lunes, 19 de octubre de 2015

El futuro ya está aquí o el regreso de Marty McFly


El miércoles Marty McFly llega al futuro y yo, que no sé ni por dónde me sopla el aire, tengo la fecha grabada a fuego como la del cumpleaños de mi amiga Carolina que no veo desde segundo de parvulitos y que estuvo en mi vida 25 minutos, pero mi mente va por libre y prefiere olvidarse de las capitales del mundo y quedarse con la fecha de la muerte de Rocío Jurado. Una es así. Majara.

Pues con esto de la llegada al futuro en la que llevo pensando varias semanas, he caído en la cuenta de que no vamos a estar a la altura, vamos, que somos un futuro ruinoso sin monopatines a propulsión, coches voladores ni na de na. Un despropósito. Con la ilusión que nos hacía pensar en 2015 como si ya hubiéramos conquistado el universo y fuéramos de compras a Marte como si fuéramos al Primark, pero no.

Entonces me percaté de que si para Marty McFly el miércoles es el futuro para la versión infantil de mí misma con cara de refugiada -por culpa de los pelados a los que me sometía mi madre-, también. Y me acordé de todo lo que yo esperaba para mi futuro, que igual no incluía condensadores de flujo, pero sí una vida molona de súper ganadora de pelo frondoso y vestidor de 200 metros cuadrados.

Se supone que a estas alturas yo tendría que ser una periodista súper reconocida mínimo del Times, porque por supuesto hablaría inglés mejor que la reina madre, ganaría mucha pasta y tendría publicadas al menos tres novelas de éxito, de esas que la gente hace cola para comprarlas, viviría en un loft de lujo con mesa de billar y una cinemateca con toda la filmografía de Bette Davis y la Crawford y Bergman, tendría una talla 38, una piel fabulosa, un armario hasta arriba de bolsos de firma y una agenda repleta de citas para ir a ver obras de teatro, estrenos de cine, cenas en restaurantes molones, juergas sin fin, viajes exóticos y retiros en una casa de campo de la Provenza.

Cierto es que tengo el TCM clásico y ayer mismo pude ver casi 20 minutos enteros de Bajo Sospecha mientras la pelirroja bailaba por Beyoncé dándome culazos en la cara y el aspirante se comía un paquete de tizas en mi regazo, pero en casa somos más de ver ‘Mails del futuro’ y ‘Caillou’. Vale que mi casa es chula y tiene mesa de billar, pero que está pocilguera y repleta de fichas de juegos, billetes del monopoly, vestidos de la barbie llenos de rotulador y cartas de pokemon mordisqueadas y lo mismo te encuentras una pierna de la Barbie bajo la almohada que un lollypop chupeteado en tu blazer nuevo, pero preferimos gastar nuestro tiempo en jugar y reírnos o en hacernos los muertos en el sofá mientras la pelirroja nos lee cuentos. No tengo un Vuitton ni un Loewe, pero todos mis bolsos tienen restos de gusanitos y cartas de amor que me mete la pelirroja para que las descubra en el trabajo. Cierto es que no soy famosa y que dejé el periodismo a ful, pero ahora tengo un trabajo que me permite estar en casa por las tardes y gritar como un moranco y hacer la croqueta por el salón con Cigoto hasta la hora de cenar. No es que no descanse en la Provenza, es que no lo hago en mi cama porque hay pìernas y brazos y empujones por todos lados, pero también hay besos y arrumacos y juntarnos mucho para dormir los cuatro en una locura de manitas regordetas y respiraciones calentitas.   

