miércoles, 28 de enero de 2015

El mal de ojo o cómo no actualizar jamás



'Lunes antes de almorzar una niña fue a jugar pero no pudo jugar porque tenía que planchar'... Pues eso es más o menos lo que me pasa a mí desde el viernes pasado pero no con la plancha, que en esta casa somos de la creencia de que la arruga es bella, más por necesidad que por devoción y vamos por la vida cual higos secos, sino porque cada vez que me disponía a escribir este post -bueno, en realidad era otro- una nube negra se nos acercaba y una catastrófica desdicha caía sobre nosotros, que ya os he dicho alguna vez que además del metabolismo lento tengo una tendencia chunga a la mala suerte. 

El primer motivo no era de mala suerte, sino que era de buena. Vamos, que el finde me iba a un hotel con su spa y sus relaxes con el pater y sin descendencia, para poder liberar estrés y dormir con la cara contra el chorro del jacuzzi. Y me fui, digo si me fui. Pero antes de irme, justo la mañana anterior, me pareció una buena idea pegarle una patada a la puerta -no en plan Hermano Mayor sino en plan son las 6:30 de la mañana y voy sonámbula por el mundo- y así como quien no quiere la cosa, me partí el dedo pequeño del pie bueno. Del que no me partí en noviembre, quiero decir.

Por suerte no me escayolaron, sólo me pegaron los dedos con un esparadrapo como si estuviéramos en el siglo XIX y a volar. Bueno, a cojear. Lo del spa bien, si no fuera porque coincidimos con una concentración de un equipo de fútbol croata y me vi obligada a lucir mis carnes blanquecinas en biquini delante de ellos, con lo poco que me gusta a mí el exhibicionismo en estas condiciones. Que ni relajarse puede una, leche.

Ya cuando llegamos el domingo, me decidí a sentarme con mi pie roto y mi relax en el cuerpo a escribir, pero la pelirroja me enseñó su libreta y sus mil tareas por hacer -que se ve que la niña está estudiando en Harvard y yo ni me he enterado- y sumas, restas, copiados y sinvivir. Y como colofón final fiebre pelirroja y diarrea infernal. No hubo tiempo de más que de dar apiretales, baños, poner termómetros y más baños. Y lavadora. Muchas lavadoras. 

Y el lunes a trabajar a la amanecida y al volver con los ojos temblorosos como Candy Candy, va el pater y me anuncia que está vomitando nivel premium y antes de terminar la frase amenaza con echarme una bocanada en la cara. Logro terminar curro que tenía en el ordenador con el tiempo justo de cuidar enfermos, poner lavadoras y desear la muerte.

El martes después de una noche de festival de tos, vomitonas y cagaleras, -yo no, que yo soy una señora que sólo se parte pies- me levanté a las seis y media y después de una maratoniana jornada laboral llegué a casa estrosaíta viva para encontrarme al pater y a la pelirroja al borde de la muerte y al hermanísimo hiperactivo saltando de mesa en mesa cual niño del Circo del Sol, hasta que perdió pie y se partió la frente, llenándose la cara de sangre como Carrie -la Bradshaw no, la chunga- y dejándome a mí al borde del infarto. De uno de verdad.

Viaje al hospital del pater, que es el valiente, y yo con la ropa aún de la calle con los brazos cruzados como una madre preocupada de la posguerra, amenazando a la pelirroja para que se tome el antitérmico y tejiendo una red de mentiras cochinas para que la mamma no se enterara del asunto, se volviera loca y decretara el estado de excepción.

Con un poco pegamento después y con las cejas de un transexual de los ochenta, Cigoto llegó a casa como si no hubiera pasado nada, pero el asunto nos dejó a nosotros como si los de la Naranja Mecánica nos hubieran hecho una visita a traición.

Y hoy (ayer para vosotros) y sin que sirva de precedente encontré un hueco entre redactar una solicitud formal para la inyección letal y la hora de los baños pelirrojos, y pude escribir este post. Ahí, con un par. Nuestra vida, de momento, sigue siendo horrible y el tuerto que nos ha mirado sigue partiéndose el culo de risa, pero al menos he logrado actualizar que no es poco. 

