lunes, 26 de diciembre de 2016

¡FELIZ NAVIDAD!

Sí, soy lo peor, pero es que con esta bimaternidad tan mala, el curro que no cesa,las fiestas infantiles,  las compras, las luces, los chocolate con churros, la familia, los amigos, Papa Noel, los Reyes, la Nochebuena y el bullicio eterno, no tengo tiempo ni para morir en una esquina, así que como veréis he estado un poquillo flojilla por aquí, mea culpa, pero es que no me da la vida... pero prometo ponerme las pilas a la vuelta de las vacaciones, que ya sabéis lo que os amooo...

Entretanto, os dedico nuevamente este post de Navidad del año pasado que lo resume todo. ¡FELIZ NAVIDAD, AMORES!!


Puede que tu niña sea la más despeinada de la clase, que tengas la casa hecha un desastre y haga demasiados días que te acuestes en una cama sin hacer. Que los bizcochos nunca te suban. Puede que en tu trabajo no seas la primera y haya mañanas que quisieras reventar la oficina con un bazoka.

Puede que te pases cinco días a dieta extrema y que al sexto te comas dos cajas de galletas oreo. Puede que a veces seas un desastre y creas que nada te sale a derechas y a veces sea verdad. 
Puede que a veces seas bipolar y te plantees hacer justo de lo que ayer renegabas y que mañana reniegues otra vez. Puede que tengas el pelo de loca y no tengas tiempo de hacerte la plancha y que cuando lo tengas, no tengas ganas y que cuando las tengas, se te acabe erizando al minuto y que nunca tengas la melena que se supone que debías tener. Ni la melena, ni el cuerpo, ni la postura ni la tersura epidérmica.

Puede que la cagues y metas la pata. Puede que a veces te enfades más de la cuenta, que la vida se te ponga cuesta arriba y maldigas hasta al último elfo del Polo Norte. Puede que tus niños no saquen sobresalientes aunque te pases todo el día repasando las tablas con ellos y que sean los más cafres del parque.

Puede que no llegues a fin de mes por mucho que ahorres y que se te acumulen las facturas impagadas y las tareas pendientes. Que prometas a tus amigas cuidarte más y ni siquiera te eches el sérum que te regalaron porque por la noche ya no te quedan fuerzas en los brazos y hayas perdido la cuenta de las siestas por echar.

Puede que no seas cool, que a ti el rollo casual te haga parecer una mendiga, que no te sienten bien los labios fucsia, que no te guste el gin tonic. Puede que nunca cumplas las listas aunque quieras hacerlo, que no tengas tiempo de casi nada y que se te olvide comprar el pan, el traje de pastora o la vela que hay que llevar mañana al colegio para la procesión de la Virgen niña y tengas que inventarte otra excusa para que la señorita no te mire mal.

Puede que creas que no llegas nunca a ningún sitio y que te castigues por no ser omnipresente pero ¿sabes que te digo? Que dejes de castigarte porque lo estás haciendo muy bien. Que tienes hijos y eres capaz de levantarte siete veces por noche y acurrucarte con ellos bajo las sábanas y quitarles los miedos de un plumazo, que no tienes fuerzas para sérums pero nunca te han faltado para mecer a tus bebés y consolarlos de sus cólicos y sus males o vitorearlo en un partido de fútbol hasta quedarte afónica, que vas cada día a trabajar y rindes como la primera aunque no hayas pegado ojo, que no dejas de intentarlo, que sonríes a los vecinos en el portal y lloras con un anuncio bonito, que siempre estás ahí para consolar a un amigo, que igual no pagas todas las facturas a tiempo, pero nunca te falta para comprarle un helado al peque, que lloras y empiezas de nuevo, que te cansas pero nunca te rindes, que bailas en el salón y te saltas la dieta cuando lo merece aunque nunca te acabe cerrando el pantalón, que te armas de paciencia para explicarle a la nena las decenas y celebras su aprobado como si fuera un Nobel, que a veces no llegas porque te detienes a oler las flores del camino y no lo sabes, pero eso es lo que te hace especial. No lo olvides nunca y quiérete mucho porque yo ya te quiero. Y lo más importante, me gustas un huevo.
Feliz Navidad 

lunes, 5 de diciembre de 2016

Recordando cartas de Reyes

Pensaba escribir el post de hoy sobre la carta de los Reyes Magos que hemos escrito este fin de semana aprovechando la tromba de agua malagueña que nos tiene confinados en casa viendo Toy Story en bucle, dejándome hacer trenzas, que más que trenzas son coletones de rasta con nudos como puños y estudiando inglés a destajo para desgaste de mis tres neuronas. Y en eso estaba cuando me he encontrado este post de 2013 con la carta que la pelirroja le hacía a los Reyes y me he reído tanto recordándola que no me queda otra que compartirla again. Era tan chica... El lunes os pongo la de este año en la que incluye, entre otras cosas, un bebé de verdad, un sujetador rojo y unos tacones de punta. Menos mal que los Reyes no existen o ya me veía haciendo de abuela a mis 38 y mientras, mi hija díscola con aires de mujerzuela de extrarradio pasándose las noches de alterne. Un sin diós.