La verdad es que esta vida que tengo no se parece absolutamente en nada a la que soñaba que tendría. No hay lujos, no hay tiempo, no hay suficientes horas de sueño, no hay tanta vida social, ni fiestas, ni soy famosa, ni una escritora de éxito, ni me caben los vaqueros de la 40, ni tengo pelazo, ni he heredado la piel de mi madre, apenas tengo tiempo libre, ni me queda pasta para ahorrar para un viaje a Bali, voy con la manicura hecha un asco y se me cae el pelo, cada día tengo más cejas y menos tiempo para arreglármelas, se me acumulan los libros por leer, no llego a tiempo a ningún sitio y no hay ni un solo día que no grite enfadada rompiendo la barrera del sonido, pero creo que si mi yo infantil de cara de refugiada me viera ahora, se sentiría orgullosa de mí. Y de vosotras también.

Este futuro mola.

lunes, 12 de octubre de 2015

Así(n) no se puede o cómo morir de vergüenza en las reuniones escolares



Me van a quitar la vida. Cierto es que desde que entré en el negocio de la crianza una ha bajado el nivel hasta términos insospechados, vamos, que si ahora mismo me pegara a la puerta Ryan Gosling con un ramo de flores, no le abría la puerta por miedo a que me denunciara a las autoridades y Sanidad me acabara cerrando el salón, pero en las cuestiones que mínimamente aún puede controlar una –que es el trabajo y poco más- soy una chica empollona, qué le vamos a hacer. De ésas que entregan los informes y los artículos dos días antes de la fecha de entrega, que van siempre con dos bolígrafos por si uno se estropea y muere de un colapso si comete un error laboral. Imagino que de ahí el sufrimiento de ver que mis vástagos son dos desastres con patas, que lo mismo me esconden los deberes que me refriegan un filete empanado por el televisor o me vacían una pomada en el sofá en la mochila de la guardería.

Que a ver que una conoce a sus bestias, pero siempre reserva la esperanza de que allende las fronteras del cuidado maternal sean gente de bien con cultura del esfuerzo y capacidad de trabajo, que de sueños también se vive mire usted.

Pues no. Ni mijita. Hace unos días tuve las reuniones escolares de principio de curso y no me echaron de la clase por caridad.

La primogénita estrenaba seño y aquello era una oportunidad de quedar bien, que quien no la conoce y la ve con su gigantolazo y su cara de muñeca antigua la toma por una niña ejemplar pero claro, la muy picarona de la maestra nos puso la reunión después de varios días de clase, vamos, que ya había tenido tiempo de descubrir el pastel.

Ya no voy a hablar de los pupitres de los otros niños con sus fichas ordenadas en las carpetas ni de los papeles de la pelirroja hechos bolas y aplastados por las libretas llenas de tachones sino de que cuando terminó la reunión y las madres se fueron acercando a hablar con ella, a todas les decía, ‘sí, sí. Es muy charlatana pero también muy trabajadora’ o ‘le cuesta un poco, pero se esfuerza mucho’ o ‘tiene muchas ganas de aprender’ hasta que llegué yo con mi cara de buenamadre fingida, que para eso me hice hasta la plancha, y nada más decirle quién era la mía me puso los ojos en blanco como Whoopi Goldberg en Gost y yo no sabía si es que iba a tener una revelación divina, una bajada de azúcar o si había sido poseída por la madre fundadora del colegio, con el miedo que me dan a mí estas cosas, así sin avisar ni nada. Pero no, cuando volvió en sí negó con la cabeza como cuando mi madre me veía vestida para salir de fiesta y me dijo no sólo que a la niña le gusta trabajar menos que a Dinio, sino que se distrae con la sombra de una mosca, vamos que cualquier cosa que no sea la ficha merece toda su atención. Y allí una con su plancha hecha, rindiéndose ante la evidencia de que este ciclo tampoco engañábamos a nadie. Y por si no fuera poco el hecho de tener a una niña floja nivel ojos en blanco, se me castiga con un ‘tiene que leer mucho y hacer muchas tareas y fichas y dibujos…’ y entonces la que ponía los ojos en blanco era yo, pero para adentro, claro, que para fuera fingía como si fuera la hermana de Paloma Cuevas para que la seño no se coscara de que detrás de la pelirroja fullera que prefiere hacer tachones a borrar, está una madre desastre que compra los disfraces en el chino y le da donuts para desayunar. De chocolate.