Y a partir de aquí sólo podemos ir mejorando... Espero.

lunes, 19 de enero de 2015

Subversión escolar



Odio los deberes. Mucho. Muchísimo. Y no porque me parezcan mal en sí mismos, que igual también, sino porque aunque yo era una niña empollona, loquita por hacer las tareas con mi bolígrafo de cuatro tintas y mi lápiz noris nº 2 y mi goma Milan y mi libretita limpita y ordenada, me ha tocado en gracia una pelirroja subversiva, insumisa y floja como ella sola que me saca cada tarde dos mechones de canas frente a la mesa del comedor.

Lo peor de todo es que me tengo que sentar a su lado con cara de institutriz loca para que no pierda el hilo y se ponga de repente a bailar zumba, y tengo que ver cómo tarda dos lustros en hacer una línea tarareando la canción de Los Pitufos o se planta en mitad de una frase porque ‘eztoy aburridízima’ como si yo estuviera en Pachá con un vodka en la mano…

Pero ahí no queda la cosa, que el hecho de pasarme cada tarde amenazando con castigos variados para que la niña descomponga números o haga la caligrafía es algo a lo que ya estamos acostumbrados para nuestro pesar y para el del pelirrojo aspirante que daría media vida porque le dejara tirarle un bocado a la goma; la novedad radica en que la pelirroja que vivía en su mundo de empanamiento sin fin está resultando ya no sólo ser más lista que el hambre sino una gamberra de primera división, a pesar de sus gigantoojos del gato con botas y sus rizos pelirrojos.

Así, lo mismo decide esconder la libreta en la caja del puzle de Frozen y fingir que no le han mandado deberes en una semana, que decirle a la seño que se la ha dejado en casa de la abuela que según ella vive en otra ciudad con tal de que no le pongan más tareas. Ahí es nada.

Y cuando descubro ‘la tostá’ y pongo cara de agente de la Gestapo y le pregunto con el dedo en alto, sacando la libreta de cualquier escondite, se hace la sorprendida sobreactuando nivel Sara Montiel, hasta el punto que me tengo que aguantar la risa y después de una sarta de surrealistas explicaciones, acaba aceptando su derrota y llora cual Magdalena no por el castigo ni porque la regañe sino porque ya nada la libera de hacer los deberes. Ni a mí tampoco.

Vamos que estoy por encubrirla frente a la seño y decir que las abuelas nos han robado todas las libretas. Igual cuela.

sábado, 17 de enero de 2015

Pisamonas amplía sus rebajas hasta el 22 de enero ¡Aprovéchalas!



Hablar a estas alturas de la calidad de los zapatos de Pisamonas es como hacerlo de las propiedades del Aloe Vera, que si no lo has oído ya es porque no estás en este mundo o porque la maternidad te tiene a medio gas, como a mí misma, que esto de la reproducción tiene más tarea de lo que cuentan…

Por eso, para esas madres que como yo no saben por dónde les sopla aire con tanto estrés y tanto malvivir y aún no han comprado en la fabulosa web de nuestros amigos de Pisamonas, volveré a contaros sus bondades para que os pongáis al día. Modelos de siempre y cuquísimos, diseños actuales y maravillosos, materias primas de primerísima calidad creando zapatos cómodos con los que los peques podrán hacer de las suyas y vosotros disfrutar de llevarlos hechos monerías y a un precio escandalosamente bueno.

Pues si eso no fuera poco, ahora están de rebajas y como son tan apañados, han decidido darnos un cuartelillo a las madres agotadas y han ampliado una semana más sus Rebajas Exprés hasta el 22 de enero, con descuentos del 15% en todos sus productos, lo que teniendo en cuenta que ya tienen precios fabulosos, es un rebajón digno de aprovechar para hacernos con un par de pares...

Es el período ideal para darte un capricho maternal y hacerte por ejemplo con esas botas chelsea de colores que son taaaan chulas…




o para ser práctica y comprar un par de zapatos colegiales para la segunda mitad de curso, porque no sé los vuestros, pero la pelirroja lo destroza todo y precisa renovar a mitad de camino… 





o pensar en lo que necesitaremos el próximo trimestre sin esperar a que llegue, como un par de botas de agua, que ya se sabe que nos esperan más lluvias...





o prepararnos para las bodas, bautizos y comuniones que están por venir y hacernos con unos zapatos de vestir como estas monísimas merceditas...



Y para terminar de animarnos, Pisamonas te hace los envíos y los cambios de talla de forma completamente gratuita ¿Se puede pedir más?

