Cuando una se hace madre, descubre las verdades del
barquero, como que esas ojeras de dos metros y medio que te hacen parecer una
anciana adicta al crack ya no se irán jamás por mucho Touch éclat de YSL que te
compres, o como que algunos términos que antaño parecían positivos ahora te
hacen hiperventilar como, por ejemplo, un dos, tres, responda otra vez, la
creatividad.
Nosotros que queremos ser gente guay y moderna, imagino que
para paliar la cara de vieja malhumorada que se me está poniendo, apuntamos al
hermanísimo en una guardería progre, de ésas que se persignan cuando ven grasas
saturadas o una tablet cargada hasta el culo de Peppa Pig, como la que
escondemos bajo el carro entre montones de aspitos y paquetes de galletas.
Al principio, la cosa molaba mucho porque podía fingir que
era una madre molona que matriculaba a sus vástagos en guarderías loquitas con
el aparato psicomotriz y las técnicas de nueva enseñanza hippies sólo mirando
por ellos, cuando en realidad es que era la única que quedaba cerca de casa y
con plazas libres, que todo hay que contarlo, leches. El problema es que ahora
se han empeñado en hacernos partícipes de su creatividad sin límites y nos tienen
atosigados con un montón de inventos que a mí, que ya estoy al borde del
colapso con el curro, el gimnasio, la pelirroja y su levantamiento en armas
contra los deberes, mi casa pocilguera y mi poquito de ansiedad, me suponen un
infierno en vida.
Así, un día te piden fotos de la familia para hacer un
collage, y yo que no imprimo fotos desde 1998 me veo loca buscando una
copistería a las cinco de la tarde de un lunes cualquiera, diez minutos antes
de que toque recoger a la primogénita, todo para que al día siguiente decidan
hacer un trabajo de las familias y pidan más fotos, que se ve que allí son
mucho de improvisar. Tanto, que un martes nos dicen que el jueves tienen que ir
vestidos de: pastor para el Puente de la Inmaculada, Papa Noel para Navidad, de
personaje de cuento para el día del libro, de lo que quieras para carnaval, de
monstruo para Halloween, de rojo para San Valentín, de verde para San Patricio,
de flor el día del árbol y así hasta que echas bilis por los ojos y la china
del bazar de la esquina te hace clienta premium.
Pero eso no es todo, también hay que escribir cuentos y
hacer vídeos familiares, hacer gorros de bufón y trabajos manuales de gomaeva,
como tengo yo los nervios, mientras el pelirrojo pasa de todo y sólo se entrega
a las fechorías o a jugarse la vida sofá cabeza abajo mientras yo le pongo
cascabeles al fieltro, repaso los verbos irregulares, le borro los copiados
deformes a la pelirroja y le contesto a la seño de la guarde por whatssap que
dice que para mañana hay que llevar tres piezas de fruta y dos puñados de
nueces para el día mundial del zumo.
Total, que me estoy pensando o bien aparecer en la guardería
con un lanzagranadas o en su defecto, matricular a Cigoto en el colegio de la
pelirroja, que son de celebrar pocas cosas, colocarle sus pantalones de pinzas
de anciano prematuro y asegurar que en realidad tiene siete años, pero que toma
poca leche y nos ha salido bajito.