hora menos



A mí el cambio de hora me desconcierta. Mucho. Y no sólo porque no lo entienda –como alguien intente explicarme lo de las horas de luz y si dormimos más o menos, le saco los ojos- sino porque me causa una especie de jet lag de pobre la mar de malo. Y digo de pobre porque no es como venir de la Polynesia, que si una tiene jet lag pues lo va pregonando por ahí para que todos sepan lo bien que vive  y, además es un precio mínimo a pagar por unas vacaciones de señora. El mío sin embargo, es un jet lag basura que no ha desembocado de ningunas vacaciones exóticas sino del cambio de las manecillas del reloj del salón. Qué tristeza más grande.

La cuestión es que no levanto cabeza y eso que la gente dice que es una cuestión psicológica. Y un cuerno. Que yo de lo mío no estaré muy buena, que nunca he dicho lo contrario, pero este agotamiento extremo y estas ganas de quitarse la vida a las seis de la mañana, antiguas cinco de la mañana, cuando todo es cuerpo del revés y shock multiorgánico, son tan reales como las ojeras que ya casi me llegan a la coronilla de esta profundidad tan oscura que están alcanzando.

Y es que levantarse a la misma hora, pero una hora antes, es una cosa que cuesta mucho, sobre todo si te levantas a las seis y media y ahora sean en realidad las cinco y media. Sí, las cinco y media. Porque a esa hora no hay nada bueno en el mundo, que ya lo decía mi padre cuando mi hermana y yo llegábamos a esa hora con las botas en la mano para no hacer ruido y la cara de pavor ante un inminente sermón. Y mi padre siempre ha sido un sabio para estas cosas.

Pero una no tiene bastante con estar al borde la muerte cada mañana, sino que tiene que soportar cada noche que los pelirrojos se declaren en huelga de sueño porque los biorritmos ésos no son tontos y si a los biorritmos les sumamos que hace un solano impresionante hasta las tantas -que hasta mi casa que es un búnker está iluminada- pues a ver quién consigue que la pelirroja se me duerma. Que es que el cambio de hora es una cosa muy mala.

Sin embargo los perracos no notan el cambio de hora para despertarse, y ya sea lunes, jueves, sábado o fiestas de guardar, tienen los ojos como platos a las siete y media. A las siete y media de antes y a las siete y media de ahora. O sea que aquí no duerme ni Dios. Y ahora menos que nunca. Vamos, que tengo el colágeno por los suelos. Con la necesidad que tengo yo de colágeno... Y de ir a la Polynesia.

Si es que no hay respeto por nada.

miércoles, 2 de abril de 2014

La hernia y otros desengaños


Ayer tuve una hernia. Bueno, en realidad ayer fue el día en que dejé de tenerla porque tenerla la he tenido una quincena. La última quincena del mes para ser exactos, porque de todos es sabido que una puede tener una hernia el tempo que le parezca oportuno y a mí una quincena me pareció el periodo hernial perfecto.

Todo comenzó en el embarazo de Cigoto el malvado, que me salió un bulto en el ombligo con pinta de hernia umbilical, pero fue nacer el caballero y desaparecer la bola y yo viví feliz hasta hace como una quincena, que empezó a molestarme esa zona y me acordé de la hernia. Y ya no hubo vuelta atrás. Herniada.Qué terror.

La culpa la tiene la mamma que siempre me decía aquello de ‘agáchate que no te vas a herniar’ cada vez que una se ponía perezosa en su adolescencia. Y claro, una cosa llevó a la otra y aquí lo tenemos, herniada. Como una maldición gitana.

Estar herniada es una cosa muy de viejos o muy de agricultores y yo, que quieren que les diga, pues como que no me identifico con ninguno de los colectivos, pero una no elige herniarse como quien elige un color de barra de labios, una se hernia y ya está. Cuánta tristeza.

Así que dado que estaba herniada, empecé a elucubrar como sería una operación de hernia porque lo más normal, digo yo, es que me quisieran operar y ponerme una malla de esas para contener que la cosa se vuelva a salir. La idea de la malla me daba pavor porque eso sí que es de enferma, pero luego pensé que igual me daba cierta reafirmación en la zona abdominal y empecé a verle color al asunto.