Pero aún me quedaba la esperanza del benjamín, que como la criatura se nos está criando solo como buenamente puede, igual nos daba una sorpresa escolar y estaba en el cuadro de honor de la guardería así a lo tonto, y me iba a poder poner las perlas de señora en la graduación con la entrega de diplomas y lanzamiento de birretes. Pero no. La señorita no me puso los ojos en blanco, de hecho no paraba de reírse contándome anécdotas de Cigoto, que digamos, es el masca de la clase, pero no el que va a leer el discurso de apertura del curso escolar porque de hecho es de los pocos que aún no habla, sino que es el que acabará con tres pendientes y una chaqueta de cuero, pobrecito mío, con las canijeras que tiene.

Según me contaron, se niega a sentarse casi todo el tiempo, sobre todo en la asamblea que al parecer eso es como de borregos para mi hijo que es muy antisistema, quien además se dedica a levantar a los demás y a llevarlos al reverso oscuro, que es el lanzamiento de piezas de puzzles educativos e intentos de fuga al patio., mientras la pobre seño se entrega a la lectura del proyecto educativo. Que a ver, que no es por justificar al niño, pero si yo tuviera que verle la cara al Pompito ése, que es la mascota de la clase y del libro que es un payaso feísimo, falsón y ochentero, también me daba a la subversión.

Y luego estaban las madres, las mayoría primerizas, imagino, preguntando por frutas y yogures, mientras yo preguntaba por las fiestas y los disfraces y ellas contando cosas del tipo ‘Mi niño todos los días me cuenta lo que ha hecho en el cole y si juega con uno o con otro’, ‘Pues la mía está loca con Andrea y siempre me está hablando de ella’, ‘Pues el mío cuenta hasta el diez’… y así todas mientras yo asentía para sentirme partícipe cuando el mío sólo chilla como un japonés malo de los nervios y con suerte me escupe a la cara ‘Peppa Pig’ dos veces por semana. Qué vida perra.

Total, que no hay manera de ir por la vida de madre ganadora, con lo que me gusta a mí un postureo.

lunes, 5 de octubre de 2015

No me da la vida o alegato a favor de la clonación humana



Yo soy de las que hace muchos propósitos, imagino que para fingir que así lo tengo todo controlado porque quien tiene un plan tiene medio trabajo hecho, aunque el otro medio no lo haga nunca, que todo no puede ser. Hombre ya.

Por eso yo, con la llegada de septiembre me había venido arriba y pensaba ser una mujer renovada, empleada del mes, madre perfecta y esposa amantísima, pero ha sido correrse la voz y tengo más tareas que un alumno de Bachillerato, vamos, que entre lo que me dice la Vogue, el jefe, el endocrino, las maestras de los pelirrojos, el médico de cabecera, la mamma y el primo hermano de la vecina del quinto he perdido el brillo en los ojos y me he apuntado para que las autoridades me concedan una muerte digna ante esta nueva vida que ni es vida ni leshes.

Según estas indicaciones, lo suyo es que me levantara antes de que suene el despertador a las seis y media porque levantarse por uno mismo es siempre mejor para el sistema nervioso, así que lo suyo será dormir con un ojo abierto para conseguir arrancar unos quince minutos a las cuatro horas de sueño que con suerte hilvano y en la que me despiertan de tres a cuatro veces con aguas, mocos, miedos y agresiones físicas infantiles como patadas en los lumbares o lanzamiento de brazos en el jeto.

Nada de café, ni cocacola, lo suyo es que con el cuerpecito cortado te bebas un vaso de agua caliente con limón porque si no, al parecer estás condenado a una muerte segura, luego desayunas un pomelo y pan sin sal y te duchas con agua casi fría para reavivar la circulación, te maquillas y te pones mona para ir a la oficina. Y cuando digo mona digo siguiendo los outfits de las revistas o los blogs de moda o estarás out y estar out es una cosa muy terrible.

