El negocio éste de la crianza es una cosa muy dura y va
complicándose a medida que vas sumando niños al libro de familia y vas
cumpliendo años, que todo hay que decirlo, que una ya no se agacha sin quedarse
anclada en posición Quasimodo ni hay resaca que no le dure menos de tres días.
Pero lo peor de esto de hacerse madre, además de los
collares de macarrones y las estrías en las caderas, es que la maternidad todo
lo abarca y todo lo inunda y no hay ni un espacio libre en el que refugiarse y
poder fingir que una no es madre aunque sea por tres segundos. Ni siquiera el
baño, mire usted. Y así con el malvivir, una va perdiendo neuronas y rellenando
los espacios que éstas ocupaban por dosis ingentes de estrés del malo, vamos,
que una se va volviendo lerda y loca a partes iguales. Un despropósito.
Así tareas sencillas como arreglarse para ir a dar un paseo
son auténticas hazañas, que te llevan dos horas de media para finalmente salir
por el portal con el pelo como un nido de gaviotas, con los ojos a medio pintar
y la cara de loca de psiquiátrico de los 50 y encima no llevas el chupete, te
has olvidado la toquilla en el coche y no tienes claro a qué hora le toca el
biberón al nene.
Y claro, las no madres que van con su trenza de espiga y sus
labios coral te miran como si fueras un bicho raro que te gusta el malvivir,
porque todo el mundo sabe que dos niños tan chiquitos no pueden dar tanta
guerra como para ir por la vida con los pelos de Amy Winehouse.
Pues mire usted, sí. Que medio verano llevo con zapatillas
de loneta porque no tengo tiempo de pintarme las uñas. 'Anda, no te creo, pero
si eso son cinco minutos, mujer' y te dan ganas de apalearla con la silla hasta
que pierda el conocimiento, pero claro, qué va a entender la chiquilla si para
ella que se pasa cuatro horas en la playa tumbada en una hamaca, va a la
peluquería cada semana para repasarse, toma café durante dos horas en una
terraza y sale de fiesta todos los fines de semana hasta la amanecía, qué son
cinco minutos. El tiempo que tú tienes para ducharte, malpeinarte, pintarte
como el joker y, con suerte, echarte desodorante. Qué vida perra.
Así que lo mejor es unirse a otras madres agotadas y hacer
piña, primero porque ellas que tampoco logran orinar en la intimidad, te
entenderán y no sólo irán con tu mismo peinado de 'acaba de asaltarme una
manada de hienas salvajes', sino que el día que en lugar de pintarte en cinco
minutos mientras placas al nene para que no se suicide cabeza abajo el váter,
lo hagas en diez minutos, alabarán tu belleza y cuando logres combinar un
conjunto que, además, por un azar del destino, no lleve restos de potito ni de
palote, lanzarán un 'ohhh' al viento que te hará sentir estupenda aunque el
conjunto sea de 2002 y en realidad te siente como un tiro.
Y si empezáis una conversación fingiendo ser personas
normales, antes de poder decir dos frases, una se levanta a mirar al pequeño
por si se ha despertado y a decirle al grande que o se toma el colacao o caerán
sobre él las siete plagas biblícas y cuando el tema se reanuda, a la otra la
llaman de la guardería para decirle que se ha dejado el carro y que el niño ya
nunca se come el segundo plato y cuando vuelves a intentar coger el hilo, viene
la tuya y te anuncia que se ha hecho pipí encima, señalándote el reguero entre
las mesas.
Y al final no te enteras si fue tu amiga la que se acostó
con el novio y la pilló el casero o la que se acostó con el casero y la pilló
el novio o la que pilló al novio con el casero en plena faena, pero miras sus sus
ojeras, sus pelos a lo Mufasa y sus risas de loca y te sientes parte de algo.
Pues eso mismo me pasa aquí. Y sienta fenomenal .