¡No lo dudes y pásate!
http://www.pisamonas.es/

lunes, 12 de enero de 2015

Cabalgateando



Hay gente que pierde la cabeza cuando bebe, con las drogas o con el exceso de carbohidratos. Yo la pierdo con la Navidad. Me idiotizo, pierdo riego sanguíneo a fuerza de jalar turrón Suchard y acabo haciendo cosas impropias de mí y de cualquier persona en su sano juicio, tirando de espíritu navideño y exaltación de la familia.

Así que tras una semana horrible de compras navideñas junto a dos millones de personas dopadas con algún medicamento radioactivo y energizante, que se llevaban la mercancía de las estanterías como si esperaran la tercera guerra mundial, dejándome siempre a dos palmos de conseguir hacerme con algo pero sin éxito, con el pie cual pez globo y la cara de demacrada como si hubiera vuelto del más allá, llegó el 5 de enero y cual madre entregada y lobotomizada decidí llevarme a la cabalgata, ya no a la pelirroja con su gigantobolso de Peppa Pig partiéndome las pantorrillas, que también, sino al pequeño terrorista pelirrojo, sacándolo de sus mazmorras y enfrentándolo al mundo exterior para que pudiera hacer de las suyas a plena luz del día porque, imagino, que me pareció una idea estupenda.

Con la Navidad pasa como con hacer actividades con niños. Todo huele mejor de lo que sabe. Y una se hace una imagen idílica en su mente con sus difuminados y su música de anuncio de compresas y luego llega la realidad, las cáscaras de altramuces en el bolso nuevo, las pestañas pegadas de algodón de azúcar y los ojos desencajados de las órbitas para que no se te escape ningún niño, porque a estas cosas se va en pandilla. Sólo dios sabe por qué.

A día de hoy aún no sé si hubiera sido mejor no alquilar las sillas y verlo entre la muchedumbre ansiosa y muy loca por conseguir tres caramelos de ésos que te arañan la lengua y saben a rancio, pero lo que sí sé es que la opción elegida no era ni la mitad de relajada que imaginaba.

Las sillas estaban tan pegadas entre sí que prácticamente estaban montadas unas sobre otras, por lo que el culo de la señora de al lado estaba sobre mi cadera, lo que no la coartaba para ponerse de pie a aplaudir y luego dejarse caer cual bomba atómica sobre mi persona para buscarme un hematoma terminal o una fractura severa. Para colmo, los padres y abuelos caraduras que estaban detrás aprovecharon para meter a sus hijos en el espacio entre filas, por lo que me vi con una pandilla de preadolescentes con flequillo a lo Ronaldo y cara de futuros yonkis justo delante, por lo que tenía que girar la cabeza nivel niña del Exorcista para poder ver alguna de las carrozas de los chinos que iban desfilando completamente descompasadas. Todo esto, mientras la pelirroja se partía la cara con los primos para ver quién había cogido más caramelos, entre empujones y violencias callejeras, los niños me pisoteaban los empeines desollándome viva por tres caramelos de limón desenvueltos y mi tía me amenazaba con una bolsa de bocadillos de queso, mientras Cigoto me maltrataba nivel Hermano Mayor para escapar de mis brazos y lanzarse al maravilloso mundo gourmet de las colillas aplastadas y las cáscaras de pipas barbacoa.

Tres veces lo solté a petición de mi hermana, que es hippie desde que leyó que era mejor que el bótox para la piel, y tres veces tuve que salir corriendo a buscarlo dos kilómetros más allá mientras media fila lo jaleaba y Cigoto levantaba el brazo como Rocky, sabedor de ser una estrella del mal, mientras su madre daba culazos a los asistentes, agachada como si hubiera tenido un ataque de lumbalgia aguda para que la gente pudiera ver a los tres reyes falsones con trajes de cuatro pesetas y trincar al pelirrojo antes de que cogiera el metro rumbo a un piso franco.

Después de tres carreras, dos millones de pisotones y tres cardados de pelo por los tirones que me regalaba de cuando en cuando una anciana que tenía detrás con pinta de desvalida que creía ver caramelos en mi cabellera, la cabalgata dio por terminada al mismo tiempo que mi cordura, sobre todo cuando se recompuso la banda familiar, con la mamma, mi tía y mi primo que se habían ido perdiendo por el camino y nunca llegaron a la cita, así que venían con fuerzas renovadas y con la firme intención de ir a tomar chocolate con churros a la cafetería más abarrotada del centro de la ciudad.

Y así fue como envejecí otros cinco años.