Remember 2013:
No sé cuántas cartas a los Reyes hemos escrito ya, ella me dicta y yo lo copio y luego le hace dibujos, pega caras de las Monster High y le echa pegotes de purpurina sobre las letras y la empapa hasta que está ilegible y pegajosa. Como si fuera nuestra nueva tradición navideña. Ésta la hicimos ayer y no puedo resistirme a colgarla. Está transcrita de manera literal aunque omitiré las z para que podáis entenderla… aunque ya aviso que está complicado.
 
Hola, Reyes Magos, por favor, me traes todos los regalos que te digo
 
Un micrófono grande pero con un cacharro dentro que hable muy ‘juelte’ como el que tenía Carmen pero un poco diferente y con brillantes. // Lo del cacharro dentro me entusiasma pero lo de ‘que sea igual pero un poco diferente’ me deja muerta.

Un micrófono de mentira ‘para pequeñinez’ para morder para el hermano pero que sea de mentira o que hable un poco ‘juelte’ pero no muy ‘juelte’ para que no despierte a los vecinos. // La idea era que no sonara pero se ve que luego le dio pena del hermanísimo y accedió a que también tuviera un cacharro dentro pero éste que no hable ’juelte’ porque una cosa es que los vecinos la escuchen a ella y a su voz angelical y otra al hermano que ni entona ni ná.
 
Un cesta de juguete con comida de mentira pero que parezca de verdad para hacer picnic y que traiga ‘chalchichas, tarta de freza y musha zanahoria’, que no se pueda comer pero que si se come un poco no te mueras por si el hermano la chupa. // Sin duda, una ‘chalchicha’ de mentira que matara al hermano sería peor idea.

Unos platos, que sean de verdad pero que no se rompan sólo si se caen al suelo mucho rato y los pisas. // No tengo muy claro por qué una vez rotos hay que pisarlos. A no ser que seas fakir, claro.

Unos tenis para pintar. // No me queda claro si quiere pintar los tenis o si lo que quiere son unos tenis para pintar con las acuarelas a modo de uniforme mitad artístico mitad deportivo. Investigaré.

Un libro de flor para plantar flores y lechugas y uno de princesas que sea corto pero un poco largo para que dure muchísimo tiempo y no me duerma nunca. // Me niego a plantar nada en cuya tierra puedan nacer lombrices y menos lechugas y me niego de la misma manera a comprar cuentos largos para pasarme dos horas cada noche relatando a la luz del móvil con la espalda como el Pozi.

Una silla para entrenar para papi. // Aunque en un primer momento parezca un acto de bondad, en realidad es un golpe bajo porque deja claro la necesidad del pater de hacer deporte, pero es benévola y le deja hacerlo en una silla. Algo es algo.

Un bolso precioso de colores y purpurina para mamá y grande para meter mi maletín de doctora. // Ya sabía yo que había trampa y que el bolso de colorines y purpurina que ya era horrible de por sí, venía con intenciones ocultas… pero al menos no implica sudar como la ‘silla de entrenamiento’ del pater.

Una muñeca de cabeza de las que no tienen manos ni pies ‘ni cuelpo’ sólo ojos y boca y pelo y que sirven para pintarlas. // Después de quedarme horrorizada durante unos minutos ante la idea de una muñeca desmembrada que sólo tiene ojos y boca y pelos, entendí a lo que se refería y no veo la hora de que alguien que no seamos mi melena y yo suframos con su terrible vocación peluquera. 

lunes, 28 de noviembre de 2016

Pasados por agua


La lluvia, como el ventolín o las manualidades, es uno de los peores enemigos de las madres, imagino que no para las irlandesas acostumbradas a estos asuntos, pero para mí que no tengo capacidad para sostener un paraguas sin mojarme la espalda a goterones y taladrarle los ojos a los transeúntes, y que voy con dos pelirrojos dementes, lampones por saltar en charcos y pillar una pulmonía, el tema se complica mucho. Pero mucho.

Luego está el asunto éste de haber perdido la cabeza, de no medir las consecuencias ni los metros y huir hacia delante siempre. Ante la duda, correr, aunque lo que haya enfrente sea un dragón de dos cabezas.

Así el otro día, que el cielo estaba gris tirando a negro tizón me lancé a recoger a los pelirrojos del comedor sin un paraguas que echarme a la boca ni un impermeable ni un na. A lo loco, que total eran quince minutos y no creía yo, oh ingenua de mí, que fuera a llover. Así que trinqué el carro del hermanísimo y enfilé el camino al colegio, como siempre sin aliento que una tiene ya una edad para el ejercicio físico y el estrés de llegar siempre tarde y poco después de torcer la esquina, empezó a llover.