Lo que no me gustaba era la idea de que me operaran por el ombligo. Por el ombligo ni mijita. Que a mí no me toca el ombligo ni Bradley Cooper, que una es muy sensible y le tiene pánico al ombligo. Y cada uno gestiona sus miedos como puede.

Así que mejor pensé que me hicieran una rajita y que me durmieran sólo de media cintura para abajo, aunque la epidural no me hace mucha gracia, menos me lo hace aún la vomitera que me dio después del nacimiento de la pelirroja y no sé yo si esta vez me darían primperán en el suero...

Lo peor era el tiempo porque ahora me viene muy mal una operación, como tengo yo la casa… y con los roperos por cambiar con esto del cambio de estación y Cigoto con los gateos. Muy mal todo. Aunque igual la cosa no es de urgencia y puede una dejarlo un tiempo en stand by hasta que los niños crezcan un poco por si me da un yuyu con la anestesia y se me quedan huérfanos.

La parte positiva era el encame. Loca estaba por trincar mi mando con fianza y mi cama articulada. A nadie se lo iba a contar para no tener visitas ni bombones. Sólo cama articulada arriba y abajo y mucha telebasura.

Bueno, pues ahora resulta que voy a mi médico para que me diagnostique esta hernia que me tiene soseía desde mediados de mes y va y me dice que ahí no hay hernia ninguna. ¿Pero qué invento es ése? '¿Pero ha tocado usted bien? Toque otra vez', le dije en plan ansiosa porque a mí ya no me podían quitar mi hernia imaginaria con la de planes que había hecho al respecto… 'Señora -me dijo, yo creo que para herirme-, soy cirujano desde hace 30 años y lo único que tiene usted ahí son gases'.

Pues eso, que me han quitado mi hernia para endiñarme una bolsa de gases, con lo feo y lo ordinario que es eso.Vamos, que me niego. Que yo voy a seguir diciendo por ahí que lo que me duele es la hernia. Igual así hasta me libro de coger a Cigoto.

martes, 1 de abril de 2014

Más trucos para sobrevivir si eres (mala)madre


1.- Cómprate un disco duro multimedia y métele dentro todas las películas de princesas que haya en el mercado y todas las series de cerdas insoportables y mexicanas exploradoras con su mono asexuado, sienta a tu hija enfrente con una bolsa de gusanitos y dale al play. De nada.

2.- Dado que cada noche tienes que contarle un cuento con los ojitos güertos de cansancio y la cara de ‘me voy a desmayar en 3,2,1’, aprovecha e invéntate uno con moralina en tu beneficio. Así Cenicienta se puso mala y tuvieron que ingresarla en el hospital porque no comía pescado y no pudo ir al baile ni conocer al príncipe, Blancanieves no recogía sus cosas y los enanos se las robaron y la dejaron en la calle por cochina porque tampoco se lavaba los dientes y Caillou se quedó calvo porque nunca quería peinarse y se le cayeron los pelos. Pedagógico no creo yo que sea mucho, tampoco nos vamos a engañar, pero funcionar funciona y, mire usted, Piaget siempre me pareció un pamplina.

3.- Retrasa lo máximo posible el invitar a los amiguitos de clase de los nenes a los cumpleaños porque en cuanto abras esa puerta ya nunca la podrás cerrar y te verás cada fin de semana de fiesta infantil en fiesta infantil con tu cara de apio, tu estuche de Peppa Pig envuelto en celofán y tu minivaso de plástico de fanta de naranja. De Hacendado y sin burbujas, para mayor tristeza.

4.- Da igual que no seas escrupulosa: no compartas el vaso ni los cubiertos ni ninguna otra cosa que pueda portar y transportar los virus de tus hijos. Ellos pasarán la varicela como quien pasa un catarro y tú pasarás la gripe como si hubieras contraído el ébola y encima tendrás que seguir haciendo todo lo que haces cuando no te estás muriendo. Definitivamente, ponte a salvo.

5.-Ten preparadas varias excusas ingeniosas y explicaciones creíbles para cuando te asalten con preguntas incómodas cómo de dónde vienen los niños, por dónde salen, por qué se muere la gente y adónde se va y todos esos temas maravillosos que les encantan a los niños y que te dan ganas de hacerte la muerta... Probablemente, con estas cuidadas y preparadas explicaciones les dejaras más confusos que antes pero no se trataba de educarles sino de salvar el pellejo, que todo no puede ser.