lunes, 15 de febrero de 2016

Un San Valentín de Muerte



1.- En San Valentín una se levantaba tarde y remoloneaba en la cama con el pater, desayunaba en barra libre de carbohidratos y tenía una maravillosa entrada en el Día de los Enamorados. En San Valentín, ahora, la despiertan dos pelirrojos chillones a las siete menos cuarto de la mañana abolillándole las caderas y la sacan de la cama a empujones para colocar calcetines y preparar desayunos y comerse un mendrugo de pan de centeno con pavo de plástico, con los pelos de Belén Rueda en los Goya y la mala leche de Mila Ximénez.

2.- En San Valentín, a una la llevaban a comer a un sitio bonito, rodeada de flores y agasajos y una se colocaba el modelito preparado para la ocasión cual modelo de revista. Ahora la llevan al mcdonalds en familia para ser víctima de una lucha cuerpo a cuerpo de patatas Deluxe y ketchup, restos de Danonino en el pelo y lanzamiento de Kittys y Tortugas Ninja a otros comensales. Todo ello, en vaqueros, sudadera y zapatillas por si hay que salir corriendo y unas gafas de viuda italiana para ocultar las ojeras de esta ingrata vida maternal.

3.- En San Valentín, una iba a ver una película romántica y a hacer manitas en el cine con el pater. No a ver Zootrópolis con pelirrojos y salir cuatro veces por minuto al baño y acabar con palomitas de caramelo incrustadas en el sujetador.

4.- En San Valentín, una iba a pasear o a tomar una copa ‘u dos’ a una bonita terraza a hacerse la interesante y moverse el pelo a lo Carmina Ordóñez. Ahora tiene que pasarse la tarde estudiando con la pelirroja los vivíparos, los ovíparos y las partes de un dinosaurio en inglés.

5.- Eso sí, en San Valentín antes sólo tenía los regalos de pater y ahora, además, tengo un dibujo en el que parezco una bruja de los 80 o una gitana canastera con el pelo hasta los tobillos y ojos desquiciados, pero que está lleno de corazones y estrellas deformes y preciosas, una carta de amor llena de faltas de ortografía y palabras inventadas y una piruleta en forma de corazón que luego me han quitado y me han devuelto chupada. Eso sí que es amor del bueno. Anda que no.

lunes, 1 de febrero de 2016

La vida sana y el patinaje



Con esto de leer revistas que inviten al ‘slow’, que son las que leo ahora para tratar de erradicar este estrés tan malo, en casa nos hemos venido arriba y ahora tratamos de darle a la vida sana, todo lo sana que puede ser la vida con tantas cosas pendientes por hacer y dos pelirrojos chupaenergías.

Por eso voy al gimnasio contra mi voluntad, donde al menos ya sé subirme a la elíptica sin parecer que estoy haciendo una performance, trato de dejar la cocacola Zero con poco éxito y mucho mono y a los reyes les encargamos sendos patinetes para los pelirrojos que están causando una grave alarma social en el barrio ante los riesgos de amputaciones pedestres sin compasión.

Por supuesto esto de la vida sana es un coñazo y todos tenemos claro que va a ser de duración más que limitada, por mucho que se acerque la operación biquini y el botón de mis vaqueros favoritos amenace con independizarse. De hecho, hasta a los pelirrojos les ha costado hacerse con esto de patinar que ellos son más de dar la lata la una y suicidarse en los columpios, el otro.

La idea de comprarlos fue principalmente por la pelirroja, que ha heredado la agilidad maternal, esto es que si está de pie y la ayudas a quitarse un calcetín se cae de culo. Vamos que tiene el equilibrio que tenía yo los sábados de madrugada cuando era moza. O menos aún. Así que me inventé que el asunto era reversible y le compré un patinete fucsia que pesa un quintal para ver si iba cogiendo cierta soltura de movimientos. Porque ella técnicas de maquillajes, más que Carmen de Mairena pero dotes deportivas más bien pocas.

Y al pelirrojo se lo compramos para que se convirtiera en Yevgueni Pliúshchenko antes de empezar la Educación Infantil, a ver si me lo becan y lo mandamos a una universidad estadounidense a los cuatro años y me quedo de monomadre otra vez, que el benjamín de la casa tiene la agilidad de un mono tití funambulista y eso hay que aprovecharlo en nuestro favor.

Y así me imagina yo, paseando con el pater tranquilamente mientras los pelirrojos se deslizaban calle arriba y abajo con arte y gracejo. Pero no. La pelirroja la cogió con ganas pero como la destreza no es lo suyo, pobre criatura, apenas consigue dar dos corretadas sin estrellarse contra cualquier mobiliario urbano, que el otro día a punto estuvo que colarse en una papelera, que hasta se le quedó en relieve en la frente en escudo del Ayuntamiento.

Lo bueno es que es de autoestima alta y cuando ve a una de esas niñas guiris que parecen que han nacido con el patinete dentro del saco embrionario se jacta de hacerlo mejor que ellas y mientras las chiquillas hacen piruetas y saltos mortales de doble tirabuzón en el parque, ella se va dejando los piños atrás y con la cara fucsia, la sien palpitante y los pelos en la cara -como su madre en el gimnasio- sólo logra deslizarse cuatro segundos, haciendo eses y aterrorizando a niños y mayores, a los que va tumbando a su paso.

El pequeño por su parte, no se ha declarado aún fan del patinate aunque ha encontrado su particular diversión en dejarse llevar hasta estrellarse bien contra mis pantorrillas o contra las de cualquier otra persona inocente que no sabe que en mi casa sólo criamos majaras.

Así que casi sin quererlo hemos vuelto a sacar a la luz el espíritu del gigantocarro y ahora los vecinos que ya me habían tomado por alguien de bien tras el infierno vivido con el Arrue, vuelven a sentirse aterrorizados a nuestro paso y esconden los pinreles en cuanto ven a los pelirrojos sobre ruedas… Y no les culpo.

Ahora sólo espero a que vengan las autoridades a confiscarnos los patinetes y a ver si con suerte me los enchironan un par de días por desórdenes públicos y así me da tiempo a depilarme y a reordenarme los chakras, que los tengo nada más que regular.