Una persona normal se hubiera dado la vuelta, pero yo y mis neuronas fritas por la maternidad seguimos hasta el colegio para llegar a la puerta hecha una sopa. Llegados a este punto, la persona normal se hubiera quedado en el colegio a esperar, hubiera llamado un taxi o se hubiera sincronizado los chakras a cobijo, pero yo ante la duda, cogí a los pelirrojos y me tiré a las calles donde llovía tanto que ni se veía.

Yo no sé por qué hago estas cosas, es como cuando me mato a verduras crudas y por la noche me zampo un donuts. Imagino que todo empezó con la primera contracción y el apagón neuronal, la cuestión es que me pareció una buena idea lanzarme a la aventura con los dos pelirrojos llenos de tomate, con un solo miniparaguas de las Tortugas Ninja que le habíamos mangado a una madre del cole y con el carro empapado nivel fiesta de la espuma.

Y nos lanzamos calle abajo, tragando agua como en natación, el niño llorando amargamente porque quería bajarse del carro y navegar en los charcos y entre quejidos de dolorosa, tragaba dos bocanadas de agua de lluvia y se lamía los goterones que le caían del flequillo porque meterse bajo la capota era para él lo más parecido a la muerte.

La pelirroja que era la única que llevaba paraguas iba la más mojada de todos. Con su desparpajo habitual se iba metiendo en todos los charcos, si tenían barro mejor, y derrapando en cada esquina, con los leotardos llenos de bolsas de agua y clavándome el paraguas en el costado.

Yo, por mi parte, que en estos casos tiro de malhumor nivel violencia callejera iba maldiciendo mi suerte calle abajo, con la capucha de la parca puesta como un rapero del Bronx y con el vestido de felpa tan empapado que me pesaba como una cota de malla de las Cruzadas y me tiraba para atrás de los dos litros de agua que me habían caído en la espalda e iba como haciendo el pino puente, con el rimel corrido nivel me ha dejado el novio tres veces seguidas y abroncando al pelirrojo que sin capacidad de abrir los ojos de lo que le estaba cayendo a la criatura, trataba de ponerse de pie no sé si para invocar a la madre naturaleza o para tirarse de cabeza y terminar con el sufrimiento.

Al final llegamos a casa. Aún no sé ni cómo. Y me prometí que a la primera gota, me quedaría encerrada en casa como Rapunzel. Hasta la primavera.

Y aquí estamos. Llevo encerrada desde el viernes que empezó el diluvio universal y hoy es domingo. Eso son 72 horas. 72. 72. 72 horas. Hemos hecho trabajos manuales, me he dejado maquillar y hacer trenzas, he visto siete veces Toy Story, he cantado Yo soy Luna, he hecho pistas de carreras y castillos de trolls, hemos hecho un bizcocho manoseado, hemos puesto el árbol, hemos estudiado los dolores en inglés, me he comido una pizza de plastilina y soy oficialmente uno de los Vengadores.Con capa y todo.

No sabéis cómo echo de menos tragar agua.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Los cazadores de libros y el mal perder


Yo soy mucho de venirme arriba, imagino para mantener viva la esperanza en un mundo mejor y en un día que no acabe conmigo arrastrándome por el pasillo y debatiéndome a las once de la noche entre el ataque de nervios y el coma, vamos lo habitual.

Así que el sábado por la mañana, que el pater trabajaba y yo estaba sola al frente del abismo pelirrojil, decidí, por aquello de que había tenido una semana horrible, buscar un colofón final digno de aplauso y lanzarme a la calle en plan madre kamikaze a participar en el buscador de libros, una iniciativa para niños y jovenzuelos que consistía en encontrar libros que habían sido previamente escondidos por las calles, con un mapa interactivo donde estaban señaladas las diferentes ubicaciones para ansiedad paternal.

La idea, así a priori, de lanzarme a ese infierno sola con la prole era para echarse a temblar pero así soy yo, una rebelde, y me tiré a las calles un cuarto de hora antes para estar preparados y lanzarnos a la búsqueda con éxito.

Cogí el carro del hermanísimo por aquello de ir más deprisa, que la pelirroja que tenía la competitividad por las nubes decía que el benjamín era un ‘paquete’ que nos iba a retrasar, como si ella fuera Usain Bolt, así que lo metimos en el carro lisiado que va por libre y tuerce las ruedas cuando cree oportuno y nos lanzamos a la aventura a trompicones.

He de confesar que yo soy esa mujer de los chistes machistas que no tiene huevos de interpretar un mapa y entre eso y que tengo móvil nuevo –oh, Blackberry cuánto te echo de menos- aquello era un despropósito de mapas y referencias que cambiaban de sitio cuando ampliaba  la pantalla y calles que se ponían del derecho y del revés y todo muy horrible como si estuviera en el Laberinto de David Bowie. Así que mientras yo me peleaba con la pantalla, la pelirroja empujaba el carro corriendo como si se nos quemara el puchero, derrapando por las calles y atropellando ancianos ociosos y a otros niños malvados que también buscaban lo mismo. Luego, una vez decidido el trayecto, cambiábamos las tornas y la primogénita corría dejándose las rodillas por las esquinas y yo empujaba el carro poseído mientras unos globos contra la diabetes que unos voluntarios nos habían endiñado a traición y anudado al manillar, me iban dando golpes en la cara ininterrumpidamente como en un episodio de Humor Amarillo.