Luego vete al curro y rinde mucho que hay que luchar por un ascenso aunque no lo quieras porque la ambición es también una cosa importantísima porque a ver si no de qué iba a estar Clara Campoamor dándolo todo para que tú no quieras ahora un despacho más grande, desagradecida.

Cuando llegas a casa con las piernas colgando y la malacara de Gollum, hazte una comida sana e insípida que no vea tu endocrino que has tirado de carbohidratos sinvergüenza, no vayas a coger un poco de energía con lo buena que están las espinacas hervidas y lo buenas que son para el colon… Y con el último bocado en el gaznate ponte a hacer los deberes con la niña, que te ha dicho la maestra que tenéis que colaborar, esto es que tú haces de profesora suplente en casa, pero ella no te barre el salón, que cada unos establece las colaboraciones como quiere.

Así que tengo que sentarme con ella clavándole las pupilas para que haga los deberes mientras repaso la lista de la compra que tiene que hacer el pater por la mañana y limpio la mesa al mismo tiempo que le explico las restas conllevadas, los conjuntos y la santísima Trinidad. Y además dice la seño que hay que traducirle los contenidos de sociales y naturales porque son en inglés y no quiere que se pueda ver perjudicado el contenido de la asignatura, que me parece muy bien, pero no está una para traducir las partes de una flor y las etapas de la Prehistoria como tiene el salón y los nervios. Pero ella dice que no tiene tiempo con sus veintitantos niños que se ve que tú, mujer, te organizas mejor.

Así que traduzco con mi inglés pueblerino mientras obligo al benjamín a dibujar para facilitar el trazo óculo manual, que dice su seño que es tema vital, aunque el niño lo que quiera sea comerse la cera y/o dejar tuerta a la hermana.

Tampoco nos podemos entretener mucho porque la niña tiene que ‘esparcirse’ e ir al parque pero también leer una media hora al día, así que podemos ir al parque arrastrándonos con nuestra dieta hipocalórica y nuestra cara tipo muñeca de Tim Burton para que la niña se esparza pero que se esparza leyendo aunque se abra la cabeza contra el tobogán y Cigoto coquetee con el suicidio en la barra de los mayores mientras hace ejercicios bucales de quince minutos a media hora diaria para que alcance una buena dicción en su vocabulario de cuatro palabras.

Y hay que volver a casa porque el pequeño tiene que hacer Yoga, no, no es una broma, que mi guardería es muy progre, así que mientras lo pongo en la postura del loto, hago flexiones que dice mi endocrino que no pierdo porque no hago deporte, así que me flexiono mientras el pequeño se reordena los chakras en el salón y la primogénita me cuenta lo que ha hecho en el día, que hay que hablar con los niños, sin interrumpirles ni terminarles la frase que eso está muy feo, así que mientras hago sentadillas, me puede ir repasando las intrigas palaciegas del patio del colegio o las propiedades mágicas de una canica con un desconchón que se encontró en el parque con dos millones y medio de gérmenes.

Y si aún no se me han parado los órganos vitales en seco, aún me faltarían los baños relajantes, las cenas sanas y tranquilas sin presiones pero sin que se dejen nada en el plato, que dice la pediatra que soy muy permisiva, jugar un rato antes de dormir, a ser posible haciendo un puzzle o algún juego educativo y acostarlos con un cuento antes de las diez. Luego, tener un rato para hablar con el pater y mantener viva la llama del amor, ver alguna serie de culto y leer a García Márquez o el poemario de Luis Alberto de Cuenca, que es premio nacional de poesía y hay que cultivarse aunque una ya no tenga neuronas ni para leer la receta del Apiretal.

Pues eso, que no me da la vida.