El hermanísimo que había oído algo de encontrar un tesoro también estaba poseído por un instinto demencial y sabedor de que su hermana le había dicho que era un paquete, se resignó a quedarse en el carro, eso sí, de pie, dando instrucciones de ‘máz depriza, mázzzz’ y dificultándome la visión que ya era de por sí limitada con los dos globos que me tenían sin aire lamiendo plástico desde las doce.
Sobra decir que no encontramos ningún libro. De hecho creo que sólo llegamos correctamente a una de las ubicaciones para ver a una niña de trenzas perfectas ser fotografiada con el premio por sus padres lamiosos y nosotros, tres malos perdedores envidiosos, más enfurecidos a cada rato.
Hora y media después, decidimos abandonar el asunto, cabizbajos y deprimidos y para paliar la tristeza nos fuimos al McDonalds a matarnos a carbohidratos  como si acabáramos de llegar de la guerra, sudando como pollos a pesar del frío y con cara de dibujos de Tim Burton, tanta pena debíamos de dar que hasta nos regalaron un helado a cada uno.

‘Eso va a ser que nos han visto lo bien que lo hemos hecho, mamá’ –me dijo la pelirroja entusiasmada.

Y fue ver la cara del camarero que nos miraba con infinita compasión, como si acabáramos de cruzar el mar en una patera, que tuve claro que sí que nos había visto.

Porca miseria.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Yo quiero ser una instablogger


Nunca he sido Olivia Palermo, para qué nos vamos a engañar, pero hace mucho mucho tiempo en un país muy lejano, o sea antes de la maternidad, yo era una chica que siempre iba arregladita y todo lo sofisticada que se podía, devoraba las revistas de moda y cazaba todas las tendencias antes de que estuvieran en las tiendas. Así era yo, una visionaria. Y mira tú, me gustaba.

Como ya no tengo tiempo ni de echarme crema en las piernas resecas como mojamas y las revistas se me caducan y antes de que pueda siquiera ojearlas, me las pintorrean con ceras de las gordas de ésas que son capaces de cubrir una existencia entera, como ahora si no fuera por Clara Delavigne me llamarían la yeticejuda y como apenas tengo tiempo para repintarme las uñas encima de los desconchones a lo travesti trasnochado o anciana con cataratas, mi única relación con el mundo de la moda y el glamour es Instagram y algunos blogs molones que me da tiempo a mirar en el móvil y a empujones mientras recojo a los niños del cole o hago cola en el cajero.

Y allí me embeleso con bloggers monísimas de cuerpos perfectos y modelitos ideales, que toman zumos détox que seguramente saben a mierda pero que tienen los colores del arcoiris y los toman en sus casas blancas e impolutas llenas de cactus minimalistas y rollo zen y que encima tienen unos pelucones que ríete tú de la Patiño mientras yo cepillo mis tres mechones de paja seca y me enyonkizo con un redbull light para que me dé la vida al menos hasta la hora de la caligrafía.

A veces trato de copiar alguno de sus estilismos pero al final la camisa siempre está lavándose o los pantalones sin planchar y dada mi falta de voluntad para planchar a las siete de la mañana –de ahí los looks centrifugados de los pelirrojos- me tengo que poner el pantalón con otra camiseta y al final acabo pareciendo una teenager majara. Otras veces me vengo arriba y me hago la plancha sin que sea un día especial ni nada, ahí a lo loco, y a las tres corridas calle Larios arriba y abajo, ya tengo el cogote mojado cual premenopáusica y se me empiezan a erizar los pelos en plan Lucía Etxebarría con resaca. Vamos, que no hay manera.

- Pero eso es porque no tienen hijos – me dijo una amiga-. Ya te digo yo que ésa con dos enanos a su alrededor ni détox ni détax… Y esos peinados y esa manicura, que no, que ya te digo yo que cuando sea madre se ve peor que nosotras.

Y yo me vine arriba cual callo envidiosa porque es verdad cuando una es madre se da cuenta del tiempo que tienen las nomadres incluso las que se quejan de que no lo tienen, que cuando una sale con la prole a la calle no puede ni hacerse un selfie en condiciones, como yo que salgo bizca porque con un ojo miro a la cámara y con el otro vigilo que el pelirrojo no se me despeñe escaleras abajo. Y, claro, así no hay manera de hacerse la interesante.

Y así sobrevivía feliz tachando a toda guapa del instagram de nomadre y augurándole un futuro de pelo crespo y ojeras infinitas y cafeína, mucha cafeína cuando decidiera darle a la procreación.

Pero cuando compartía estas declaraciones de madre calluna y envidiosa con otra amiga que también había perdido el brillo de los ojos y la lozanía del trasero con la maternidad para que se viniera arriba, me soltó a bocajarro ‘Pero tú ¿cuánto tiempo llevas siguiéndolas? Si el pasado día de la madre todas pusieron fotos con sus retoños y prácticamente casi todas tienen. Precisamente, ésa que tanto te gusta tiene tres y uno de menos de un año’.

Y así fue como entré en depresión.


lunes, 31 de octubre de 2016

Qué sabe nadie o cómo mi endocrino quiere que salga a correr a las once de la noche


Dice mi endocrino que no pierdo porque no me muevo. Será sinvergüenza el tiparraco. Que no voy al gimnasio es verdad, aunque lo pago religiosamente desde enero  y correr lo que es correr, así con tus zapatillas y tus mallas haciéndote la moderna, tampoco, pero parar y sentar mis posaderas en el sofá menos, que en esta casa eso es como aspirar a que te toque el euromillón. 

Así que le miré con la mirada del tigre y le conté como es un día cualquiera en esta vida infernal de idas y venidas que llevo, para que viera cómo me las gasto y si eso puede o no convalidar una elíptica
A ver, yo me levanto a las siete, si antes no hemos tenido movida familiar de miedos, pipís, aguas o corridas al salón para ver La Patrulla Canina a las cuatro de la madrugada y a las ocho ya estoy sentada en el curro, con los ojitos pochos pegados a la pantalla hasta las tres de la tarde sin pestañear y aunque son siete horitas sentada con lo que eso acumula de calorías haciéndose un hueco en las caderas, es un sinvivir de prisas, trabajos urgentes y ansiedades varias, vamos que un día me meto en el ordenador y me quedo allí como los malos de Superman.

Cuando salgo, más mareada que Baby la de Dirty Dancing después del primer baile y con una manzana en el cuerpesito y tres litros de cocacolazero, paro en casa treinta segundos, cojo el carrito de peque y me encamino a recoger a los pelirrojos al comedor, amenazando a los transeúntes que se van cruzando por mi camino para que no me retrasen, que siempre voy justita ,y quince o veinte minutos más tarde, ya tengo a los pelirrojos llenos de tomate y otros restos de comida, en mi poder.

Peleo con el pelirrojo para que se siente en el carro – o es eso o llego a casa para Navidad- y adoptando mi habitual postura de jorobada empujo el carro como si se me fuera la vida en ello para que no vea el parque de columpios y no entre e violencia callejera, mientras la pelirroja me cuenta las últimas intrigas palaciegas del patio y yo corro y corro, no vaya a ser que el hermanísimo se nos cabree y se lance del carro en plan suicida y ya no haya manera de volverlo a meter.

Luego llegamos a casa y malcomo mientras amenazo a los niños para que se quiten la ropa o dejen los zapatos en su sitio o en cualquier sitio que no sea el sofá . Aunque para poco rato porque cuando no tenemos catequesis, salidas con la familia, extraescolares o recados varios, la nena tiene deberes o examen o tengo que recortar dos millones de letras feísimas con cara y patas que nos ha endiñado la seño del hermanísimo, no vaya a ser que no nos involucremos en su educación, con lo feo que está eso.

Pero lo peor es cuando hay clases por  la tarde, que este colegio nuestro es muy moderno y claro, a esas horas no hay quién diga que no a un rato de parque . Antes yo iba con la primogénita que se lanzaba columpio abajo y arriba y yo me ponía al día con las otras madres, pero ahora, viene el loco de la colina, que sólo se divierte si se tira de cabeza por el tobogán grande, se cuelga del palo de bomberos o coquetea con el suicidio al borde del castillo para adelantar mi infarto de miocardio. Así que me paso el día persiguiéndolo, mientras la pelirroja quiere que la mire hacer sus malabarismos de agilidad reducida y las madres me hablan del último examen de Natural, como si yo tuviera cuerpo para algo más que no fuera la inyección letal.

Con suerte, después de una hora, puedo volver a casa tirando del brazo del hermanísimo que sólo quiere lamer persianas oxidadas y aguantando a la pelirroja cantándome los últimos hits de la catequesis, todo ello sudando como un pollo, aunque haga tres grados, porque a mí el estrés me hace sudar como una premenopáusica tropical.

Pero otras veces no puedo volver a casa porque mi madre cree de vital importancia que vayamos a comprar sábanas o leotardos de los que no hacen bolas, como si a mí las bolas me importaran un pimiento. Y así después de varios cara a cara con la muerte en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés y de corridas por los pasillos, volvemos a casa, no antes de las nueve, con el tiempo justo de baños variados, repelentes piojiles, lecturas, cenas y negociaciones de ocio multimedia hasta que por fin conseguimos meterlos en la cama y que pierdan la conciencia.

Y entonces me dice el pater que veamos una serie o un algo mientras el plancha y yo preparo los uniformes y los desayunos y yo finjo que sí, que voy a verla y hasta me voy a enterar pero antes de que termine la cortinilla ya estoy en coma, pero me tengo que levantar a echarme la crema, el contorno,-del sérum ni hablamos-, el líquido reactivador capilar, lavarme los dientes y arrastrarme al camastro a ver si mañana no me levanto con esta cara de coplero antiguo que se me está poniendo.

¿Y a esa hora no puede usted salir a correr un poco? – me suelta el psicópata de mi endocrino. Pero debe de ser tal la cara de asesina en serie que le pongo, que antes de que diga nada recula, mira mi ficha y me dice, ‘Bueno, mejor de momento sólo vamos a concentrarnos en reducir los carbohidratos’.

Pues eso.


lunes, 24 de octubre de 2016

Redescubrimientos o cómo hacerse fan muy fan del pito


Nunca me han gustado los pitos, qué quieres que te diga. Con tantas cosas que hay que ir levantando y apartando cuando cambias el pañal de una gigantocaca y mucho menos con el drama de tirar para arriba y para abajo que me dice la pediatra que tengo que hacer para que no tenga fimosis ¿pero qué invento es éste? ¿No hay una pastilla o un algo que se haga solo? Muy mal todo.

Y encima como yo no me acostumbro al asunto, al pobre hermanísimo he estado a punto de caparlo unas pocas de veces como cuando le subo los vaqueros nivel Samantha Fox o me lo encasqueto en la cadera cual gitana canastera y hago peligrar su hombría a base de caderazos.

Sin embargo de un tiempo a esta parte, estoy redescubriendo el mundo del pito como un mundo lleno de comodidades maternales inéditas hasta el momento, que me están haciendo replantearme el asunto muy seriamente. Y es que después de meses obligando a sentarse al pequeño pelirrojo para hacer pis, el otro día en una urgencia que tuvimos que volver a entrar al colegio porque casi se hacía encima, me aventuré a en lugar de cogerlo como una gimnasta del circo del sol o un recién casado a la novia pero con el culo en pompa y las piernas semiabiertas para que pueda hacer pis pero no tocar el váter, en plan performance imposible, probé a dejarlo de pie y que hiciera pis como un mayor sin vértebras rotas ni amago de lumbago y, fíjate, un éxito memorable.

Desde entonces en casi todos los servicios voy de guays y de madre de mundo y hacemos pipí ‘desde el pito’ que es como hemos venido a denominar esta nueva técnica que celebramos como si acabáramos de descubrirla nosotros y la voy contando por ahí como si las demás madres fueran tan majaras como yo.

- Pero, entonces ¿tú cómo lo ponías? ¿siempre lo sentabas? – y yo las miro con cierta inquina porque nadie ni siquiera el páter me había animado a que lo pusiera así, que yo pensaba que hasta los 5 años o así no lo hacían de pie. Qué sinvergoncerío.

- Y tú no sabes lo mejor, me dijo una amiga- cuando estás en una bulla de gente en plan Semana Santa un Jueves Santo en Málaga y al niño le entra la urgencia, coges un botellín de agua y que haga dentro, luego lo echas en una papelera y a volar.

Y entonces rememoré las carreras con la niña empujando a la gente para encontrar un bar con servicio y no mucha cola para que pudiera hacer pis antes de que fuera demasiado tarde… y ahora todo arreglado con una botellita de agua vacía y una papelera… Que a ver, que un poco cochino sí que es, pero a mí me suena a gloria bendita.

Así que ahora me he hecho fan del pito. Pero fan muy fan. Vamos que no hay color con las contorsiones que tenía que hacer con la pelirroja o el reguero de papel higiénico para que se siente todavía hoy, antes de que haga en cuclillas y tengamos lluvia dorada en los leotardos... Con el hermanísimo todo es maravilla. Y el lumbago me ha mejorado una barbaridad.

Eso sí, ahora, conocedor de sus superpoderes, el pelirrojo quiere hacer pis desde el pito él sólo y ya esta mañana me ha bañado la mitad de los azulejos en plan aspersor de jardín miccionador y me he visto obligada a tirar de guantes y estropajo. Vamos, que siempre hay letra pequeña. Qué sinvivir.

lunes, 17 de octubre de 2016

La pelirroja y el veganismo temprano


Como si no tuviéramos ya bastante jaleo en esta casa de locos, ahora la pelirroja se nos ha vuelto vegana. Así, sin avisar, con la de plancha que tiene una. Y ahora dice que no puede comer carne ni pescado porque se ha enterado que eso viene de los animales y con los ojos desencajados, me dice que comer animales es de salvajes.

Yo, que llevo con un resfriado brutal desde 1985 y me arrastro por la casa como un alma en pena, me quedé estupefacta porque no entiendo de dónde creía que podían venían el pollo y los boquerones. ‘Pues de una fábrica de pollo y boquerones como la de los yogures’ me dijo mirándome como si yo fuera un monstruo sádico que la hubiera obligado a comer carne humana con premeditación y alevosía.

Y mientras me decidía a alistarme en la legión extranjera o donar mi cuerpo a la ciencia mañana mismo, me armé de paciencia y le hablé de la cadena evolutiva y de cómo no sólo nos comemos a los animales sino que también lo usamos para vestirnos, para forrar algunos muebles, zapatos… y antes de que pudiera terminar la frase la tenía al borde del colapso, del vómito y de la lágrima al pensar que sus zapatos que tanto le gustan son de piel de vaca. ‘¿De vaca, mamá? ¿de vaca? ¿pero me lo estás diciendo en serio?’ Y yo que no estoy bien de lo mío empecé hasta a sentirme mal de pensar que le he puesto dos trozos de vaca en los pies y la he obligado a comer pescado del que nada en la playa y que no está hecho en fábrica ‘como Nemo, mamá, como Nemo’ sin ningún tipo de conciencia ni vergüenza torera.

A ver si es que la niña nos ha salido animalista y vegetariana, le dije al pater, y aquí estamos nosotros creándole un trauma de los malos, con lo bien que me vendría a mí comprarle zapatos de plástico y ahorrar para la nueva colección de inditex.

Así que le explicamos que hay personas que no comen carne ni pescado, sólo verdura más que para animarla para disuadirla y entonces, se le descompone la cara de pensar en una vida de judías y calabacines y le echa jeta y me dice que por qué a nadie le da pena de las lechugas que también las arrancan y sufren mucho cuando le parten las hojas, que lo mejor es sólo comer yogures y galletas de chocolate que eso seguro que se hace en fábricas. Pero que nuggets del Mcdonalds igual sí come ‘porque mamá tú siempre dices que eso es pollo como de mentira… y los tenis de los Descendientes ya me los quedo también porque ya que los tengo… ¿no? Además, a los Reyes le debieron de costar un pastón e igual se enfadan si no me los pongo…’.

Total, que más que vegana y animalista es una jeta de primera división.

lunes, 10 de octubre de 2016

El hermanísimo y el destape


Al hermanísimo le ha dado por el exhibicionismo, así a las bravas y ahora se nos pasa el día enseñándole el culo carpeta a cualquiera que se cruce en su camino y al pater y a mí que en realidad estamos muy cansados para que nos importe un pimiento cualquier cosa que no sea una amenaza de muerte, nos toca fingir que estamos preocupados por el tema, sobre todo delante de la mamma que se piensa que nos vamos a hacer una familia hippie loca por el nudismo y las semillas de chía.

Todo empezó cuando le quitamos el pañal, que mira que nos resistimos, que con los segundos ya se sabe, pero la señorita de la guardería no me dejaba vivir así que se lo quitamos, aterrados de que tuviéramos un aluvión de orines por toda la casa, pero curiosamente la cosa fue bien y salvo un par de lluvias doradas sobre el cajón de juguetes de la pelirroja –que aún llora recordando el asunto- no tuvimos problemas.

Pero claro, se ve que hasta entonces la criatura no sabía que tenía culo ni pito, envuelto en celulosa como estaba desde su nacimiento y fue verse libre y con todos aquellos nuevos atributos y se nos vino arriba loco por compartir el hallazgo con sus congéneres.

Yo, para ver si me salía a la pelirroja que lampaba por la ropa interior y se ponía las braguitas de Dora La (maldita) Exploradora de cuatro en cuatro fabricándose un culo a los Kardashian a los tres años, me hice con dos paquetes de calzoncillos de los superhéroes y de la Patrulla canina, a ver si me emocionaba y abandonaba la vena nudista, pero se ve que a él el imperio de la moda le trae al fresco y sólo quiere subversión textil con el puño en alto.

En la calle mantiene la compostura – imagino que porque aún no ha descubierto los calvos- pero es llegar a casa, en realidad a cualquier casa y antes de que podamos saludar ya se está quitando la ropa, loco por lucir sus canijeras de lombriz de tierra marcando costillas y luciendo culillo carpeta de anciano y corriendo entre carcajadas como un espontáneo de ésos que saltan a los campos de fútbol buscando follón, y claro nosotros nos tenemos que hacer los sorprendidos para que no se den cuenta de que somos una familia de majaras y no nos inviten más. ‘Eso es porque tendrá calor’ digo yo y el páter, obediente, asiente, pero luego viene la pelirroja a la que no sé por qué le enseñamos a no decir mentiras y suelta ‘Él lo que quiere es enseñar el culo, mamá, si es lo que tú dices siempre, que es un ‘sibicionista’ de ésos’. Y entonces yo, que me debato entre salir corriendo o hacerme la muerta, envejezco dos años de golpe. Y sin una gotita de bótox que echarme a la boca.

Vida perra.

lunes, 3 de octubre de 2016

La vuelta al cole. Parte II


Lo peor de la vuelta al cole es el estrés, pero luego lo son los libros y el material escolar y el hecho de que tengas que rehipotecar la casa y ligarte al papelero para lograr hacerte con todo el pack. Primero, porque son muchos y cuestan un ojo de la cara, el hermanísimo, por ejemplo, que tiene tres años y apenas habla, lleva dos sacos tipo Santa Claus llenos de libros varios, con sus cds y sus cuadernillos y sus dos millones de gomas, ceras y lápices, que no entiendo por qué hay que comprar al por mayor como si los niños tuvieran siete manos o una ansiedad borradora compulsiva digna de estudio.

Pero lo peor no es ya el gasto -que también, que tengo el armario lampón por trincar algo de la nueva colección y aquí estoy comprando sacos de gomas-, lo peor es que los maestros malignos que quieren hacernos la vida un poquito peor, nos lanzan los pedidos a cuentagotas, imagino para que creamos que el gasto es menor. La cuestión que entre la pelirroja y sus mil cuadernillos de lengua, inglés y caligrafías, los blocs, las libretas y el peque y sus materiales de opositor a Notaría me paso el día visitando al señor de la papelería que es como el librero de La Historia Interminable pero en peor, y yo haciéndole ojitos a ver si me puedo quedar con el último ejemplar del libro de lectura que le queda o si me puede traer el cuadernillo de inglés antes del lunes que si no la niña se me queda atrás, mientras muevo las cejas y hago cutregestos sexys a lo Bridget Jones.

Y luego está el forrarlos, que es el infierno en vida. Yo como soy lerda, usaba el de pegar porque me van las emociones fuertes y no sabía –de hecho me lo contaron las lectoras por el face- que existía un forro hecho a medida que sólo hay que colocar. ¿Estamos locos? Y yo dejándome la manicura pegada en el forro de Religión. Y todo lleno de burbujas y de pliegues, como si los fabricantes del forro y los de los ansiolíticos fueran a pachas. Vamos, que ya os conté que acabé lanzando el libro de 'Social' con medio rollo pegado contra la pared al más puro estilo María Barranco en plan desahogo histérico justo cuando un albañil de la obra de mi vecina pasaba por la ventana y se me quedaba mirando con cara de estupor. Yo creo que no llamó a la poli por miedo a que le lanzara el de ‘Natural’, que es más gordo. Cuánta razón tenía.

Y por si esto fuera poco, luego están los desayunos, que han de hacerse siguiendo una lista que al profe metido a nutricionista le ha parecido una buena idea y ojo si una mañana le metes al niño tres galletas en lugar de un trozo de melocotón. Mínimo dos noches en el calabozo y expediente disciplinario. Pero si luego en el comedor todo son macarrones, eso no pasa nada. Que los carbohidratos mueven el mundo.

Este año ha sido el primero en el que hemos apuntado al pelirrojismo en el comedor, con la idea oficial de que la niña aprenda a comer y el extraoficial de quitárnoslos de en medio un par de horas más, pero tampoco está resultando una panacea. Vamos, que la idea tiene los días contados. La niña llorando en plan protagonista de telenovela venezolana porque no quiere comer nada que no sean patatas fritas y el niño llorando también porque no quiere nada que tenga que ver con el colegio, que éste nos ha salido subversivo y malhechor.

Y es que el pobre con sus canijeras y sus pintas de refugiado se queda llorando casi cada día porque no está a favor de su escolarización y menos del baby sarasa de cuello bebé que le toca ponerse encima del uniforme de florido pencil.

La seño nos dice que luego se viene arriba y lo da todo, sobre todo en el patio, pero lo dudo más que Los Panchos porque el otro día el cole compartió un vídeo-tuit que se llamaba el tren de la felicidad y en el que salía la fila de los niños andando rumbo al aula y justo estaba partida a la altura del hermanísimo que se negaba a participar, cabizbajo y con caras de pocos amigos. Los míos siempre dando la nota. Con lo bonito que estaba eso del tren de la alegría.

Pero eso sí, del comedor sale como un miura, contento y dislocaito por escapar y como si acabara de salir de una carbonería, negro tizón, dios sabe de qué, pero con la cara y la ropa como recién salido de la Tomatina, con los ojos pegados de restos de salsa y tres moratones en las rodillas de arrastrarse por los patios como un GEO. A la pelirroja la dejan castigada adorando el primer plato hasta que termina el comedor y la pobre cocinera tiene que irse a casa y me la sacan envuelta en tomate también pero sin haber probado una sola cucharada. ‘Igual algún día’ me dice la pobre monitora que ya ha perdido la alegría de vivir. Y me enternece su ingenuidad.

Y así, volvemos a casa, llenos de mierda pero alegres, sorteando los parques infantiles, los kioscos y a las otras madres, cuyos niños normales salen del comedor impolutos para mi vergüenza, loca por llegar a casa y meterlos en la bañera sin digestión ni nada, a ver si con suerte me dejan diez minutos libres para comer antes de que empiece la rueda de los deberes, los estudios, el baile, la catequesis, la mamma y sus meriendas familiares y el infarto de miocardio que me matará antes de alcanzar los cuarenta.

Y mientras malcomo de pie en la encimera, escuchando a los pelirrojos matándose vivos por la Barbie sirena e inundándome el suelo del baño, la idea de comer arena a palazos luciendo lorzas en La Malagueta no me parece que estuviera tan mal…